martes, 8 de febrero de 2011

LA IZQUIERDA EN 2012 COMO EN 1940: ¿UN MUGICA O UN AVILA CAMACHO?

La historia de la izquierda en México es, con mucho, la historia de sus divisiones y confrontaciones internas. Lo malo es que esas divisiones y confrontaciones no han tenido ninguna base ideológica sino que han sido resultado de una confrontación entre dos puntos de vista tácticos, una mera lucha de grupos: el de los que han creído que el éxito de la izquierda estriba en aliarse con el gobierno y con los dueños del poder, anulándose como oposición, y el de los que piensan que más bien deben enfrentarlos, mantenerse independientes y luchar seriamente por el poder.


Esto ha sido así desde que en 1919 se hizo el primer intento por unificar en un solo partido a todas las fuerzas progresistas de entonces y Luis N. Morones lo abortó para hacerle el caldo gordo al gobierno de Plutarco Elías Calles. Y hasta fundó su propio partido “de izquierda”, afiliado al laborismo y a la socialdemocracia sólo para darle visos de “progresismo” al proyecto callista y eliminar del juego al Partido Comunista Mexicano, que de ese modo pasó por años a la clandestinidad.

En 1939, ya lo hemos dicho aquí, hubo otro intento de unidad de la izquierda en torno a la candidatura presidencial de Francisco J. Múgica, pero se le cerró el paso a éste y se permitió el arribo al poder, aún mediante fraude, de un confeso derechista, Manuel Avila Camacho, que no sólo se jactaba de sus inclinaciones religiosas sino que hasta rechazó integrar en su gabinete a ningún izquierdista.

Es que Lázaro Cárdenas, Presidente en ese tiempo, tuvo miedo de la reacción de los agraviados por su programa de gobierno radical, vio hasta amenazas de conflicto con los Estados Unidos si se continuaba por esa vía, y optó por aliarse con quienes habían sido sus adversarios ideológicos para acordar con ellos un candidato de transacción. Un “moderado”, un “centrista”. En realidad el enterrador del cardenismo y de los principales logros de la corriente social de la Revolución… con la venia de Cárdenas y también del Embajador norteamericano.

Esa es la historia de la candidatura de Avila Camacho de acuerdo con la historiadora Raquel Sosa. Ella hurgó en los archivos oficiales norteamericanos y asegura, en base a ellos, que fue iniciativa de Josephus Daniels promover a Avila Camacho y “poner su nombre en circulación”. Y lo que es más, a él le atribuye la aparición de un “misterioso” manifiesto que llenó las calles de la Ciudad de México en julio de 1938, destapando por vez primera esa candidatura.

Lo peor de todo es que los primeros que se le sumaron fueron los “izquierdistas”, los militantes del Partido Comunista. Fue el colmo de la abyección. Con tal de subirse al carro oficial y gozar de algunas ventajas los jefes comunistas no dudaron en buscar a Múgica para pedirle que se prestara a una simulación. Le sugirieron que se disciplinara al elegido de Cárdenas y que se mantuviera “disponible”. Ellos no querían entrar en pugna con el Presidente pero sabían muy bien que Avila Camacho era un conservador “y hasta reaccionario”, así que tarde o temprano romperían con él y entonces Múgica podía ser su bandera. El hombre reaccionó violentamente, y señalándoles la puerta de su oficina les gritó: “¡Yo no soy bandera de..., fuera de aquí!”. Acto seguido, elaboró un texto renunciando a su candidatura, un documento que es muy esclarecedor. Está fechado el 14 de julio de 1939 y contiene la más contundente condena no sólo del repliegue del gobierno cardenista sino de la corrupción del Partido Comunista, a cuyos directivos les reprochó Múgica, no sin cierta decepción, el haberse convertido en “instrumentos de una política de imposición”, el estar dispuestos a “todas las transacciones con tal de alcanzar el poder” y el haber cambiado “el entusiasmo por el ideal abstracto y de altura, por el mezquino interés egoísta”.

En ese manifiesto escondido, con frecuencia olvidado, Múgica denunció, categórico, que “el Partido Comunista, escudado tras un sofisma trivial de táctica de lucha, olvidó su misión histórica de partido de vanguardia y entrega sus intereses vitales a grupos de vergonzante tendencia centrista, llegando a perseguir a aquellos miembros disidentes que, rebelados contra la consigna, pretenden luchar por la integridad de su doctrina”. ¡Vaya una lección! ¡Toda una enseñanza!

Esto viene a relación porque la encrucijada en que se encuentra la izquierda hoy, de cara al 2012, es muy similar a la que vivió entonces -hace más de 70 años-, y plantea, otra vez, el falso dilema de “las dos” izquierdas.

Sí, porque lo que se dice ahora por parte de algunos militantes de la izquierda es lo mismo que decía Vicente Lombardo en 1940: que necesitamos un proyecto “moderado”, que el “radicalismo” es impolítico y espanta a los electores. Y ya están en busca de un “Lula mexicano” que sea capaz no solo de mantener al fiel elector perredista sino de captar a algunos priístas y hasta a los panistas.

El argumento es, otra vez como en 1940, que un candidato “izquierdista” es imposible que gane la Presidencia, y lo que es más, que si a pesar de todo ganara, nos puede meter en graves problemas.

Ese fue también, por cierto, el argumento con el que se planteó hace 11 años el “voto útil” que hizo posible el triunfo de Vicente Fox sobre el PRI y sobre Cuauhtémoc Cárdenas. Desde hacía tiempo un grupo de intelectuales y políticos, la mayoría afines al salinismo, venían trabajando en ello, en la elaboración de un “Proyecto Alternativo” para meter en un solo costal a la izquierda y a la derecha. Es el caso de Roberto Mangabeira y Jorge Castañeda, entre otros, a quienes se debe la creación de un “eje” para una tercera vía latinoamericana, lo que se llamó el “Consenso de Buenos Aires” –aparente contraparte del “Consenso de Washington”-, en realidad otro intento más del neoliberalismo por sobrevivir, sólo que esta vez con máscara “progresista”.

Digo máscara porque ellos sostenían que querían constituir una alternativa entre la izquierda “tradicional”, la populista, considerada estatista, y las fuerzas neoliberales. Pero no era nada nuevo, era el mismo discurso salinista de los años 90: “liberalismo social” se le llamaba entonces. Hoy creo que le dicen “alternativa progresista”. En realidad la misma vieja tesis lombardista de que en México un proyecto de izquierda “pura” es imposible, por lo que hay que “matizarlo”, “moderarlo”, llevarlo más bien al centro. Igual que hicieron Lula en Brasil, Lagos en Chile o De la Rúa en Argentina; los tres, por cierto, miembros del “Consenso de Buenos Aires”.

Lo que con frecuencia se olvida, empero, es que los movimientos políticos se deben a los principios y a la causa que inspiraron su creación. De ahí la importancia de demostrar que existe el pueblo, y que cuenta.

Si no se entiende que para un partido, que para un movimiento, hay derrotas peores que la de una elección; perder el rumbo por ejemplo, o la identidad, lo que se ve venir es algo muy grave: la eliminación por muchos años de la izquierda como actor político y por ende de la verdadera oposición que existe en el país, ya no se diga como alternativa de poder.

La verdad es que tampoco debiera ser dilema para la izquierda su candidatura presidencial, pues la competitividad no puede resolverse a costa de los ideales y los principios. Y lo que la izquierda necesita es una candidatura que le sirva realmente, más allá del resultado electoral.

Creo que está bien buscar a un Lula pero, toda proporción guardada, mucho bien nos haría releer antes nuestra propia historia y recordar ejemplos –y lecciones- como el de Múgica en aquellas elecciones de 1940… No vaya a ser que buscando a nuestro Lula acabemos generando un Avila Camacho. O peor aún, un Lombardo Toledano.

Publicado en Unomasuno el 8 de febrero de 2011.

IZQUIERDA A LA MEXICANA; LA ESCUELA DE LOMBARDO

Vicente Lombardo, Cándido Aguilar y Miguel Henríquez negociando la alianza de la izquierda en 1952.
Ya hemos dicho aquí que Vicente Lombardo Toledano sostenía que la única izquierda posible en nuestro país era la que practicaban los gobiernos revolucionarios; es decir la de Cárdenas, Avila Camacho, Alemán, Ruiz Cortines, López Mateos ¡y Díaz Ordaz!. Según él, no estábamos preparados para algo más, y como México dependía de los Estados Unidos, como era un “país satélite”, sólo podía aspirar a eso y a los mexicanos no nos quedaba de otra, no había remedio, sino colmar la Revolución Mexicana en la etapa que se encontraba.


Extraordinario orador, hábil manejador de la palabra, el 14 de octubre de 1945 llegó a decir, tratando de aclarar la táctica que aconsejaba: “En México la táctica de la clase obrera consiste en apoyar el régimen de la Revolución independientemente de sus errores y de sus fallas... Creer en la táctica de la lucha de clases sin cuartel, es un error. La táctica revolucionaria en nuestros pueblos es la Unidad Nacional”. Y con ese discurso consiguió hasta crear su partido, el Partido Popular, sostenido por Gobernación para ayudar al PRI a aparentar una democracia, y secundándolo no solo con todos sus candidatos presidenciales sino en todas sus decisiones importantes, incluso las más discutibles, como la represión contra los ferrocarrileros y los maestros en 1958, y contra los estudiantes en 1968.

Esto implicaba, desde luego, cancelar cualquier otra vía que no fuera la oficial, pero la coyuntura favorable se la había ofrecido la resolución del VII Congreso la Internacional Comunista del 2 de agosto de 1935, que adoptó la estrategia del “Frente Popular”, la cual era una estrategia que según Jorge Dimitrov dejaba a cada país la definición de su propio camino para hacer la revolución comunista. Y Lombardo, que estaba en Moscú cuando Dimitrov hizo ese anuncio, declaró: “Me llené de júbilo al ver confirmadas en sus palabras muchas de las apreciaciones que yo había hecho respecto de la táctica del Partido Comunista fuera de la URSS. El panorama del Frente Popular me pareció una promesa de una victoria mundial para el proletariado, y desde el primer instante tomé la resolución de regresar a México para luchar con mayor entusiasmo que nunca a favor de la unidad del proletariado de México, de la América Latina y de las dos Internacionales, la de Moscú y la de Ámsterdam”.

Curiosamente, esta idea chocaba con la que tenía Lázaro Cárdenas, quien como Presidente llegó a decir: “Lo principal de la nueva fase de la Revolución es la marcha de México hacia el socialismo”. Y con los años se radicalizó aún más, al grado de sostener que para corregir las desviaciones de los gobiernos post-revolucionarios lo que se necesitaba era otra revolución, por lo que hay que decir que en 1952, cuando se dio la posibilidad de hacerla o al menos de empujar un movimiento de oposición progresista mediante una alianza de izquierda abanderada bajo la candidatura de su amigo el general Miguel Henríquez Guzmán, cuando Lombardo la abortó siguiendo sus ideas y sus compromisos, esta fue la opinión que le mereció al “Tata” la actitud divisionista de Lombardo: “Actuar políticamente bajo influencias extrañas a los intereses sociales de la Revolución es traicionar al pueblo”. Y: “Con la Revolución y la oposición divididas se debilita la fuerza electoral de los candidatos y hace nugatoria la realización de programas definidos”.

El papel de Lombardo en esas elecciones es muy interesante. Congruente con su táctica de trabajar para el régimen priísta, simuló estar interesado en hacer la gran alianza de la izquierda. Hubo intentos por sumar a esa alianza al PAN, pero como la idea de Henríquez era un movimiento progresista, se descartó.

El plan aliancista fue planteado de este modo por Ignacio Ramos Praslow, dirigente del Partido Constitucionalista: “En primer término, habría que establecer un programa que sea como el denominador común... Una siguiente etapa, necesarísima, sería la coordinación de candidaturas para diputados y senadores. Finalmente se llegaría a la consolidación de lo obtenido, unificando todas las fuerzas independientes en torno de un solo candidato presidencial”.

Había dos precandidatos de la izquierda: Lombardo y Henríquez, y sin embargo para esas alturas nadie tenía dudas de quien sería ese candidato. El más popular, el que contaba con bases organizadas en todo el país y representaba además un proyecto nacional definido era Henríquez, así que cuando empezaron las pláticas de los representantes del Partido Comunista, del Partido Obrero Campesino, del Partido Constitucionalista y del Partido Popular, todos asumían que Lombardo acabaría declinando dejándole el campo libre a Henríquez.

Las pláticas empezaron pues, en marzo de 1952, y el tiempo empezó a correr. Se avanzó en la elaboración de una Plataforma Común y se logró un acuerdo en torno a las candidaturas para diputados y senadores. Quien más pedía, desde luego, era Lombardo: 54 diputados y 23 senadores para su partido; 38 diputaciones y 8 senadores para el Partido Comunista; 12 diputados y un senador para el Partido Obrero y Campesino... es decir, la mayoría del Congreso y, prácticamente, el control del gobierno de Henríquez. Y éste aceptó hasta eso, mientras los días pasaban y Lombardo no cedía.

Es que los planes de Lombardo eran otros: no aceptaba a Henríquez y decía que él era mejor opción pero no porque él pensara en ser un candidato para ganar; lo que él quería realmente, pero ocultaba, era ayudar al PRI y negociar al final ventajas a cambio de su declinación en favor de Ruiz Cortines. Ese había sido su acuerdo con el abanderado priísta y con Miguel Alemán, como quedaría en evidencia años después. Roberto Blanco Moheno ha revelado que a él le confirmó Enrique Rodríguez Cano, secretario privado de Ruiz Cortines, que “Lombardo Toledano actuó siguiendo instrucciones de don Miguel (Alemán), y de perfecto acuerdo con don Adolfo el Viejo, al lanzarse a una ridícula campaña electoral ‘para la presidencia de la República’” (Impacto, 14 de mayo de 1980). Y Vicente Fuentes Díaz, un lombardista insospechado, reconoció que su candidatura “fue una manera estratégicamente bien planeada de ayudar a despejarle el camino al austero patriota don Adolfo Ruiz Cortines" (Excélsior, 3 de junio de 1987).

Y si bien los oposicionistas no cayeron en la trampa y se negaron a aceptar la candidatura de Lombardo, éste siguió solo y el mal lo hizo. Una vez consumado el fraude fue el primero que le levantó el brazo a Ruiz Cortines, y después de a él se los levantó, consecutivamente, a López Mateos y a Díaz Ordaz, cancelando u obstaculizando cuanta oportunidad de oposición real se presentaba.

Decíamos la semana anterior que había una línea común que mezclaba a la izquierda con el neoliberalismo y con los nombres de Carlos Salinas e Inazio Lula. La verdad, como hemos visto aquí, es que la línea parte de más atrás, de Lombardo precisamente, y de su idea de que como la izquierda por sí sola es incapaz de ganar una batalla en este país tiene que aliarse con el poder, tiene que someterse al gobierno, para obtener ciertos logros.

Y no hay que olvidar que el colmo de esa línea fue la resolución del Comité Central del PCM del 7 de abril de 1938, empujada por Lombardo y aceptada por la Internacional Comunista: “El Partido Comunista Mexicano –se afirmaba en ella- dará su más enérgico apoyo al Partido de la Revolución Mexicana y todos los comunistas pertenecerán a ese Partido.... El Partido Comunista acepta y respalda la Declaración de Principios y el Programa de Acción del PRM y los comunistas acatarán su disciplina y Estatutos. El Partido Comunista no lanzará candidatos independientes y apoyará a los candidatos del Partido de la Revolución Mexicana”. Firmaban el documento, Hernán Laborde, Valentín Campa, Rafael Carrillo, Miguel A. Velazco, Blas Manrique y Tomás Cueva, entre otros.

Quien quiera oír que oiga.

Publicado en Unomasuno el 1 de febrero de 2010.

LA IZQUIERDA MEXICANA… ¿ENTRE SALINAS Y LULA?


Decíamos en ocasión anterior que en el debate sobre el futuro de la izquierda mexicana, y en la exaltación que se hace de la izquierda “correcta” y “viable” casi nadie habla de las debilidades y los saldos de los dos paradigmas de esa izquierda, el chileno y el brasileño, que dividen la opinión de los analistas.


No por nada en el caso de Chile, con todo y los altos índices de popularidad de Michelle Bachelet, fue tan estrepitoso el fracaso electoral de la alianza izquierda-derecha que gobernó los últimos 20 años. ¿O es que había gran diferencia entre el candidato de la Concertación y el de la oposición que finalmente ganó? Conste que esa es sólo una parte de la crítica. Porque el secreto del “éxito” de la Concertación, su conciliación con el modelo heredado de Pinochet, es el mismo secreto que permitió el retorno de la derecha al gobierno chileno sin siquiera haber convocado a una Asamblea Constituyente para permitir que ese país tenga una Constitución democrática y no un remedo de aquella que impuso la dictadura; sin haber roto con el modelo económico ni conseguido desarticular la derecha originaria de la dictadura militar. Antes bien Chile, mostrado por las instituciones financieras internaciones como el modelo supuestamente bien logrado de implementación de las políticas de libre mercado, vuelve a manos de los que las formularon e implementaron durante la dictadura pinochetista.

Pero los publicistas de la derecha “progresista” no sólo nos han recetado por años el ejemplo chileno. También entornan los ojos cada que se habla del ”paraíso” brasileño. Y Lula es hoy no sólo el modelo del izquierdista “exitoso” –a los ojos de esa derecha- sino el ejemplo a seguir por todos aquellos que se ostentan como izquierdistas “renovados” o “modernos”. No por nada fue escogido como "Hombre del Año" entre 2009 y 2011 por prácticamente todos los más influyentes periódicos y revistas del mundo. Y ahora se dice que aunque no se reeligió él fue quien ganó la última elección, no su sucesora, y que sus niveles de popularidad nunca antes se habían visto en Brasil.

El caso es que los panegiristas del lulismo se olvidan que los rasgos más exitosos de ese gobierno se los dio su cercanía con los procesos de integración regional –con los satanizados Venezuela, Ecuador y Bolivia- y que si el gran legado de su gobierno ha sido cuestionado fue por lo que tuvo de continuidad de las políticas macroeconómicas de su antecesor, F. H. Cardoso, uno de los exponentes más caros del neoliberalismo latinoamericano. Al grado de que hasta el sociólogo Emir Sader, adicto a Lula, ha tenido que reconocer que su régimen no alteró las relaciones de poder heredadas, y que si bien se trata de un gran líder de masas, su problema fue que careció de ideología. “Nunca se sintió vinculado –escribió hace poco- a la tradición de la izquierda, ni a sus corrientes ideológicas, ni a sus experiencias políticas históricas. Se afilió a una izquierda social -si podemos considerarla de ese modo-, sin tener necesariamente vínculos ideológicos y políticos con ella. Buscó mejorar las condiciones de vida de la masa trabajadora, del pueblo o del país, según su vocabulario se fue transformando a lo largo de su carrera. Se trata de un negociador, de un enemigo de las rupturas, por lo tanto, de alguien sin ninguna propensión revolucionaria radical”.

En ese mismo tenor, otros sociólogos como Atilio Boron han calificado al gobierno de Lula como “centroide”, meramente retórico, porque en realidad estuvo gobernando para que los ricos fueran más ricos y los bancos ganaran más dinero. Y lo sustenta: sólo en el año 2004, los bancos brasileños tuvieron la tasa de ganancia más extraordinaria de toda la historia de Brasil. Y en el 2005 volvieron a ganar igual.

En efecto, si algo le han reprochado sus propios correligionarios a Lula es el haber renegado de los ideales del Partido del Trabajo para poner la estabilidad macroeconómica y los intereses del capital muy por encima de las reformas sociales prometidas. Lo que no significa que el “éxito” económico no sea real. Lo que pasa es que todos esos grandes logros económicos se hicieron sin tocar a la estructura social, y con el aplauso de los grandes empresarios y del FMI el gobierno de Brasil practica tasas de interés muy elevadas para gran beneficio de los capitales especulativos internacionales. O sea que ese “éxito” tiene como contrapunto el mantenimiento, incluso el incremento, de las desigualdades sociales y de renta, lo que constituye uno de los principales problemas democráticos reales del país haciendo del Brasil hoy una especia de “Suiza-India” que reúne en el mismo territorio rentas extremas. Y lo malo –al menos eso dicen sus críticos- es que Lula no actuó sobre esas desigualdades estructurales sino antes bien, durante su mandato, las rentas de los más pobres aumentaron de manera notable y las de los ricos todavía más. Según el economista Pierre Salama el número de brasileños con más de mil millones de dólares en activos financieros creció más de 19% solamente entre 2006 y 2007. Y Frei Betto, quien fue asesor de Lula, hasta enlistó sus saldos negativos: no solo no abrió, en sus 8 años de mandato, los archivos sobre los años de la dictadura ni apoyó iniciativas para entregar a la Justicia a los responsables de los crímenes de aquella época sino que no intentó ninguna reforma estructural, como la agraria, la política, la tributaria, etc. Por si fuera poco, la inversión en educación no superó el 5% de PIB, cuando la Constitución exige al menos el 8%. Y aunque el acceso a la enseñanza elemental se haya universalizado, el Brasil está a la par, según la ONU, de Zimbabwe en materia de calidad de educación. Por otro lado, más del 50% de las viviendas del país no tienen saneamiento, y el Sistema de Salud continúa siendo deficiente; y algo peor es que está siendo privatizado progresivamente y como resultado de ello hoy 44 millones de brasileños están inscritos en planes de salud de la iniciativa privada.

En resumen, se podría decir que la política de Lula conjuga una política macroeconómica neoliberal y una política social asistencialista a modo del “sistema”, nada extremo ni radical, razón por la cual el ex-sindicalista es considerado por Wall Street y gran parte de las elites globales como uno de los mejores presidentes latinoamericanos.

En el mejor de los casos se podría calificar su gestión, como dice otro sociólogo, Michael Löwy, de “social liberalismo a la brasileña”. O quizá de “liberal-desarrollismo”. Pero no más.

Lo interesante es que ese modelo de “liberalismo social” lo encarnó en México nada menos que Carlos Salinas. Y tampoco es casual la estrecha relación que mantiene el ex Presidente con Roberto Mangabeira, ex ministro de Asuntos Estratégicos de Lula, con quien incluso escribió al alimón hace unos años un famoso ensayo y hasta intentó empujar una “tesis alterna” al neoliberalismo y el populismo a la que llamaron “la Segunda Vía”; no otra cosa que un izquierdismo funcional o un neoliberalismo con apariencia de izquierda, o mejor aún “de progresismo”. Sólo recordemos los discursos de Salinas.

Y Mangabeira, por cierto, no sólo coincidió con el salinismo sino que apoyó el arribo de Vicente Fox, del que dijo hace 10 años: “Todo político serio debe ser capaz de una traición política. La cuestión es de qué manera se traiciona y con qué fines. Yo le expresé a Fox que sería un error ponerse a cumplir con todos los requisitos del PAN... Creo que él más o menos siguió esa estrategia. Las cosas han ocurrido justo como yo lo esperaba: Los panistas cedieron frente a él... mi punto de vista es que Fox tiene más madera de izquierdista que los actuales izquierdistas mexicanos”.

Lo más curioso es que Mangabeira no ha variado mucho de su idea ni de la política ni de la izquierda mexicanas. Entonces, ¿qué significado tiene este revoltijo de izquierda con neoliberalismo, con Salinas y con Lula? Lo intentaremos abordar en otra ocasión más ampliamente.

Publicado en Unomasuno el 25 de enero de 2011.

LA IZQUIERDA MEXICANA EN SU LABERINTO

Vicente Lombardo y Lázaro Cárdenas "nacionalistas revolucionarios"
Algo que ha hecho mucho daño a la izquierda mexicana es la resistencia de muchos de sus militantes a definirse como izquierda. Siempre han usado todos los subterfugios posibles para evitarlo y se han llamado de todas las formas posibles, menos izquierdistas. Es el caso de Lázaro Cárdenas y de Vicente Lombardo, caracterizados de “nacionalistas revolucionarios” para ocultar sus tendencias izquierdistas pero también de los comunistas digamos “formales”, me refiero a los militantes del Partido Comunista Mexicano (PCM), que primero aceptaron sumarse al PRM cardenista en aras del “frente populismo” y luego llegaron al extremo hasta de cambiarle el nombre del PCM, primero por el de PSUM y luego por el de PMS, ni más ni menos que para subir sus porcentajes de votación y “adaptar su socialismo a las traiciones mexicanas”, según acuerdo que se tomó en la última sesión del PCM, el famoso XX Congreso Nacional del 5 de noviembre de 1981. Y todavía vendría otra resolución, la del II Congreso Nacional del PMS del 14 de marzo de 1989, que aprobó la propuesta de asumir el nombre de Partido de la Revolución Democrática Y adoptar los documentos básicos de ese partido, que en esencia abandonaba algunos elementos del bagaje tradicional de la izquierda y proponía la reivindicación del programa del priísmo más avanzado.


Polvo de aquellos lodos lombardistas que preconizaban, allá por los años 40, que en México era imposible un gobierno de izquierda puro, muchos menos socialista, porque la única vía posible era la Revolución Mexicana. Así que todo lo que se hiciera contra ella era contrarrevolucionario, antipopular… e ilusorio. Por nuestra idiosincrasia y, desde luego, por nuestra vecindad con los Estados Unidos.

Cuauhtemoc Cárdenas lo advirtió desde su campaña presidencial de 1988, aclarando las dudas acerca de la herencia de su padre, el general Cárdenas: “No veo –aseguró en esos días- por qué se hable de socialismo ni creo que lo realizado por mi padre en el país sea socialismo, aún cuando algunas gentes lo pudieran calificar así; fue simplemente la aplicación de la norma constitucional y el cumplimiento de los principios de la Revolución Mexicana”. Y por razones como esa los comunistas han trabajado en México por una “democracia de trabajadores”, luego por la “atinada izquierda dentro de la Constitución”. Más recientemente por el “nacionalismo revolucionario”, es decir por el programa del PRI. Por todo, menos por el socialismo. Y por supuesto nada que huela a radicalismo. Que no vaya a ser que se espanten los electores, y que se enoje el vecino del norte.

Lo denunciaron en su momento numerosos líderes y luchadores históricos, que acabaron siendo disidentes; entre otros Othón Salazar, el viejo líder de la disidencia magisterial de los cincuenta, ya muerto. Marcelino Perelló y Luis González de Alva, ex dirigentes del 68. O Rosalbina Garabito, ex guerrillera y ex fundadora del PRD, autora de “Apuntes para el camino, Memorias sobre el PRD”, un crudo testimonio histórico sobre el principal partido de izquierda en México que concluye con una sentencia: “Si la izquierda no hace la autocrítica sobre sus errores difícilmente surgirá esa izquierda que muchos deseamos y que para el país es más que necesaria”. Por lo que recuerda: “Todo empezó cuando Cuauhtémoc leyó el documento donde entre otras cosas proponía que ‘para superar los problemas que el país y el pueblo enfrentan (…) es indispensable llevar a la práctica el proyecto nacional de la Revolución Mexicana que se expresa en la carta constitucional del 17 y en la proyección de sus principios’… Nada nuevo… La única novedad es que la confluencia de un movimiento social -el que nació este 6 de julio- con todas las fuerzas políticas de la izquierda nacional lo han adoptado como programa y se lo han tomado en serio. No se trata de reeditar al PRI fuera del PRI, se trata de partir de lo que somos como nación para transitar hacia nuevas metas de soberanía, democracia y justicia social. Más allá de cualquier doctrinarismo, este programa también es socialista”.

Y no es la única. Son de sobra conocidas las críticas ni más ni menos que del propio Cuauhtemoc Cárdenas al proceso refundacional que vive actualmente su partido, al que ha llamado “un partido sin definición ideológica, sin rumbo político y guiado por un creciente oportunismo”. Y todavía resuenan los reclamos de Epigmenio Ibarra en un artículo cuyo nombre lo dice todo: “Crónica de un suicidio anunciado”: “Paso a paso –sostiene en él- la izquierda camina a su autodestrucción. Cegados por la ambición; por ese puñado de votos que, si siguen por este camino, nunca conseguirán, los dirigentes van demoliendo hasta sus propios cimientos no sólo esfuerzos y organizaciones construidas con el sacrificio y la sangre de generaciones de militantes y luchadores de la izquierda sino, sobre todo, las posibilidades reales de una transformación profunda del país. Los instintos suicidas, tan característicos en la historia de la izquierda mundial, se multiplican en la izquierda mexicana a tal grado, tanto por el éxito como por el fracaso electoral, que terminan haciendo, sus propios dirigentes y militantes, el trabajo sucio de la derecha”.

Porque si en algo coinciden los autocríticos de la izquierda con sus críticos es en que la crisis no es exclusiva de la izquierda mexicana sino de toda la izquierda, sobre todo la latinoamericana. Los más aventajados sin duda, dentro de los segundos, Jorge Castañeda y Marco Morales, hablan por eso de “Lo que queda de la izquierda”, título de su libro de reciente aparición. Y hasta acuñaron un concepto: el de la izquierda “buena” y la “mala”. La primera la que es moderna, abierta al mercado, democrática, “civilizada”. Y la mala la de “los radicales”, la de Hugo Chávez y Evo Morales, y desde luego Fidel Castro.

Lo que pasa es que si bien en nada ayudan los rasgos autoritarios de estos últimos, sus desplantes populistas que recuerdan al viejo PRI y a próceres de ese partido como Plutarco Elías Calles, el alegato a favor de “la verdadera izquierda” se ha convertido hasta por los propios izquierdistas -quien sabe por qué artes- en un alegato en favor del capitalismo democrático-liberal y de quienes desde la izquierda se avienen a sus dictados y en contra de la izquierda “dura”, "vociferante" que propugna por un cambio de ese modelo y cuyos proyectos se hacen ver como inviables, casi una locura.

Es decir, que hay una izquierda “correcta” y “viable”, “blanda” le llama Castañeda: es la que “ajusta” su ideología para asimilarse al “mundo real”; la que se adapta al sistema, acepta sus reglas y entra al juego de intereses. Esas son las izquierdas a las que se define como “modernas” y han resultado exitosas, las reformistas, las que “descubren” los beneficios del dominio del mercado, las que emprenden modificaciones pero “sin exceder los límites”. Aquellas que ponen el énfasis en disminuir la desigualdad y la pobreza, que aplican programas sociales sin pretender modificar el esquema de dominación establecido por la globalización imperante, que han renunciado a "estridencias" como el nacionalismo y que además se llevan pragmáticamente bien con Estados Unidos.

Castañeda lo resume de este modo: "Si la izquierda de la región persevera en el camino de la sensatez y moderación, de la democracia y el mercado, de la inserción en el mundo real y del rechazo a las quimeras tropicales -en obvia referencia a Hugo Chávez y Fidel y Raúl Castro, pero también a Andrés Manuel López Obrador- puede contribuir enormemente a ese cambio del mundo real".

Sólo que nadie habla de las debilidades y los saldos negativos de los dos paradigmas de la izquierda “moderna”, el chileno y el brasileño. Y bueno sería incorporar en este debate sobre el futuro de la izquierda mexicana el análisis de estos dos casos. Pues si bien la reconstrucción de nuestra izquierda pasa por la salvación del PRD y por la redefinición de la política de alianzas con el PAN, no puede eludirse el ver los que pasa en otros lugares. Y lo haremos en próxima entrega.

Publicado en Unomasuno el 18 de enero de 2011.

LECCIONES DEL HENRIQUISMO: LA IZQUIERDA DIVIDIDA Y ALGO MAS



Decíamos la semana anterior que en su libro de memorias Cuauhtémoc Cárdenas ofrece algunos elementos interesantes para entender el último medio siglo de nuestra historia y particularmente sobre la campaña política de 1952 y su dramático desenlace ofrece una versión digna de analizarse.


El Ingeniero Cárdenas habla de las razones del distanciamiento entre Miguel Henríquez y Lázaro Cárdenas, del por qué este último no apoyó abiertamente al henriquismo, y su explicación parte del problema de las dos facciones que conformaron el movimiento opositor: la revolucionaria de izquierda y la empresarial centrista. La primera, conformada por políticos de la talla de Francisco J. Múgica y Graciano Sánchez, ligados al gobierno de su padre el general Cárdenas, empujados al henriquismo por este para reivindicar la ideología de la Revolución frente a las desviaciones del alemanismo. Y la segunda, conformada por hombres de negocios, contratistas del gobierno, ex funcionarios y diplomáticos amigos del hermano del candidato, de don Jorge Henríquez, que compartían intereses económicos con el alemanismo y sólo querían el poder. Y afirma Cuauhtémoc que el predominio de esta corriente dentro del henriquismo fue factor fundamental para el alejamiento de Cárdenas de su amigo.

Esto es interesante porque, efectivamente, la opinión de personajes como Antonio Espinosa de los Monteros, Pedro Martínez Tornel, Roberto Molina Pasquel, y desde luego don Jorge, resultó clave a la hora de tomar las decisiones definitivas de aquella campaña. Sin embargo, sus diferencias con los cardenistas no se redujeron a las ideas políticas sino que implicaron algo todavía más importante: la manera de enfrentar el fraude electoral. Y es que mientras los cardenistas siempre se mostraron decididos a defender el voto al costo que fuera, la facción moderada enderezó su labor, desde un inicio, a convencer al general de que era imposible un Presidente de izquierda en este país. Le aseguraron que si quería ganar necesitaba “correrse” al centro y relegar al Partido Comunista, al Partido Obrero Campesino y al propio Cárdenas. También le dijeron que no bastaba con llenar plazas ni con llenar urnas con votos pues el poder real lo tenían otros, así que si no se negociaba con ellos era un sueño pensar en un triunfo puramente democrático. Y cuando finalmente sobrevino el fraude lo persuadieron de seguir adelante con el argumento de que una propuesta radical, que además no descartaba el uso de la violencia, no sería bien vista por el gobierno norteamericano. Y Henríquez simplemente acató.

Hay que recordar que la tarde del 7 de julio de 1952 se le presentó al general Henríquez la disyuntiva de alzarse o aceptar “la realidad”, y que mientras las policías gubernamentales mataban henriquistas en todo el centro de la ciudad, los cardenistas, entre ellos varios generales, le presentaron un plan para tomar el poder. Sólo le pedían que se retirara a un lugar seguro, que los dejara actuar, y esa misma noche entraba a Palacio Nacional. Hasta el jefe de las fuerzas militares del gobierno se puso esa tarde a las órdenes de Henríquez, pero éste, temeroso de desatar un baño de sangre, se negó a dar la orden y en cambio recorrió las calles para calmar a sus partidarios y rogarles que se devolvieran a sus domicilios.

Fracasado este intento, el 11 de julio el PCM lanzó un manifiesto llamando a la rebelión y se le propuso al general un nuevo plan: la instalación de un Congreso con los diputados y senadores henriquistas en Apatzingán, nada menos que en la finca de los Cárdenas, y su proclamación ahí como Presidente Legítimo mientras grupos de agitadores perfectamente organizados paralizarían la vida de la Nación, atacarían puntos vitales, destruirían las comunicaciones y en el momento decisivo don Lázaro lanzaría públicamente su respaldo a la causa democrática, precipitando con ello la capitulación del régimen.

Pero llegó el 12 de septiembre, fecha límite para la calificación de las elecciones, y el Congreso “legal” hizo ese día efectivamente la calificación dándole el triunfo al candidato priísta Adolfo Ruiz Cortines. El país está en ascuas. Desde esa fecha hasta noviembre de 1952 se viven momentos clave. Son días de gran tensión porque, como bien recuerda Cuauhtémoc Cárdenas, “empezaron a correr versiones de que el general Henríquez convocaría a un levantamiento armado para imponer respeto al voto de los ciudadanos”. Y agrega que “en aquel momento llegué a creer que, efectivamente, el general Henríquez llamaría a quienes lo habían apoyado a rechazar el resultado oficial de las elecciones y que por la vía de la fuerza tomaría el poder (pero) empezó a correr el tiempo, pasaban las semanas y los meses, y empezó a tenerse la impresión de que Henríquez estaba jugando a que era Presidente electo, pues no tomaba ninguna decisión; tomó posesión el nuevo gobierno… y el levantamiento nunca llegó”.

La cuestión es que al final tuvimos dos Presidentes, uno “espurio” instalado formalmente en el poder, y otro “legítimo”, proclamado por sus partidarios. Y una gran frustración ciudadana. Porque nada cambió.

Algo digno de mencionarse es que el testimonio del Ingeniero Cárdenas coincide con el de otros muchos henriquistas que vieron en la actitud de su candidato, al menos, falta de decisión. El hijo del general Múgica por ejemplo, Janitzio, recordaba que su padre don Francisco J. era de los que más querían, “a la fuerza, imponer lo que suponían la victoria”. “Sin embargo –esto lo contó en una conferencia en Jiquilpan, en 1984-, entre quienes no entran en esa mayoría con la misma resolución, está el propio candidato a la Presidencia... Nada se hubiera ganado con lanzarse a una aventura si no hubiera habido la decisión del abanderado de esa lucha. Y ese abanderado nunca da la señal” (Excélsior, 30 de enero de 1996).

¿Y qué pensaba el “Tata” al respecto? De eso no habla su hijo, si bien existen varios testimonios que refieren cuál fue su actitud en esos días.

Don Jorge me aseguró que el ex Presidente estaba listo para iniciar la revuelta, pero como la dirección la iban a tener los comunistas, esa fue la razón por la que tanto él como el general se negaron, por considerarlo un suicidio. En abono de esta tesis, Roberto Blanco Moheno escribió que cuando fue a entrevistar a don Lázaro a Apatzingán, uno de sus hombres cercanos, el profesor Roberto Reyes Pérez, le dijo, sin recato alguno, que “dentro de unas semanas estaremos en la sierra”, refiriéndose desde luego al alzamiento henriquista y que hasta le aseguró, no una sino varias veces, que el propio don Lázaro encabezaría la revuelta. Blanco Moheno sostenía también que esto se lo llegó a preguntar a Cárdenas directamente, y que su respuesta fue enigmática pero sumamente reveladora: “Lo peor que a un hombre puede sucederle es morir en su cama” (Roberto Blanco Moheno, El Cardenismo, pp. 226-227). Y otro periodista, Armando González Tejeda, reseñó en su momento una acalorada entrevista de don Lázaro con un grupo de amigos henriquistas, entre los cuales se encontraba Marcelino García Barragán, a lo cuales el ex Presidente les habría dicho, visiblemente contrariado, que el general Henríquez “tenía la oportunidad de levantarse en armas o pegarse un balazo”, agregando que “en México, para ganar una causa, se necesita valor” (La Prensa, 1 de agosto de 1958).

¿Esto significa que Henríquez debió dar la orden para el alzamiento, o fue un patriota por evitar el estallido de la violencia? ¿De verdad no tenía de otra que alzarse en armas o debió intentar otro tipo de presión pero sin aceptar jamás el atraco electoral? En todo caso, ¿qué habría hecho Cárdenas si Henríquez da la orden para el levantamiento? Son especulaciones, pero quizá la respuesta a esto permitiría tener otra dimensión de “el Tata”, y otro juicio, muy lejano del de priísta irredento que tenemos, gobiernista a ultranza, hombre leal hasta la muerte al régimen antidemocrático. Y hasta uno de sus sostenes.

Publicado en Unomasuno el 11 de enero de 2011.

RECUPERANDO LA MEMORIA DEL CARDENISMO: UNA CARTA DEL “TATA”


Facsímil de la carta de Lázaro Cárdenas para aclarar su posición política en 1952.
Imprescindible para políticos y politólogos, el libro de memorias de Cuauhtémoc Cárdenas condensa la visión de quien fuera líder moral del perredismo y añade nuevos elementos que ayudan a entender mejor muchos de los acontecimientos que se vivieron en México en el período 1952-2006. Si bien en algunas partes su contribución a la verdad, y hay que decirlo así, es todavía escasa.


Es el caso de las primeras páginas del libro, la parte dedicada al henriquismo, que sorprendentemente sigue siendo un tema tabú para los cardenistas y evidentemente para el propio Cuauhtémoc, porque cuestiona, supongo, la estatua de Esfinge del ex Presidente y su supuesto abstencionismo político después de dejar la Presidencia en 1940.

El tabú consiste en la militancia del “Tata” en apoyo del candidato de la oposición al PRI en 1952, el general Miguel Henríquez Guzmán. Y dice en su libro el ingeniero Cárdenas que aunque él en lo personal simpatizó con la candidatura de Henríquez sólo fue “un espectador” de aquella campaña y que “más allá de expresar esa simpatía en el seno de la familia y con amigos, nunca participé en ningún acto público para apoyar o promover su candidatura”, dejando además en claro que no lo hizo porque “conocía la postura y decisión de mi padre al concluir su período presidencial de no tener participación alguna en cuestiones electorales, y sabía que cualquier presencia pública de mi parte en un acto de campaña se tomaría como una participación no mía sino de él”. Es decir, que insiste en lo que ya antes escribió en sus memorias su señora madre, doña Amalia: que el “Tata” se mantuvo por completo ajeno a la cuestión electoral en el año 52, y que si bien era amigo de todos los candidatos que contendieron ese año, a “ninguno ofreció su apoyo y con ninguno se comprometió”.

El hecho es que existe el testimonio de varios protagonistas y testigos directos de aquella campaña que recuerdan otra cosa. Marcelino García Barragán, Luís Alamillo Flores, Graciano Sánchez y Francisco J. Múgica, entre otros, afirmaban que ellos se habían acercado a Henríquez por indicación directa del ex Presidente. José Muñoz Cota, quien había sido secretario privado de don Lázaro, me contó cómo una tarde de abril de 1950 platicó con el “Tata”, camino a Ixcateopan, y que ahí lo conminó a sumarse a la candidatura henriquista, cambiándole sus planes de dedicarse a escribir la historia de la Revolución Mexicana. “¿No le parece que para escribir la historia de la Revolución primero hay que hacerla?”, fue la pregunta que Cárdenas le hizo, para ordenarle a continuación que se pusiera a las órdenes de Henríquez: “Usted debe entrar a la política. México está amenazado por Miguel Alemán y hay que acabar con la contrarrevolución. El general Henríquez será Presidente con nuestro apoyo”, le subrayó.

Lo que es más, don Jorge Henríquez, el hermano menor del general, siempre afirmó, hasta su muerte, que Miguel Henríquez había lanzado su candidatura contra el PRI por sugerencia del general Cárdenas. Don Miguel se resistía, le preocupaba sobre todo que, jugar en la oposición, podía significar derramamiento de sangre y según don Jorge la respuesta del “Tata”, firme y tajante, fue: “Aunque haya sangre, yo estaré con usted”. Por cierto que esta versión la publiqué en vida de don Jorge, en 1989, con su autorización.

Por si esto fuera poco, hay que agregar que los hermanos Cárdenas, todos, excepto Dámaso, fueron activistas del henriquismo. José Raymundo, el menor de ellos, hasta fue candidato a senador por el partido de Henríquez; también estuvieron haciendo campaña al lado del general el suegro de Cárdenas don Dámaso y su cuñado Salvador Solórzano, y consta en los periódicos de la época la presencia de doña Amalia y del propio Cuauhtémoc en varios actos públicos del henriquismo, en particular en aquellos donde se repartió regalos y víveres con motivo del día de la madre de 1952.

Pues bien, a pesar de eso, el ingeniero Cárdenas insiste en que su padre no tuvo ninguna intervención en ese año electoral y hasta cita, como sustento de su tesis del abstencionismo político del ex Presidente, una carta de este fechada el 9 de marzo de 1952 publicada en todos los periódicos del día siguiente, excepto en el periódico del gobierno “El Nacional”. Sólo que cita la carta parcialmente, en realidad sólo el final de la misma, y sin explicar su contexto.

Esa carta es importante por varias razones. Primero, porque la redactaron juntos el general Cárdenas y el general Henríquez en la casa de éste último, es decir que fue un texto elaborado de común acuerdo, algo tan público que trascendió hasta la prensa. Y luego, porque fue una carta hecha para desmentir a varios personajes que habían estado declarando que Cárdenas no apoyaba a Henríquez, que por el contrario ya estaba comprometido con el candidato del PRI Ruiz Cortines, que los jefes henriquistas estaban descalificados y nada tenían ya que ver con el cardenismo y que incluso había un rompimiento político entre el “Tata” y el general opositor, declaraciones hechas entre otros por Silvestre Guerrero, Félix Ireta y Gabino Vázquez, ex colaboradores del gobierno cardenista, y ni más ni menos que por Dámaso, el hermano menor del ex Presidente, Gobernador de Michoacán.

Lo que don Jorge Henríquez me platicó, y así lo consignan los diarios de la época (sólo cito uno, “Zócalo” del 11 de marzo de 1952), fue que el general Cárdenas visitó al general Henríquez para explicarle lo que pensaba de esas declaraciones. Le dijo que dudaba que las hubieran hecho quienes se decía, mucho menos que las hubiera hecho su hermano Dámaso, por lo que era evidente que se trataba de una maniobra del gobierno para confundir a la oposición. Y a continuación acordaron el tono de la respuesta del “Tata”, muy cuidada desde luego, pero que constara por escrito. Una copia de esa carta obra en el archivo de Henríquez Guizmán, y la parte que el libro de Cuauhtémoc omite es la siguiente:

“En los periódicos de los días 6, 7, 8 y 9 del presente mes se han publicado declaraciones políticas que dicen ser del C. Gobernador de Michoacán y de otros ciudadanos que participan en la actual campaña electoral, y en las que se menciona mi nombre y se incluyen expresiones denigrantes contra varias personas para las que pretenden los declarantes interpretar en mí sentimientos de enemistad que no existen. Dichas declaraciones deben catalogarse en su fondo político como opiniones muy personales de quienes las dieron”. Y después viene eso, que sí cita Cuauhtémoc, de que “soy amigo personal del señor general Miguel Henríquez, como lo soy del señor licenciado Vicente Lombardo, del señor Adolfo Ruiz Cortines y del señor general Cándido Aguilar”. Sólo que, visto lo anterior, y conocido ya el contexto, esto último resulta lo menos relevante de la carta. En todo caso, si bien el desmentido que hizo el “Tata” no fue muy claro, ahí quedó para la historia: Cárdenas diciendo, bajo su firma, que las declaraciones de todos los que hablaron en su nombre para advertir que no estaba con Henríquez no eran sino opiniones muy personales de ellos. ¿Qué pasó después entonces que los distanció?

Cuauhtémoc Cárdenas da algunos elementos interesantes sobre el desenlace de aquella jornada. Por un lado, habla de las facciones que conformaron el henriquismo, y por otro, de algo más significativo: que llegó a creer que el general Henríquez llamaría a quienes lo habían apoyado “a rechazar el resultado oficial de las elecciones y que por la vía de la fuerza tomaría el poder”.

Seguramente no es reproche, porque finalmente, puesto en trance similar, él tampoco lo hizo en 1988, cuando algunas voces lo empujaban a la violencia… Pero de este asunto ya hablaremos en otra ocasión, pues se acerca otra sucesión presidencial y el papel del cardenismo puede volver a ser, otra vez, determinante. Así que vale la pena analizarlo a la luz de los acontecimientos actuales.

Publicado en Unomasuno el 4 de enero de 2011.