miércoles, 30 de marzo de 2011

LOS “NUEVOS PRIISTAS” Y EL REGRESO DEL VIEJO PRI

Abel Quezada lo bautizó como “tapadismo”. Era el juego que solían jugar los Presidentes de la República en los años del viejo PRI para resolver su propia sucesión. El caso era que nadie más que ellos supieran el juego. Venía de más atrás. Son famosos los artilugios de Porfirio Díaz para designar a sus candidatos y manipular la ambición de sus colaboradores.


Posiblemente haya sido un “arte” como lo califican algunos, una muestra de “habilidad política” y el ejemplo claro del “buen” pragmatismo; lo que quieran, menos ejercicio democrático. Resultado de nuestra basta herencia autoritaria. “Pero funcionaba”, dicen los nostálgicos que ahora añoran esas formas y se empeñan en revivirlas.

Sobran las anécdotas y los relatos de aquellas sucesiones. Hay, incluso, el testimonio de varios ex Presidentes tratando de justificar cada uno su peculiar manera de aplicar el método. Miguel Alemán, por ejemplo, en sus “Remembranzas y Testimonios”, lo describía así “Tras una serie de auscultaciones, se proponen dos o tres precandidatos y una vez dados a conocer estos comienza la auscultación general, es decir, el sondeo de la opinión nacional para saber cuál de ellos responde a las circunstancias del momento, si satisface las aspiraciones mayoritarias y en qué medida cuenta con el apoyo de los distintos sectores representados en el partido. Durante el proceso de selección no hay inherencia alguna del Ejecutivo… Sólo cuando ha llegado el fin de la exploración, el Presidente analiza los resultados arrojados por ésta y expone su parecer ante los líderes del partido. Es así, a grandes rasgos, como se efectúa la designación del candidato. Luego vienen las convocatorias, el partido organiza los grupos de apoyo, se proclama la candidatura a través de los medios de información y comienza la campaña”.

Disfrazaba, pues a él le gustaba ostentarse como “demócrata”; pero hay otros como Miguel de la Madrid, quien no tuvo empacho en escribir esto en sus memorias: “A mediados de septiembre de 1987 llegué a la conclusión de que el precandidato más adecuado para la responsabilidad que tendría que enfrentar era Carlos Salinas. Ponderé las características de cada uno de los precandidatos buscando al hombre que tuviera el conocimiento más amplio del país, así como un proyecto para afrontar sus problemas … Si el proceso democrático no es más real, es porque nuestra cultura política no lo permite”.

En todo caso, era un arreglo en la cúpula y una muestra muy clara la tenemos precisamente al término de la gestión alemanista, en 1951. Todo indicaba que tenía el camino franco al poder el licenciado Fernando Casas Alemán. Por ser amigo y pariente de Alemán, se decía, “tenía asegurada la postulación”. Pero no. Había un precandidato más fuerte, Miguel Henríquez Guzmán, sólo que como no era bien visto por el Presidente le cerraron el paso y a cambio de esto también tuvo que ser descartado el favorito de Alemán, así que la candidatura priísta fue fruto de una negociación entre los miembros de “la familia revolucionaria”, lo que hoy se conoce como “los poderes fácticos”, y quien se abrió paso fue Adolfo Ruiz Cortines, designado desde luego por Alemán, él solo, quien así lo reconoce en otra parte de sus memorias.

Así era como se resolvían las elecciones en los tiempos del PRI. La clave era aparentar democracia. Esa era una parte del secreto que evitaba los problemas. O al menos que los atenuaba, pues no hay que olvidar que tanto Alemán como De la Madrid enfrentaron crisis muy serias que estuvieron a punto de poner fin a los gobiernos del PRI.

Dicen los pragmáticos que estas crisis fueron, no por lo antidemocrático del método, sino porque fueron “operadas mal”. José C. Valadés sostenía que otra de las claves del “éxito” del PRI era la disciplina. Y relataba cómo Manuel Avila Camacho inauguró un estilo: decidido ya quien era el sucesor, el Presidente llamaba a los otros aspirantes, les hacía saber que ellos no eran los favorecidos y apelaba a su disciplina. Acto seguido los “derrotados” declinaban dando muestra de “su madurez” y se sumaban a “la cargada” para festejar el “dedazo”. Este ritual se repetía más o menos con variantes, según el “estilo personal” de cada Presidente, cada 6 años. Entonces, el chiste no sólo era entretener a todos con las adivinanzas sino además hacerlos creer que eran copartícipes. Como no había manera de medir el tamaño de una mala decisión -puesto que las elecciones las hacía el gobierno-, sólo tenemos como cierto parámetro la conflictiva en que se desenvolvía. La verdad es que cada vez que se daba una decisión controvertida, el precandidato eliminado se pasaba a las filas de la oposición y competía contra el candidato del gobierno poniendo en grave riesgo la certidumbre de la decisión presidencial. Así fue cuando Cárdenas inclinó la balanza por Avila Camacho y Almazán se lanzó por su cuenta. Así fue en 1946 con Ezequiel Padilla, cuando Avila Camacho impuso a Alemán. Así fue en 1952 cuando Alemán apoyó a Ruiz Cortines y surgió el henriquismo, un movimiento opositor conformado por ex priístas despechados. Y así fue con Cuauhtémoc Cárdenas, cuando De la Madrid eligió a Salinas. No se puede comprobar fehacientemente si alguno de ellos realmente ganó pero provocaron tal efecto y tal crisis que es de pensarse que, al menos, hicieron muy difícil el triunfo para el PRI.

Bueno, pues todo esto viene al caso por la solución que tuvo, al interior del grupo gobernante del Estado de México, la designación del candidato a suceder a Enrique Peña Nieto. Cuando todos daban como “amarrado” a Alfredo Del Mazo, visto por muchos como el “delfín” de Peña, pasó lo inesperado, lo que casi nadie preveía, al menos hasta ayer. Justamente lo que no pasó en Sinaloa, ni en Durango ni Puebla ni en Guerrero: no se impuso el “candidato del Gobernador” y al final ha resultado candidato del PRI quien era señalado como “el mejor posicionado”, es decir Eruviel Avila, el hombre que de no haber resultado favorecido pudo haber sido, según muchos, el candidato de la alianza del PAN-PRD.

Es interesante porque, al menos hasta hoy, la discusión sobre las alianzas se ha centrado en el tema de la ideología y sin embargo, nadie ha caído en la cuenta de que es precisamente ese discurso del “mejor posicionado” el que le ha dado vida a las alianzas anti-PRI. Y no de ahora como hemos visto, sino desde hace tiempo. Por eso, más allá de que con esta decisión ciertamente se conjura una parte del peligro para el priísmo –léase peñismo-, lo que no podemos dejar de resaltar es que la de Avila ha sido una designación al más puro estilo del viejo PRI, el de los “buenos tiempos”, el que “no se equivocaba”. Y muy seguramente implicará también un cambio en la estrategia aliancista, cuyo éxito se había fincado en gran medida en la división del PRI.

Tendrá que estudiarse más en profundidad el fenómeno de las alianzas, pero de entrada, nadie pone en duda que un elemento fundamental de estas ha sido su apuesta al “error” en la designación del candidato del PRI, de tal suerte que implicaban un “arreglo” entre panistas y perredistas para abrirle paso a los priístas “correctos” desechados por una “mala decisión” de la dirigencia de ese partido. Al menos así lo reconoció Manuel Camacho con motivo del triunfo de Angel Aguirre en Guerrero, que la clave del triunfo de las alianzas era la equivocación del PRI a la hora elegir a sus candidatos. Que el error era que el PRI había “abandonado” las formas tradicionales para designar al “mejor priista” como candidato. Y que eso explicaba las derrotas no solo de Guerrero sino también de Sinaloa y Puebla.

El problema es que no solamente necesitamos asegurar que el PRI elija a los candidatos “correctos” sino que la competencia entre partidos se consolide, fortalecer pues las opciones partidistas y –sobre todo- incrementar la democracia. Es decir, que no salvará a México el regreso de las viejas formas del PRI, aún con nuevas caras, si no abrimos paso a nuevas formas, con personajes que no tengan nada que ver con los intereses creados. Lo otro, permitir que los poderes fácticos decidan por nosotros, simple y sencillamente es reparto entre los mismos. ¿Sólo eso queremos?

Publicado en Unomasuno el 29 de marzo de 2011.

POLITICOS “CIUDADANOS”: LA MERCADOTECNIA COMO PROGRAMA


Vicente Fox, buen ejemplo del "político ciudadano"
Conducir a la sociedad o dejarse conducir por ella, el gran dilema de nuestro tiempo.

Y no es nostalgia de los “hombres fuertes” sino que se ha puesto de moda entre los políticos de todo signo recurrir a las encuestas para tomar decisiones y hacer los “planes” de gobierno. Es decir, que quienes se supone nos conducen en realidad se conducen de acuerdo a los vientos, dicen que es “democracia” pero en ocasión se parece más a la lucha por el “rating” de los programas televisivos. En otras palabras, que con tal de ganar, todo se vale.

Esto viene al caso por los tiempos electorales que empezamos a vivir y lo que ya nos está tocando ver. A pesar de las modificaciones y las aparentes varias prevenciones del IFE para evitar la "guerra sucia", lo que son capaces de hacer los partidos, todos, con tal de atraerse el voto y ganar el poder.

Y no voy a hablar, por tan conocido y comentado, del pleito de vecindario en que ha convertido el flamante presidente del PRI el debate político sino de algo mucho más determinante: la oferta de campaña que los partidos alistan, nada que ver con un compromiso de congruencia ideológica, algo así como un “recetario” de productos al gusto del comprador, es decir del elector.

¿Qué importancia tienen los antecedentes de lucha o las declaraciones de principios? ¡Si eso, dicen, es cosa del pasado! Y efectivamente, en los tiempos actuales tal parece que las ideas son lo de menos. No hay derecha ni hay izquierda, ganar es lo que cuenta.

Lo explicaba así el ex Presidente del Brasil Fernando Enrique Cardoso, a propósito de la campaña que vivió su país a fines del año pasado. “Entramos en un marketing peligroso, que despolitiza –criticó-. Hoy la campaña hace encuestas y ve lo que la población quiere en ese momento. La población siempre quiere educación, salud y seguridad. Eso es transformar en problema algo que la población no ve como problema. Eso no es liderar”.

Y no importa que en el camino se queden los principios y la doctrina, las metas superiores y también los militantes.

Pues otra variante de esta moda es que, a diferencia de antaño cuando los partidos buscaban de entre sus hombres al mejor y al más congruente para hacerlo su abanderado (y si no los tenían, trabajaban mucho en formar sus cuadros), ahora resulta que todo se reduce a “lo que digan las encuestas”. Y si las encuestas dicen que ese “mejor militante”, por bueno y fiel que sea, no es “vendible” sino que lo es más el de otro partido o alguien sin partido, no hay problema: ¡ese tiene que ser el candidato!

Ejemplos sobran, pero el más paradigmático sin duda es Vicente Fox, el colmo del vacío ideológico, de la incongruencia y la frivolidad, aún cuando llegó aureolado por esa “buena fama” de que construyó su presidenciabilidad a golpe de encuestas.

Fue de esa ola de “nuevos líderes” que en los últimos tiempos, no sólo en México sino en buena parte del mundo, han surgido arropados con la imagen de “ciudadanos”, carentes de ideología clara y muchas veces hasta de compromiso político concreto, como si eso fuera más un mérito que un problema.

En todo caso, las experiencias vividas, al menos hasta hoy, así lo prueban. Y la verdad es que si bien de alguna manera la degradación ha traído a la función pública a una gran cantidad de ciudadanos, también ha propiciado que algunos políticos militantes se vistan de “ciudadanos” para justificar sus brincos de un partido a otro, y lo peor es que nada de esto se ha traducido en una mejor política.

No se puede cuestionar el éxito de esos personajes incoloros, medio difusos ideológicamente, que se presentan como “apartidistas” y hasta como “apolíticos”. Lo malo de que para muchos ellos sean el paradigma de los “líderes modernos”, los “nuevos” estadistas de las sociedades modernas, es que con el pretexto de aparecer como líderes-apolíticos y políticos-ciudadanos les preocupa más el efecto de sus dichos y sus actos en la ciudadanía que su identificación con posiciones ideológicas o tesis partidistas.

¿Alguien se imagina a Benito Juárez sometiendo a encuesta la decisión de las Leyes de Reforma? ¡La hubiera perdido! Quien sí lo hizo, o al menos ese fue el requisito para decidirse, fue Maximiliano. El sí le pidió a los que lo invitaban a convertirse en monarca de los mexicanos que le hicieran una encuesta. Y ya vimos lo que resultó.

Y sin embargo, lo peor de esta política-ciudadana que tantas esperanzas trajo en su momento es que en lo menos que repara es en el interés del ciudadano. ¡Y ya se está planteando abrirles la puerta a las elecciones al margen de los partidos!

Decía en otra ocasión que eso de las candidaturas independientes es un mito, porque el tema más que la apertura es el financiamiento. Hay regulaciones que permiten el acceso a recursos públicos a los candidatos independientes. Existe en Puerto Rico, en Panamá y en Chile, por ejemplo. Pero si en México no se da siquiera la igualdad en el trato a los partidos, ¿como se pretende resolver el dilema en cuanto a los ciudadanos que quieran competir sin un partids?

Es decir, que en el esquema de “apertura“ que se ha venido proponiendo, curiosamente nadie ha pensado en lo más importante. La verdad es que un candidato independiente tendría pocas posibilidades frente a los que militan en los partidos políticos por la sencilla razón de que carecería de los recursos que necesita para ser competitivo, y además porque no cuenta con el aparato necesario para ganar. ¿O como es que se piensa que va a poder cuidar sus votos? Me refiero a que si un candidato de partido ha tenido problemas para asegurar su representación electoral y ha sufrido con el resultado, ¿cómo no los va a tener un ciudadano sin partido?

Esto por no hablar de que en todo el mundo son realmente excepcionales los candidatos independientes que han llegado a un cargo electoral. Se pueden contar con los dedos, en Australia, 2 o 3 integrantes de la Cámara de Representantes, y en Canadá por el estilo. Y hay que agregar que los que lo han logrado ha sido gracias a legislaciones que les han dado, insisto, acceso a financiamiento y a tiempos en radio y TV en igualdad de condiciones con los candidatos de los partidos.

Basta citar el caso de Chuck Cadman, elegido para el parlamento canadiense en 2004 y que es emblemático: le ganó a los "favoritos" de los dos principales partidos, con un gasto que ascendió a casi 68 millones de dólares, poco menos de los 69 millones de su principal contrincante el conservador Cheema y sólo poco más de los 67 millones de su otro gran contrincante el liberal Dan Sheel. Algo impensable en México.

En fin, que lo que trato de decir es que es muy bueno que los ciudadanos quieran tener y tengan cada vez mayor participación en las cosas del Estado, en la política y en los partidos, pero no que se les utilice como ariete para desvirtuar la democracia y corromper la competencia, que es precisamente lo que pasa cuando se pretende orientar el voto, o peor aún sustituirlo mediante las encuestas.

No olvidemos que quien las trajo a México fue Carlos Salinas. Dicen que le gustaban mucho, que no daba paso sin recurrir a sus encuestólogos. A él se debe pues el que la clase política mexicana utilice las encuestas, más que para hacer estrategia de competencia, para generar percepciones. Es decir, como un instrumento de manipulación. ¿Esa es la democracia a que aspiramos?


Publicado en Unomasuno el 22 de marzo de 2011.

EVOCACION DE JUAREZ EN LA CRISIS DE LA IZQUIERDA


Contradictorio, por no llamarlo de otro modo, el que una de las maneras de promover la alianza PAN-PRD en el Estado de México sea mediante una campaña que equipara a AMLO con Enrique Peña Nieto (“Los que tienen miedo” se les llama en espectaculares y carteles). Y digo que es contradictorio porque en momentos como los actuales en los cuales muchos pensamos que, a pesar de las divergencias, el bien mayor a proteger es la unidad de la izquierda, esto no abona en los más mínimo para la reconciliación y los acuerdos y, antes por el contrario, avizora que el camino a seguir es el de la exclusión y la ruptura.


Por eso conviene insistir en el ejemplo de Juárez y de los liberales del siglo XIX pero como un referente para subrayar el ánimo de unidad; como una manera de incitar a la reflexión en las filas de la izquierda en este momento de crisis, puesto que es hoy quizá más que nunca cuando se necesitan esfuerzos conciliadores, integradores, que eviten, más que las discrepancias –que no necesariamente son malas-, el olvido de los principios y las causas –algo a lo que siempre se debe temer-.

Hay muchos otros ejemplos; pero el de Juárez es particularmente interesante porque es una auténtica lección de liderazgo, de un liderazgo eficaz, y de cómo la división –la diferencia de opiniones- no siempre es suicida ni necesariamente conlleva el fracaso de una empresa. Y a veces hasta se hace necesaria.

Me refiero a la división que vivió el Partido Liberal durante toda la etapa de la Reforma y la República (“puros” contra “moderados”), y a cómo, a pesar de que casi no hubo tregua entre ellos ni en medio de la guerra civil ni en medio de la intervención extranjera, jamás se puso en entredicho el cumplimiento del programa progresista ni sus principios ni sus metas.

Esto se debió a varias cosas. A que aquellos liberales tenían muy claro que las diferencias tácticas no los justificaban para trabajar para el enemigo; al control que ejercían las logias y al fuerte liderazgo de Juárez, desde luego, quien no dudó en arrostrar el riesgo de la división antes que poner en riesgo el objetivo mismo que perseguían: ganarle la guerra a los conservadores, pero no para tener el poder por el poder sino para restaurar con él a la República.

Juárez no tenía dudas. Siempre supo que él era quien mejor encarnaba –y garantizaba- el cumplimiento de ese objetivo. Y así se lo repetía a quienes demandaban su retiro. Sus detractores le llamaban por eso “dictador”. Sus panegiristas no lo bajan de “ejemplo de sacrificio”. La verdad, como siempre, no está en ninguno de los dos extremos. Lo que sí es un hecho es que Juárez no solamente dio muestras de habilidad para despersonalizar los conflictos, esto es para no tomarlos personales, sino que supo tomar decisiones para afirmar su conducción cuando la causa que defendía requería eso precisamente, conducción, y definiciones claras.

Así fue frente al paso en falso de Santos Degollado, nada menos que el jefe de su ejército, del Ejército Republicano, quien desesperado por la falta de recursos y la prolongación de la guerra, urdió un plan con el embajador inglés George B. Mathew que según él aseguraba el triunfo de la causa liberal: un acuerdo entre liberales y conservadores para fincar la reconciliación nacional y lograr la paz. El precio era la eliminación de Juárez como Presidente y la designación, por el Cuerpo diplomático, de un Presidente interino para gobernar hasta la convocatoria a un nuevo Constituyente que reformularía la Carta del 57.

Esto fue en septiembre de 1860, y Degollado le envió las bases de su plan a Juárez, aparentemente secundado por Jesús González Ortega y Manuel Doblado. “Yo, como amigo sincero y apasionado de usted –le explicaba en una carta-, me atrevo a aconsejarle la aceptación de las bases propuestas, con la seguridad de que (…) sacrificando su persona y salvando al país, se hace más y más grande a los ojos del mundo”.

Mathew tuvo la osadía de presentarse personalmente ante Juárez para pedirle la renuncia, y ante su negativa, tratando de presionarlo, todavía le escribe en los siguientes términos: “No puedo menos que censurar la posición que Vuestra Excelencia parece resuelto en sostener (muy malaconsejadamente para su patria) de no ceder nada, pero de no hacer nada tampoco para terminar esta guerra. Sólo añadiré que si Vuestra Excelencia invoca la cuestión de la legitimidad y de la Constitución de 1857 en defensa del rechazo que usted parece meditar a las ofertas de mediación, tal rechazo legitimará el empleo de la fuerza y tendrá consecuencias funestas para usted, para sus amigos y para la causa progresista. Pues a tal rechazo seguirá, si no lo anticipa, una división en su propio partido”.

Era una amenaza, pero ni así dudó Juárez, quien le respondió de este modo a Mathew: “La lucha que sostiene la nación no es por mi persona, sino por su ley fundamental… Sigo en este puesto por deber y con el noble objeto de cooperar a la conquista de la paz de mi patria. Y tengo la profunda convicción de que esa paz será estable y duradera, cuando la voluntad general expresada en la ley sea la que reforme la Constitución y ponga o quite a los gobernantes, y no una minoría audaz, como la que se rebeló en Tacubaya en 1857”.

Y a Degollado, al que primero trató de disuadir con argumentos, le escribe: “Me limito a contestarle que de ninguna manera apruebo su proyecto de pacificación, sino que en cumplimiento de mi deber emplearé todos los medios legales que estén en mis facultades para contrariarlo”. Además le pide su renuncia y no le tiembla la mano para enviarlo a un tribunal militar.

“Lo que había olvidado el demandante –dice Ralph Roeder-, era que el Presidente encarnaba una causa”. Así que lo que siguió fue la inevitable división del Partido Liberal, pero no su destrucción. 51 diputados le pidieron a Juárez que abandonara el gobierno, y 54 le dieron su apoyo incondicional. Es decir, que ganó la batalla y entonces vinieron los arrepentimientos. Doblado y González Ortega se retractaron. Los comandantes, los políticos, los amigos de Degollado como Ignacio L. Vallarta, como Melchor Ocampo y como Guillermo Prieto, todos lo condenaron. Este último le escribió: “Prescindir, en vísperas del triunfo, de la bandera que nos ha conducido hasta él; renegar de su fuerza cuando a su favor debemos el triunfo de la idea; concordar con el enemigo en la abjuración de la Constitución en el terreno revolucionario… deponer a Juárez, al bienhechor, al compañero… yo no puedo explicar esto y me abrumo porque nos has desheredado de tu gloria”. Y todavía Juárez se dio el lujo de perdonar a Degollado y readmitirlo en las filas republicanas. Y lo mismo haría con otros de sus detractores, Comonfort entre otros.

Bueno es recordar todo esto ahora que la izquierda está dividida y en riesgo de ruptura, porque el dilema hoy, como en 1860, no es entre triunfar o mantener la unidad. Lo importante es la definición para, a partir de ella, construir la unidad, la verdadera, la única viable y realmente constructiva: la que se da en torno a los principios.

Esa es otra de las lecciones de Juárez y los liberales del siglo XIX: que jamás rehuyeron a la definición y mucho menos rehuyeron sus costos.

En este caso ya hay una definición: la de AMLO y su movimiento. Por eso es fundamental hacer un nuevo esfuerzo. Ningún esfuerzo para evitar la ruptura debe escatimarse, ninguno será excesivo si se trata de evitar lo peor.

Y sigo pensando que ese es el papel del DIA, del frente político que aglutina al PRD-PT-Convergencia, empujar el gran acuerdo de unidad que concilie una estrategia exitosa con una efectiva defensa de los principios, puesto que de ese acuerdo depende -lo hemos dicho también- no solamente el que en 2012 la izquierda tenga al mejor candidato, el que realmente la encarne y garantice el cumplimiento de su programa, sino que tenga futuro, que exista y se mantenga como opción alternativa a todo lo que tenemos y hemos tenido.

Me pregunto ¿qué vale la unidad de la izquierda? Y más aún ¿qué vale su división?

Publicado en Unomasuno el 15 de marzo de 2011.

EL DISCURSO DE MOREIRA Y EL ¿TRIUNFAL? REGRESO DEL PRI


A Humberto Moreira se le olvidan los saldos del salinismo...
Si no fuera porque ya nos tienen acostumbrados a esa parafernalia, la toma de posesión del señor Humberto Moreira como presidente del PRI podría parecer, como se le está presentando por algunos priístas, como el preludio del triunfal regreso de ese partido al poder.

Pero es exactamente el mismo triunfalismo de que se jactaba hace 6 años Roberto Madrazo –ya sabemos con qué resultados-, y la realidad entonces era otra, igual que ahora, sólo que con un ingrediente adicional: que a diferencia de 2005 el temor de los priístas es tan palpable que hasta su dirigente no lo oculta cuando se refiere a “las alianzas impúdicas y las relaciones espurias”, desde luego las del PAN-PRD, producto –advierte Moreira- de una “ilegitima intervención gubernamental que pretende frustrar el anhelo de las mayorías que desean que gobierne el PRI.”

Pendiente de comprobarse desde luego tan tremenda acusación en torno de lo que según el nuevo dirigente priísta ya se prefigura como otra elección de Estado más (comprobación que pasa, por cierto, por el debate en que el movimiento de AMLO tiene metida a la izquierda), queda claro que para Moreira las alianzas provienen de una “ilegítima intervención” de Felipe Calderón y de su gobierno en contra de su partido. Y que esa va a ser la guerra a librar en el 2012.

Lo malo no sólo es que esto fuera cierto sino que el PRI se apreste a pelear con similares o peores armas. Pues, al menos por las palabras de su dirigente, no es precisamente con la verdad como pretende ganar el voto de los mexicanos. Veamos: para empezar, Moreira utilizó buena parte de su discurso en Querétaro a rememorar los “logros” de los 71 años de gobiernos priistas. “Todo lo que de tantos años de tenerlo pareciera que siempre ha estado ahí”, pero que, según él, se ha quedado atrás por culpa de una alternancia que no condujo -esto fue lo que dijo textualmente- “al gobierno que se esperaba”.

Sólo que se le olvidó agregar que la labor de desmantelamiento de las instituciones sociales de la Revolución, del laicismo y del mismo Estado no la iniciaron los panistas. Fue el propio PRI, el de los tecnócratas, el de los primeros gobiernos neoliberales. Y nunca, ni entonces ni después en el 2000 y mucho menos ahora, nadie de los priístas de la cúpula se ha atrevido a señalarlo, y mucho menos a intentar corregirlo.

Se recuerda, por ejemplo, la XVII Asamblea del PRI, la de septiembre de 1996, esa que se hizo famosa por los “candados” pero resultó la gran decepción pues en los hechos fue la tumba del reformismo colosista, es decir de la democratización del PRI. El hecho es que parecía imparable, dentro de las sesiones de dicha asamblea, la insurgencia en la base exigiendo dos cosas: el enjuiciamiento y la expulsión de Carlos Salinas, y la eliminación de su línea ideológica de los documentos básicos del PRI.

A gritos pedía el priísmo la salida del ex Presidente y no sólo hubo oídos sordos a dichos reclamos sino que hasta hubo quien lo defendió abiertamente, de tal suerte que lo único que prosperó fue la eliminación de la ideología salinista, el liberalismo social. Ese que definía Salinas como una doctrina equidistante tanto de los conservadores como de los populistas, del neoliberalismo y del estatismo. Al fin, puras palabras.

Ahí precisamente empezó a perder el poder el PRI. 1997 y el 2000 solo fueron consecuencias de aquella asamblea fallida que no tuvo los arrestos para enmendar errores y hacer el mea culpa que exigía, más que la base partidista, una sociedad defraudada y repetidamente agraviada.

Bueno, pues tan falsa y tan hueca es la visión política del “nuevo priísmo” del que tanto presumió Moreira en su toma de protesta que ahora desentierra las mismas tesis salinistas eliminadas al menos discursivamente hace 15 años, y con ellas se apresta a hacerle la guerra a sus oponentes.

Efectivamente, después de afirmar, sin el menor rubor, que “no es al pasado a lo que los priistas deseamos regresar”, arremete con el siguiente libreto: “Quienes quieren volver al pasado son los conservadores que defienden privilegios y atentan contra el Estado laico, quienes desearían volver al pasado son los nostálgicos del populismo, los que creen que la equidad social es igual a subsidios irracionales e insostenibles”. O sea, el mismo discurso priísta de los 90 y exactamente el mismo discurso de Carlos Salinas, el que le metió a fuerza al PRI siendo Presidente y el que sigue defendiendo ahora y repite una y otra vez en sus libros. ¿Ese es el PRI que se dice listo para regresar al poder? Porque todavía más sorprendente es el alarde: “El PRI –asegura Moreira- es el que puede devolver la paz y la tranquilidad a México y requiere ganar para remediar un gobierno que actúa con incongruencia e impericia al exterior y que al interior ha extraviado el rumbo”.

Ah vaya, pero ¿cómo para qué? ¿Para volver a las maneras de los gobiernos anteriores al PAN? ¿O peor aún, a las de los que gobiernan ahora mismo en los estados bajo esas siglas, empezando por el del Estado de México? ¿Y que no quienes iniciaron las alianzas contra la democracia fueron precisamente los gobernantes priístas, primero con el PPS y el PARM para aparentar el juego partidista, y luego con el mismo PAN para frenar la alternancia?

Más aún, ¿a quien pretenden engañar con esta supuesta toma de distancia del gobierno? ¿En verdad creen que podemos olvidar que las grandes decisiones del actual y el anterior gobierno fueron avaladas por el PRI? Vaya, tan lejos han llegado en esa alianza que hasta se sintieron con derechos para suscribir un acuerdo, y nada menos que teniendo como testigos a su “candidato puntero” y al secretario de Gobernación, comprometiendo al PAN a no hacer alianzas contra el PRI en el Estado de México, ¡a cambio de elevar los impuestos!

¿Y quien aprobó los presupuestos de 2006, 2007, 2008, 2009, 2010 y 2011?, ¿quien la guerra contra el narco? ¿Quien avaló la reforma energética que hoy tanto se cuestiona hasta por los propios priístas? ¿Por qué nunca hemos visto unidos al PRI y a la izquierda para frenar o modificar las grandes decisiones del calderonismo? ¿Y qué decir de la política exterior? Cuando critican la de ahora, ¿a cual quieren volver? ¿A la que mostraba una cara aquí y otra en los Estados Unidos? ¿A la diplomacia hipócrita de un Echeverría proclamándose “campeón del Tercer Mundo” con la bendición de Nixon para socavar el liderazgo de Cuba? ¿O a la abiertamente entreguista de Alemán y Díaz Ordaz?

Las privatizaciones, los despidos de trabajadores, el recorte a los derechos laborales, las reformas regresivas en materia de energéticos, del IMSS y del ISSSTE, es decir la continuación del neoliberalismo, todo eso ha sido posible por el voto de los legisladores priístas y porque contaron con la venia de sus dirigencias de 2000 para acá.

No ha sido el PRI el que ha defendido a los mineros, a los electricistas, a los padres de los niños de la guardería ABC ni a los civiles muertos en la guerra contra el narco. El PRI, hay que decirlo claramente, en todos esos temas y más, ha estado invariablemente del lado del PAN y del gobierno.

Proclaman que son una generación “nueva”, pero lo de nueva si acaso será en cuanto a edad porque las viejas mañas no sólo no han desaparecido sino que se han sofisticado. Baste un ejemplo: la gobernadora de Yucatán que para Moreira es “la reina de los gobernadores”. Lugar donde se para, lugar donde es recibida con una rechifla. Y sin embargo, ahí en el acto de Querétaro se caía en aplausos el auditorio. De ese tamaño es el alejamiento del PRI de la realidad. ¿Cómo estarán de mal que lo mejor que tienen para ofrecer en 2012 más que un candidato es un producto para vender en comerciales?

No, definitivamente no es malo que el PRI quiera regresar al poder. Lo malo es que quiera hacerlo a base de demagogia y de mentiras, parafraseando a Moreira: pretendiendo frustrar el anhelo de las mayorías que desean un mejor gobierno, una auténtica democracia y una alternativa real de cambio que no ofrece ni puede ofrecer el PRI, sencillamente porque es parte de los errores y lo vicios que hay que corregir.


Publicado en Unomasuno el 8 de marzo de 2011.

miércoles, 2 de marzo de 2011

LAS (¿NUEVAS?) LECCIONES DE LA INSURGENCIA MUSULMANA


Desde finales de los 80 cuando se dio la movilización en los países del Este europeo y la Caída del Muro del Berlín no se producía un fenómeno que despertara tantas expectativas y tanto entusiasmo.


Lo que está pasando ahora mismo en el Medio Oriente está sacudiendo al mundo. Y lo más importante de esta experiencia sobre la que ya mucho se ha hablado son sus enseñanzas. Nada nuevo en realidad. Cosas que ya sabíamos pero habíamos olvidado. Para empezar, que el principio de la soberanía popular –causa de tantas y tantas revoluciones sangrientas- se gana con hechos; que nadie otorga poder al pueblo mas que el propio pueblo y, sobre todo, que efectivamente se pueden cambiar las cosas sin necesidad de recurrir a la violencia.

No soy de los que piensa que la experiencia vivida por el pueblo egipcio, el tunecino o el libio pueda ser trasplantada automáticamente a otros países o que estemos ante una especie de “epidemia” democratizadora, porque cada país tiene su realidad y sus tiempos. Lo que sí creo es que lo que algunos han dado en llamar desde los 80 “la sociedad civil” es algo más que un mero recurso retórico siempre y cuando la gente, el individuo decida salir de su limitado espacio de individualidad y sumarse a otros en pos de un mismo objetivo o un mismo ideal común.

Es que se está tratando de presentar todo esto como algo novedoso, cuando en el fondo nada ha cambiado. Ahora son los celulares, ayer eran los panfletos y la consigna pasada de voz en voz. En resumidas cuentas, conciencia cívica. Ese ha sido, finalmente, el motor que ha animado los grandes cambios. Y la clave, ayer como hoy, es la unión de la gente, el ánimo solidario, la voluntad compartida de cambio. Pues así como hoy se censura la Internet, ayer se cerraban las imprentas. Acciones dictatoriales a cual más de inútiles cuando la gente, los ciudadanos, deciden manifestar abiertamente su rebeldía.

La rebeldía, decía Albert Camus, se concreta en el instante en que un hombre o un pueblo gritan: ¡Ya basta! Ahora bien, ¿qué factores intervienen para traspasar esa frontera? ¿Las contradicciones económicas como sostenía Marx?, ¿las políticas como decían los liberales franceses?, ¿las culturales, las sociales y hasta las religiosas? ¿O una mezcla de todas? El mismo misterio de siempre: ¿Quién sabe realmente qué es lo que prende la mecha?

En Túnez fue sí, la corrupción gubernamental imperante, el alto desempleo y las enormes desigualdades sociales, pero también la autoinmolación de Mohamed Bouazizi, un joven de 26 años que estaba harto de todo eso.

Era un graduado universitario sin trabajo que se puso a vender verduras y frutas sin licencia, y que en protesta por la confiscación policial de su improvisado y honrado medio de subsistencia se roció con gasolina y se prendió fuego. Nadie del gobierno lo escuchó. Murió el 4 de enero a consecuencia de sus graves quemaduras y 5 mil personas asistieron a su funeral al día siguiente. No fue el único en inmolarse, otro joven desempleado de Sidi Bouziz se subió a un poste de electricidad, gritó “¡No a la miseria, no al desempleo!”, tocó los cables y se electrocutó instantáneamente. La televisión y la radio, controladas por el gobierno, silenciaron los hechos. Entonces la consigna corrió como reguero de pólvora por las redes sociales: “¡Fuera los corruptos!”. Y la oleada de protestas se generalizó. El pueblo no disparó un solo tiro. Simplemente se reunió masivamente para protestar en las plazas de las principales ciudades. Y lo mismo pasó en Egipto, adonde a base de manifestaciones en 18 días cayó su presidente de 30 años Hosni Mubarak.

Ahora se sabe que una lectura inspiró estos movimientos. Fue un cómic que lleva por nombre The Montgomery Story que originalmente se publicó en 1958 para difundir las ideas de Martin Luther King acerca de la desobediencia civil pacífica. Dalia Ziada, directora egipcia del American Islamic Congress, fue la encargada de traducirlo al árabe y al farsi y distribuirlo como un mecanismo de concientización e inspiración.

Es una receta vieja eso de la resistencia civil pacífica. Con ella logró Gandhi la independencia india. Y con ella los peronistas argentinos lograron poner fin a la dictadura militar y el regreso de Juan Domingo Perón tras 20 años de exilio.

En México tenemos pocas experiencias en ese sentido y ninguna ha sido exitosa. El primer movimiento de resistencia civil lo hicieron los católicos en 1926 para presionar al gobierno de Plutarco Elías Calles y forzarlo para que diera marcha atrás en la aplicación de las leyes anti-religiosas. Precisamente la llamada Liga Nacional de la Defensa Religiosa convocó en julio de ese año a los mexicanos a “paralizar la vida social y económica del país” mediante una serie de acciones (abstención de compras no indispensables, de ir al cine o al teatro y de usar vehículos privados, entre otras), pero no funcionó, y los católicos acabaron tomando el camino violento, manteniendo al país en guerra hasta 1929.

Años después Miguel Henríquez Guzmán intentó movilizar civilmente a la ciudadanía en protesta por el fraude electoral de 1952. Rechazó los llamados a alzarse en armas y pidió a sus partidarios mantenerse en resistencia pensando que de ese modo podría empujar la transición democrática. Planeó movilizaciones en todo el país, plantones ciudadanos de protesta y una gran marcha hacia la Ciudad de México. Marcha que el Ejército se negaría a reprimir, precipitando con ello la caída del régimen priísta. Sólo que al final se negó a hacerlo, temeroso de que los numerosos radicales infiltrados en su movimiento desbordaran los planes y provocaran enfrentamientos sangrientos.

Más recientemente la resistencia civil se convirtió en estrategia de lucha de los panistas para denunciar los fraudes electorales. Luis H. Alvarez y Manuel Clouthier expresaron así su descontento con los resultados en las elecciones presidenciales en las que participaron. Y se volvió emblemática la ola de manifestaciones civiles de los años 80 en varios estados del país. Cuauhtémoc Cárdenas también planteó un movimiento pacífico contra el fraude de 1988 y en 2006 AMLO encabezó una serie de acciones de resistencia, el plantón de Reforma, el boicot contra ciertos productos y servicios, etc., como medio para presionar un reconteo de votos y luego para manifestar su rechazo al gobierno de Felipe Calderón.

Por eso es válida la reflexión sobre los movimientos del Medio Oriente y sobre las posibilidades de “contagio” a otros países –incluido el nuestro- que algunos proclaman. Sobre todo es interesante analizar la influencia que las redes sociales tuvieron realmente y tienen en todos estos eventos.

Según Kamel Jendoubi, presidente de la Red Euromediterránea de Derechos Humanos, ni en Túnez ni en Egipto “Facebook hizo la revolución, la hizo la gente. Muchas manifestaciones se convocaron a través de esta red social, pero la revolución la hicieron los ciudadanos que perdieron el miedo y salieron a las calles a decir ya basta”. Es decir, que el factor central que hizo posible el éxito en ambos casos fue la comunicación, la politización, pero sobre todo la organización de la población. Porque ni siquiera fue el hecho –que también se ha querido resaltar por algunos- de que se tratara de jóvenes los principales protagonistas de las manifestaciones, pues las revoluciones siempre las han hecho los jóvenes. Y habría que decir que no sólo fueron los jóvenes, también fue la actitud del Ejército que, sobre todo en el caso egipcio, se ha comportado al menos hasta ahora como un verdadero guardián del pueblo.

Pero la explosión popular que hemos visto en los últimos días no fue una simple cuestión de hacer llamamientos desde Facebook. Fue el producto de una conciencia nacional de protesta por años de rabia y frustración reprimida ante la corrupción y el abuso de poder.

En todo caso, por más poder movilizador que tengan el Internet y las redes sociales la organización política es fundamental. Y una lección válida de lo sucedido en Oriente Medio es algo que ya sabíamos: que si se quieren cambios, estos solamente pueden ser generados desde la propia sociedad.

El cómic de Martin Luther King en versión en español se puede leer en la siguiente página: http://www.ep.tc/mlk/index-s.html

Publicado en Unomasuno el 22 de Febrero de 2011.

AVILA CAMACHO Y EL DILEMA DE LA IZQUIERDA PARA EL 2012

Me preguntan algunos lectores a qué exactamente me refiero cuando hablo del riesgo que representa, para la izquierda mexicana, la disyuntiva de tener que escoger entre un Manuel Avila Camacho y un Francisco J. Múgica, repitiendo en 2012 el esquema de la sucesión presidencial de 1940. Y me refiero, concretamente, toda proporción guardada, al fracaso de la izquierda de aquél tiempo, del cardenismo en el poder, que no sólo se equivocó a la hora de hacer la elección de su abanderado para suceder a Lázaro Cárdenas sino que prácticamente se autoliquidó.


Decíamos también que era más correcto este parangón que el que ha inventado la derecha y que desgraciadamente se han comprado algunos izquierdistas de escoger entre un Lula y un Chávez mexicanos. Porque de lo que se trata, ahora, es de vislumbrar las posibilidades de nuestra izquierda, construir un proyecto progresista propio, y aprender también de nuestros errores.

Es que lo paradójico de esta decisión de frenar a Múgica en 1940 es que la tomaron los cardenistas para “salvar” su legado, en un balance aparentemente muy cuidadoso que hicieron de sus posibilidades y riesgos.

Sucedió que al acercarse el último tramo del gobierno del “Tata” se empezó a especular sobre quien era el más indicado para sucederlo y las fuerzas gobiernistas se dividieron entre dos opciones: Ávila Camacho, quien se jactaba se ser “moderado” y de tener nexos con la derecha; y Múgica, conocido como un izquierdista “puro”, quien era visto como el inspirador de las decisiones más importantes del cardenismo. Entonces pasa que los grupos anticardenistas cultivan a un integrante del equipo del Presidente, a un general con cierto prestigio, a Juan Andreu Almazán, éste acepta el reto de contender fuera del partido oficial y crece amenazadoramente.

El cardenismo se espanta. Teme perder el poder. Vicente Lombardo Toledano maniobra y logra convencer a Cárdenas de que, dadas las condiciones, Múgica era un verdadero peligro para México. El mundo está en plena guerra, le dice; los vientos favorecen a los Estados Unidos y si hasta la URSS defiende una estrategia de conciliación –el “frente popular”- para frenar al nazi-fascismo mediante la alianza con sus tradicionales enemigos, nuestro país no puede ser la excepción. Se ha avanzado mucho, ir más allá puede resultar muy riesgoso. Es la hora de la unidad nacional. De detener el paso tácticamente, de bajar el tono.

La izquierda independiente, los mugiquistas, protestan al sospechar la maniobra. Múgica personalmente le escribe a Cárdenas el 10 de julio de 1939 poniéndolo sobre aviso de lo que ya se ve como preparativos del fraude. Sin embargo, el Presidente no sólo no mueve un dedo para asegurar siquiera una competencia limpia al interior del PRI de entonces, del PRM, sino que lo abandona y acaba por inclinarse por Avila Camacho.

Años después, Cárdenas mismo reveló los motivos de su decisión. ”El señor general Múgica, mi muy querido amigo –explicó-, era un radical ampliamente conocido. Habíamos sorteado una guerra civil y soportábamos, a consecuencia de la expropiación petrolera, una presión internacional terrible. ¿Para qué un radical?”. Y con ese argumento, el miedo a tener como Presidente a un “radical”, se justificaba siempre el “Tata” de haberle cerrado el paso a Múgica. Obvio que dándole al apelativo “radical” un sentido peyorativo, como sinónimo de “violento” y de “destructivo”.

Era falso, desde luego. Fue un argumento político interesado. Y se lo fabricó Lombardo para favorecer a su candidato, a Avila Camacho (el candidato obviamente señalado por Cárdenas), el cual necesitaba una imagen de “moderado” para poder contrarrestar la exitosa campaña de Almazán.

Lombardo llegó a la temeridad hasta de mandar una carta a los jefes de la Internacional Comunista para convencerlos de que Múgica era “un problema” para cumplir en México el plan stalinista. Está fechada el 15 de abril de 1937, y en ella Lombardo acusó a Múgica ante el Kremlin, y también al Partido Comunista Mexicano, de “no servir a la estrategia de la Comintern”, y de obstaculizarlos, a él y a Cárdenas, que sí eran impulsores convencidos del “Frente Popular”.

La carta es crucial para entender aquella sucesión y también el destino que corrió después la izquierda porque la respuesta a ella por parte del Kremlin fue lanzar la consigna a los dirigentes comunistas mexicanos de plegarse en todo a Cárdenas y a Lombardo. Y sumarse, sin reparos, a la candidatura de Avila Camacho.

Casi todas las fuerzas izquierdistas del país eran en ese momento mugiquistas: el Bloque de Obreros Intelectuales de México, el Frente Socialista de Abogados, la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios, el Frente Socialista del Distrito Federal, el Partido Socialista de las Izquierdas y el grupo Acción Femenina. Sólo que el secretario general del PCM, Hernán Laborde, llamó públicamente a Múgica “el candidato de Trotsky”, es decir, enemigo de Stalin, y con eso lo vetó.

Y hay que agregar que el encargado de traer a México la consigna de la Comintern fue nada menos que Earl Browder, el presidente del Partido Comunista de los Estados Unidos, quien impulsó en ese país la alianza entre el PCUSA y el Partido Demócrata y simplemente “recomendó” lo mismo para nuestro país: “Evitar las diferencias... y solidificar la alianza entre obreros y campesinos como base de la unidad nacional democrática de México... unificar las filas del PRM a base de la unidad obrero-campesina en torno a la plataforma de un único candidato progresista para derrotar a la reacción”.

Así fue como quedó descartado Múgica y se aseguró la candidatura “única” de Avila Camacho, como una garantía de continuidad del cardenismo... Y desde luego, del frentepopulismo.

La pregunta que nadie se atreve no digo a responder, ni siquiera a formular es: ¿tácticamente valió la pena cerrarle el paso a Múgica por “radical” para dar paso en su lugar a un “moderado”? ¿Le sirvió al cardenismo, le sirvió a la izquierda, aliarse con sus enemigos para salvar la coyuntura y salir fortalecidos? Yo creo que el tiempo demostraría que Cárdenas, y con él todos los izquierdistas de su época, se equivocaron. Pues en los hechos, el arribo de Avila Camacho se tradujo en un freno irreparable a la Revolución Mexicana y un triunfo claro de la reacción, en el abandono del mismo cardenismo y en una etapa oscura para la izquierda, que costaría más de 10 años superar.

Lo que vivimos después, el proceso de reprivatización del campo en aras de satisfacer la gran demanda de productos agrícolas ocasionada por la guerra mundial y en detrimento de la reforma agraria tuvo su origen en esa decisión. Como consecuencia de ella, se suspendió el proceso de industrialización nacional y se inició la política de industrialización subordinada al capital extranjero. Y no sólo eso, argumentando una crisis fiscal del Estado Ávila Camacho decidió que era imposible que el gobierno subsidie la educación y se le permitió tanto al clero como a la iniciativa privada desarrollar nuevamente un sistema educativo paralelo al público. Por no hablar de los acuerdos secretos con los Estados Unidos que implicó el sostener la candidatura de Avila Camacho y hacerla “triunfar”.

Porque lo peor de todo fue que Cárdenas no dejó que el pueblo decidiera. En 1940 él eligió por el pueblo. Canceló la democracia y nos heredó los costos.

Conste que hago estas reflexiones en un contexto muy diferente al de hace una semana, cuando las amenazas de ruptura en la izquierda están pasando de ser eso, amenaza, a realidad. Y cuando se ha vuelto a poner sobre la mesa el debate sobre la división entre “moderados” y “radicales”.

Llegó el tiempo de las definiciones.

Publicado en Unomasuno el 25 de Febrero de 2011.