sábado, 21 de julio de 2012

LAS DEMANDAS DE DEMOCRACIA Y LA PRIMAVERA MEXICANA


Se ha venido construyendo un  paradigma, como hacía años no se veía, en torno al movimiento llamado de “Los Indignados”, multitudes de personas que han salido a las plazas de varios países del mundo para enarbolar la bandera “anti-sistema y expresarse contra la ineficacia de los gobiernos y la falta de respuestas de los políticos.
El detonante fue, al parecer, los movimientos musulmanes, pero han habido expresiones lo mismo en España que en Grecia e Israel, incluso en los Estados Unidos, y ahora más recientemente en Rusia.
Esperanza y renacer revolucionario para algunos, una expresión más de la manipulación de las élites globales con tal de que nada cambie para otros, no es casual que la revista TIME haya designado al “manifestante” como su “personaje el año”. La paradoja es que prácticamente todo el mundo habla del “poder popular” cuando menos poder popular se tiene.
Desde finales de los 60, más específicamente desde 1968 cuando se dio la revuelta estudiantil, no se producía un fenómeno que despertara tantas expectativas y tanto entusiasmo. Ni siquiera la ola transformadora precipitada por la Perestroika de Gorbachov y la caída del Muro del Berlín.
El problema es que una cosa es la manifestación pública de las ideas y otra que esas manifestaciones estén incidiendo, o puedan incidir realmente, en cambios a favor de quienes se dice que se hacen, de la gente.
Esto viene al caso por el formidable despertar de los jóvenes mexicanos durante las pasadas campañas, la irrupción en el escenario del Movimiento #YoSoy132 que tantas expectativas ha levantado.
De un tiempo acá se hablaba con temor –o esperanza- de la posibilidad de sufrir el  “contagio revolucionario”. Unos nos lo vendían como una panacea. Otros como una amenaza. La verdad es que se ha hecho un paradigma de un mito. Para no ir más lejos, en España “los indignados” fueron más factor que favoreció el regreso del conservador partido popular que de impulso de la corriente progresista. Y en Egipto, después de ellos, impera el radicalismo, apoyado por el poder militar, y tantas movilizaciones no han traído ningún cambio de fondo en el orden social. Ya no se diga en Libia, agravado el hecho por la descarada intervención de las potencias económicas.
En Yemen, otro ejemplo, el “éxito” se redujo a generar un gobierno de “reconciliación” nacional, en realidad un pacto de impunidad entre los opositores triunfantes y los gobernantes derrotados que tiene indignado a más de un indignado. En Irán el régimen fundamentalista logró controlar los efectos de las movilizaciones, y lo mismo lograron las seis monarquías del golfo Pérsico. Por otro lado, no deja de ser sintomático que en América Latina las protestas se estén materializando a través de protestas estudiantiles, y todavía más sugerente es el hecho de que la más resonante movilización, la que se dio en Chile, está poniendo en evidencia las limitaciones del modelo presentado como el “más exitoso” de la región en los últimos años, el saldo oculto de la alianza derecha-izquierda que tanto emociona a algunos políticos mexicanos: la falta de ascenso social, pasar de la clase baja a la media y de ella a la alta es casi imposible allá y el defectuoso sistema educativo es la clave de este fenómeno, algo que los gobiernos de la Concertación, incluso con dos presidentes socialistas, no supieron o no pudieron resolver.
En fin, que como se ve, hasta ahora no han sido tan eficaces los “manifestantes”. Y es en que para que las movilizaciones impliquen cambios verdaderos se tiene que producir un desplazamiento tal del poder que quienes tomen las decisiones sean los ciudadanos. Y esto no ha pasado en ninguno de los casos citados. Al menos hasta hoy.
Lo que pasa es que la conquista de la soberanía popular –causa de tantas y tantas revoluciones sangrientas en el pasado- no es flor de un día; tan simple como que nadie otorga poder al pueblo sino el propio pueblo y, algo más importante, que el triunfo de las movilizaciones no debe traducirse en desmovilización social. Porque los únicos beneficiados con lo que ha estado pasando han sido, paradójicamente, los políticos, y de entre ellos los más conservadores. Díganlo si no los “indignados” de España, uno de cuyos saldos, repito, ha sido la vuelta al poder… de la derecha .
Ya he dicho antes que no soy de los que piensan que la experiencia vivida por los movilizados de la plaza Tahrir a la Plaza del Sol pueda ser trasplantada automáticamente a otros países o que estemos ante una especie de “epidemia” democratizadora, porque cada país tiene su realidad y sus tiempos. Lo que sí creo es que lo que algunos han dado en llamar desde los 80 “la sociedad civil” es algo más que un mero recurso retórico siempre y cuando la gente, el individuo, decida salir por sí mismo de su limitado espacio de individualidad y sumarse a otros en pos de un mismo objetivo o un ideal común.
Es que se está tratando de presentar todo esto como algo novedoso, cuando en realidad es lo mismo de siempre. Ahora son los celulares, ayer eran los panfletos y la consigna pasada de voz en voz. En resumidas cuentas, conciencia cívica. Ese ha sido el motor que ha animado los grandes cambios. Y la clave, ayer como hoy, es la unión de la gente, el ánimo solidario, la voluntad compartida de cambio. Pues así como hoy se censura la Internet, ayer se cerraban las imprentas. Expresiones autoritarias a cual más de inútiles cuando la gente, los ciudadanos, deciden rebelarse.
La rebeldía, decía Albert Camus, se concreta en el instante en que un hombre o un pueblo gritan: ¡Ya basta! Por eso es válida la reflexión sobre la llamada “insurgencia ciudadana” que presenciamos este año en varios países y sobre las posibilidades de “contagio” global que algunos proclaman. Sobre todo es interesante analizar la influencia que los medios y las redes sociales tuvieron realmente y tienen en todos estos eventos para evitar confusiones, pues no se puede descartar tampoco, como reclaman los más escépticos, un cierto grado de manipulación interesada u “orientación” premeditada que compromete sus alcances. En todo caso, ni en Madrid ni en El Cairo “Facebook” hizo la revolución, la tiene que hacer la gente. Es cierto que muchas manifestaciones se convocaron a través de esta red social, pero la revolución es cosa de los ciudadanos, y no se reduce, por cierto, a salir a la calle. Es decir, que si bien el factor central que hizo posible las manifestaciones en casi todos los casos citados fue la comunicación, su éxito final estriba en la concientización y, sobre todo, en la organización de la población.
En fin, que una lección válida de lo sucedido, de Egipto a Moscú y de Yemen a España, es algo que ya sabíamos: que si se quieren cambios, estos solamente pueden ser generados desde la propia sociedad y por la sociedad.
Lo que trato de decir es que el éxito de las movilizaciones no se mide por ellas mismas sino por las reacciones y consecuencias que provocan, por lo que el objetivo no puede ser derribar a la marioneta en lugar de al titiritero. Porque lo peor que puede pasar es que las movilizaciones se vuelvan funcionales al sistema, al poder establecido, y lejos de provocar cambios hacia delante ayuden a afirmar el inmovilismo o de plano empujen, pero hacia atrás.
Conste que no quiere decir esto que no existan expresiones ciudadanas legítimas, pero la infiltración interesada de los movimientos populares siempre ha sido un hecho, sobre todo en México, adonde “Solidaridad” se llamó al mayor programa de cooptación social y compra de votos de la historia priísta y “órganos autónomos” u “organizaciones ciudadanas” a entes controlados por los partidos, cuando no por el gobierno. Algo que los del #YoSoy132 tienen que valorar de cara a la coyuntura del reclamo post-electoral.
No nos equivoquemos, la participación ciudadana sólo será una realidad cuando seamos capaces de hacer de ella una constante cotidiana y no la flor de un día. Esto es, que no basta votar si no estamos dispuestos, los ciudadanos, en erigirnos en los mandantes de quienes gobiernan.
Ahí tenemos Las lecciones del 68. ¡Tantas expectativas y tantas esperanzas!
Lo que pasa es que cuando uno lee a quienes fueron sus “líderes” -porque resulta que se han convertido en “analistas”- o constata sus trayectorias, no puede menos que concluir que con tamaños líderes –salvo honrosas pero limitadas excepciones- no podía ser otro el desenlace del movimiento estudiantil. Cooptados antes o después del movimiento.
Ojalá no sea ese el caso de esta nueva “ola” juvenil insurgente que tantas esperanzas ha despertado. Y que tanto tiene por hacer.

Publicado en Unomasuno el 10 de julio de 2012.

EL VOTO DE LA RESIGNACION VS. EL VOTO DE LA ESPERANZA


Cuando uno los escucha no podemos menos que recordar y remitirnos a la historia. Pero ni siquiera a la lejana, sino a la reciente.
Me refiero, concretamente, a lo que dice Enrique Peña, el ex candidato imbatible, en respuesta obvia a quienes manifestamos nuestras reservas frente al manejo del voto este 1 de julio, de que “en el marco de la democracia” no caben las alusiones de “algunos” que pretenden “anticipar fraudes o que están viendo trampas en los comicios" y que eso es “no reconocer el cambio político y democrático que nuestro país ha experimentado, porque son los mexicanos quienes de manera informada decidirán quien será el próximo presidente de México”.
Y me refiero también a los falsos puritanos del Consejo General del IFE que al mismo tiempo que se pronunciaron en contra de cualquier medida que intente comprar, coaccionar e inducir el voto en las elecciones, se negaron, sin embargo, a prohibir el uso de teléfonos celulares en las casillas de votación.
Todos sabemos para qué usan los celulares los “mapaches”: para garantizarse la compra de votos y utilizarlos como arma de presión contra los ciudadanos, a los que se les obliga tomar fotografía a su propio voto a cambio de la prebenda. Hasta los regalan con tal de contar con esa “garantía”. Pero los consejeros electorales advirtieron que entre sus facultades no están las de “catear” a los electores, impedirles hacer uso de sus celulares, ni prohibirles tomar fotografías de sus boletas.
La respuesta “estelar” corrió a cargo del consejero Sergio García Ramírez: “No tenemos base jurídica –puntualizó- para prohibir la portación de celulares u otros dispositivos semejantes y creo que no tenemos sustento jurídico para prohibir la toma de fotografías o de registros de alguien que, en la privacidad de la casilla, de la urna, desea tomar alguna fotografía o practicar alguna reflexión acerca del sentido de su voto”. Lo que está muy mal toda vez que sólo se trata de ardides legaloides para avalar la coacción al voto pero se torna aún peor si tomamos en cuenta los antecedentes del señor, que hacen sospechar de su imparcialidad, pues hay que recordar que García Ramírez es un “miembro distinguido” del PRI desde 1961, que fue integrante de varios gabinetes priístas, que fue precandidato presidencial de ese partido en 1987 y todavía en 2005 fue incluso propuesto como presidente del comité nacional del PRI. ¡Un dechado de autoridad moral para hablar del tema!
Por supuesto que el señor consejero del IFE contó con el respaldo del representante priísta Sebastián Lerdo de Tejada quien, raudo defensor de las libertades y el derecho “a la privacidad” de los ciudadanos, calificó de “irresponsable y frívola” la propuesta. Y obvio, se desechó.
En todos estos casos, tanto en el de Peña como en el de García Ramírez y Lerdo, se trata del mismo discurso: el que han repetido los presidentes y funcionarios fraudulentos desde hace muchos años.
Miguel Alemán, por ejemplo, ante las elecciones de 1952: “Entregaré el poder a quien libremente el pueblo elija”, al mismo tiempo que giraba órdenes para impedir el triunfo de Miguel Henríquez Guzmán. Y Miguel de la Madrid, en 1988: “Intentan manchar la democracia con profecías de fraude, es una injuria a todo el pueblo” dijo, con la misma boca con la que dio la orden de tirar el sistema para arreglar los votos a favor del PRI.
Y había que remitirnos, repito, no sólo a la historia muy lejana sino a la muy reciente. Porque además de la currícula de muchos de los que hoy son responsables de cuidar y vigilar las elecciones, basta con ver lo que ha pasado en los últimos procesos locales para percatarnos cuan vacíos resultan discursos como el de Peña cuando apenas hace un año en su propio estado la compra de votos y nada menos que el uso de celulares para controlar esos votos fueron práctica normal con motivo de la elección de su sucesor.
Fue esa una clarísima elección de Estado no sólo por lo que pasó durante la jornada de la votación sino por todas las anomalías previas.
Está documentado. El resultado a favor de Eruviel Avila se construyó desde el principio con el uso de recursos públicos, el respaldo de los medios y las casas encuestadoras “a modo”, y la actitud parcial asumida por el Instituto Electoral del Estado de México (IEEM). Hubo actos anticipados de campaña que no se sancionaron; el PRI rebasó con creces los topes de ley y ni siquiera se le llamó la atención. Hubo, desde luego, acarreos y utilización selectiva de los programas sociales a favor del candidato priísta. Y el día de los comicios hubo lo de siempre: casillas donde personas votaron varias ocasiones, pistoleros intimidando a posibles votantes, robo de urnas, detenciones arbitrarias de opositores e incluso balazos al aire para inhibir el sufragio. Todo, en la más completa impunidad.
Y lo mismo podríamos decir de todas las elecciones estatales que se han llevado a cabo en los últimos dos años. Mera competencia de poderes. En algunos casos de los poderes locales contra el poder federal, en otros de ambos contra sus oponentes. Un auténtico “cochinero”.
Y si nos vamos atrás, peor. La verdad es que la historia no da para donde hacerse.
Por eso es que, en un país como México, con una tradición antidemocrática tan enraizada entre nuestros gobernantes y políticos, es absurda la posición del IFE encubierta en “defensa de los derechos individuales”. Pues nada, ninguna prevención sería mucha ni excesiva en este contexto antidemocrático.
Simplemente recordemos. De todas -de todas subrayo- las elecciones que hemos tenido en nuestro país desde que lo somos, es decir desde la Independencia, sólo dos no han sido motivo de dudas y de controversia: la primera, la de Guadalupe Victoria, y la del 2000 que encumbró a Vicente Fox. De ahí en fuera, todas han sido cuestionadas. Vaya, ni las elecciones de Juárez, ni las de Madero estuvieron exentas de suspicacias, como ya lo hemos planteado aquí anteriormente. Mientras ahora mismo surgen denuncias de boletas duplicadas y boletas pretachadas a favor del PRI; de retención de credenciales de elector a empleados municipales y estatales; de operativos compra de votos y entrega de despensas, etc., etc.
Y aún así se atreven a decir que no hay “ninguna posibilidad” de fraude, y tampoco de retroceso si ganara el PRI. Que la victoria de Peña “no sería una restauración”, y mucho menos debe ser motivo de miedo o preocupación para los mexicanos. Vaya, hasta ponen como “garantía” el que, si ganara, “enfrentará” los mismos “contrapesos” que tuvieron Fox y Calderón, que carecerá de mayoría legislativa en al menos una cámara y que será “acotado” por los medios de comunicación y una sociedad civil más organizada y vigorosa.
El problema es que con todos esos “contrapesos” ya vimos lo que hicieron Fox y Calderón. Y cómo gobernó el propio Peña en el Estado de México. Y Humberto Moreira. Y Tomás Yarrington, y... Conste que no estoy hablando de Ruiz Cortines ni de Díaz Ordaz, ni de Echeverría o Carlos Salinas.
Que no nos engañen. Con todo y leyes, el estilo autoritario no se ha ido. Goza de cabal salud, y ¡ay de aquél que crea en los lobos con piel de oveja que hoy muestran su lado amable sólo porque quieren el poder!
Escribió hace poco Jorge Castañeda: “México ha sobrevivido a una gran cantidad de desgracias en su historia. Sobrevivirá al regreso del PRI, y en una de esas, hasta prosperará con la elección de Peña Nieto”. Bonito consuelo. El voto de la resignación contra el voto de la esperanza.
Y digo voto de la resignación porque lo que sí resulta el colmo, y desde luego intolerable, es que en su soberbia quieran darnos la impresión hasta de que la elección es inútil, que es mero formulismo (“a menos que caiga una bomba nuclear” dice José Cárdenas) o, si acaso, que sólo servirá para decidir el segundo lugar.
¡Nada más eso nos faltaba!

Publicado en Unomasuno el 26 de junio de 2012.

LA ELECCION DEL 1 DE JULIO, TAREA DE TODOS

Paralelismos entre la campaña de 1952 y la de ahora. El estilo del viejo PRI.

Entramos a la recta final de la campaña con dos contendientes claros: AMLO y Enrique Peña, y como resultado de esto con todos los signos de riesgo frente al más que cantado empeño del grupo en el poder por manipular una vez más los resultados electorales.
No son exageraciones y mucho menos estrategia de amenaza como advierten, para vacunarse, los voceros del PRIAN. El riesgo es real y las señales son obvias. La disparidad en las cifras de las encuestas, la intromisión cada vez más abierta del gobierno federal, la guerra sucia de spots y declaraciones, mientras el PRI, realmente desesperado, hace suyo el discurso calderonista del 2006 y no titubean en llamar a AMLO, otra vez, “un peligro para México”. Esto por no hablar de las denuncias diversas que organizaciones ciudadanas han venido presentando sobre anomalías en la preparación de las elecciones.
Todo lo cual nos obliga a recurrir a la historia. Porque la historia enseña. Y para eso justamente sirve, para aprender de ella y para evitar repetir los errores.
No es esta la primera vez que el país se encuentra en una situación similar.
Ya hemos hablado de las elecciones de 1952. Miguel Henríquez Guzmán, cobijado en la primera coalición de fuerzas progresistas enfrentó al candidato del sistema, al candidato del PRI, y avanzaba en la aceptación popular.
Fue una campaña a contracorriente. El mundo a revés en pleno. Pero aún así, con todo en contra, el triunfo del candidato de la izquierda aparecía cada vez como más posible. La táctica del gobierno y su partido fue preparar el fraude, y al parejo de esto ir creando el clima y el marco para poder hacerlo.
Así pues, para espantar al electorado se empezó por acusar a Henríquez de ser un émulo de Batista -el Chávez de aquellos años-, un comunista embozado, dictador en ciernes rodeado de radicales que iban a poner en riesgo la economía y la estabilidad del país.
Luego, como Henríquez convocaba cada vez a mayor número de ciudadanos en sus mítines sin necesidad de acarreos ni grandes recursos, el silencio de los medios y la propaganda interesada trató de minimizar o de plano desacreditar todos los logros de la campaña.
Algo que inquietaba a los priístas era la amistad y alianza que unía a Henríquez con Lázaro Cárdenas e hicieron todo con tal de minarla. Como de entrada se planteó la unidad de todas las fuerzas progresistas en torno a Henríquez, se empeñaron en mostrar la imagen de una izquierda dividida, confrontada, que abandonaba a su abanderado. Utilizando la figura de Cárdenas, como hoy se hace con Cuauhtémoc su hijo y con Marcelo Ebrard, regaron por todos lados el rumor de que el ex presidente en realidad no apoyaba la candidatura de Henríquez y hasta usaron sus declaraciones para legitimar el fraude; pero además, subrepticiamente, cooptaron a la otra gran figura de la izquierda, a Vicente Lombardo, y empezaron a operar con su apoyo. El caso era generar confusión entre la base henriquista, al tiempo que allanaban el camino de la futura negociación con los “sensatos”.
Lo siguiente fue convertir a los henriquistas en los “perros del mal”, presentarlos como intolerantes, acusarlos del violentos y, claro, de estar preparando un estallido armado ante lo “inevitable” de su derrota. Y como ni así hacían mella en el ánimo popular, recurrieron al expediente de la victimización.
Un hecho insólito ocurrió en el mes de marzo de 1952, durante un mitin en Tacuba. Fue interrumpido por un grupo de priístas, pistola en mano, que llegaron agrediendo a los henriquistas y mataron a uno. Los priístas armaron un escándalo. Aseguraron que los agresores habían sido los oposicionistas y no sólo eso sino que se robaron el cadáver de la víctima, dijeron que era militante del PRI y acusaron a un henriquista del crimen. Los verdaderos asesinos jamás fueron molestados, y en cambio el incidente sirvió de pretexto para inundar materialmente la prensa, en los últimos días de la campaña, con acusaciones muy severas acerca del carácter “subversivo” de Henríquez y sus seguidores.
Nada era casual. Todo estaba perfectamente calculado. Presentando una imagen de la oposición recurriendo a la violencia como su último recurso reforzaban en realidad la percepción de su “derrota” inminente, y de paso la descalificaban de antemano ante cualquier posibilidad de protesta.
Miguel Alemán, el presidente en ese tiempo, reclamó de los henriquistas y de su candidato “respeto a la ley”, el compromiso de acatar los resultados, sea cuales fueran. Sin embargo, todo el aparato estaba armado para que la calificación de la elección la hicieran incondicionales de Alemán y militantes del PRI.
La guerra sucia arreció. Henríquez era presentado como un auténtico peligro, no sólo para el país sino para todo el continente. Se decía que estaba preparando una “revolución” y que usaba cuantiosos recursos ilegales para armar su reclamo post-electoral.
Secretamente, Alemán había tendido sus hilos. Auxiliado por el ex presidente Manuel Avila Camacho operó la negociación que asegurara la gobernabilidad una vez consumado el fraude. Para sembrar la duda en la oposición se decía que Cárdenas en realidad ya estaba preparándose para la derrota de su amigo. Gonzalo N. Santos cuenta en sus memorias cómo fue que se arregló una especie de “gobierno de coalición” con miembros de todos los grupos políticos significativos de aquel entonces, incluida el ala cardenista hasta entonces marginada.
Ignorante de todas esas cosas, o más bien, haciendo oídos sordos a todas las advertencias, llegó Henríquez al final de su campaña política.
El desenlace de aquellas elecciones fue, efectivamente, el fraude electoral.
Hay elementos fundados que permiten suponer que el triunfador fue Henríquez. Sólo que como en los hechos funcionó la operación gubernamental para inmovilizar al henriquismo, la imposición se pudo consumar. A los reclamos se respondió con represión, hubo muertos, y unas declaraciones de Cárdenas fueron la puntilla: urgió a su amigo a reconocer los resultados y desautorizó cualquier intento de protesta llamando a la unidad nacional.
Cárdenas diría posteriormente que él jamás dio esas declaraciones pero el hecho fue que no lo aclaró públicamente y sirvieron como un detonante para dividir a la izquierda: los “sensatos” o pragmáticos se alinearon al gobierno y dejaron sólo a Henríquez. Cuando en 1957 quiso volver a ser candidato, de plano le cerraron el paso. Mientras la izquierda Light de entonces, la izquierda moderada, a modo del sistema, se prestaba a la farsa de la “unidad nacional” a cambio de una tajada del pastel oficial.
Esto es lo que consigna la historia. Y efectivamente ya vemos que no es esta la primera vez que el país vive una elección como la de este año. Pero hay diferencias.
Para empezar hoy ya se asume, al margen de la propaganda, que nuestra democracia está por hacerse. Y existe una ciudadanía consciente pero además actuante, organizada como nunca antes, que se ocupa no solamente en contrarrestar la “guerra sucia” y acudir a las urnas sino que está lista para cuidar su conteo y evidenciar todas las anomalías que se den antes y durante la jornada del 1 de julio. Algo que no se pudo hacer en 1952. Ni siquiera en 2006.
Queda claro que sería inadmisible un “pacto de civilidad” de aval electoral que sólo incluya la obligación de acatar los resultados si no se asume también el compromiso de que no metan la mano en el proceso el gobierno federal ni los estatales, de que no se coaccione el voto y de la comprobable imparcialidad en el conteo rápido, entre otras condiciones de confianza elemental.
Si acaso queda pendiente evitar la percepción de una izquierda dividida, por lo que es de esperarse la presencia de Marcelo Ebrard, Cuauhtémoc Cárdenas y todos aquellos comprometidos con la unidad, reforzando los últimos mítines de la campaña de AMLO y evitando declaraciones o posturas equívocas que pudieran prestarse a la idea de que hay una parte de la izquierda lista para reconocer el fraude.
Este país no aguanta una elección fraudulenta más, pero no podemos esperar que no lo van a intentar otra vez. Por eso es necesario que actuemos todos como avales de lo que va a pasar el 1 de julio.
Por primera vez en la historia tenemos la oportunidad de hacer realidad la democracia y cambiar a México en paz y sin violencia. Dejar atrás al fin, la jettatura de las elecciones cuestionadas.

Publicado en Unomasuno el 19 de junio de 2012.

COLOSIO Y LA UTILIZACION DE LA HISTORIA

Imprecisiones de la Película "Colosio"

La "guerra sucia" de Camacho y Salinas Vs. Colosio
















Siempre he dicho que es tiempo de superar la partidización de la historia. Un vicio que nos viene de los años del priísmo, y quizá desde antes, merced al cual nos han convertido a los ciudadanos en rehenes de las fechas especiales o conmemoraciones creadas por quienes dictan quienes son los buenos y quienes los malos, los “historiadores” oficiales, con el único objetivo de mantener la ignorancia de nuestro pasado y conjurar cualquier visión analítica.
Pero mucho menos creo en los supuestos esfuerzos “desmitificadores” de los que hacen de nuestra historia una telenovela o un best seller. Que una cosa es presentar a los personajes y a los héroes como lo que son, hombres y mujeres de carne y hueso, y otra encubrir en la invasión de su intimidad el afán por minimizarlos, o peor aún, para disfrazar su partidismo, que es lo que en realidad hacen.
No es el caso de la película de Carlos Bolado, “Colosio, el asesinato”, esfuerzo notable como pocos por presentarnos un hecho reciente que define sin duda mucho de lo que somos y de lo que no hemos podido llegar a ser.
Siempre es arriesgado revisar el pasado reciente. Máxime cuando persisten muchos de los intereses que lo marcaron y siguen con vida la mayoría o buena parte de sus protagonistas. Por eso es útil y además estimulante la cinta que, novelando unas partes del suceso y evidenciando otras crudamente, nos permite entender qué pasó aquella tarde del 23 de marzo de 1994 en Tijuana.
Creo, en todo caso, que el día que se escriba la verdadera historia de esa etapa Luis Donaldo ocupará un lugar especial, y no tanto por lo que pudo haber sido, al fin especulación, sino por lo que representó e hizo. Las razones por las que “no llegó”, o más bien por las que no lo dejaron llegar a la presidencia.
Si acaso lo único discutible es que minimizó o de plano ignoró el contexto en el que se desarrolló la campaña que devino en crimen. Porque a Colosio no lo mataron “ellos”, ese ente etéreo de los sin nombre de que se habla a lo largo de la cinta, “el sistema” o el “complejo político-financiero” del país, los mismos que lo encumbraron. Sino que tienen nombre y apellidos.
Como señaló en su momento el padre del candidato asesinado, don Luis Colosio: “Dicen que los ambientes de campaña no matan, que un contexto no asesina. Eso es cierto en el sentido literal, porque finalmente los asesinatos los cometen las personas... Pero ni duda cabe que Donaldo fue ultimado en un clima profundo de deterioro de sus relaciones con el presidente Salinas... ¿Cómo olvidar esa carta donde Zedillo reportaba que en torno del presidente Salinas existía una influencia muy tenaz para desacreditar la capacidad de Colosio y, a manera de solución, recomendaba un pacto político con el entonces presidente de la República?”.
De lo que deriva una crítica más: las imprecisiones históricas. Por ejemplo, la supuesta “reconciliación” entre Manuel Camacho y Colosio y la conversación de Diana Laura Riojas con el fiscal exonerando de hecho al mismo Camacho, apegado esto sólo a la versión de Camacho, cuando existen al menos otro par de testimonios que no coinciden con ella.
Yo platiqué alguna vez con Camacho acerca de este tema. El me dijo exactamente lo mismo que se presenta en la película, que el 16 de marzo se reunió a cenar con Colosio, que se reconcilió con él y hasta acordaron empujar juntos una gran alianza política de “centro amplio”. Sin embargo, varios miembros del equipo del sonorense, Heriberto Galindo, Ernesto Zedillo y Federico Arreola entre otros, no coinciden con esta versión.
La entrevista entre Camacho y Colosio efectivamente tuvo lugar en casa de Luis Martínez el 16 de marzo, pero la verdad es que a despecho de lo que sostiene Camacho ni siquiera entonces frenó su protagonismo. Como tampoco cesó el activismo de Carlos Salinas, avalándolo en todo. Antes bien el 17, sólo unas horas después de aquél encuentro, Camacho hace una llamada telefónica a David Asman del Wall Street Journal, y le ofrece la primicia de lo que sería su “programa de gobierno” mientras Salinas elogia las capacidades como gobernante de Camacho durante una gira por el DF (Reforma, 18 de marzo).
En ese momento, de acuerdo con encuestas que se difunden interesadamente, la intención del voto por Camacho iba en ascenso y era muy similar a la de Cuauhtémoc Cárdenas (más de 20%), aún sin definirse qué partido lo cobijaría (Este País, marzo de 1994).
Algunos de los ex colaboradores de Colosio que desmienten la versión de Camacho son, decía, Zedillo y Heriberto Galindo. El primero aseguró, de acuerdo a lo que a él le dijo Colosio, que esa cena terminó mal. El comentario que Colosio le hizo a Zedillo de Camacho fue textualmente: “No tiene remedio” (Reforma, 6 de octubre de 1995). Mientras que Galindo aseguró que a él Colosio, refiriéndose al resultado de la reunión, “con la mano, me hizo como que sí y como que no, como más o menos, como con dudas” y que le había explicado: “Hablamos, hablamos… Pero Manuel es muy difícil” (Proceso, 16 de octubre de 1995).
Por su parte José Ureña, reportero de La Jornada, reveló (4 de octubre de 1995) que Colosio le había dicho a él que su encuentro con Camacho terminó sin acuerdo, y que hasta le había insinuado que no creía que ganara la elección. Luego, cuando Colosio le dijo a Camacho que no se valía usar Chiapas con fines políticos personales y el periodista le preguntó qué le había contestado, el candidato le refirió: “Si es un hijo de la… ¿qué querías que me dijera?”.
Basta recordar que en sus famosas conferencias de prensa en el Hotel Presidente, que supuestamente ofrecía Camacho para anunciar los avances de su gestión en Chiapas, nunca dejó de coquetear con una posible candidatura presidencial, insistía en presentarse como una figura clave para lograr la transición democrática con todo el apoyo de Salinas; y por cierto que antes de cada conferencia invariablemente se reunía en privado con el entonces presidente, para acordar juntos el contenido de sus comunicados. Por lo que habría que agregar que no sólo fueron las declaraciones de Camacho las que enturbiaron el ambiente, también fueron las que hacía Salinas, defendiendo y apoyando a Camacho, y promoviéndole apoyos y adhesiones.
Vaya, hasta está en entredicho la declaración de Colosio, ese 22 de marzo en que Camacho declinó finalmente la candidatura. Según Camacho, Colosio le llamó telefónicamente ese día y no sólo fue muy efusivo con él sino que su declaración a los medios es la prueba de la “convergencia personal y política” que ya había entre ambos. La verdad es que Colosio eliminó los párrafos más elogiosos del texto original (La Jornada, 8 de octubre de 1995), además de que fue Salinas quien le pidió a Colosio hacer tanto la llamada a Camacho como su declaración. Le dijo vía telefónica, por la mañana de ese día, textualmente: “Sé generoso en la victoria, Donaldo. Te suplico que no ataques a Manuel. Habla bien de él”. Y le repetiría la llamada por la tarde, reiterándole la petición de hacer una declaración “generosa” para Camacho (La Jornada, 31 de diciembre de 1995). Dos versiones también.
En cuanto a la conversación sobre Camacho que tuvo Diana Laura con motivo de la carta que pretendía Salinas que firmara exonerando a Camacho, basta decir que no fue con Miguel Montes sino con José Luis Soberanes. Y a él le dijo lo siguiente: “El Presidente me pide que le suscriba una carta dirigida al licenciado Camacho Solís, donde lo disculpe y libere de cualquier responsabilidad en el atentado de Luis Donaldo” (Expediente Noticias, 25 de enero de 2012). Pero nunca emitió un comentario que permitiera concluir que ya había entendimiento entre Camacho y su marido sino antes bien a Guadalupe Loaeza le soltó: “No la voy a firmar. No estoy loca”.  Y en efecto, jamás firmó la carta. En relación a ella, Federico Arreola atestiguó al fiscal que Diana Laura lo invitó a comer un día para decirle que por ningún motivo firmaría la carta, ya que no quería que Camacho fuera presidente. Le informó que Camacho le había llamado insistiéndole para que firmara esa carta (Reforma, 24 de marzo de 2004).
Nada de lo cual, en todo caso, va en demérito de la película, sino antes bien subraya su importancia al reabrir el análisis y la discusión sobre un capítulo inconcluso, que algún día, tendremos que resolver. Por la salud de la política. Y de la república.

Publicado en Unomasuno el 12 de junio de 2012.

LA LUCHA DE PORFIRIO DIAZ VS. BENITO JUAREZ

Caricatura de Juárez y Díaz en los años en que éste era el ídolo de los "Puros".

Pocos recuerdan que Porfirio Díaz fue el autor de la frase "Sufragio Efectivo No Reelección". La acuñó en 1871, cuando se levantó en armas contra Benito Juárez y advirtió: "Que ningún ciudadano se imponga y perpetúe en el ejercicio del poder, y esta será la última revolución".
Díaz fue un general fundamental de la causa liberal y republicana y tuvo gestos de gran valor y patriotismo que lo hicieron el ídolo de los liberales “Puros”, de personajes como Ignacio Ramírez y Vicente Riva Palacio, y le ganaron el respeto del pueblo.
Se sabía, por ejemplo, que cuando el levantamiento de Ayutla y Antonio López de Santa Anna convocó a un plebiscito para detectar quien lo apoyaba y quien no, Díaz votó en voz alta en contra de Santa Anna, lo que era un delito.
En 1864, cuando fue derrotado en Puebla, los jefes franceses le dieron la bienvenida a sus filas. Maximiliano en persona fue hasta Puebla para platicar con él, pero Díaz le respondió que si quería verlo fuera a la cárcel, y terminantemente se negó a colaborar con él.
Y en mayo de 1867 cuando estaba por entrar a la Ciudad de México, recibió infinidad de ofertas. De Leonardo Márquez; de Marcos Otterbourg, Cónsul de los Estados Unidos; del padre Fisher, consejero de Maximiliano, entre otros, para negociar la entrega de la capital a cambio de hacer a un lado tanto a los imperialistas como a Juárez, tomando el poder para sí. Pero Díaz rechazó todas las proposiciones. Y fue implacable, hasta que obligó a lo que quedaba de las fuerzas imperialistas a levantar la bandera blanca.
Se dice que Juárez lo marginó por ingratitud o miedo, pero la verdad es que tenía sus razones para obrar como lo hizo. A la caída de la Ciudad corrían rumores de que Justo Benítez, secretario de Díaz, había estado muy activo trabajando entre los militares republicanos buscando su apoyo para que Díaz se apoderara del gobierno al triunfo de la causa. Y Mariano Escobedo le aseguró a Juárez que Díaz le había propuesto desconocerlo para que gobernara el país un triunvirato conformado por Díaz, Escobedo y Ramón Corona. Y entonces, Juárez le pidió a Escobedo que enviara tropas a la Ciudad de México para vigilarlo e impedir cualquier acto de rebelión. Que sólo por eso no se insubordinó ni tomó el poder.
El hecho es que las fuerzas republicanas entraron triunfalmente el 21 de junio y Juárez lo hizo hasta el 15 de julio porque retrasó su retorno, se dice que precisamente, por desconfianza en Díaz.
Díaz le preparó una gran recepción. Hizo adornar las calles y fue a caballo con su estado mayor hasta Tlalpan para esperar al Presidente, quien venía en su ya legendario carruaje negro. En cuanto llegó, Díaz desmontó para saludarlo, pero Juárez lo recibió fríamente sin invitarlo a que lo acompañara en su coche y siguió su camino.
Aunque la recepción a Juárez fue espléndida era evidente la tensión, por lo que un grupo de amigos de Díaz organizó un banquete en nombre de éste para homenajear a Juárez y apaciguarlo. En un momento, cuando Juárez agradeció a Díaz, este le respondió en forma incoherente y vaga. Todo mundo se desconcertó. Al día siguiente Díaz tuvo el talante para desmentir en la prensa haber sido el organizador de la comida.
Juárez lo llamó a Palacio.
-Porfirio, su negativa es un grito de alarma en el Ejército, le dijo. Y tuvieron una conversación llena de reproches.
Después de eso, Díaz renunció a su cargo, cobró sus haberes y pagó a sus tropas. Y se retiró, con una aureola de militar probo y desinteresado. El gobierno de Oaxaca le regaló la hacienda de La Noria y allá se retiró a descansar, sólo que como la agitación continuaba el lugar pronto se convirtió en centro de peregrinaje de altos militares, gobernadores, diputados, periodistas inconformes con el gobierno que veían en él una esperanza.
Se acusaba a Juárez de haberse vuelto “demasiado moderado”, casi un conservador y de traicionar al liberalismo al grado de que los “Puros” lo bautizaron con el mote del “Cura” y a su gabinete como “el curato”. La situación empeoró cuando Juárez mandó una iniciativa pidiendo mayores poderes para el Presidente y abogando porque se diera el voto a los sacerdotes.
Se formaron tres partidos. El juarista, el lerdista que de hecho eran lo mismo, y el porfirista que era en realidad lo que quedaba del partido “Puro”, y lo conformaban entre otros Ignacio Ramírez, Vicente Riva Palacio, Potasio Tagle y Guillermo Prieto.
Cuando hubo elecciones en 1868 cada uno lanzó a su candidato. Fueron calificadas de ilegales por la presión del gobierno para ganarlas, sobre todo compra de votos y provocó una ola de inconformidad al grado de que se produjeron varios levantamientos, en Yucatán, Sinaloa y Puebla entre otros. Fueron derrotados pero un año después se registró otro alzamiento en San Luis Potosí y la situación se complicó aún más cuando se levantaron en Zacatecas el general Trinidad García y en Aguascalientes el general Toledo.
En ese ambiente, en 1871 Porfirio Díaz regresó sorpresivamente a la política como diputado, tuvo una desafortunada participación en el Congreso y regresó a la Noria. Todavía se resistía a enfrentarse a Juárez abiertamente.
Ese año, de cara a las nuevas elecciones, Juárez volvió a presentar su reelección y Díaz volvió a competirle. También Lerdo se presentó, un juego que le gustaba jugar a Juárez para dividir los votos.
En enero de 1871 se formó un “Club Central Porfirista” para apoyar políticamente a Díaz pero era fama pública que el verdadero plan era iniciar una rebelión antes de las elecciones. Y de hecho, tan pronto arrancaron las campañas empezaron los levantamientos. Todos decían que eran porfiristas pero Díaz negaba invariablemente estar de acuerdo con ellos. El más serio tuvo lugar en la Ciudad de México, se levantó en armas la gendarmería encabezada por el general Miguel Negrete, héroe del 5 de mayo. Se apoderaron de La Ciudadela. Saquearon los comercios de San Cosme y el gobernador del DF fue asesinado. Parecía que se iban a imponer, pero la rebelión fue ahogada en sangre, todos sus instigadores fueron fusilados. Y se cuenta que las sentencias las firmó Sóstenes Rocha envalentonado por una botella de cognac.
Hechas las elecciones en julio, ningún candidato obtuvo la mayoría absoluta: Juárez, 5,837; Díaz, 3,555; Lerdo 2,874, por lo que tocó al Congreso hacer la designación final de entre los dos con mayor número de votos. Lo que pasó es que se declaró triunfador a Juárez porque la mayoría era juarista, y secundaron los lerdistas, pero esto provocó nuevas acusaciones de fraude de los porfiristas y hubo nuevas revueltas. Se levantaron en armas en nombre de la democracia entre otros Donato Guerra, Juan N. Méndez, y Jerónimo Treviño. Al fin don Porfirio se decidió y el 8 de noviembre lanzó el Plan de la Noria. Fue cuando acuñó esa sentencia del “sufragio efectivo, no reelección”.
Reprochaba en él la injerencia del gobierno en las elecciones, Y aún así, el nombre de Juárez contra iba dirigido el Plan, no aparece ni una sola vez en ese documento, una muestra del respeto de Díaz hacia él.
La rebelión porfirista fue un fracaso.
Juárez pasó sus últimos meses de vida luchando contra los sublevados. Díaz anduvo algún tiempo a salto de mata, hasta que el 18 de julio de 1872 murió Juárez, tomó el poder Lerdo y decretó una amnistía.
Las elecciones seguían estando en entredicho…

Publicado en Unomasuno el 5 de junio de 2012.

EL DECALOGO DE PEÑA Y LA RETORICA DEL “NUEVO” PRI


Presentó hace unos días el ex “invencible” Enrique Peña (con el padrinazgo de dos opinadores de reconocido fierro político, Jorge Castañeda y Héctor Aguilar Camín), lo que él mismo llama “su” decálogo, en el que piensa basarse para gobernar. Una decepción porque se trata de un texto plagado de lugares comunes, ni siquiera algo novedoso. La misma vieja retórica que encontramos en los discursos de Miguel Alemán, de Gustavo Díaz Ordaz y José López Portillo, entre otros grandes exponentes del stablishment que impera desde 1940.
Es que, cuando uno lee el decálogo de Peña Nieto no puede menos que sumarse a él. ¿Y cómo no si se trata de un simple recuento de los artículos constitucionales que consagran los derechos humanos, las libertades de manifestación, de expresión, de creencias religiosas; la no discriminación, la división de poderes, las elecciones libres, la transparencia y rendición de cuentas, el federalismo, etc.? ¿Qué, me pregunto, habrá algún ciudadano o político “valiente” que se atreva a decir que no reconoce ni respeta estos principios?
La verdad es que el manifiesto de Peña “Por una presidencia Democrática” no es otra cosa que un intento por conjurar los efectos de las protestas juveniles recientes y las manifestaciones populares que están evidenciando cada vez más los riesgos que conllevaría votar movidos por la mera mercadotecnia y permitir el regreso del PRI.
Está pues dirigido a ese amplio grupo de votantes indecisos, particularmente a quienes no ocultamos nuestra preocupación ante la restauración del Viejo PRI, y también al voto “automático” de algunos ciudadanos que no les gusta entrar en mayor análisis político y han estado hasta ahora seducidos por la imagen creada del señor Peña, pero pueden dejar de estarlo.
En suma, se trata de un documento que suscribiría cualquier candidato, porque no va más allá del cumplimiento de la Constitución, con el agregado de algunos plagios de las propuestas del candidato de la izquierda.
El problema es que son exactamente los mismos lugares comunes, repito, del viejo discurso legitimador del priísmo. Y el punto es que precisamente con esos principios, plasmados en nuestra Ley Suprema desde 1917, gobernaron ellos por más o menos 60 años sin siquiera observarlos. Ah bueno, pero si no se quiere hablar de historia “porque eso ya es pasado”, el hecho es que con esos mismos principios, consagrados en la Constitución del Estado de México, gobernó el propio Peña, pasando por encima de ellos por lo menos en lo que se refiere a: A) Libertad de manifestación (según determinación de la Suprema Corte en el caso Atenco en 2006 Peña “castigó el ejercicio del derecho a la manifestación social”). B) A derechos humanos (además de las que se dieron en Atenco, las innumerables violaciones durante su gobierno las documentó el Centro Miguel Agustín Pro en su informe “Violaciones sistemáticas de Derechos Humanos, Informe sobre el Estado de México 2005-20011”). C) A la división de poderes (para nadie es un secreto que controlaba a su antojo el Congreso del Estado, y usó su influencia para reformar la ley cuantas veces quiso pero también lo hizo con su fracción en el Congreso federal, forzando una alianza con el PAN para aprobar el IVA, que finalmente fracasó, pero no por él). D) A la relación con los medios, pues hizo como gobernador exactamente lo contrario de lo que ahora propone, favoreciendo a los monopolios televisivos. E) A la transparencia y rendición de cuentas, pues Transparencia Internacional fue a uno de los gobiernos que más baja calificación le dio en ese rubro; además, la Auditoría Superior de la Federación documentó irregularidades en el manejo de recursos para programas de educación y salud; y contrario a lo que Peña ofrece hacer como Presidente, como gobernador seleccionó un equipo de colaboradores, no a partir de su “capacidad, experiencia y honestidad”, sino de sus relaciones familiares o de amistad. Y tampoco cumplió con obligar a los mandos superiores del gobierno a hacer pública su declaración patrimonial, si bien incorporó ese asunto en el portal de Internet del gobierno mexiquense, se aclaraba que esto podían hacerlo los secretarios, si lo deseaban, y de manera parcial y voluntaria. El mismo señor Peña presentó de esa forma datos incompletos de su declaración patrimonial, propiedades en ninguno de cuyos casos se especificaba su valor. Y por si esto fuera poco, según información de la Embajada Norteamericana sólo 2 por ciento de los funcionarios de seguridad del Estado pasaron las pruebas de investigación de antecedentes y de confianza.
Y no le seguimos con el recuento porque es abrumador y en verdad llama a la reflexión, sobre todo ahora que Peña plantea hacer un “deslinde” entre el “viejo PRI” y el “nuevo” que él asegura representar, sin ninguna autocrítica, ignorando olímpicamente lo que gobiernos recientes, actuales, han hecho en contra de la ley, incluido él mismo en su ejercicio como gobernador.
Lo hemos dicho otras veces, que el Nuevo PRI fue un término que acuñó Luis Donaldo Colosio en los años 90, colocado en el medio de la pugna entre los “dinosaurios” y los “renovadores”, para defender al PRI cuando todo mundo coincidía en que había llegado la hora de la transición en México. Colosio quería que el PRI fuera el impulsor de esa transición. Salinas y su grupo en cambio, empeñados en asegurar su hegemonía, pensaban justamente en lo contrario, en eliminarlo. Esto tuvo su origen en el pacto que hicieron con el PAN para acceder al poder. Con ellos, Salinas acordó cederles espacios, incluirlos dentro de la coalición gobernante, lo que se dio en llamar “concertacesiones”, para lo cual Colosio proponía una alternativa: asumir la democracia, real, no simulada, y transformar al viejo PRI en un partido democrático competitivo para que ganara las elecciones sin trampas, pero a condición de que también la oposición se ganara sus triunfos con votos y no mediante negociaciones
Bueno pues, ante el evidente escepticismo de muchos, Peña vuelve a traer a colación el cuento ese del “nuevo PRI” como fórmula salvadora. Y lo hace para hacer justamente todo lo contrario que pretendía Colosio, y además acompañado por los personajes más emblemáticos del viejo PRI, con los que está haciendo su campaña y seguramente haría mañana, en el cada vez más remoto caso de ganar, su gabinete.
Otra diferencia entre él y Colosio es que éste no admitió nunca en su comitiva ni en sus actos la presencia de los representantes del viejo PRI. Ahora muchos que se dicen colosistas o “amigos de Colosio” lo olvidan o quieren que se olvide, pero la distancia de Luis Donaldo con los dinosaurios fue real; tan real, que el candidato del viejo PRI no era él, era otro. Y para quien quiera constatarlo que le eche un vistazo a los periódicos de enero a marzo de 1994.
Ahora, sobre ese otro argumento que usa el señor Peña para eludir la crítica, en cuanto a que el viejo PRI está enquistado en realidad en el PRD, habría que decir que aún cuando posiblemente haya algo de razón, ese viejo PRI que se metió al PRD como señala Peña no es el que sustenta el movimiento obradorista; vaya, en muchos casos ni siquiera lo ha apoyado ni participa en él. Su candidato para 2012 -también como en el caso de Colosio- no era AMLO, era otro. Así que el símil puede valer efectivamente para algunos perredistas, para algunos candidatos sobre todo, metidos en las listas plurinominales; pero no para AMLO y menos para su propuesta de gobierno.
No olvidemos que la alianza del PRIAN –lo hemos dicho otras veces- ha sido posible no sólo porque así lo han querido el PRI y el PAN sino que ha contado con el respaldo también de esa parte del PRD. Lo que pasa es que unos lo hacen abiertamente, y otros de manera subrepticia. Así que mejor no confundamos unidad con contubernio. Que tránsfugas y oportunistas hay en toda la política. La diferencia está en el peso que tienen unos y otros en cada campaña y en cada equipo. Y para no ir más lejos, ¿qué más claro que el apoyo de Manuel Espino, del Yunque, y junto con él de las huestes de René Arce y Víctor Hugo Círigo, a la campaña peñista?
En todo caso, no olvidar que el discurso de los indignados mexicanos, de los jóvenes, es, en gran medida, la respuesta ciudadana a esa alianza que ha gobernado los últimos 24 años. Y a sus resultados.
Es decir, que el discurso del cambio simplemente no puede ser menos que eso… Y tampoco se reduce a copiar las propuestas de la izquierda.

Publicado en Unomasuno el 29 de mayo de 2012.

LA LUCHA DE JUAREZ Y GONZALEZ ORTEGA

Jesús González Ortega

Juárez caricaturizado como "emperador" por sus adversarios

Siendo como lo fue, el mejor presidente que ha tenido México, a quien debemos nada menos que la posibilidad de ser país, Benito Juárez fue un hombre de claroscuros. Ignacio Manuel Altamirano lo acusó de transaccionista por ser, según él, demasiado suave con los conservadores. Guillermo Prieto no dudó en renunciarle, en desacuerdo con su forma de gobernar. E Ignacio Ramírez se alejó de él y lo llamó un “bárbaro de la Mixteca”, acusándolo de “corromperlo todo, de centralizarlo todo”. Escribió en su momento: “Don Benito, en las horas de lucha electoral, puede, desde su silla, merced al telégrafo, derramar sobre las urnas hasta hacerlas rebosar, torrentes de oro con una mano y con la otra torrentes de sangre”.
Casi todos coincidían en algo: su obsesión en concentrar el poder, en aferrarse a él, incluso despreciando y eludiendo las elecciones. El hecho es que sus contemporáneos y la prensa crítica de su época pintaban a Juárez como un “dictador constitucional”, y hablaban de cómo usaba el erario para hacer elecciones a modo, apoyarse a sí mismo y apoyar a sus candidatos.
Otro de sus detractores fue el general Jesús González Ortega, el vencedor Calpulalpan. El se ostentó hasta su muerte como el “presidente legítimo”, acusando a Juárez de imponerse por encima de la ley a pesar de no tener derecho alguno. Y su último intento por sacarlo de la presidencia lo hizo en 1864.
González no quería tampoco elecciones, lo que quería era que Juárez lo heredara, así que para presionarlo se acerca a los franceses y trabaja en un aparente plan de paz, en realidad un arreglo con los invasores para terminar con la ocupación militar. Hace incluso un viaje a los Estados Unidos, y allá lo recibe el embajador Matías Romero, quien lo presenta al presidente norteamericano Andrew Johnson como el futuro presidente de México.
Pero llegó 1865, y como no se veía mucha voluntad de Juárez para dejar el poder, González Ortega viajó a Chihuahua, que en ese entonces era la capital de la República, sólo para recordarle a Juárez que el día 30 de Noviembre terminaba su mandato y que le correspondía a él ocupar la primer magistratura del país por ser el presidente de la Suprema Corte.
La respuesta de Juárez, esta vez, fue que como no había un Congreso que resolviera la controversia, tocaba a él gobernar mediante decreto, así que dictó uno en el que señalaba que por vivir el país tiempos de guerra no era posible realizar las elecciones, por lo que su mandato sería prorrogado hasta que la situación nacional se normalizara. 
No conforme con eso, inhabilitó a González Ortega como presidente de la Suprema Corte y por ende como vicepresidente acusándolo de haber aceptado primero ser Gobernador de Zacatecas y luego por haber viajado a los Estados Unidos, reservándose el derecho de nombrar otro en su lugar. 
A partir de ese momento, González Ortega pasó varios años de su vida reclamando que él era el presidente legítimo de México desde que legalmente terminó el período de Juárez en 1861, infructuosamente. ¿A qué se debió su mala fortuna? Según Justo Sierra "nadie como él ha purgado el delito de ser grande. Nadie como él ha sufrido todas las durezas de la ingratitud humana... Culpa, en realidad, de haber tenido un mérito superior al de los hombres de peso".
La verdad es que varios generales y miembros del gabinete desaprobaron la negativa de Juárez de entregarle el mando a González, llegaron a calificarla como el equivalente a un "golpe de Estado". Guillermo Prieto, que fue uno de ellos, denunció además que había sido el presidente quien había mandado a González para que trabajara en los Estados Unidos por la causa liberal.
Pero esta vez Juárez fue implacable. A Prieto le giró orden de aprehensión, y a González Ortega lo acusó de traición. Se encontraba en ese momento González en Texas. Quiso regresar a México para reclamar sus derechos, pero fue obligado a permanecer allá mediante argucias legales que armaron los juaristas en connivencia con las autoridades norteamericanas, y cuando finalmente pudo regresar al país ya había pasado el término legal de la presidencia de Juárez, pero además se encontró con dos disposiciones oficiales: una mediante la cual debía aprehenderse inmediatamente a los generales, jefes y oficiales que se hubieran ausentado del país y regresaran a México, su caso. Y otra que lo desaforaba supuestamente por haber abandonado sus funciones como general del Ejército y como presidente de la Suprema Corte, por lo que se le debía de encarcelar en donde se le encontrara.
Durante un tiempo, González Ortega anduvo errante por todo el país, y al no lograr respuesta alguna por parte de Juárez, en abril de 1865 regresó a Washington. Buscó allá al secretario de Estado Mr. Seward, para pedirle el reconocimiento de su gobierno como presidente legítimo, y hasta logró que varios congresistas se interesaran en su causa.
Además de los ideólogos Prieto, Ramírez y Altamirano, acá lo respaldaban los generales Miguel Negrete, Servando Canales, los Quesada, José María Patoni, Epitacio Huerta, etc.
Confiado en ello, regresó a México en agosto de 1865 asegurando que su único propósito era presentarse a Juárez, con la única fuerza que le daba la ley, para pedirle el puesto. Quería conferenciar con él, pero se le impidió. Acudieron una vez más en su apoyo varios generales, sobre todo el general Patoni; hubo alzamientos en su favor en Coahuila y Tamaulipas y se supo que muchos generales que combatían a los franceses estaban dispuestos a levantar un acta desconociendo a Juárez y ofreciéndole la presidencia  él. Todo parecía indicar que con el apoyo popular y el del gobierno norteamericano, al triunfo de la República, ocuparía él la presidencia.
Pero el hecho es que la mayoría de los generales republicanos apoyaron a Juárez. Y también los Estados Unidos.
Justo Sierra y Francisco Bulnes afirman que viendo perdida la causa de la intervención, los franceses pensaron en González Ortega para entregarle la presidencia, una vez abdicara Maximiliano. Y que eso precisamente inclinó la balanza en favor de Juárez por parte del gobierno de los Estados Unidos.
Enterado del ardid francés, el gobierno de Washington resolvió enviar a México una misión diplomática y militar encabezada por Mr. Campbell y el general Sherman para que, al embarcarse Maximiliano, sostuviese a Juárez e impidiese que el jefe de los franceses se entendiera con algún caudillo liberal mexicano. Por si esto fuera poco, en noviembre de 1866, González fue aprehendido por el ejército estadounidense, a petición de los juaristas, y aunque fue liberado dos meses más tarde, una vez que regresó a México fue reaprehendido junto al general Patoni, y enviados ambos a la prisión de Monterrey.
Era todavía presidente de la Suprema Corte, gozaba de fuero, nunca se le sometió a juicio alguno, y aún así Juárez lo mantuvo preso por varios meses. González Ortega y Patoni enviaron varias peticiones al Congreso para que se revisara su caso, pero ni siquiera merecieron discusión.
Poco después, Juárez destituyó de plano, mediante decreto, a González Ortega, nombrando en su lugar a Sebastián Lerdo de Tejada, y entonces sí, le otorgó el perdón. Esto fue en julio de 1868.
Profundamente decepcionado por lo que él llamaba artero "golpe de Estado" González Ortega publica un manifiesto en el que reconocía el gobierno de Juárez como un hecho consumado, renunciaba a sus pretensiones presidenciales y dijo tener la conciencia tranquila porque siempre cumplió con su deber. Luego de eso se fue a radicar a Saltillo, mientras Patoni se fue a vivir a Durango, pero hasta allá lo fueron a buscar un grupo de militares y lo fusilaron sin más. Fue un escándalo nacional, se culpó del crimen al ministro de Guerra Ignacio Mejía, el juicio se aplazó y el crimen quedó impune.
Aterrorizado por el asesinato de su amigo, González se retiró de toda actividad política y militar, cortó relaciones hasta con sus amigos y se recluyó en una casa de Saltillo, negándose a salir de ella. Se dijo que se había vuelto loco.

Publicado en Unomasuno el 22 de mayo de 2012.



LAS ELECCIONES DE JUAREZ Y SU PUGNA CON LOS “PUROS”

Caricatura de la compra de voto en los tiempos de Juárez.

Benito Juárez llegó al poder por una traición, la de Ignacio Comonfort al partido liberal, mediante la transmisión del mando que en ese tiempo se hacía, a falta del presidente en funciones, al presidente de la Suprema Corte.
Lo que pasó es que Comonfort, después de ocupar la presidencia en forma interina que le dejó Juan Alvarez, convocó a elecciones y las ganó con el apoyo de los liberales; sólo que gobernó para conformar en todo a los conservadores y, como siempre en nuestra historia, éstos solamente lo utilizaron y cuando se sintieron seguros, le dieron golpe de estado y lo dejaron colgado.
Entonces Juárez, presidente de la Suprema Corte, se hizo cargo de la presidencia y puso todo su empeño en restaurar el orden constitucional y con él, desde luego, las leyes liberales. Fue una guerra de tres años que lo llevo de la Ciudad de México a Guanajuato, de ahí a Guadalajara, Colima y Manzanillo, a Nueva Orléans y finalmente a Veracruz, desde donde organizó la defensa del gobierno. Y ganó.
Bueno, para los liberales “Puros” y para el sector militar quien ganó la guerra había sido en realidad el general Jesús González Ortega, vencedor de la batalla de Calpulalpan. Y lo impulsaron a la presidencia.
Las elecciones debían llevarse a cabo en 1861. De hecho, en cuanto se reinstala en Palacio Nacional Juárez declara que en "breve tiempo entregaré al elegido del pueblo el poder que sólo he mantenido como un depósito", y efectivamente convoca a elecciones... al mismo tiempo que se empeña en sacar del escenario a todo posible competidor.
No olvidemos que el partido “Puro” no comulgaba con Juárez. Se dedicó a obstaculizarlo y a tratar de sustituirlo, casi todo el tiempo, incluso en los momentos más álgidos, y para ello cuenta con dos cartas: el propio González Ortega es una de ellas. Otra es Miguel Lerdo de Tejada, quien parecía el favorito para ganar.
Lerdo era de los liberales que decían que una “intervención transitoria” de los Estados Unidos era deseable y aún de procurarse con tal de lograr el triunfo liberal; pero también trató de negociar con los conservadores varias veces. Participó, entre otros, en el intento de acuerdo que empujaron Miguel Miramón y Santos Degollado para poner fin a la guerra. Monarquía pedían unos y volteaban la vista a Europa, federación republicana los otros, y procuraban la ayuda de los Estados Unidos. Así que buscaron la mediación del embajador norteamericano Robert MacLane y del embajador español Francisco Pacheco, y negociaron la formación de un gobierno interino “neutral” y un congreso bipartidista, amnistía, y convocar a nuevas elecciones. Pero Juárez lo rechazó tajantemente y el intento fracasó.
Cuando se desató la Guerra de Reforma, Lerdo le recomendó a Juárez acceder por entero a las demandas norteamericanas, a cambio de su apoyo. No sólo eso, sino que inició las negociaciones en Washington para conseguir el reconocimiento de Juárez. En más de una ocasión propuso traer norteamericanos armados para defender a la República. Y llegó al extremo de someter el programa del gobierno a la aprobación del embajador norteamericano Churchwell, quien dice de él, en 1859, que “debemos tenerlo presente como el hombre más seguro en cuanto a su preferencia por nosotros”.
Se pensó que era el sucesor lógico de Juárez. Los liberales “Puros” siempre lo tuvieron como su candidato a presidente. Y efectivamente lo nominaron para las elecciones de 1861, y llegó a contar con el voto electoral de 5 estados, mientras que González Ortega tenía 5 y Juárez 6 estados… El problema fue que cayó enfermo, y murió en una semana. De tifoidea dicen, asesinado se rumoró.
El caso es que muerto Lerdo, el partido "Puro" proyecta a González Ortega y mantiene su beligerancia frente a Juárez. Consideraban a González Ortega “más resuelto” para llevar la Reforma hasta sus últimas consecuencias y llegaron al extremo de promover un juicio por alta traición contra Juárez por el Tratado Mac-Lane-Ocampo, para inhabilitarlo a un nuevo período.
No lo lograron tampoco, aún cuando fue corta la diferencia en el Congreso: 61 diputados contra 55 ratifican a Juárez en la presidencia. Y cuando se realizan las elecciones, y se presenta González Ortega para contender contra el oaxaqueño el resultado es contundente: Juárez obtiene 5,289 votos, contra 1,846 de González Ortega, quien sin embargo es electo presidente de la Suprema Corte, que conllevaba también el cargo de vicepresidente y la posibilidad de sustituir al presidente.
González Ortega lo sabe y juega con la posibilidad. Al protestar sus cargos lanza un Manifiesto condenando el derramamiento de sangre en nombre de la libertad y la Reforma y propone un “plan de paz”, ofreciendo incluso una amnistía a los conservadores para atraerlos a sus filas.
Poco después, 51 diputados "Puros" –entre ellos nada menos que Guillermo Prieto, Ignacio Manuel Altamirano e Ignacio Ramírez- le escriben a Juárez pidiéndole la renuncia y la designación en su lugar de González Ortega. Le censuran la lentitud de sus acciones y su falta de energía ante los europeos y los conservadores. Sin embargo, otros 52 diputados lo apoyan –entre ellos Porfirio Díaz, Ignacio Mariscal y Manuel Dublán-, y se queda por otros 4 años en el poder.
Aún así, ni los “Puros” ni González Ortega ceden. En 1863 corre el rumor de que éste último quiere reclamar una vez más el poder para sí, y sucede que, sorprendentemente, su escolta se le subleva, y lo trata de asesinar. Infructuosamente, pues milagrosamente González Ortega logra escapar, se refugia en Zacatecas, y desde allá reclama la presidencia que constitucionalmente, dice, a él y sólo a él le corresponde legítimamente.
Hace varios intentos. Uno de ellos, directamente ante Juárez. Va a verlo personalmente y le advierte que, de acuerdo con la Constitución, de no haber elecciones para el 1 de diciembre de 1864, el presidente saliente debe entregar el mando al presidente de la Suprema Corte, en este caso a él, a González Ortega.
Otro intento lo hace junto con Doblado, y parte del partido "Moderado". De común acuerdo, envían a Juárez en Saltillo una comisión que le dice al presidente que hay disposición de los invasores franceses de tratar con el grupo liberal, siempre y cuando se excluyese a Juárez. En realidad se trataba de organizar un gobierno “de conciliación” que asegurara los intereses franceses. Por tanto, Juárez debe renunciar al puesto, dejándolo a alguno de los dos.
A la reclamación de González, Juárez responde, por medio de Sebastián Lerdo de Tejada, con una argucia legal: como Juárez había asumido la presidencia el 16 de junio de 1861 y no un 1 de diciembre como decía la Constitución, los meses anteriores no contaban, así que su período terminaba en realidad el 30 de noviembre de 1865. González Ortega aceptó, confiando en la palabra empeñada, y pide se le de entre tanto una comisión para seguir defendiendo al país de la intervención.
A la tentativa de Doblado y González Ortega Juárez se negó rotundamente aduciendo la defensa de la soberanía, y tanto Doblado como González Ortega, al fin patriotas, acaban por aceptar sus razones.
Esto no obsta para que González Ortega mantenga sus esperanzas, así que sigue esperando… y maniobrando.
Estaba visto que todavía las elecciones iban a ser motivo de muchas controversias y divisiones entre los mexicanos.

Publicado en Unomasuno el 15 de mayo de 2012.