martes, 31 de mayo de 2011

EL PROYECTO DE AMLO Y EL MIEDO A LO “RADICAL”

AMLO en gira por todo el país, suma apoyos para su Proyecto de Nación

Miguel Henríquez en campaña en 1952 por restaurar el Proyecto Cardenista
Decíamos la semana anterior que después de Lázaro Cárdenas, particularmente a partir de la transformación del PRM en el PRI, se consolidó un modelo que si bien en ocasiones trajo ciertos beneficios al país tuvo también costos muy elevados. Hablo concretamente de reducción de las libertades y de un desarrollo con inequidad en el reparto de la riqueza que se expresó en diversos movimientos gremiales: el petrolero, el ferrocarrilero, el magisterial y el médico y muy especialmente –por sus resonancias mundiales- el estudiantil del 68, los cuales no tuvieron mayores alcances debido, entre otras cosas, a la desmovilización de la izquierda mediante su división, propiciada desde el poder, y a que se instaló una casi monarquía arbitraria que prácticamente canceló la soberanía popular.
En todo ese tiempo sólo hubo un intento serio de rectificación progresista que permeó en toda la sociedad y puso en peligro la estabilidad del modelo: el movimiento henriquista de 1952, pero fue ahogado en sangre. Después de eso las elecciones fueron mero formulismo y tuvieron que pasar casi 40 años para que volviera a darse otra coyuntura favorable a la acción unitaria de la izquierda.
En efecto, fue hasta 1988 cuando Cuauhtémoc Cárdenas tomó la bandera de la defensa del proyecto progresista de nación, sólo que el epílogo de aquellas elecciones cuestionadas fue la alianza entre el PRI y el PAN para legitimar el triunfo de Carlos Salinas y para anular, otra vez, el activismo de la izquierda. Y tuvieron que pasar otros 18 años para que se pudieran dar las condiciones para un triunfo de la izquierda, con los resultados que todos conocemos: no sólo la división de la izquierda sino del país. El hecho es que estamos por asistir a una reedición del ambiente de polarización del 2006 y en ese entendido es momento de analizar con seriedad el Proyecto Alternativo que desde entonces viene ofreciendo Andrés Manuel López Obrador -el único en realidad que se ha planteado hasta ahora desde la izquierda- cuya viabilidad ponen en duda aquellos que dicen que en este país no caben propuestas como las que él plantea.
¿Pero realmente se trata, como dicen algunos analistas, de un proyecto populista, que o bien implica un retroceso a las políticas del viejo PRI o bien es sólo una “copia” del castrismo y el chavismo? Para empezar hay que decir que si revisamos la propuesta de AMLO –no sólo su discurso del 20 de marzo sino el texto completo titulado “Nuevo Proyecto de Nación: Por el Renacimiento de México”- nos daremos cuenta de que se trata efectivamente de un proyecto de nación progresista pero sobre todo de uno profundamente enraizado en nuestra historia, congruente con los que aquí le antecedieron, así que cuando AMLO habla de restaurar el Estado de Bienestar no está pensando en Cuba o Venezuela, y ni siquiera en Brasil; de lo que está hablando es de reivindicar el modelo que nos legó el Constituyente del 17, el modelo que como hemos dicho aquí sólo se atrevió a poner plenamente en práctica Lázaro Cárdenas en los 30; con una salvedad: que al deslindarse tanto del PRI (que ha hecho de “la Revolución” una idolatría hueca) como del PAN (que siempre ha sido su detractor), esa reivindicación es resultado, más que una fascinación acrítica por el pasado o una mera evocación nostálgica, de una visión más bien crítica de nuestra historia.
Lo que trato de decir es que, a diferencia del programa cardenista (el Plan Sexenal 1934-40 ni siquiera la mencionaba), el programa obradorista pone mucho énfasis en el tema de la democracia (le dedica todo un capítulo) y por ende en la eliminación del corporativismo y de los controles gubernamentales sobre la sociedad, es decir de todo aquello que limita las libertades políticas, que fueron el talón de Aquiles del cardenismo y caracterizaron a todos los gobiernos del PRI.
Quizá tenía algo de razón Cárdenas al haber actuado como lo hizo en 1940, y su gobierno pudo terminar peor, en un golpe de estado; sin embargo, no deja de ser una paradoja que el ícono del gobierno del pueblo no haya confiado en el pueblo, por lo que cabe preguntarse: ¿realmente hubiera perdido el cardenismo la batalla de la democracia con Múgica? ¿Se justificaba realmente su revire y la inauguración del fraude “patriótico”?
Los hechos demuestran, me refiero a las cifras crudas, que la apuesta moderada fue errónea. Que el haber impedido la continuidad de un gobierno radical y abrirle paso a los “centristas” no trajo mayores beneficios al país sino antes bien las condiciones del pueblo, lejos de mejorar con ellos, se deterioraron y –algo peor- que además de democracia perdimos en justicia y equidad, incluso en el período “exitoso” del Desarrollo Estabilizador. Pues el desarrollo que tuvimos fue sólo aparente, fue entonces que se inició la desigual concentración del ingreso, así que si acaso se aplazó el colapso pero el que más pagó, siempre, fue el pueblo. Entonces, ¿puede un proyecto de izquierda verdadera, moderna, no aprender de esta lección?
Por eso es que el otro tema al que le dedica especial atención AMLO es al reparto equitativo de la riqueza (abarca otro capítulo completo), lo cual lo pone a distancia de lo gobiernos priístas del post-cardenismo, particularmente de los de Echeverría y López Portillo que, con todo y su retórica populista, no lograron revertir la tendencia concentradora del ingreso que nos venía de los 60 sino antes bien la agravaron, de tal suerte que aquí tenemos dos cuestiones muy importantes a considerar al analizar sin prejuicios y con seriedad la propuesta de AMLO.
Cabe llamar la atención sobre otras cuestiones. Por ejemplo, en cuanto a la acusación de que el proyecto obradorista es “totalitario y absolutista”, fascista y limitativo de la libertad y la propiedad privada y, como se viene repitiendo desde la guerra sucia del 2006, una imitación de los modelos de Cuba y Venezuela, habría que aclarar que más allá de la propaganda derechista AMLO no propone nada en contra de la IP ni de la libertad, antes bien se propone apoyarlas combatiendo las restricciones en los medios y los privilegios de los grandes empresarios y monopolios, que cancelan la competencia e impiden la auténtica iniciativa privada.
Una crítica frecuente al proyecto de AMLO es que se trata de una propuesta “populista”, “muy radical”, “excluyente”, reducida a unos sectores pero sin respuestas para otros; y bueno, ante tamaña crítica lo único que queda decir es que falta ver qué tan sectaria realmente es su oferta o que tan fuera deja en ella a otros grupos sociales como los empresarios y las clases medias. Lo que sí es un hecho es que AMLO ha sido muy insistente en impulsar el protagonismo de los sectores populares y en crear un movimiento social que no únicamente lo lleve a la presidencia sino que le permita romper con el statu quo. Exactamente la misma fórmula que usó Cárdenas para construir su gobierno. En las palabras del “Tata”: “Toda Administración requiere ese factor poderoso que es el elemento trabajador, para hacer cumplir las leyes, porque si no cuenta con la fuerza ni el apoyo de éste, su labor será nula a causa de que distintos intereses egoístas que existen en el país oponen resistencias cuando se trata de cumplir una ley radical o cuando se trata de modificar otra para el mejoramiento de las condiciones de vida del proletariado" (El Nacional, 12 de febrero de 1934).
Sólo que conviene que tomar en cuenta que esto lo dijo Cárdenas en plena campaña, cuando buscaba la presidencia pero ya tenía en mente hacer cambios. Es decir, que no se proponía hacer un gobierno de unidad nacional sino uno revolucionario, centrado en los sectores populares y sostenido por la movilización popular. Lo mismo que propone AMLO –él habla de “construir el poder social” y de buscar “nuevas modalidades del poder ciudadano”- y exactamente lo mismo por lo que ciertos sectores tanto le temen. ¿Tienen razón en sentir miedo?
De eso ya hablaremos en la siguiente entrega.

Publicado en Unomasuno el 31 de Mayo de 2011.

miércoles, 25 de mayo de 2011

EL MODELO CARDENISTA SE FRENO… Y LA CRISIS EMPEZO

Díaz Ordaz y Cárdenas, en el mismo costal.

Calderón, la sombra de Cárdenas lo condena.




















Se suele decir, hasta por algunos analistas considerados “de izquierda”, que la mejor época del país fue la de los presidentes llamados “revolucionarios” que gobernaron hasta antes de los presidentes llamados “neoliberales”, y resultado de esto se mete en el mismo costal las administraciones de Lázaro Cárdenas y Gustavo Díaz Ordaz y hasta la de José López Portillo. Sin embargo, ya hemos dicho que este análisis es incompleto y además mentiroso porque no presenta la verdad histórica. Me refiero a que si bien es cierto que entre 1958 y 1970 hubo cierta eficacia en el manejo de la economía y logros innegables en cuestión de empleo, salarios y bienestar social, el único gobierno realmente revolucionario -entendido como el que cumplió cabalmente con la Constitución-, fue el cardenista, sólo que después de 1940 se abandonó su modelo y con matices pero las cosas empezaron a ir mal incluso en esa etapa tan exitosa pues el problema es que precisamente los dos gobiernos del “Desarrollo Estabilizador” (los de Adolfo López Mateos y Díaz Ordaz) fueron los más antidemocráticos y represivos.
Efectivamente, existe una corriente de economistas y políticos que han hecho bandera contra el neoliberalismo diciendo que lo bueno era lo que se hacía antes de él. Sólo que regresar al modelo anterior a los 80 no puede ser el discurso de la izquierda, y si realmente queremos cambiar las cosas tenemos que empezar por reconocer que las desviaciones no iniciaron en 1982 sino antes, en 1940. Lo que tampoco significa un regreso en automático al cardenismo sin asumir sus errores y deficiencias, que las tuvo. Y esto conviene que quede claro porque lo que necesitamos es retomar el hilo de nuestro desarrollo en el punto en el que lo dejó Cárdenas pero corrigiéndolo, mejorándolo, actualizándolo. Lo que se suponía iba a hacerse en 1952 y no se pudo porque lo frustró el fraude y la represión. Esa es la importancia del henriquismo y el costo de que no haya llegado al poder.
Ahora bien, sin oferta política seria hoy el PRI se presenta como “el salvador” del país pretendiendo que olvidemos todo eso, que olvidemos la historia: hablo, sí, de la larguísima crisis económica que abarcó buena parte de los 80 pero también de los excesos populistas de la década de los 70; de la devastadora devaluación de 1994 pero también de los pasivos que veníamos arrastrando de más atrás, desde el gobierno avilacamachista, que es cuando se empezó a sepultar el modelo de política social que desplegó el cardenismo en el período 34-40.
Es decir, que al parejo de los pasivos económicos y sociales provocados en los tres sexenios neoliberales del PRI (Salinas-De la Madrid-Zedillo), y que han agravado por cierto los dos del PAN, queda el saldo de la liquidación del proyecto histórico de la Revolución Mexicana contenido en la Constitución, la cual le daba al Estado el papel de regular las actividades económicas y proteger a las clases de menos ingresos. Como se decía en el Plan Sexenal 1934-1940: “en el concepto mexicano revolucionario el Estado es un agente activo de gestión y ordenación de los fenómenos vitales del país; no un mero custodio de la integridad nacional, de la paz y el orden públicos”. ¿En que consistía concretamente ese papel que la Revolución asignó al Estado? En poner en práctica una activa e intensa participación del Estado en la promoción del desarrollo nacional; orientar el gasto público cada vez más al fomento económico y al desarrollo social; fortalecer el sistema financiero y multiplicar y desarrollar las instituciones nacionales de crédito agrícola, industrial y de servicios públicas. En pocas palabras, planear y dirigir la economía. Y no era estatismo, era economía mixta, en pocas palabras participación de iniciativa privada, sector social y gobierno para beneficio común.
El resultado del abandono de este modelo no fue sólo una creciente pobreza sino el afianzamiento de la antidemocracia; de tal suerte que si bien PRI y PAN compiten ahora por ver cuál de sus gobiernos es el peor, el hecho es que ambos son corresponsables del deterioro político, económico y social del país, por la continuidad de las desviaciones y el encubrimiento que mutuamente se han dado por lo menos en los últimos 30 años.
Por eso es que para entender mejor la evolución del desastre que ha venido sufriendo el país hay que revisar las políticas económicas y de desarrollo no solamente del 2000 a la fecha; tampoco sólo de 1982 al 2000 sino desde las décadas de los 40-50, y tomando el referente del gobierno del general Cárdenas, al término del cual en 1940 el crecimiento del PIB por persona era del 2.7%, mientras que en el 2008 fue del 0.6%, cifra promedio que ha predominado en los últimos 30 años de acuerdo con datos de la CEPAL. Esto es, que después de 50 años de gobiernos priístas y casi 12 de panistas el desarrollo era mayor en tiempos de Cárdenas. Y si se hubiera mantenido ese PIB por persona en promedio habría sido suficiente para que el número de pobres hoy fuera una sexta parte de los que se registran actualmente en el país. Lo cual no es visión personal, se desprende del informe Desarrollo en las Américas elaborado por el Banco Interamericano de Desarrollo, cuya conclusión es que en lugar de que hoy hubiera en México 52 millones de personas en situación de pobreza habría 13 millones.
El ciclo del PRI que sustituyó al del Estado de Bienestar cardenista lo podemos dividir en dos etapas: la del Estado populista autoritario con un período sumamente exitoso en algunos rubros, el del llamado “Desarrollo Estabilizador” que abarcó parte de los 50 y todos los 60; y la del neoliberalismo. Ya señalamos que el período cardenista, el verdadero gobierno de la Revolución Mexicana, fue la etapa más rica socialmente hablando, y las cifras no mienten; la etapa que le siguió (1954-1982) fue contradictoria, pues pasó de un crecimiento sostenido con cierto bienestar social -con tasas anuales de inflación de 2% y PIB de 6% pero con alta concentración del ingreso- a otra errática con ciclos de inflación-devaluación y desperdicio de la riqueza petrolera que generaron más desigualdad y pobreza; mientras que la otra, la del neoliberalismo, que abarca los últimos gobiernos priístas pero también los del PAN (1982-2011) ha sido la peor, puesto que al privilegiarse los criterios del Consenso de Washington y abandonar de plano todos los rasgos de la política social revolucionaria disminuyendo la responsabilidad del Estado, empobreció todavía más a los mexicanos. Las cifras de los sexenios neoliberales revelan que en esa fase no sólo se ha destruido el bienestar social, aumentaron los pobres y se entregó el país al mercado sino que el PIB promedio anual fue de 2.4%, contra el 4.6% de Cárdenas.
En suma, el cardenismo fue el mejor momento no solamente de la Revolución Mexicana sino del México contemporáneo, socialmente y también económicamente. Fue así porque fomentó desarrollo y hubo un reparto equitativo de la riqueza, algo que no se vio ni antes ni después. Su problema, también lo hemos dicho, fue que nunca se comprometió con la democracia; y esta condición se agravó con los gobiernos que le sucedieron, los cuales no sólo anularon el valor de las elecciones y limitaron las libertades políticas sino que se olvidaron del reparto equitativo de la riqueza y luego, al generar desequilibrios financieros, con la inflación, las devaluaciones y la corrupción, agravaron las injusticias y la pobreza.
Por eso decimos que el nuevo proyecto de nación que necesita México además de izquierda es en muchos sentido una restauración: la de la Constitución de 1917, nada menos que la recuperación del mismo viejo proyecto progresista de nación que defendían Hidalgo y Morelos, el que inspiró a los liberales del siglo XIX y motivó la Revolución Mexicana.
¿Será el que enarbola AMLO? Lo trataremos de aclarar en la siguiente entrega.

Publicado en Unomasuno el 24 de mayo de 2011.

MEJOR CARDENISMO QUE ALEMANISMO PERO EN 1952 LA IZQUIERDA VOLVIO A PERDER


Cárdenas y Alemán, la pugna de dos proyectos contrarios.

Miguel Henríquez y Cárdenas, en la campaña de 1952.




















Continuando con nuestro análisis, decíamos que el proyecto revolucionario de nación fracasó porque no hubo organización social que lo sostuviera. Y también porque Lázaro Cárdenas no lo quiso defender. Sencillamente se negó a que su sucesor fuera elegido en un clima de verdadera competencia; lo que es más, le cerró el paso a Múgica que lo único que le pedía era imparcialidad para que no prevaleciera la consigna en el partido revolucionario y que éste escogiera a su candidato mediante debates y una consulta, y luego el pueblo pudiera elegir a su Presidente, libremente. Porque hay que decir que la política de “unidad nacional” que se implementó a partir de 1940 no fue traición al cardenismo, fue evolución del cardenismo. Y así lo explicó claramente Vicente Lombardo en el Consejo Nacional de la CTM, el 23 de febrero de 1939, donde se proclamó la candidatura de Manuel Avila Camacho: “La CTM… desea que se siga la misma política de Cárdenas. Nuestro voto, que acabamos de proclamar, así lo indica; porque es necesario continuar la obra de Cárdenas, buscando un hombre identificado con Cárdenas, que continuará la obra del gobierno actual”. Y todavía, años después, así respondió a quienes hablaban de una desviación y un cambio de rumbo en la sucesión del 40: “Yo no creo que el general Cárdenas haya retrocedido después de haber ayudado y apoyado la candidatura de Avila Camacho... Si Avila Camacho cometió errores, algunos de ellos muy graves, eso no quiere decir que él tuviera el propósito de deshacer la obra de Cárdenas”.
El caso es que frente a todos esos errores y desviaciones que se cometieron después de su gobierno Cárdenas permaneció callado. Se le llegó a poner el mote de “La Esfinge de Jiquilpan” precisamente porque no emitía ni un gesto… Hasta 1951, en el último tramo del gobierno de Miguel Alemán, cuando aparentemente hizo un intento correctivo.
Lo que pasó es que nada más dejó la presidencia Cárdenas empezaron los ataques a su obra y las rectificaciones, pero con Alemán las cosas llegaron al colmo. El desmantelamiento del modelo cardenista fue sistemático, y del Estado de Bienestar pasamos al Estado populista autoritario (Octavio Paz lo llamaba “el Ogro Filantrópico”), una deformación del proyecto revolucionario de nación. Lo peor es que no fue para mejorar. Y no me refiero nada más a la persecución del sindicalismo, el entreguismo con los Estados Unidos y las medidas contrarrevolucionarias como el amparo agrario y el intento de devolver el petróleo a los extranjeros en concesiones simuladas. El gobierno alemanista no fue sólo de un serio retroceso social sino que económicamente acabó siendo un desastre. Para visualizar sus desequilibrios baste decir que mientras el crecimiento promedio del PIB (el que mide el valor de la producción nacional generada en un año) fue en el sexenio cardenista de 5.6% y en el de Alemán de 6.8%, el crecimiento del PIB per cápita (es decir la relación que hay entre el PIB y el número de habitantes) se movió a la inversa: con Cárdenas fue de casi un 3% anual mientras con Alemán cayó a 2.5%. Sin contar con la inflación, que después de 1940 se desató (en el período cardenista la inflación promedio fue de 6% y de 36.7% en todo el sexenio, y en el alemanista fue de casi 10% en promedio, alcanzando un 47.3% en el sexenio) y con la depreciación del peso con respecto al dólar, que igualmente se disparó (en el alemanismo hubo una variación en el tipo de cambio de un 78.4% mientras en el cardenismo fue de 50%). Y también están otros datos: el del salario por ejemplo, que salvo 1952 en que se hizo un esfuerzo para evitar riesgos mayores por las elecciones, cayó año con año entre 1940 y 1951; y el del equilibrio entre importaciones y exportaciones, que se extravía a partir de 1940 y ya no ve mejores épocas: mientras que en el sexenio cardenista las exportaciones alcanzaban para cubrir todo el gasto de importaciones y dejar un superávit, en el de Alemán esto ya no ocurre y por primera vez arroja un déficit.
Solían justificarse los alemanistas diciendo que había que generar riqueza, antes que repartirla. Fue así como se inauguró el tráfico de influencias como modus vivendi de los funcionarios; otro fue la colusión en actividades del narcotráfico, que alcanzó al círculo más cercano del entonces Presidente. Y hubo una especie de nuevo reparto de tierra pero para favorecer a los llamados “agricultores nylon”, amigos y parientes de los poderosos que recrearon el latifundismo. Como Alemán había llegado al poder en medio de acusaciones de fraude una de sus primeras acciones fue acudir a la Embajada norteamericana en busca de apoyo a cambio de concederles participación en todos los asuntos de su administración. Y por si fuera poco, para sostener el modelo se implantó la militarización: proliferaron las policías y los actos de represión, se creó el delito de “disolución social” para perseguir a los opositores y se canceló de plano la democracia.
Es en ese contexto que, al fin, Cárdenas parece reaccionar. Dice Cuauhtémoc que no es cierto, que su padre nunca actuó después de dejar la presidencia, pero yo prefiero pensar como muchos que el “Tata” sí intentó rectificar su error y actuar en 1952, y que por eso empujó a su amigo el general Miguel Henríquez Guzmán a organizar la oposición al gobierno y jugar como candidato presidencial. José Muñoz Cota recordaba cómo Cárdenas lo había incitado a sumarse a Henríquez diciéndole que había que salvar a la Revolución, e igual hizo con Múgica, y Graciano Sánchez, y García Barragán, y Martino… El hecho es que todo el cardenismo y la izquierda de entonces se alinearon en el henriquismo y la alianza progresista revive mediante un programa unitario y una planilla de candidatos comunes al Congreso bajo la promesa de ir juntos, también, con un sólo candidato presidencial que por su popularidad no puede ser otro que el propio Henríquez.
La Plataforma de la Coalición de Partidos Independientes, como se llamó a la alianza de los partidos Popular, Comunista, Constitucionalista, de la Revolución y la Federación de Partidos del Pueblo, es otro de esos documentos básicos del proyecto de nación progresista. Y planteaba lo mismo que los anteriores, entre otras cosas: 1.- Defensa de la soberanía y de la independencia de México. 2.- Restitución del orden constitucional y fortalecimiento de la democracia. 3.- Subordinación de la política económica a la necesidad de organizar la economía nacional en forma que garantice los intereses del país, eleve el nivel de vida del pueblo y evite los monopolios. 4.- Control de nuestras reservas de petróleo. 5.- Restauración del Artículo 27 y ampliación de la Reforma Agraria. 6.- Implantación de un verdadero salario mínimo capaz de satisfacer las necesidades de los trabajadores y sus familias, y garantía de los derechos de la clase obrera. 7.- Preferencia por las obras públicas que tengan como objeto dotar de servicios básicos a la población de colonias y barrios populares. 8.- Baja de los impuestos a los pequeños comerciantes e industriales. 9.- Establecimiento del seguro del niño con participación pública y privada a fin de garantizar la educación desde el jardín de niños hasta la universidad. 10.- Manejo de las relaciones con EEUU con espíritu de amistad y respeto recíproco y ensanche de nuestras relaciones con los países de AL para lograr la mejor protección de los intereses comunes.
Fue este pues, en esencia, el esfuerzo más serio desde 1940 por rectificar el error del cardenismo de haber cedido el mando a los “centristas” y para restaurar el proyecto de nación de avance de nuestro país, sólo que la alianza progresista se desbarató aún antes de celebrarse las elecciones. Lombardo alegó estar “mejor posicionado” que Henríquez, saboteó su candidatura unitaria y acabó trabajando para hacer triunfar al PRI. Y el intento fracasó ahogado en sangre. Unos dicen que porque Henríquez no quiso levantarse en armas, y otros porque Cárdenas negoció. El hecho es que a partir de ahí el PRI consolidó el modelo populista clientelar que sacrificó la democracia. Y el modelo funcionó más o menos mientras hubo un cierto desarrollo. Esto es, por otros 30 años.

Publicado en Unomasuno el 17 de mayo de 2011.

CARDENAS TUVO MIEDO A LA DEMOCRACIA, Y LA IZQUIERDA PERDIO


Cárdenas, líder popular.


Caricatura de las elecciones de 1940.
Toca abordar ahora las desviaciones revolucionarias, y tratar de explicar el por qué, si bien los debates por la Constitución del 17 los ganó la corriente de los radicales “jacobinos” -es decir la izquierda, los continuadores del proyecto de nación de Hidalgo y Morelos y de Juárez y los “Puros”-, la Revolución Mexicana se frustró casi en sus orígenes y de ser un movimiento claro de avance, de progreso, acabó convirtiéndose en un movimiento conservador, de derecha.


La culpa es de Alvaro Obregón y en cierta medida también de Lázaro Cárdenas. El primero porque no dudó en traicionar al Partido Liberal Constitucionalista que lo llevó al poder permitiendo la sustitución de los principios revolucionarios por elementos ajenos a nuestra realidad, a nuestra idiosincrasia; y el segundo por temor, por miedo –así lo confesó el mismo- a que la continuidad de sus políticas enojaran a los Estados Unidos. Y lo peor es que ni siquiera lo hicieron por afinidad con una ideología sino por ambiciones personales y afán de retener el poder.
Efectivamente, el error de Obregón fue cerrarle el paso a la democracia impidiendo el libre juego electoral, e imponer a Plutarco Elías Calles, quien tenía ideas muy diferentes a las suyas. Y aunque los obregonistas dicen que intentó repararlo en 1928, lo hizo a costa de otro principio de la Revolución, la no reelección, y de todos modos murió en el intento.
En todo caso, el mal ya estaba hecho porque Calles, de la mano de Luis Morones, se dedicó a desmantelar lo que quedaba del Partido Liberal para crear en su lugar lo que hoy es el PRI, un partido corporativo que podríamos definir como antidemocrático, populista y autoritario porque se concibió en su origen con elementos tanto de la socialdemocracia europea de los 20 como del fascismo y el nazismo. Pero además porque fue el instrumento para rehacer la alianza con los conservadores, con el capital nacional y extranjero, con el clero, con los terratenientes, etc., que detuvo el ritmo progresista del país.
Y en cuanto al cardenismo, con todo y que fue el único gobierno revolucionario capaz de cumplir integralmente con el programa de los radicales jacobinos, con la Constitución de 1917 (“maratón de radicalismo” lo llamó Calles), cometió también dos grandes errores: uno, confundirse con la estrategia comunista del “Frente Popular”, introduciendo dentro del PRI conceptos stalinistas que lo alejaron de otros sectores progresistas no comunistas; y el otro, impedir la democracia como Obregón, y con ello cerrarle el paso a un gobierno de continuación, “radical” de izquierda mas no frentepopulista, el de su mentor Francisco J. Múgica, quien jamás hubiera traicionado ni al cardenismo ni a la Constitución como sí hizo Manuel Avila Camacho y sus sucesores.
Conviene detenernos un poco en analizar las causas del freno que Cárdenas puso a la Revolución, y a su propia obra. Porque son lecciones. Como digo arriba, él mismo lo justificaba diciendo que “había algunos problemas de carácter internacional que lo impidieron”. Sin embargo, hay más. La polarización tan aguda que provocó, por ejemplo. Y la incapacidad para compaginar una política estatal de protección social con la democracia. Lorenzo Meyer ha llamado a eso “liberalismo autoritario”, para subrayar su carácter contradictorio. Y otros más “comunismo encubierto”.
La verdad es que no fue ni lo uno ni lo otro. “La Constitución y las leyes de la República serán mi norma infranqueable” había dicho Cárdenas en su mensaje de toma de posesión. Y efectivamente en solo cuatro años hizo lo que ninguno de sus antecesores: aplicó sin cortapisas el artículo 3º, el 130, el 27 y el 123. Expropió el petróleo; nacionalizó los ferrocarriles; repartió la tierra; reorientó el gasto y redistribuyó el ingreso en favor de obreros y campesinos como nunca antes; fomentó la obra pública de manera notable e incrementó las comunicaciones; creó las principales instituciones de protección social y promoción del desarrollo; sentó las bases pues de un Estado de Bienestar. Y sin embargo, aún cuando fue capaz de reconstruir la alianza progresista para ponerle un dique a Calles y su alianza conservadora, no lo fue para darle continuidad ni asegurar su sostenimiento.
El mito del “fracaso” del cardenismo, su “leyenda negra” es otra cosa. Fue alimentada en realidad por los gobiernos que le sucedieron, en particular por el alemanista, y tenía claros visos políticos. Existe al respecto una obra, el “Compendio Estadístico” que publicó la Secretaría de Economía en 1947. Y también los textos de Manuel Gómez Morín, Eduardo J. Correa y José Vasconcelos. Pero las cifras dicen otra cosa: con Cárdenas la tasa de crecimiento del PIB por persona fue del 2.7% al año, porcentaje superado muy pocas veces después; la producción agrícola creció casi 3% anualmente y la de la industria cerca del 6%; la inversión privada se duplicó y la inversión pública se incrementó a un ritmo anual de 11%; y aunque se tuvo déficit del gobierno, éste nunca excedió durante todo el período el 1% del PIB. Y lo más interesante fue cómo hizo todo eso: redistribuyendo el gasto, invirtiendo los términos del mismo, reduciendo los fondos destinados a administración y defensa y transfiriéndolos a desarrollo económico y social. En 1934 se destinaba a administración y defensa el 61.8% del gasto y el 38.2% al rubro económico y social; y en 1940 fue a la inversa, 46.2% contra 53.8%. Con un dato adicional fundamental, que el crecimiento acelerado del gasto público no entrañó una mayor carga fiscal. Es decir, que no hubo elevaciones de impuestos y las empresas no fueron mayormente gravadas sino que antes bien se otorgaron franquicias fiscales para las nuevas industrias.
El problema, entonces, fue otro. El problema del cardenismo es que no creó un sistema de organización social eficaz capaz de sostener el modelo, o el que creó no funcionó. Cárdenas mismo lo dijo: “Creí que los elementos intelectuales de México actuarían. Al retirarnos del gobierno la clase obrera estaba perfectamente organizada… la clase campesina también estaba organizada y tenía la tierra y el rifle en su mano como reserva del ejército y defensora del pueblo. Los maestros estaban, asimismo, organizados. Los empleados del gobierno de igual manera. El ejército se encontraba en idéntica situación”.
El hecho cierto es que todo ese aparato sirvió, al final, para sostener la antidemocracia. Y Múgica lo denunció: “La Revolución y el gobierno saliente –dijo al retirarse de la contienda el 14 de julio de 1939- quedan en condiciones morales de imposibilidad de salvar para el futuro mediante el triunfo legítimo de un candidato revolucionario los frutos de la lucha del pueblo por su mejoramiento y su actuación constituye, a mi parecer, una verdadera y grave responsabilidad para los autores del desprestigiante proceso del Partido, a lo que hay que agregar la descarada y torpe acción de muchos gobernadores de los estados y de muchos funcionarios de elección popular que, a semejanza de los directores obreros y campesinos, han confiado más a la consigna y a la fuerza de la amenaza, y aun a la persecución, el éxito de sus tendencias políticas que a la protección orgánica, moral y legal de las funciones libres de los ciudadanos organizados”.
Es decir, que el partido revolucionario y las organizaciones de obreros, de campesinos, de maestros y burócratas fracasaron en su misión, al menos en la que Cárdenas creía que tenían. O no la cumplieron.
Lo peor es que Cárdenas tampoco tuvo el valor de hacer nada, y en el último tramo de su gobierno al contrario, de plano optó por dar marcha atrás.
Yo creo que simplemente no hubo confianza en la democracia. Y eso fue lo que dio al traste con el proyecto revolucionario de nación. Porque la imposición, el “dedazo” inició la marcha atrás. Y el dedazo se mantuvo en 1946 y en 1952, a pesar de que en esta última fecha hubo un conato de rebeldía cardenista para intentar la rectificación. Pero de eso ya hablaremos en la siguiente entrega.

Publicado en Unomasuno el 10 de mayo de 2011.

LA DERECHA SIN PROYECTO Y LA LUCHA DE SIEMPRE DE LA IZQUIERDA

Miguel Lerdo, líder de los "Puros"

Lucas Alamán, ideólogo de los conservadores




















Es un hecho que si leemos la historia, la lucha de nuestra izquierda –la real, la que animó las causas del pueblo- ha sido siempre la misma: por la soberanía, por la explotación de nuestros recursos en beneficio del país, por la libertad y el acceso de todos a la educación; por un régimen agrario justo; por el derecho al trabajo y una política estatal de protección social. Tal es, sin duda, el fundamento del proyecto histórico de nación de la izquierda, entendida ésta no como la doctrina filosófica de una secta sino como la tradición de lucha de los mexicanos por tener un país para todos y por ser una nación justa.
Así fue cuando Hidalgo y los insurgentes tomaron la bandera de la independencia y la revolución social; así fue cuando Juárez y los liberales adoptaron la defensa de la República y las Leyes de Reforma; y así fue cuando la corriente jacobina tomó el control de la Revolución Mexicana en el Congreso de 1917.
A contracorriente de esto, claro, los conservadores siempre han estado listos para frenar los avances. Empezaron empujando la alianza entre los insurgentes y los realistas para acabar imponiendo sus intereses. Una estrategia que luego repetirían en 1884 para revertir las reformas liberales, aliándose con Porfirio Díaz y, a partir de 1929 con los primeros gobiernos priístas para detener la Revolución Mexicana y evitar la aplicación de la Constitución del 17.
Es importante dilucidar todo esto, la manera como se ha avanzado y frenado el progreso en nuestro país porque a partir ahí podemos establecer también cuales son nuestras posibilidades de cambiar y hacer mejor las cosas.
El caso es que además de los mencionados, de los primeros decretos de Hidalgo y de los “Sentimientos” de Morelos, existe otro antecedente notable del Proyecto de Nación progresista. Me refiero al Programa de los “Puros”, el del “Partido Rojo” de los años de la Reforma, el cual se concretaba, entre otros, en los siguientes puntos: 1º. Libertad absoluta de opiniones y de prensa; 2º. Abolición de los privilegios del clero y de la milicia; 3º. Supresión de las leyes que otorgan al clero el manejo de asuntos civiles como el contrato de matrimonio, etc.; 4º. Medidas para aumentar el número de propietarios territoriales y facilitar medios de subsistir y adelantar a las clases indigentes, sin ofender ni tocar en nada el derecho de los particulares; 5º. Mejora del estado moral de las clases populares, por la destrucción del monopolio del clero en la educación pública, por la difusión de los medios de aprender, y la inculpación de los deberes sociales, por la formación de museos, conservatorios de artes y bibliotecas públicas, y por la creación de establecimientos de enseñanza para la literatura clásica, las ciencias y la moral; 6º. Abolición de la pena capital para los delitos políticos, y 7º. Garantía de la integridad del territorio.
Este programa se complementaba con otras tantas consideraciones más, tales como: la adopción del sistema federal y del régimen republicano; entrega al gobierno de los bienes del clero; libertad de religión a todos los mexicanos “para que adoren a Dios como quieran” y reparto “con igualdad” de todas las tierras y fincas rústicas y urbanas. Es pues nuestro segundo proyecto de nación de avance, coherente en todo con el anterior, con el de Hidalgo y Morelos; en realidad uno solo, el único verdadero que ha tenido este país porque el que se ha pretendido como su contraparte, el de los conservadores, no llegó jamás a ser proyecto de nación, era un catálogo de recetas para retener el poder, mantener los privilegios e impedir los cambios. Y nunca ha pasado de ahí.
Basta revisar lo que proponía Lucas Alamán allá por 1846: la forma monárquica de gobierno; la desaparición de la República; un ejército “fuerte y vigoroso”; el sostén de culto católico; la unidad y el orden de la nación en torno a un gobierno “fuerte” y una sociedad en que predomine la aristocracia “de la riqueza”, de los servicios militares y la burocracia, en fin, “todas las promesas y garantías del Plan de Iguala”, es decir, volver al orden colonial. Tal es el “Proyecto de Nación” de la derecha.
Un modelo así sólo es posible sostenerlo mediante el uso de la fuerza, con represión. Por eso, todos los intentos por implantarlo por parte de los conservadores han requerido de la militarización y por lo mismo han derivado en inestabilidad, bien en una paz ficticia y frágil o bien en estallidos sociales.
Así fue como la dictadura porfiriana gestó la rebelión magonista, cuyo proyecto de nación, el Programa del Partido Liberal de 1906 (el tercero ya de avance que tuvimos), como los anteriores, vinculaba la causa liberal con la noción de “hacer patria”, no con un grupo ni un sector, y la asociaba, sobre todo, con el mejoramiento de la situación de las clases llamadas “desheredadas”.
Es por eso que cuando Ricardo Flores Magón redacta la exposición inicial del “Manifiesto y Programa de la Junta Revolucionaria del Partido Liberal Mexicano”, lo hace a partir de la reivindicación del programa de los liberales “Puros” pero también de las propuestas de estos que se quedaron en el papel, que no lograron meter en la Constitución de 1857, las cuales habrán de concretar muy bien los otros dos redactores del programa (Antonio I. Villarreal y Juan Sarabia) en las “52 estipulaciones” que lo componen, entre otras: enseñanza laica y gratuita en todas las escuelas; distribución de las tierras; establecimiento de la jornada máxima de 8 horas de trabajo y un “salario mínimo”; reglamentación del servicio doméstico; la obligación a los patrones del pago de indemnización por accidentes de trabajo; reducción gradual de los impuestos; gravar el agio, los artículos de lujo, los vicios, y aligerar de contribuciones los artículos de primera necesidad; robustecimiento del municipio; y protección a la raza indígena.
Leopoldo Zea y Eduardo Blanquel le han llamado a esto el “programa liberal socialista” porque si bien “no se aparta en lo fundamental de los postulados y metas del liberalismo”, y su finalidad política seguía siendo la democracia, como los que le precedieron no excluía una exigencia social: la igualdad de oportunidades, bajo un esquema económico de una “verdadera y general modernización de la agricultura y de la industria, que beneficiara por igual a los dueños de la riqueza y a los trabajadores”.
Estamos hablando del documento más importante del siglo XX mexicano; y tánto que a partir de su publicación en 1906 estará presente en casi todas las jornadas y esfuerzos identificados como “progresistas” o de corte social: en las adiciones al “Plan de Guadalupe”; en las leyes agrarias y obreras derivadas de éste; en el “Plan de La Empacadora” de Pascual Orozco; en el “Plan de Ayala”; en la Convención de Aguascalientes; en la Constitución de 1917 desde luego, y hasta en el programa de gobierno de Lázaro Cárdenas.
En resumidas cuentas, ¿no es eso lo mismo por que lo que hoy luchamos aquellos que nos consideramos de izquierda?
Y bueno, en contrapartida, cuando el PRI y el PAN se confabulan para sacar iniciativas como la laboral que contradice nuestro Proyecto de Nación progresista; cuando conspiran y acuerdan ambos partidos para aprobar, casi a hurtadillas, reformas legales como la que pretende implantar en el país, otra vez, la militarización, lo único que están haciendo es reivindicar los intentos de proyecto de nación conservadora y ubicarse del lado de quienes, como Alamán, trabajaron siempre en contra del pueblo.
Por más que digan que sus reformas son “para modernizarnos”, para ponernos en tiempo con la “globalización” mundial “porque eso es lo que nos conviene”, el hecho es evidente: la única verdadera razón que los mueve es la de frenar los cambios, mantener el viejo orden y salvar sus privilegios. Como en 1821. Como en 1884, como en 1929. Y como en 1940. Pero de esto último hablaremos en la siguiente entrega.

Publicado en Unomasuno el 3 de mayo de 2011.