miércoles, 11 de abril de 2012

LA PERVERSIDAD DE LAS COALICIONES (CONCERTACESIONES)

Hablábamos en ocasión anterior de la demagogia que encierra la propuesta de los gobiernos de coalición que abandera ahora la señora Josefina Vázquez. Y decíamos que se trataba de un alarde demagógico porque en coalición PANPRI hemos vivido desde diciembre del 88, así que lo único que se pretende es darle continuidad a algo que ya existe y que, incluso, es responsable de todo lo que ha pasado en el país los últimos 23 años.
Es una propuesta, además, tramposa y perversa, puesto que con ella se asegura que se mantendrán intactos los poderes fácticos que han gobernado a sus anchas, al margen de la voluntad popular, desde que Carlos Salinas negoció su estancia en la presidencia, y desde entonces han impedido todo avance democrático convirtiendo las elecciones en meras concertacesiones.
Las concertacesiones las inventaron los salinistas, atenazados por la sombra del fraude del 88, para poder gobernar y asegurarse la permanencia como grupo por “por lo menos 25 años”… Y están a punto de lograrlo. Por eso no son, ni de lejos, una propuesta de democracia. Basta leer los artículos y libros de sus ideólogos. En ninguno de ellos se habla, ni una línea, de que van a dejar de usarse trampas y chanchullos para ganar elecciones. Ellos lo que querían era tener participación del poder, hacer a un lado a los viejos políticos pero no para cambiar sus métodos sino para convertirse en los nuevos amos para repartir el pastel entre quienes ellos quisieran. El polo de izquierda que encabezaba Cuauhtémoc Cárdenas los puso contra las cuerdas, PAN entró al quite, negociaron todo lo negociable, menos el control, y así lo han hecho en los últimos 4 gobiernos.
Su fórmula era muy simple: oxigenar la red de complicidades para que las cosas no cambiaran, “ampliar la coalición gobernante” según sus propias palabras, no para darle una mayor incidencia de los ciudadanos desde luego, sino para dar cierta apariencia de democracia sumando a aquellos sectores “de oposición” que resultaran útiles o afines al proyecto prianista.
No querían una reforma del poder sino hacer “ajustes” y “concesiones”. Hacer elecciones pues, con las cartas marcadas, pero al revés, usando todo el aparato del poder a la inversa de cómo lo hacían en el viejo PRI: contra el PRI y para favorecer a la oposición. Obviamente a la oposición a modo.
En lugar de apoyar al PRI ir en contra del PRI, llevar a campaña candidatos del PRI, y una vez que ganaran, generar conflicto para obligarlos a renunciar y así poderle dar el poder a un panista. Sin tomar en cuenta, claro, ni a la gente ni a los votos.
Igual que ahora, porque después han reproducido esto mediante múltiples variantes. A partir del 2006, por ejemplo, lograron atraerse a una parte de la izquierda, a la izquierda Light; lo cual explica las alianzas panperredistas del 2010 con candidatos del PRI. Incluyendo desde luego, el anzuelo que se lanza hoy de los gobiernos de coalición para evitar el regreso del PRI con el mismo programa que han sostenido por 24 años el PRI y el PAN.
Nada que ver por supuesto con ampliar la influencia de los ciudadanos, mucho menos con ceder poder al la sociedad sino sólo repartir “mejor” el poder. Y esa es, justamente, la perversidad de las concertacesiones, llámense coaliciones o alianzas. Da lo mismo. Que no implican dar mayor poder a la sociedad, al ciudadano sino la continuidad de una serie de intereses y contubernios.
Hay que aclarar que no todos los priístas participan de esta estrategia. Ni todos los panistas ni todos los izquierdistas. Lo que es más, muchos de ellos la rechazan y aún abiertamente la combaten al interior de sus partidos.
El problema es que, como los concertacesionistas tienen los hilos del poder “real” –los medios, muchos recursos, la balanza de la justicia a su favor para presionar y chantajear- quienes no entran a ese esquema la tienen muy difícil.
Pero no imposible.
Fue el caso de Luis Donaldo Colosio, decíamos la semana anterior, quien a ese discurso utilitario opuso otro, el de la reforma del poder, y ni quien se acuerde ya: “Mi propósito es encabezar un gobierno que esté cerca de la gente –decía-, donde la iniciativa popular sea el eje fundamental… ¡El poder ciudadano a la Presidencia de la República! ¡La iniciativa popular a la Presidencia de la República! ¡Viva la organización popular!”. Algo que estorbaba sin duda al destino manifiesto de los animadores del prianismo.
Por eso hoy cuando nos quieren recetar una nueva versión de aquellas concertacesiones, es indispensable recordarlo. Traer a nuestra memoria el contexto de su campaña, de su asesinato. De todo ese año lleno de mezquindad, maquiavelismo y ambiciones desatadas.
Porque el paso de los años hace el efecto de diluirlo todo. Pero la verdad es que el desenlace de aquella campaña, el crimen mismo, no fueron obra de generación espontánea. Y es bueno valorarlo en su justa dimensión y contexto. Porque a Colosio le quisieron quitar la candidatura, a la mala. Ahora se habla de “rumores”, de “malos entendidos”. Pero al “rumor” de que la sucesión del 94 podría tener una salida “negociada” contribuyó un “error” nada menos que de Carlos Salinas, que cuando anuncia el nombramiento de Manuel Camacho como Comisionado para la Paz en Chiapas, prácticamente su rehabilitación como presidenciable, en lugar de invocar el artículo constitucional referente a la facultad presidencial de nombrar ese tipo de comisiones (el 89), menciona el artículo 82 sobre los requisitos para ser Presidente de la República.
Y al Comisionado al parecer le gustó la idea. Y la alimentó con habilidad desde que se negó a reconocer la candidatura de Colosio, hasta el punto de que por primera vez se habla de una alianza PAN-PRD contra el PRI y tan temprano como el día de la protesta del priísta, el 8 de diciembre de 1993, ya se la imagina así en El Diario de Monterrey: “El libreto para estos comicios parece estar resuelto y ser irreversible –se decía en la nota-. Los protagonistas ya están en el escenario y el autor ya escribió el final de la obra en la soledad de Los Pinos: imagínese que en el New York Times apareciera el primer reportaje, por febrero, de ciertas maniobras de los partidos de oposición mexicanos, de encuentros entre Manuel Camacho, Cuauhtémoc Cárdenas, Diego Fernández de Cevallos, Pablo Emilio Madero y Cecilia Soto. Se discute una gran alianza… En una conferencia de prensa, los candidatos de oposición anuncian que pedirán a sus respectivos partidos sumarse a una candidatura única, de alianza, en favor de Camacho… El 21 de agosto (día de las elecciones), las autoridades electorales reconocerían que la tendencia de los votos favorecería a Camacho… El corresponsal de CNN informaría al mundo que acababa de suceder un prodigio: terminaba la dictadura del partido más longevo del mundo; desde la casa Blanca, un vocero de Clinton se ufanaría de haber roto el monolítico imperio priísta por el puro impulso del TLC… En Los Pinos, el presidente Salinas se iría a dormir de madrugada, no sin antes telefonear a Camacho: ‘Lo logramos, Manuel. Hasta Clinton se la creyó’”.
La traición decíamos la otra vez, anidaba dentro del partido, en el gobierno. Traición y mezquindad porque no era leal, era a la mala insisto, para asegurar el imperio de la “mayoría conservadora”. Por eso Colosio repetía una y otra vez: “No le temo a la competencia, lo que sí rechazo es la incompetencia política”. Sólo que cuando la incompetencia se disfraza de “acuerdos”, de “concertación” y “política realista”, la democracia poco cuenta y todo lo que suene a reforma o a cambio es satanizado. O llanamente descalificado como “radical”. ¿No hubo hasta quien dijo que Colosio era “demasiado” populachero, un “naco” que no correspondía a la imagen de “sofisticación” que emanaba del salinismo?
Bueno, pues eso es el PRIAN, ampliado con esa parte de la izquierda que nunca aceptará a AMLO por las mismas razones por las que se despreciaba hace 18 años a Colosio.
Lo curioso es que ahora hablan de una alianza “útil” nada menos que entre la señora Vázquez y AMLO, como medida “para salvarnos” del PRI. Una aberración. ¿O es que de verdad alguien se imagina a la señora Vázquez declinando a favor de López Obrador y al PAN asumiendo como suyo el Proyecto Alternativo? ¿Realmente existe esa posibilidad?


Publicado en Unomasuno el 3 de abril de 2012.

A 18 AÑOS DEL CRIMEN: LOS DISCURSOS OLVIDADOS DE COLOSIO



Decía la semana anterior que si alguien sufrió los efectos del pacto prianista, y si alguien se opuso a él, fue nada menos que Luis Donaldo Colosio. Hoy casi no se habla de ello, pero fue Colosio en su momento una víctima de esa alianza, y la combatió a tal grado que aunque nadie lo recuerda ahora ese fue el eje de su discurso durante su estadía como dirigente del PRI y, desde luego, durante buena parte de su campaña presidencial.

Efectivamente, se ha hablado mucho de su discurso reformista, en especial de el del 6 de marzo, de su propuesta del cambio con rumbo y con responsabilidad y de su discurso transicionista fallido, apenas esbozado en Mazatlán y Tijuana a unas horas de su asesinato; pero lo que en realidad le preocupaba y distrajo su atención sus últimos 3 meses de vida fue la amenaza de que las elecciones presidenciales de 1994 se resolvieran igual como se habían resuelto las elecciones locales durante los años anteriores, esto es que se “concertacesionara” su candidatura, que se repitiera en él el escenario que ya habían vivido Ramón Aguirre en Guanajuato y Fausto Zapata en San Luis Potosí, quienes después de haber logrado el triunfo como candidatos del PRI fueron derrotados por la vía de hechos al ser forzados a renunciar para luego sustituirlos por un gobernador interino del PAN sin necesidad de elecciones.
Eran tan insistentes los rumores en ese sentido que, tan pronto como el 8 de diciembre de 1993, el mismo día de su protesta como candidato, surge el rumor de que Colosio podría “no llegar” a la Presidencia, y aparecen dos posibles “sustitutos”: Ernesto Zedillo, su coordinador de campaña (Reforma, 7-XII-1993), y Manuel Camacho, en ese entonces todavía secretario de Relaciones del gabinete salinista (El Diario de Monterrey, 8-XII-1993). Y el 30 de diciembre, sólo 22 días después de eso, el secretario de Gobernación Patrocinio González Garrido tuvo que salir al paso declarando que “ni en la cruda del 31 de diciembre ni el 1 de enero hay un mexicano que piense en esa posibilidad”.
Colosio se refirió por primera vez a “esa posibilidad” el cuarto día de la gira, el 14 de enero de 1994, en los términos siguientes: “Participamos en esta contienda, en esta competencia democrática, con el propósito claro de ganar; nos hemos propuesto alcanzar la victoria y hacerlo de la mejor forma, de manera clara, observando estrictamente la ley”.
Ya para esas alturas había acuñado aquella frase, que luego habría de reiterar varias veces en los meses siguientes: “El PRI no necesita, ni yo quiero, un sólo voto al margen de la ley”. Y el 16 de enero, en un acto en el DF, sostiene categórico: “Lo que no queremos, y enfáticamente rechazamos, es que se tomen caminos alternos que perviertan la democracia. La sociedad está a favor de la aplicación de la ley, pero también está en contra de que se concedan espacios por medio de la presión y el chantaje. Hay visiones que se proponen perfeccionar la vía democrática de México mediante la exclusión del PRI” y a continuación advierte: “Hacemos un llamado a las autoridades a fin de que mantengan el compromiso que tienen de hacer prevalecer las normas y la imparcialidad”.
El 19 de enero, mientras los dirigentes nacionales del PAN, PRD y Foro Democrático declaran que “sería mejor” un interinato encabezado por Manuel Camacho, empieza la guerra de las encuestas, algo novedoso en esos días. Según un muestreo hecho por el diario Reforma, a pesar de que Colosio seguía a la cabeza de la contienda era, de los tres principales candidatos (los otros dos eran Cuauhtémoc Cárdenas y Diego Fernández de Cevallos), el que más opiniones negativas tenía.
Para esas alturas el tema recurrente en todos los discursos de Colosio es la democracia, al grado de que suscribe un acuerdo interpartidista para garantizar unos comicios limpios y confiables y hasta hace propuestas concretas que subrayan su compromiso con la legalidad y tienden a evitar el “concertacesionismo”, es decir que las elecciones se decidan al margen de los votos. Así lo dice en otra gira por el DF el 30 de enero: “Queremos unos comicios que cumplan con los requisitos de legalidad y de credibilidad… Vamos a ser los priístas ante todo, un ejemplo de respeto a la ley”. E insiste en ello en Cholula, Puebla, el 2 de febrero: “El PRI está comprometido a erradicar cualquier práctica nociva para el buen desarrollo de unas elecciones limpias y al gobierno sólo le pide imparcialidad, porque habrá quienes se estén preparando para ensuciar los procesos, construir los escenarios de conflicto y buscar negociaciones al margen de la ley. Nosotros no lo vamos a permitir porque nuestra mejor propuesta y nuestra respuesta es la democracia. Rechazamos toda pretensión de buscar resolver la competencia política al margen de los votos. Nosotros queremos elecciones limpias, apegadas a la ley, y desde hoy, ¡escúchese bien!, estamos trabajando para descalificar los argumentos que buscan impugnar las elecciones”.
Y vuelve a retomar el asunto, una y otra vez, en el DF el 6 y el 8 de febrero, y en Colima el día 10. El 14, nuevamente en el DF, afirma: “Rechazamos toda pretensión que busque resolver la competencia política al margen de los votos. Queremos elecciones limpias y apegadas a la ley, por lo que debemos trabajar para descalificar los argumentos de quienes buscan cuestionar las elecciones”. Y el 24, en Mérida, insiste: “El voto es la única vía de acceso al poder. Habremos de cerrarle el paso a toda pretensión de generar conflictos como pretexto para obtener, por otras vías, lo que no se conquistó con el voto. Nosotros trabajamos para superar definitivamente, por la vía de la participación, toda negociación a espaldas del pueblo, toda negociación que no corresponda a la ley, toda negociación que se de al margen de los votos”.
Colosio está consciente de que si bien había llegado a la candidatura por la vía tradicional, mediante el consabido “destape”, el suyo tenía que ser el último “dedazo” y, sobre todo, que no podía ganar con trampas. El sabía muy bien que Chiapas y el protagonismo de Camacho eran el marco ideal para justificar el “concertacesionismo”. Por lo mismo, más que entrarle al juego de la intriga palaciega, se empeñó en acercarse al pueblo, en hacer una campaña a ras de tierra. Y en desempacar el proyecto de democratización que había intentado llevar a cabo en sus años de dirigente del PRI para hacer de él un partido democrático, independiente del gobierno, capaz de ganarse sus votos limpiamente. Eso es en realidad lo importante, lo de fondo, de su propuesta de campaña y de su discurso del 6 de marzo.
Así, mientras unos trabajaban para convencer a Carlos Salinas de que debía poner término a la era del PRI, Colosio y los reformistas lo hacían en sentido inverso, tratando de convertir al PRI en la punta de lanza de la transición democrática del país.
Para marzo del 94 los campos están deslindados. En el Monumento a la Revolución, Colosio plantea francamente: “La única continuidad que ofrezco es la del cambio”. Desde las páginas del Wall Street Journal revira el Comisionado ofreciendo que en un gobierno encabezado por él no habrá cambios en la política económica y tienen su puesto asegurado Pedro Aspe y Jaime Serra. Le gusta la idea de ponerle fin al PRI, es él en realidad su mayor impulsor desde el 88 y no dejará de jugar con ella durante todos los primeros meses del 94.
El 20 de febrero el periódico Reforma publica otra encuesta que arroja que la popularidad de todos los candidatos había sido mermada por los acontecimientos de Chiapas, pero más la de Colosio, al extremo de que él y Cárdenas estaban ya “casi parejos”. La maquinaria del gobierno opera, sólo que esta vez en contra del PRI y de su candidato. De hecho, la traición anidaba en todos lados, y pocos lo quisieron ver así. En el propio equipo de campaña se minimizó el efecto de tamaña perversidad y acabaron convirtiendo en algo poco menos que anecdótico el alcance de la “campaña contra la campaña”. La verdad es que no era un berrinche personal, era el destino manifiesto de un proyecto lo que estaba en juego. El pacto del 2 de diciembre de 1988, el del PRIAN, a quien Colosio estorbaba porque no era parte de él.
Su asesinato, hoy hace 18 años, es una lección. Debe ser un recordatorio para evitar, ahora, lo que ya se cierne como una nueva amenaza: frenar, como sea, a quienes se opongan a su continuidad. Con la agravante de que no sólo quieren volver a repetir sus negociaciones a espaldas del pueblo sino entronizarlas mediante su legalización, la legalización de lo que llaman ellos “gobiernos de coalición”. ¿Hasta donde llegarán ahora?

Publicado en Unomasuno el 27 de marzo de 2012.

RETOS DE LOS CANDIDATOS Y LOS ESCENARIOS DE LA ELECCIÓN



Tiene razón Andrés Manuel López Obrador. Más allá de las definiciones ideológicas, es un hecho que las campañas políticas de este año derivarán en una lucha entre dos opciones: el cambio y el continuismo, más aún que en 2000 y que en el 2006, toda vez que tras 12 años de gobiernos “panistas” es evidente que no ha cambiado ni el estilo ni los modos ni las instituciones ni el proyecto de nación que impusieron los gobiernos priístas de la era llamada “neoliberal”.

El problema es que más que debate -como debía de serlo- parece ser una reedición de lo que pasó hace 6 años, una verdadera guerra, con todo lo que esto implica.
Así lo avizora tanto el discurso de la señora Vázquez como la mañosa cuanto bien orquestada estrategia publicitaria que, dígase lo que se diga, comparten el panismo y el gobierno calderonista, mediante la cual se pretende hacer creer que “no hay otro camino” que el de ellos y generar entre la sociedad temor por los alcances del cambio.
En todo caso están en la palestra tres aspirantes que van a disputarse el triunfo, algunos con más posibilidades que otros, dependiendo de su estrategia y su habilidad para transmitir su mensaje.
Ninguno de los tres la tiene fácil. Hace unos meses parecía que el candidato del PRI iba en caballo de hacienda, sin sombras ni nubarrones, pero visto lo que ha pasado los últimos meses y, sobre todo, conocida la experiencia de hace seis años no es como para que nadie cante victoria.
El punto es que la democracia estará una vez más a prueba. Y se espera que las campañas y las elecciones sirvan para lo que tienen que servir, para que la gente compare opciones y elija a su candidato.
Creyendo en ello, pensando en que a pesar de todo en esta ocasión habrá más cuidado y más responsabilidad, que ahora sí funcionarán los mecanismos legales para impedir manipulaciones y violaciones de tal suerte que se garantice la certidumbre y transparencia del proceso electoral, lo que viene es sumamente interesante: el desempate de tres. Sí, la eliminación de uno de dos con menos intención de voto, y la competencia entre los dos punteros que resulten los más atractivos para el electorado.
¿Cómo lo hará cada uno?
Tengo para mí, y varios hechos parecen demostrarlo así, que lo que una buena parte de los mexicanos queremos es que cambien las cosas, pero de verdad. El discurso del “cambio” que tántos votos le significó al PAN en el 2000 ya vimos para qué sirvió: para cambiar nada, era una falacia. Sólo que eso no significa que no lo necesitamos hacer, y para muchos mexicanos esto es realmente urgente.
Es decir, que si esta campaña va a ser de algún modo plebiscitaria para juzgar el desempeño panista, si el tema eje va a ser el cambio, la competencia sería entre el PRI y la coalición progresista, porque la señora Vázquez lleva en eso tremenda desventaja… bueno, así sería si se comportara legal y respetuosa de las reglas de la democracia. Pero como ya estamos viendo que no será así, entonces, cabe esperar que serán las trampas, el discurso mentiroso y la campaña negra, lo que la mantendrá en la contienda.
El reto mayor en todo caso, es para Enrique Peña y para AMLO, porque no cuentan con el respaldo del gobierno, que desde siempre ha sido decisivo en México para ganar unas elecciones.
Pues bien, para el candidato priísta que habla vehementemente de que él representa el “cambio responsable” el reto será, para empezar, hacerse creíble; es decir, mostrar distancia con el proyecto del PRIAN. Romper con la “mayoría conservadora” que ha hecho y deshecho en este país y construir, como en su momento lo hizo Luis Donaldo Colosio, un proyecto realmente reivindicativo de los orígenes priístas pero que además atraiga al sector inconforme con los resultados de los últimos 24 años y al sector progresista. Me refiero a romper el pacto de complicidad que data de aquella junta que se hizo en Palacio Nacional el 2 de diciembre de 1988 en la que estuvieron presentes Carlos Salinas, Luis H. Alvarez, Diego Fernández y Manuel Camacho, pacto que hizo posible la “mayoría conservadora” que nos ha gobernado desde entonces y que ha hecho de las elecciones meras concertacesiones. Lo que tan bien explica Manuel Bartlett y ha sido su argumento para tomar distancia de su partido. Así que si Peña Nieto no hace eso, difícilmente se atraerá el voto del cambio. Su problema pues, más que nada, es de credibilidad. Y de posibilidades. ¿Lo van a dejar hacerlo? No olvidemos que si hubo alguien que se opuso al proyecto prianista fue Colosio, sus discursos de enero a marzo de 1994 así lo dejan ver, pero así le costó.
En el caso de AMLO, tiene la ventaja de que desde siempre ha estado identificado con el discurso del cambio; de hecho él cuenta ya con un voto cautivo o duro muy sólido en ese sentido. Y sin embargo, no por ello deja de tener varios retos: el primero, evitar caer en el juego mercadotécnico del prianismo que controla los medios, y luego de eso, avanzar en un esquema novedoso de comunicación que le permita seguir ganando adeptos, a contracorriente de lo que digan los medios; romper, en pocas palabras, la estrategia de la “mayoría conservadora”, algo muy similar a lo que hizo Ollanta Humala en Perú. O el propio Lula en Brasil. Crecer y ganar, sin necesidad de los medios ni del apoyo de los grandes monopolios.
Ahora bien, asumiendo que la alianza del PRIAN no ha sido posible sólo por la complicidad de priístas y panistas sino que ha tenido el apoyo de esa parte de la izquierda que se define “lulista”, “moderada” y “moderna”, justamente esa que se opuso a la candidatura de AMLO, lo cierto es que la estrategia anterior tendrá poca efectividad si es conducida por aquellos que le apuestan a la derrota o cuya estrategia se reduce a asegurar sus plurinominales. Me refiero a que AMLO necesita ampliar su alianza popular, acercarse a los votantes indecisos y a muchos de los que tradicionalmente han votado con el PRI y el PAN pero no necesariamente están casados con esos partidos. Debe moderar su discurso sí, mostrar una imagen de estadista y no de “líder placero” -que es como lo han pintado sus adversarios-, pero junto con eso AMLO debe cuidar la estrategia y conducirla él mismo. Lo dijo en su acto de protesta. Nada que se preste a confusión: la apuesta debe ser a los votos, no a las negociaciones con el diablo. No dejar ni un resquicio para la traición pero sin excluir a nadie. Si logra ese equilibrio, no dejar en manos de quienes pueden negociar la “derrota” las decisiones fundamentales de la campaña y traducir su discurso conciliador con el trabajo unitario de todos para un mismo fin, su potencial es realmente elevado. Si no es así, si suelta la operación de la campaña al punto de que pase con él lo que hemos visto en la definición de las candidaturas a diputaciones y senadurías de la alianza progresista, muy pronto se le verá como parte de un proyecto fallido, que puede perder, y lo convertirán en el voto útil de este 2012. Como lo fue Madrazo hace 6 años y Cárdenas en el 2000.
El reto tanto para AMLO como para Peña es deslindarse, sin romper con ellas, de las corrientes que negociaron e hicieron posible los 24 años de PRIAN. Si AMLO sigue atado a las maniobras y los tiempos de esos grupos, lo van a llevar al precipicio. Si Enrique Peña no demuestra que su camino es otro realmente diferente al que ha llevado su partido en los últimos 4 sexenios, su discurso perderá sentido, perderá los votantes que quieren un cambio y su candidatura se desinflará.
Aquí no hay de otra, en un escenario de tres, uno necesariamente tendrá que tornarse en el voto útil a favor de los dos que sean más competitivos. Es una ley electoral. Y el punto es que aún siendo puntero Peña Nieto, como cualquiera de sus competidores, puede ser él ese voto útil.

Publicado en Unomasuno el 20 de marzo de 2012.

MAS DE LAS COALICIONES Y DEL “PROYECTO” DE JOSEFINA

Hablábamos la semana anterior acerca de la adopción, por la candidata del PAN, del gobierno de coalición como oferta de campaña, como propuesta para resolver los problemas del país; lo que por el momento tan crítico que vive su partido –cuestionado por propios y extraños- cobra particular importancia, toda vez que aunque casi no se diga resulta que, gracias a ellas, a las coaliciones, la derecha puede tener un nuevo aire, impulsada por quienes hicieron hace dos años de las alianzas la estrategia de contención del PRI en varios estados y ahora sueñan con hacer lo mismo a nivel federal jugando el juego del gobierno “de varios colores”, para usar las palabras de la señora Vázquez. No otra cosa que un gobierno de continuidad que lo mismo suscribirían los panistas que priístas adversarios a Peña Nieto y, claro, la izquierda moderada que aún no acepta la candidatura de López Obrador.

El problema es que, con todo y las bondades con la que nos quieren vender los gobiernos de coalición, además de los casos que evocaba la semana anterior (Santa Anna y Maximiliano nada menos) no puedo evitar que venga ahora a mi memoria, además, el caso de Porfirio Díaz, allá en abril de 1911, cuando prácticamente derrotado, vencido por un dolor de muelas y por la amenaza maderista, temeroso ante su caída, fraguó con su ministro de Hacienda José Yves Limantour una última salida salvadora: pactos y acuerdos y hasta reformas políticas oportunistas, todo con tal de sobrevivir a la revolución. Y también el caso de Victoriano Huerta en 1913, aferrado al poder, decidido a olvidarse del “Pacto de la Embajada” que lo llevó a la presidencia pero amenazado ya por la insubordinación de Venustiano Carranza, tratando de evitar lo inevitable, que la ola constitucionalista lo avasallara, como de todos modos finalmente pasó.
Porque hay que insistir en algo que la historia nos enseña: que, al menos en la experiencia mexicana, los acuerdos de coalición sólo han servido para aplazar los reclamos populares, para torcer la voluntad mayoritaria y darle a los políticos un cierto margen para maniobrar a costa de los cambios verdaderos.
En el caso de Porfirio Díaz, arrinconado por sus propios errores, pasó que estaba peleado con todos cuando lo sorprendió, en noviembre de 1910, la revuelta de Francisco I. Madero. Obstinado en concentrar todo el poder se olvidó de sus viejos aliados que lo habían encumbrado, al grado de que hasta su principal sostén, Limantour, quien además era el jefe de los “científicos”, estaba muy lejos, tan lejos como Europa adonde se fue con tal de no tener más tratos con él, cansado de sus juegos y sus traiciones.
Díaz había construido su dictadura a partir, precisamente, de un gobierno de coalición -de “conciliación nacional” se le llamó entonces-, cuidadosamente tejido por él mismo durante los 4 años del interinato de Manuel González con todos los partidos y hasta con sus antiguos enemigos; pero poco a poco se olvidó de todos. El hecho es que cuando tenía ya encima el reclamo de la renuncia por parte de los alzados de Madero, convenció a Limantour de regresar y urdió con él un plan para sostenerse un poco más: rehacer su coalición con la Iglesia y con la derecha empresarial, mediante la creación de un partido a modo, el Partido Católico Nacional, para que lo legitimara y lo apoyara en su idea de hacer una especie de “gobierno de varios colores” que eliminara de la escena al maderismo. “El secretario de Hacienda –escribió Eduardo J. Correa- se echó en busca de los católicos liberales ricos, de los que a la sombra de la paz habían acrecido sus fortunas, de los que como figuras decorativas eran exhibidos en las comparsas electorales, para formar un partido nacionalista con aparente filiación de independencia; pero manejado entre bastidores por los manipuladores oficiales”.
Al final no hicieron la alianza Limantour ni Díaz, pero sí la hizo Madero, presionado por ambos, pues de hecho uno de los resultados de los acuerdos de Ciudad Juárez fue ni más ni menos, a cambio de la renuncia de Díaz, formar un gobierno de coalición entre los revolucionarios y los científicos, aún contra la opinión de los “radicales” de entonces que advertían que “revolución que transa se suicida”.
El mejor ejemplo quizá, el más crudo, del fracaso de las medias tintas y de los contubernios conciliatorios en la política mexicana es ese. El de Madero. Si hay un político representativo de la moderación es él. Desoyó las enseñanzas de la historia, el fracaso del gobierno de Ignacio Comonfort, otro ejemplo de “moderación”. Y le costó la vida. Y al país muchas más.
¿Cómo olvidar las gestiones de Limantour en Nueva York cuando, en su viaje de regreso a México, se encontró allá con Madero para negociar a nombre de Díaz y se dice, al menos existen varios testimonios al respecto, que pactó con él la caída del dictador a cambio de la continuación de la dictadura mediante la eliminación del ejército revolucionario y la formulación de un gabinete compartido por maderistas y porfiristas.
La tragedia griega en que devino el maderismo tiene como detonante, no la ingenuidad de Madero como dicen los historiadores frívolos sino su empeño por conformar a todos, por sumar a todos y hacer un gobierno “de reconciliación” que buscaba frenar o por lo menos aplazar los cambios radicales. Al Partido Católico le llegó a ofrecer la derogación de las Leyes de Reforma a cambio de una alianza demócrata-cristiana, pero finalmente lo único que prohijó fue la traición de los reaccionarios y su propio asesinato.
Todos se lo advirtieron. Que al ceder poder a los moderados estaba suicidándose y liquidando a la revolución. El Grupo Renovador del Congreso le entregó dos semanas antes del cuartelazo, en enero de 1913, un memorial reprochándole la distancia que había tomado de su partido, lo que fatalmente se revertiría -le advierten- en contra de él mismo; lamentaban la “funesta conciliación y el hibridismo deforme” del gobierno con los porfiristas y concluían que sólo podía evitar su caída dejando a la revolución en manos de auténticos revolucionarios… Lo que finalmente no hizo.
Muy tarde se dio cuenta de su error. Sólo reacciona cuando, ya preso de Huerta, se entera del sacrificio de su hermano Gustavo. Rompe en sollozos y exclama: “El único culpable fui yo por confiar en quien confié”. Y al embajador Márquez Sterling, contundente, le confiesa: “Ministro, si vuelvo a gobernar, me rodearé de hombres resueltos que no sean medias tintas… He cometido grandes errores… Un presidente electo por 5 años, derrocado a los 15 meses sólo debe quejarse de sí mismo… y así la historia, si es justa, lo dirá: no supo sostenerse”.
Bueno, pues otro que intentó hacer un gobierno de coalición y “unidad nacional” fue nada menos que el usurpador Huerta. Para quedarse en el poder por más tiempo y para evitar que lo avasallara la revolución constitucionalista. Ayudado por el eterno intrigante Francisco León de la Barra convocó a todos los partidos existentes, y los juntó el 11 de junio de 1913 con el objeto, así les dijo, de “neutralizar a la Revolución” mediante “una asociación en la que estuvieran representadas todas las tendencias políticas”. Y hasta nombre le puso: “Liga Cívica Nacional”. Formaron parte de ese intento coalicionista los partidos Felicista, Renovador, Católico, Evolucionista, Republicano y hasta el Antirreeleccionista, pero fracasó de plano porque la trampa era tan burda que por sí sola se desautorizó. Y además, claro, porque el ímpetu revolucionario fue imposible de contener.
Ya escucho a algunos decirme que soy un exagerado, que hay ejemplos de coaliciones exitosas en Chile, en Brasil; sólo que esta es nuestra experiencia histórica, y lecciones y enseñanzas que no podemos ignorar.
Cosas muy trascendentes estarán en juego de aquí al 1 de julio. No sólo es la elección de un candidato. Es la elección que tendremos que hacer los ciudadanos entre mantener las cosas como están, como han prevalecido en los últimos 24 años, o de plano ya iniciar la regeneración nacional pero con quienes no tienen cola que les pisen.
Y nadie podrá escapar al reto porque hoy es tiempo de decisiones y definiciones, sí. Pero sobre todo de congruencia. Lo que hace necesario seguir en el tema.

Publicado en Unomasuno el 13 de marzo de 2012.

JOSEFINA Y LAS COALICIONES




En días pasados, con motivo de un foro promovido por la Agencia Mexicana de Agencias de Investigación de Mercado y Opinión Pública, la candidata del PAN, la señora Josefina Vázquez dijo que ha llegado el momento de los gobiernos de coalición en México y de que queden en el pasado los de “un solo color”.

Esta señora Vázquez que propone hacer un gobierno de unidad con otros partidos es la misma, empero, que ha llamado a Enrique Peña Nieto “el adversario de México” y que hace sólo unos días se burló de la edad de los integrantes del gabinete que ha propuesto Andrés Manuel López Obrador en caso de llegar al poder. Y no sólo eso, sino que es la misma también que se ha dejado asesorar por el señor Antonio Solá, conocido publicista de las guerras sucias, de las campañas negras hechas a costa del buen nombre y la credibilidad del adversario, por lo que es válido preguntarse: ¿con quienes piensa hacer entonces la señora Vázquez ese gobierno de coalición?
No hay que olvidar, en todo caso, de dónde vino la propuesta inicialmente. De los segundos lugares de las encuestas en la carrera presidencial hace sólo unos meses. De los adversarios de quienes ahora son los candidatos del PRI y de la alianza de partidos de izquierda, y fueron derrotados por ellos. Algo que, lo menos, huele a maniobra sucia.
Pero además, no se trata de ninguna novedad. En realidad lo que hemos tenido en México en los últimos 24 años son eso, gobiernos de coalición del PRI con el PAN, o del PAN con el PRI, como se le quiera ver. Construidos, primero, a costa de la legitimación del fraude del 88; y luego, en 2006, a costa de la legitimidad de la elección de Felipe Calderón.
Se rompieron coyunturalmente en el 2010 cuando el panismo traicionó el pacto escrito que tenía con el entonces gobernador del Estado de México y decidió aliarse con la izquierda, con el PRD, para bajarlo a él de la carrera presidencial. Pero por lo visto ahora regresan con la señora Vázquez, y con una fuerza nada desdeñable porque se da en el marco, también, de la reconciliación entre el PRI y Calderón, luego del “resbalón” de éste de hace unos días, cuando se atrevió a anunciar el prácticamente “empate” técnico entre la candidata panista y el candidato priísta, hasta entonces señalado por todas las encuestas como “puntero”.
El hecho es que a lo largo de todo este tiempo la coalición PRI-PAN funcionó, y con tan “buenos” resultados, que nada más es responsable de todas las reformas constitucionales que se impusieron desde Carlos Salinas hasta el gobierno actual, en particular de las más controvertidas, las que revirtieron la reforma agraria y las conquistas obreras, las que prácticamente sepultaron el Estado laico, las que han abierto la puerta a las privatizaciones, todas las cuales simplemente no serían explicables sin el voto del PRI y el PAN. Y de cierta parte de la izquierda, claro. Tal cual funciona un gobierno de coalición.
La verdad es que nada bueno han dejado este tipo de gobiernos (“compartidos” también se les ha llamado), y ejemplos de ello los hemos tenido de sobra. De hecho, ya desde la Constitución de 1824 se establecía que sería Presidente el que ganara más votos y Vicepresidente el que le siguiera en preferencias, y el resultado fue desastroso porque no garantizó ni los acuerdos ni la estabilidad.
El problema de los gobiernos de coalición, ya lo hemos dicho aquí anteriormente, es que nunca han sido una solución para el país y jamás se han traducido en iniciativas de verdadero beneficio ciudadano. Les han servido a los políticos, nada más, pero no han pasado de ser un mero reparto del poder, y no precisamente para cambiar las cosas ni para mejorarlas.
Aclaro que no sólo me refiero a la coalición PAN-PRI de los últimos 24 años, sino a ejemplos todavía más aleccionadores. Basta recordar que el primer promotor de los gobiernos de coalición fue nada menos que Antonio López de Santa Anna. Si hay un buen ejemplo de gobiernos de varios partidos son los suyos, en los que llegó a tener juntos en su gabinete a Lucas Alamán y a Antonio de Haro y Tamariz, ideólogos del Partido Conservador, y a Valentín Gómez Farías y Miguel Lerdo de Tejada, ideólogos del Partido Liberal puro. Y ni así evitó el fracaso.
Como también fracasó Maximiliano de Habsburgo, otro entusiasta promotor de los gobiernos de coalición, uno de cuyos objetivos, nada más llegó aquí, fue tener un gobierno que incluyera a liberales, a moderados y a conservadores. Y para lograrlo, dedicó buena parte de sus energías (hasta a don Benito Juárez le llegó a ofrecer un puesto), y nunca se cansó de alardear de sus “golpes de estado”, así les llamaba, que daba en cada provincia que visitaba, quitando funcionarios “cangrejos”, es decir conservadores, para suplirlos con liberales.
Pues bien, Santa Anna y Maximiliano fracasaron a pesar de sus intentos dizque conciliatorios, porque el problema de la gobernabilidad en México nunca ha sido de reparto del poder sino de legitimidad. De democracia pues. Por eso el 99% de las crisis de este país han tenido como detonador el origen de nuestros gobernantes. Y eso, está visto, no se resuelve con alianzas. Vaya, si el actual gobierno no ha podido cuajar acuerdos no es porque no los haya podido hacer (el caso es que los hizo, tanto con el PRI como con el PRD) sino por su falta de legitimidad para sostenerlos. Y mientras no contemos con instituciones que aseguren la democracia pero que además generen credibilidad en las elecciones y en las instituciones derivadas de estas, de tal suerte que los gobernantes lleguen con toda la fuerza política, legal y moral, ningún modelo funcionará sea del partido que sea.
En todo caso, en un país como México, y más con las condiciones que actualmente tenemos, antes que pensar en el reparto del poder tendríamos que pensar en el reparto de la riqueza. Antes que en la tranquilidad de los políticos tendríamos que trabajar en la tranquilidad de los ciudadanos y asegurar la estabilización del país. O, en todo caso, hacer un reparto del poder sí, pero hacia abajo, no en la cúpula, que es lo que plantean Josefina y los defensores de las coaliciones.
Hablo de verdaderos cambios, de democracia directa por ejemplo. Ese es el tema: compartir el poder sí, pero con la gente. Apertura de los partidos, apertura del gobierno, mecanismos compensatorios no entre poderes y partidos sino entre los políticos y la sociedad: referéndum, plebiscito, iniciativa ciudadana, candidaturas independientes, revocación del mandato. Lo que en cualquier democracia que se precie forma parte del catálogo de conquistas populares que permiten relegitimar permanentemente el sistema de representación, de tal suerte que con gobierno de “un color” o gobierno de “varios colores” -lo mismo da- la legitimidad de quienes llegan al poder esté asegurada, pero sobre todo y más que eso que los ciudadanos vamos a tener sobre ellos el control real para mantenerlos o quitarlos en caso de fallarnos. Tal es en síntesis el tipo de gobierno que se necesita, si en verdad queremos cambiar nuestra suerte. ¿O es que alguien puede creer en serio que el montón de problemas que nos golpean se va a solucionar teniendo un gabinete “plural”, con priístas, panistas y hasta perredistas? ¿De verdad cree la señora Vázquez que puede ganar votos proponiendo sumar a su gobierno a los mismos de siempre y dándole nombre a la coalición que ha sido la responsable de todo lo que ha pasado en este país los últimos 25 años?
En fin, que apenas empieza el debate en torno a si necesitamos un gobierno de coalición –es decir continuidad- o uno de cambios –es decir, que ponga término a la coalición del PRI-PAN-. Y nosotros, los ciudadanos, tenemos la palabra.
Seguiremos en el tema.

Publicado en Unomasuno el 6 de marzo de 2012.

AMLO, EL CONSEJO DE CARDENAS Y UNA APUESTA ARRIESGADA

Hace ya casi 23 años la caída del Muro de Berlín, y con él de lo que era conocido como el “mundo comunista”, pareció anunciar el advenimiento de una nueva era de fortalecimiento del sistema democrático. Había tantas expectativas que, de hecho, no faltaron los apresurados que anunciaron no sólo el fin de todas las tendencias sociales sino hasta el fin de la historia y la entronización definitiva del modelo neoliberal.

Y sin embargo, las cosas no fueron tan simples. Como respuesta a ese aparente ambiente de unanimidad, surgió, primero, lo que se dio en llamar “la tercera vía”, una “novedosa” alternativa, se dijo, al capitalismo y al comunismo que, más allá de las esperanzas y de un libro sonadísimo, poco fue lo que realmente aportó. Luego de eso vino la rectificación del neoliberalismo encabezada por Barack Obama desde el momento en que inició su presidencia y adoptada, al menos discursivamente, por los promotores del foro de Davos con sus reiterados llamados a “refundar” el capitalismo. Y no nada más porque sí sino porque el modelito simplemente no da para más.
Nosotros vivimos la euforia neoliberal en la década de los 90, y nos subimos a ese barco gracias a la alianza del PAN y el PRI, por lo que seguimos atorados en él. Lo malo es que si bien se le disfrazó como una posibilidad de “modernizar” y “reformar” al país, ni terminó con los vicios del populismo ni tampoco modificó el aparato y las maneras del viejo régimen.
Para empezar, su principal impulsor Carlos Salinas nos lo trató de presentar como una especie de continuidad histórica, “liberalismo social” lo llamó adoptando la tesis de Jesús Reyes Heroles, exactamente la misma que había servido para justificar al echeverriísmo; así que si bien representó una cierta apertura de algunos horizontes hasta entonces vedados, lo cierto es que acabó sucumbiendo a la demagogia y a la corrupción. Y tánto, que en nuestro país el neoliberalismo se convirtió en la estrategia de los rescoldos del estatismo y el autoritarismo para retrasar el régimen de la libertad y de la verdadera democracia.
Lo que pasó fue que la Revolución Mexicana, originalmente liberal y democrática pero además social, se volvió pragmática; los revolucionarios olvidaron sus orígenes o los desviaron y echaron mano de cuanta etiqueta se les ocurrió para encubrir su único empeño e interés: conservar el poder. Así fue que igual que en un principio usaron modelos socialistas para trastocar la idea primigenia del ejido, por ejemplo, años después recurrieron a modelos más bien identificados con el capitalismo para dar marcha atrás; y en el camino, no les resolvieron sus problemas a los campesinos pero, eso sí, los convirtieron en carne de mítines y elecciones. Y lo mismo con los obreros.
Y la idea plasmada y defendida en el Constituyente de 17 de un Estado benefactor, promotor de la justicia social, acabó desvirtuándose para dar paso a una gran empresa en la que los únicos privilegiados han sido los gobernantes y sus parientes, amigos y socios. Y hasta la idea de la creación de un partido que fuera abanderado y defensor del pueblo y baluarte de todos esos principios, acabó en la creación de un partido dogmático, corporativo, burocratizado, un partido de títeres con todas las características de un “partido de Estado” -no por nada el principal artífice del PRI fue Vicente Lombardo Toledano- que lo más lamentable es que hoy se reproduce como la Medusa en casi todos los partidos, en un régimen suplantador de la voluntad ciudadana, como una suerte de maldición de la que no podemos escapar.
Hay un discurso emblemático acerca de esto. Lo pronunció Francisco J. Múgica el 7 de octubre de 1951 en el Teatro Abreu, en un mitin henriquista durante la campaña presidencial de aquél año. La Constitución -denunció ahí-, a fuerza de tantas reformas “torpes”, se ha convertido en un “panfleto lleno de contradicciones y falacias”; el Congreso “ya no legisla, no existe”, y los gobiernos se olvidaron “de trabajar por el mejoramiento del pueblo y defender la bandera de la independencia del país”.
Estas palabras se pronunciaron hace más de 60 años y el hecho es que, a pesar de que el PAN desplazó al PRI en la presidencia, nada de eso ha cambiado y todavía estamos en la tarea de derrumbar muchos vicios y falsos paradigmas. Y no hablo, que conste, de renegar de la Revolución sino exactamente de lo contrario, de asumir las lecciones de nuestra historia para abrir una nueva página, sin prejuicios pero sobre todo sin omisión de lo que nos han escamoteado, de todo aquello que nos ha sido saboteado por los malos gobernantes, pues mucho de lo que hemos logrado, si no cuaja, si no se consolida, corre el riesgo de perderse o peor, de revertirse.
Ahora mismo, por ejemplo, ya hay quien se atreve a proclamar sin el menor rubor que “estábamos mejor antes” y que lo único que necesitamos para estar bien es “volver al paraíso priísta”, a los modos de los Díaz Ordaz, los Alemán y los Echeverría, que ahora resulta que no estaban tan errados, por lo que “el verdadero problema” han sido los panistas y su forma de gobernar. Esta peligrosa confusión que no toma en cuenta que unos y otros son lo mismo, que aquí ningún gobierno -al menos de los últimos 50 años- fueron ni liberales ni demócratas pero tampoco revolucionarios, nos está llevando peligrosamente a un camino sin salida.
Es un camino sin salida porque, a pesar de que si algo necesita este país es democracia, resulta que ahora, con el espantajo del regreso del PRI, los panistas afianzan sus redes de manipulación para asegurar la continuidad de sus gobiernos, y con el espantajo de los malos gobiernos del PAN los priístas igual, velan sus armas para recuperar el poder al costo que sea. Lo peor es que, si acaso con matices, pero unos y otros prometen lo mismo: el gobierno del pragmatismo, la mezcla perfecta de clientelismo con control político, en síntesis intensificar el paternalismo (que se quiere vestir ahora de maternalismo) y mantener intacto el populismo y el estatismo que ya hemos tenido, y no precisamente para ayudar a los pobres sino para favorecer a los ricos; pues en realidad no se trata sino de mantener lo que hemos tenido por más de 70 años. Incluso a pesar de que ya ha demostrado su fracaso en todo el mundo, y en todos los países que lo adoptaron hace tiempo que se vivieron sus exequias.
Poco antes de la campaña del 52, cuando Lázaro Cárdenas, preocupado por la tendencia contrarrevolucionaria de los gobiernos que le sucedieron empujó a Miguel Henríquez a la oposición, le dijo a éste, sus palabras textuales de acuerdo con la versión que ofrece en sus Apuntes fueron: “A la representación nacional sólo se llega por uno de dos caminos, por voluntad unánime del pueblo a tal grado que el gobierno se vea obligado a reconocer el triunfo, o cuando el gobierno simpatiza con la candidatura en juego”. Cárdenas sabía que el apoyo del gobierno obra “milagros”: compra voluntades y construye escenarios, aparenta apoyos -hoy se diría que compra encuestas-, y tiene la ventaja hasta de usar selectivamente la justicia para inclinar la balanza a favor de sus candidatos. Si lo hizo Benito Juárez, si lo hizo Porfirio Díaz y hasta el propio Madero, ¿qué se puede esperar?
Es decir, que en México el reto, para todo aquél que busca el poder sin el padrinazgo del poder, por medios exclusivamente democráticos, es organizar una amplia base social para votar y para defender el voto, tan amplia y contundente que el aparato del gobierno y quienes son sus beneficiarios se vean imposibilitados de cerrarle el paso.
Es 2012 y estamos en una situación límite: escudados en el poder federal, los panistas se aprestan a repetir su “hazaña” del 2006 para quedarse por tercera vez con la presidencia. Y arropados en el nada despreciable poder de sus gobernadores, los priístas arman su ofensiva para recuperar la presidencia.
Sin gobernadores que aporten recursos y aparatos, y sin el respaldo por supuesto del gobierno federal, AMLO trabaja por acreditar aquello que planteaba Cárdenas en 1952: que con respaldo popular suficiente y con una organización ciudadana real (MORENA) es posible ganarle la presidencia al PRI y al PAN. Una apuesta arriesgada, toda vez que en la propia izquierda hay pragmáticos que están pensando en otra cosa, que más que votos lo que necesitan es un pacto con el poder y no enojar a la “mayoría conservadora” que, según ellos, decide la elección presidencial… exactamente como se ganaron las alianzas PAN-PRD en varios estados.
Sólo que ahora es otra cosa. Es la apuesta por el voto. Ni más pero ni menos que eso. ¿Se podrá esta vez?

Publicado en Unomasuno el 28 de febrero de 2012.

DEMOCRACIA MAS COSTOSA, ¿MAS EFECTIVA?


Decía en colaboración anterior que algo muy lamentable es que, pesar de la alternancia, las elecciones en los tiempos de la derecha no han dejado de ser motivo de dudas y que este 2012, con las nuevas leyes, no promete mucho.

Es que se creyó, porque así se dijo entre otras cosas, que la reforma electoral aprobada en 2008 haría supuestamente menos onerosas las campañas, que reduciría el costo de la democracia y a la vez la haría más confiable, pero resulta que, aún con todas las restricciones y prevenciones, apenas si se podrá reducir en un 10 % el total de los recursos destinados a las elecciones de este año y lo peor es que, vista ya en la práctica, las supuestas restricciones que impone (a las coaliciones por ejemplo, a los tiempos de precampaña y precampaña y a lo que se llama “período intercampañas” sobre todo) para nada garantizan una mejor práctica democrática.
Una de las cosas que se dijeron para argumentar las reformas al COFIPE, hace 4 años, es que se habían realizado con el objetivo de “garantizar la equidad y la disminución en los costos de la democracia”, y sin embargo en este año el IFE recibió un presupuesto de 10 mil 499 millones de pesos, de los cuales más de 4 mil millones son para pagar sueldos de las más de 132 mil plazas que tiene el instituto, mientras que los partidos políticos recibirán para sostenimiento de sus actividades “ordinarias” menos que eso, 3 mil 361 millones de pesos. Y algo muy lamentable es la inequidad en los montos, que se traduce evidentemente en inequidad en la competencia. De los 3 mil 361 millones 120 mil 841 pesos, el PRI será el que reciba la mayor parte: mil 74 millones 539 mil 708 pesos con siete centavos. Al PAN le fueron asignados 849 millones 568 mil 327 pesos con 89 centavos, mientras que al PRD le corresponde casi la mitad del PAN, 451 millones 490 mil 727 pesos con 45 centavos, y al PT mucho menos, 236 millones 196 mil 279 pesos con 70 centavos.
Esto por no hablar de una realidad que nadie ha querido corregir, a pesar de las evidencias en contra: la “espotización” de nuestra democracia, con el riesgo de que el spot acabe siendo este año, y no el debate de ideas, el gran elector de los comicios. Sólo para ejemplificarlo basta decir que en 2012 los ciudadanos estarán expuestos a más de 5 millones de minutos de promocionales, alrededor de 3 mil % más que en 2006. Se argumenta a favor de esta medida que reduce los gastos de los partidos y socava el control de los medios electrónicos; y sin embargo es sólo apariencia puesto que las televisoras, sobre todo, han encontrado la manera de rebasar las limitaciones, así que es falso que elimina la injerencia de los medios y mucho menos que reduce la inequidad sino antes bien hace más truculento el trato de candidatos y partidos con los medios.
De acuerdo con el propio IFE, en las pasadas elecciones presidenciales el PAN tuvo 70 mil 764 minutos en radio y 16 mil 90 en televisión. En 2012 dispondrá de 1 millón 471 mil minutos en radio y 525 mil 400 en televisión, es decir, tendrá un incremento de 2 mil y 3 mil por ciento, respectivamente.
En 2006, el PRI y el PVEM formaron la Alianza por México y tuvieron 50 mil 501 minutos en radio y 29 mil 282 en televisión. En 2012, sólo el tricolor va a tener 1 millón 29 mil 140 minutos en radio y 367 mil 550 en televisión; es decir, un aumento de 2 mil y 1 mil ciento, respectivamente.
Asimismo, en 2006 el PRD, el PT y Convergencia (hoy Movimiento Ciudadano) crearon la Coalición por el Bien de Todos y tuvieron 11 mil 457 minutos en radio y 5 mil 228 en televisión. En 2012, tan sólo el PRD tendrá 940 mil 380 minutos en radio y 335 mil 850 minutos en televisión. La variación es de 8 mil y 6 mil por ciento.
¡Y a pesar de todas las geniales prevenciones de los autores de este engendro resulta que sólo para gastos de campaña los partidos gastarán adicionalmente mil 680 millones 560 mil 420 pesos 78 centavos, es decir que se gastarán casi 19 millones de pesos al día! Lo que resulta aún más absurdo si consideramos, otra vez, el tema de la inequidad que marca, por así decirlo, la efectividad y alcances de cada partido: de ese total, al PRI le corresponderán 537 millones 269 mil 854.03 y al PAN, 424 millones 784 mil 163.94 pesos, mientras que para el PRD serán 225 millones 745 mil 363.72; para el PT, 118 millones 098 mil 139.85 pesos; para el PVEM, 156 millones 507 mil 101.22; para Movimiento Ciudadano. 103 millones 060 mil 128.93 pesos, y para Nueva Alianza 115 millones 095 mil 669.09 pesos.
Es decir, que no hay duda de que los auténticos beneficiarios de las reformas resultan los dos partidos "grandes", el de Acción Nacional y el Revolucionario Institucional, ni siquiera el de la Revolución Democrática que votó a favor de ellas, y desde luego son en serio detrimento de los partidos llamados "pequeños".
Y conste que no son los únicos indicadores de lo onerosa y a la vez inequitativa que resulta la democracia en nuestro país, la más cara del mundo de acuerdo con datos y cifras de agencias serias de investigación nacionales y extranjeras. Investigaciones, por ejemplo, del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y de la Fundación Internacional para Sistemas Electorales (IFES, por sus siglas en inglés) subrayan que el costo del voto en México es 18 veces superior que el promedio de toda América Latina, y más del doble de los pocos casos que se le aproximan —Costa Rica, República Dominicana y Panamá. Ambos organismos coinciden en que el sistema electoral mexicano no sólo es el más oneroso en la región, sino también de una lista de 36 naciones de África, Asia y Europa.
Pero lo peor, insisto, son las mañas para seguir pasando por encima de las leyes, patente en lo que ya ahora mismo está pasando: a falta de la posibilidad de contratar tiempo y espacios por si mismos, que cancelaron las reformas, es común la presencia de candidatos en entrevistas y menciones en radio y televisión hasta en programas "del corazón", es decir, por vías que vulneran el sentido de lo que se aprobó y que hacen de nuestra democracia un juego de mercadotecnia, una lucha por posicionar “productos” más que una competencia política de ideas y propuestas.
Lo más lamentable de todo es que todas estas situaciones lo único que generan es desánimo y desconfianza social, que se fortalezca cada vez más la convicción entre los ciudadanos de que es necesaria una “despolitización” y una “despartidización” de nuestra política que algunos oportunistas traducen en rechazo a toda la política y abstención o “voto en blanco” como si fuera eso realmente un recurso para la transformación social y no un mero recurso del inmovilismo, como efectivamente lo es.
Porque lo que necesitamos es un cambio, una auténtica transformación, la cual sólo podrá hacerse factible de una manera: alentando mayor participación e injerencia de los ciudadanos en la política.
Me refiero al tema de la democracia directa, el discurso que fue en un momento de Luis Donaldo Colosio, que desde luego ya ha olvidado el PRI y hoy sólo reivindica el Proyecto Alternativo de Andrés Manuel López Obrador.
"Vamos, amigas y amigos, por la Presidencia de México; el poder ciudadano a la Presidencia de la República. La iniciativa popular a la Presidencia de la República, para que gane México, para que ganemos todos". Estas fueron las últimas palabras de Luis Donaldo en Lomas Taurinas, hace ya casi 18 años, y valdría la pena recordarlo.
Sobre todo cuando tantos se adjudican la bandera de “la sociedad” y se abrogan el derecho de hablar por la “opinión pública”, usándolas como pretexto, precisamente, para socavar el poder de la sociedad y de la opinión pública.
Alentemos pues, la reflexión seria.

Publicado en Unomasuno el 21 de febrero de 2012.

MÉXICO NO ES BRASIL... NI VAZQUEZ DILMA ROUSSEF


La elección de la candidata presidencial del PAN ha dado motivo a infinidad de artículos, comentarios y análisis, algunos de los cuales no han estado exentos de excesos verbales mientras otros no han pasado de la mera propaganda. Es normal, pero el mayor de los despropósitos no sólo es la comparación que se viene haciendo de Josefina Vázquez como si fuera Dilma Roussef o Michele Bachelet sino esa especie de que la única razón que pudiera hacerla perder es por el machismo, precisamente por ser mujer.

Despropósito, porque escudarse en la discriminación para explicar fracasos o limitaciones personales o, peor aún, para tratar de promoverse y sacar ventajas es la trampa más poco ética en un entorno de verdadera competencia democrática. El hecho es que no se trata de género sino de aptitudes, y mejor cuidémonos si la señora Vázquez, o los panistas, están pensando en usar su posición de mujer para chantajear apoyo.
No voy a criticar a la señora Vázquez por ser mujer y tampoco soy de los que piensa que México necesariamente tiene que ser gobernado por hombres. Mis resistencias a creer en la señora Vázquez y a darle mi voto tienen otras razones. Para empezar decir que, desde luego, creo que el arribo de una mujer a la presidencia sería un signo de adelanto, sólo que hay de biografías a biografías.
La señora ex presidenta de Chile, por ejemplo, la señora Bachelet, se formó en la resistencia a la dictadura militar de Augusto Pinochet. Tras el golpe de 1973 su padre, un general que había sido funcionario en el gobierno de Salvador Allende y de los pocos que se negaron a secundar el golpe, fue detenido y murió en prisión a causa de las torturas que sufrió. Michele, quien para esas alturas ya era militante de la Juventud Socialista, se dedicó a ayudar a los perseguidos del proscrito Partido Socialista y vivió algún tiempo en la clandestinidad hasta que en 1975 fue detenida por los organismos represivos de la dictadura, recluida por un tiempo en prisión y desde luego sometida a las peores torturas. Logró ser liberada y exiliarse. Vivió un tiempo en Alemania, allá estudió, y cuando finalmente regresó a su país, en 1979, volvió a la militancia contra la dictadura, llegando a participar, incluso, en algunos grupos radicales y hasta extremistas. Ya con la caída de Pinochet y durante los gobiernos de la Concertación, Bachelet incursionó en el servicio público, con tan buena estrella que fue ministra de Salud y luego de la Defensa del presidente Ricardo Lagos, haciendo, en ambos casos, un brillante papel que de manera natural la lanzó a la presidencia de su país.
Por lo que toca a Dilma Roussef, la actual presidenta de Brasil, su trayectoria política empezó a los 16 años. En el mismo año que los militares dieron el golpe y asumieron el gobierno en su país, el militarismo y la progresiva falta de libertad la acercaron a los ideales socialistas. Su militancia en los movimientos radicales de resistencia a la dictadura es amplia: primero participó en la “Política Operaria” luego fundó, junto con otros compañeros, el “Comando de Liberación Nacional”, que a finales de los años 60 emprendió atracos a bancos, robos de automóviles y dos atentados con bomba que no dejaron víctimas; y poco después se sumó a la “Vanguardia Armada Revolucionaria Palmares”. Si bien no hay información precisa acerca de estas actividades de Dilma lo que se sabe es que llegó a ser conocida como la “Juana de Arco de la guerrilla”; que los órganos de inteligencia del gobierno militar monitoreaban constantemente sus movimientos; que tuvo que cambiar de residencia muchas veces y también de nombre –se hizo llamar Estela, Wanda, Luiza, Marina y Maria Lucía– y que frecuentó las cárceles del régimen y pasó por secciones de tortura.
Ya en el terreno de la política, participó en la reestructuración del Partido Trabajador Brasileño, que posteriormente pasaría a llamarse Partido Democrático Laborista y finalmente se integró en el Partido de los Trabajadores. En 2003, el presidente Luiz Inácio Lula nombró a Rousseff Ministra de Energía, impulsando la implantación del programa “Luz para Todos”, que expandió el acceso a electricidad en los rincones más lejanos del país. En 2005 fue nombrada Jefa del Estado Mayor de Brasil (cargo equivalente a jefa de Gabinete), posición desde la cual impulsó el “Programa de Aceleración del Crecimiento”, responsable de restituir el protagonismo del Estado en la economía y gracias al cual poco después fue elegida como candidata presidencial por el PT en las elecciones del 2010.
Es decir, que ambas mujeres, Dilma y Bachelet, tuvieron una juventud bajo dictadura. No aceptaron a los militares en el poder y creyeron en algún momento en la vía radical, inclusive en la lucha armada, como instrumento para cambiar a sus países. Por eso fueron detenidas, torturadas y encarceladas. Una vez en libertad, empero, tomaron el camino de la política sin renegar de sus valores sociales. Ayudaron a fundar partidos de izquierda, integraron equipos de gobierno con gobernantes de izquierda y, finalmente, en la madurez de sus vidas, se postularon al cargo de presidentes de sus respectivos países.
Escojo a Michele y a Dilma, esto es a Chile y Brasil, porque son los ejemplos que más les gustan a varios políticos mexicanos. Así lo ha expresado Enrique Peña, varios personajes de la izquierda “Light” desde luego y hasta Felipe Calderón y esa facción panista que condena el radicalismo y que ha tratado, infructuosamente de rebasar al movimiento obradorista por la izquierda, todos para llevar agua a su molino, claro, y los panistas para convencernos de que no hace falta ningún cambio, y que el camino es mantener las cosas más o menos como están ahora.
Sí, porque esa es la base sobre la que se promueve ahora a la señora Vázquez, la candidata de la continuidad de una serie de políticas que más que llevar 12 años llegan ya a más de 30. Y se argumenta para ello toda suerte de “razones”, la mayoría superficiales. Que si porque ya es tiempo de darle una oportunidad a una mujer, que si porque en muchos países ya hay o ha habido mujeres presidentas y México no puede quedarse atrás. Incluso hasta están tratando de convencernos diciendo que el éxito brasileño o el chileno automáticamente se van a reproducir aquí siempre y cuando gane una vez más el PAN.
El problema de éste tipo de planteamientos, más allá de las evidentes diferencias biográficas, es que se soslaya que la opción que ofrece la señora Vázquez y el PAN no tiene nada que ver con la opción que representó en su momento la señora Bachelet y que representa ahora Dilma Roussef: tan simple como que ambas son resultado de un proceso de de reivindicación y reposicionamiento de la izquierda pero, sobre todo, de un proyecto radical de nación, que aquí mismo la señora Vázquez y los panistas condenan con los argumentos más tendenciosos.
¿Por qué no votar pues, por la candidata del PAN? Más allá de los muchos cuestionamientos a su trayectoria y a su estilo de hacer política, la verdad es que su desempeño en la precampaña y su forma de ganar la candidatura han dejado infinidad de razones para descartarla como opción seria para México. En primer lugar, su discurso demagógico nos hace recordar el del priísmo más rancio, es decir aquél populismo oportunista que utilizaron lo mismo Alemán que Echeverría. Pero está además su tendencia a satanizar al adversario, cuando no a ignorarlo, como si estuviéramos a punto de una guerra civil, y como si no fueran ella y los panistas que la siguen los responsables de haber hecho del PAN otra versión del PRI.
Basta otro ejemplo: Luis H. Alvarez, el santón que tanto admira la señora Vázquez y de quien, dice, será su inspiración en la campaña, es la prueba más lamentable del pragmatismo y la traición a los principios panistas: fue él quien legitimó el gobierno de Carlos Salinas en detrimento de la democracia y a cambio de un maridaje que se ha convertido en la mayor lacra no sólo para el PAN y para el PRI sino para el país, porque es el que ha hecho posible la continuidad del viejo régimen. Tan simple que por culpa de eso es que México no ha cambiado.

Publicado en Unomasuno el 14 de febrero de 2012.

EL LOBO! EL LOBO! O LA ESTRATEGIA DEL PETATE DEL MUERTO



Buen espectáculo sin duda. La apuesta al bono de género pero, más que eso, la apuesta, siempre rentable, a la unidad… y una evidencia más de hasta donde las cosas no han cambiado nada en este país. Por más que en el discurso de se diga lo contrario.


Porque ni siquiera hubo nada novedoso en eso del “Plan B”. Alguien dirá, seguramente con afán de propaganda, que “al menos” ahora no se impone a los “delfines” a toda costa. Pero la verdad es que pocas veces esto ha sido un hecho.
Se sabe, por ejemplo, que el candidato original de Miguel Alemán para sucederlo no era Adolfo Ruiz Cortines, era él mismo. Buscó afanosamente reelegirse y, ante la imposibilidad de hacerlo, como segunda opción impulsó a su pariente, Fernando Casas Alemán, alguien que le garantizara la continuidad de su grupo y sencillamente fracasó. Lo que pasó es que, exactamente igual que ahora, “las fuerzas vivas” -como se le llamaba en esos tiempos a la opinión pública- no respondieron como se esperaba y al constatar la poca popularidad de su elegido, Alemán optó por sacrificarlo. Igual se cuenta de Luis Echeverría con respecto a Mario Moya y de José López Portillo con respecto a Javier García Paniagua. Y desde luego de Carlos Salinas con respecto a Manuel Camacho, a quien proyectó no una sino hasta dos veces, pero acabó cediendo; primero cuando decidió que el ungido fuera Luis Donaldo Colosio y luego cuando le dio la Comisión para la Paz en Chiapas y ante la imposibilidad de sustituir al sonorense, porque lo asesinaron, acabó optando por Ernesto Zedillo. Lázaro Cárdenas mismo dijo alguna vez, respondiendo al cuestionamiento de porqué no le heredó el poder a su hombre más cercano, a Francisco J. Múgica, que “porque había problemas de carácter internacional que lo impedían“. Y en otra ocasión dijo que porque “las circunstancias del país no le fueron propicias”. El argumento pues, que después de él igual utilizaron varios de presidentes priístas para negar el “dedazo”… y el mismo al que siempre han recurrido los que niegan la tradición autoritaria del PRI. Mera pantalla para encubrir maniobras truculentas y vaya usted a saber qué cálculos.
A fin de cuentas nada nuevo bajo el sol. Política pura, y de la de antes. De la mejor escuela priísta. Del PRI duro, del de las apariencias democráticas y las escenografías arregladas, sólo que revivida en el partido que hasta hace poco se jactaba de representar todo lo contrario, el PAN. Sí, porque ahora más que nunca resulta una verdad de a kilo lo que dijera Gustavo Madero la noche del domingo, que su partido entra por la puerta grande a la historia… de las elecciones internas fraudulentas y amañadas. Una película que no por muy vista deja de ser patética, y lamentable. Usar los recursos de los gobiernos estatales, de los programas oficiales, la coacción del poder para hacer ganar una precandidatura, exactamente como querrá usarse mañana toda la fuerza del gobierno para hacer ganar a la compañera de partido.
Basta enumerar unos cuantos “incidentes” que marcaron la “ejemplar” elección interna de los panistas: para empezar, “filtraciones” de audios de espionaje con la intención de dañar a los dos principales aspirantes; intentos de compra y coacción de votos tanto por parte los partidarios de Josefina Vázquez como de los de Ernesto Cordero; y el día de los comicios varias irregularidades perfectamente documentadas, casi todas señalando acarreos y repartos de despensas bien a favor de Cordero, bien a favor de Vázquez Mota. El incidente más grave fue sin duda la irrupción de un grupo armado en Zozocolco, Veracruz, que robó las urnas e impidió la votación. Pero hubo además una balacera en el municipio de Ahuatlán, en Puebla, y los presuntos agresores se identificaron como simpatizantes de Cordero; y por si esto fuera poco, en varios municipios de Guerrero se registraron acarreos, urnas embarazadas, rasurado de padrones, retención de votantes y la intervención de delegados federales a favor de la señora Vázquez Mota; mientras que en Puebla y Nuevo León se dio el mismo fenómeno, sólo que a favor de Cordero. ¡Nada que envidiarle a Gonzalo N. Santos y a Rodolfo Sánchez Taboada!
Sí, porque se nota que aprendieron, y lamentablemente mejor de lo que podría esperarse. De nada sirve que invoquen en el discurso a Gómez Morín y a los panistas fundadores. El PAN de hoy es en realidad la nueva versión del viejo PRI. Y la proclamación de Josefina Vázquez es la mejor constancia de ello: a lo más que puede aspirar es a representar, parafraseándola, una moderna versión del autoritarismo y lo menos peor, si así se puede decir, de la práctica antidemocrática que por muchos años ha prevalecido en el país.
Aunque lo más grave fue el mensaje que casi imperceptiblemente deslizó la recién ungida: su mención a que “aquí acaba la contienda interna y empieza la lucha contra el verdadero adversario de México, que es Peña Nieto y su partido”. Así de claro, el “verdadero adversario de México”, no de ella, no de su partido. Del país. La mano, otra vez, del tristemente célebre Antonio Solá, y sólo una pálida advertencia de lo que seguramente viene.
Mal augurio. Es que hay una inclinación en el panismo, igual que la hubo en el viejo priísmo, a alarmar y espantar, a satanizar al “enemigo” e inventar “peligros” como arma de hacer presión y orientar el voto. En su momento ese fue el recurso con el que se descalificó en 1929 a José Vasconcelos (la propaganda oficialista lo pintaba como un vulgar “porro” y provocador), e igual fue en el caso de Juan Andreu Almazán en 1940 y Miguel Henríquez Guzmán en 1952. La razón de lo que se llamó en un tiempo “el fraude patriótico”: esto es, que se valía lo que fuera con tal de cerrarle el paso a todo aquél que pusiera en riesgo la continuidad del partido gobernante.
Lo malo es que, con el correr del tiempo, el panismo -que incluso en algún momento también las padeció- no ha sido ajeno a este tipo de prácticas. De hecho, conforme se ha ido avanzando en la alternancia se ha venido ahondando cada vez más la brecha entre ésta y la democracia, al grado de que pocas son hoy las elecciones exentas de ilegalidades y de cuestionamientos. “Competencia de cochinadas” se les llegó a llamar en el 2010, y lo que acabamos de ver, insisto, no se queda atrás.
El hecho es que el panismo resucita una vez más la estrategia de los priístas viejos, trabaja ya para repetir el escenario de disputa de los conservadores contra los liberales, de los anti-revolucionarios contra los revolucionarios, y nos vuelve a hablar de las elecciones como si fueran guerras civiles. Un discurso no sólo engañoso sino muy riesgoso en cuanto empuja a la polarización social, a la división nacional, y cuyos costos ya vimos y sufrimos, para no ir más lejos, en los últimos 6 años.
Sólo que lo que pasó en la elección del 2006 no puede volver a suceder. No podemos darnos el lujo de que se repita.
Soy de los que creen en el debate, de los que piensan que la idea de contrastar las ideas y las propuestas es no sólo necesaria sino sana e indispensable en toda contienda democrática. El problema es cuando se cambia esa estrategia de debate por la de la franca descalificación del oponente, cuando se sustituye la lucha ideológica por una campaña de denostación y descalificaciones personales. Y peor que eso cuando, a falta de argumentos, se sale con la amenaza del lobo, con el petate del muerto de que “ahí viene y nos va a comer”. Porque eso sí, ya no tiene ninguna seriedad y mucho menos sentido. ¿Quién puede resultar ganador de todo esto?
Hay ser optimistas. Quiero pensar que los mexicanos hemos aprendido. Hace 6 años muchos fueron los que votaron seducidos por este tipo de propaganda, pero hoy los hechos muestran, clara y contundentemente, que esa no fue seguramente la mejor elección. Y no lo digo yo. Basta ver la intención del voto que tienen ahora mismo los panistas, muy lejana sin duda, de la de hace 6 años.
Lo importante es, en todo caso, que esta vez no sean las campañas negras las que prevalezcan y, sobre todo, que no sea la mapachería y las viejas trampas para torcer el voto la manera como se hagan y se ganen unas elecciones.
No hay peor enemigo de México, no lo hubo ni lo hay en este momento, que ese tipo de propaganda y ese tipo de elecciones. Ojalá las rechacemos a ambas de una vez y para siempre. Por el bien de todos.

Publicado en Unomasuno el 7 de febrero de 2012.

VIEJAS PRACTICAS… ¿VIGENTES?


Decía Luis Spota que todo empezaba con las “palabras mayores”, la fórmula ritual que empleaba el gobernante en turno en los años del PRI para comunicarle a su escogido que él era, precisamente, “el elegido”. Podía variar la forma, el estilo, pero no el fondo.

Luis Echeverría, por ejemplo, afirma que a él se lo comunicó Gustavo Díaz Ordaz “con toda sencillez”, al término de un acuerdo, a mediados de julio de 1969: “Usted va a ser el candidato del PRI a la presidencia, ¿está listo?, “Estoy listo”. “Hasta luego”, “hasta luego”. Y el destape fue en octubre. José López Portillo aseguraba que a él Echeverría simplemente le dijo un día, señalando la bandera que estaba en su despacho: “¿Se interesa usted por esto”, y que él le contestó: “Pues sí, señor”. “Bueno, pues entonces el próximo lunes vendrá usted aquí y los sectores del partido se pronunciarán por usted, pero todavía en forma privada, no pública”. Por cierto que a la hora de enfrentar su propia sucesión fue López Portillo el primero que recurrió a encuestas. Contaba que al final se quedó con dos opciones, Javier García Paniagua y Miguel de la Madrid, y que a este último se lo comunicó de la siguiente manera: “Bueno, pues creo que hay fuertes corrientes del partido que se inclinan por usted, así es que prepárese… Ni a su esposa se lo comente”.
Ya en un juego más truculento se cuenta que Adolfo Ruiz Cortines se lo anunció a Adolfo López Mateos después de haber mandado mensajes contradictorios a otros aspirantes y al propio López Mateos, dizque, así le dijo a este, porque le faltaba pasar una última prueba: “sus reacciones a la adversidad, pero, además, porque no era conveniente que usted se enterara con tanta anticipación”. Así hacía también Porfirio Díaz, de quien se sabe que se divertía jugando con las ambiciones de sus subordinados, desde luego para tantear quien le era el más leal. El hilo conductor que señala una tradición, casi monárquica, que ha marcado por décadas a la política mexicana, puede que por más, porque ni empieza ni se acaba con el PRI. El caso es que siempre, invariablemente, nuestros gobernantes se han querido apropiar de la función de elegir a su sucesor, es decir que el elegido debía ser el que mejor asegurara los intereses del que lo estaba ungiendo, algo que no necesariamente implicaba que fuera el más popular ni el mejor. De tal suerte que precisamente por eso, lo que seguía a la imposición era una cuidadosa operación política para allanarle el camino hacia el poder, mientras se hacía pública la decisión.
Es verdad que hubo gobernantes a quienes les gustaba hacer gala de autoritarismo, que no compartían con nadie sus decisiones, y ahí sí, aunque hubiera gritos y sombrerazos, bastaba con su consigna. Sin embargo, hubo otros que les gustaba aparentar las cosas, jugar a la democracia, entonces permitían y hasta alentaban una aparente competencia, que se expresaran las ambiciones en un cierto espacio de libertad. Cuando no querían correr riesgos inventaban a alguno de los contendientes, que les asegurara la legitimación del proceso, y cuando no, simplemente, llegado el momento, llamaban a los aspirantes que le estorbaban y les ofrecían un cargo “de consolación” a cambio de hacerse a un lado, o bien, si se ponían “difíciles”, los amenazaban con algo, con embargarles bienes si los tenían, o con crearles algún problema legal si no lo tenían, es decir que no quedaba de otra que disciplinarse.
Así fue, por ejemplo, cuando la sucesión de Manuel Avila Camacho, el llamado “presidente caballero”. Casi desde que llegó al poder él fue construyendo la presidenciabilidad de su favorito, el licenciado Miguel Alemán, secretario de Gobernación, un político sin antecedentes revolucionarios, con escasa trayectoria en comparación con otros que aspiraban y sin más mérito que su incondicionalidad a Avila Camacho. En un principio hasta su hermano Maximino se oponía a ese designio, pero con el paso de los años, el entonces presidente le fue desbrozando el camino a su delfín, no si antes permitir que varios de sus ministros jugaran a la democracia. Jugaran digo, porque Alemán, desde luego, no era el más popular pero contaba con todo el aparato del gobierno y lo utilizó en su favor con la venia presidencial. Propaganda, eventos de lucimiento, compra de notas de prensa, chantajes, compra de conciencias, etc., todo se utilizó para proyectarlo como “el mejor”. Llegado el momento, eso sí, Avila Camacho, llamó uno por uno a los contrincantes de su favorito. A Jorge Rojo Gómez, a Ezequiel Padilla y a Miguel Henríquez Guzmán. Los citó en su despacho un buen día, platicó con cada uno, les explicó que ya tenía una decisión y les sacó la declinación a cambio de un cargo o la promesa de ayudarlos en sus aspiraciones a futuro.
Por supuesto que como Alemán no era el favorito de la gente hubo necesidad de recurrir a otros recursos a la hora de las elecciones; porque pasó que Ezequiel Padilla, con una amplia base popular de apoyo, con innegables simpatías, no aceptó el chantaje presidencial y se lanzó por su cuenta. Muy seguramente él fue el ganador de las elecciones de 1946, sólo que la maquinaria lo avasalló, el “ganador” oficial fue Alemán y Padilla pasó al ostracismo. Y al olvido: ni se le menciona en los libros de historia.
Sí, porque efectivamente, en los años del PRI “duro”, allá por los años 40-50 toda rebeldía se pagaba con el ostracismo y hasta con la vida. Le pasó a Padilla y a sus partidarios, y también a Vasconcelos, a Juan Andreu Almazán y a Miguel Henríquez Guzmán. La paradoja es que, ya en los años del post-priísmo, cuando la democracia mexicana está dando sus primeros pasitos, ese tipo de rebeldes-populares se han convertido en garantía de triunfo en las filas de otros partidos. Así fue en el caso, por ejemplo, de los gobernadores aliancistas, despreciados como candidatos por el PRI a pesar de ser competitivos pero acogidos con todas las consideraciones por el PRD-PAN, y ganaron las elecciones.
La diferencia entre estos últimos y aquellos, es decir entre los que hoy son gobernantes aliancistas y Henríquez, Almazán y Padilla es que la contienda se da ahora entre poderes casi iguales: la maquinaria de los gobernadores del PRI contra la maquinaria del gobierno federal. Henríquez, Almazán y Padilla iban solos contra los gobiernos tanto federal como estatales y le apostaban simple y llanamente a la democracia, al poder del voto. En cambio, una de las críticas a los procesos estatales del 2010 y 2011 es que los que hoy son gobernantes aliancistas contaron con apoyos adicionales a los votos. No fueron elecciones impecables. Por lo que cabe la pregunta: ¿es que algún día bastará en este país con tener el voto popular? ¿O seguiremos fabricando “ganadores” con maquinarias oficiales y recursos públicos?
Yo he escuchado a algunos políticos, que presumen de progresistas, decir que “llenar plazas no asegura ganar elecciones”. Y esa es precisamente la gran tragedia nacional: que la política mexicana siempre ha despreciado la fuerza de los ciudadanos, el poder popular. Lo cual explica esa ya larga tradición histórica, tristemente otra más, de presidentes espurios y presidentes legítimos, de fraudes electorales casi institucionales y de un país casi eternamente dividido entre defraudados y defraudadores, que nace casi con nuestro nacimiento como nación independiente.
La verdad es que mientras no se logre conciliar el ser popular con el ser ganador la democracia seguirá siendo una promesa en México. Y conste que al decir popular no me refiero a esa que se crea partir de las percepciones compradas, de las encuestas, sino a la popularidad real, la que otorga la gente, la afinidad de ideas y causas. Esto es, el llenar plazas, el tener convocatoria popular y ganar simplemente con votos.
¿Qué tan lejanos estamos de las viejas prácticas del “dedazo”, del “tapado” y “la cargada”. ¿De verdad ya las hemos superado o simplemente las modernizamos? Al menos antes había un “gran elector”, el Presidente en turno, pero ahora tenemos 33 pequeños “grandes electores” jugando al Porfirio Díaz, poniendo todo el poder de sus maquinarias a favor de sus favoritos.
Y no me refiero sólo al PRI. Eso es lo triste. Y lo grave.

Publicado el 31 de enero de 2012.

CANDIDATOS CIUDADANOS Y OPORTUNISMO EN POLITICA


Un fenómeno propio de la alternancia ha sido la incorporación de nuevos actores políticos.

Hasta hace algunos años se pensaba que la política sólo la podían ejercer dos clases de ciudadanos: los burócratas que trabajaban en el gobierno y los militantes del PRI. Incluso hubo un norteamericano, Peter Smith, que se dio el lujo de escribir, allá por los 70, después de analizar más de mil carreras de políticos mexicanos, las “condiciones” que según él debía cubrir un aspirante a seguir una carrera más o menos exitosa: en primer término estudiar derecho en alguna universidad pública, de preferencia en la UNAM, desde luego afiliarse al PRI, “buscar” un padrino poderoso y “pescar” chamba en el gobierno, bien para ascender a otros cargos, o bien para hacer negocios.
Esto se acabó en los años 80, o al menos eso se dice, cuando los llamados “bárbaros del Norte”, empresarios molestos con la estatización de la Banca, se abrieron espacio dentro del PAN, se lanzaron como candidatos y empezaron a ganarle gubernaturas al PRI.
Los apologistas del “neopanismo” –que así se le llama a la corriente pro-empresarial dentro del PAN-, dicen que a ellos se debe el éxito de ese partido y su llegada a la presidencia en el 2000. Sus detractores, los panistas defensores de la doctrina en cambio, dicen que ellos fueron los que enterraron a Manuel Gómez Morin y los principios que legó.
En todo caso, hay un hecho que casi nadie recuerda que da cuenta, muy nítidamente, de cómo querían las cosas Gómez Morin y los primeros panistas: la propuesta de hacer en 1946 a Luis Cabrera candidato presidencial, que representó un intento de afirmación de la corriente liberal dentro de ese partido y un importante paso, también, hacia su propia definición.
Se ha dicho que el primer candidato del PAN fue un general, y además empresario, Juan Andreu Almazán. En realidad, en las elecciones de 1940 los panistas tomaron la decisión de pedir el voto para el principal adversario del candidato oficial, con el único fin de no dividir a la oposición y abonar a la derrota del cardenismo; pero su primer candidato formal surgió de la IV Convención Nacional, celebrada los primeros días de febrero de 1946.
En esa convención se resolvió la postulación del viejo precursor maderista y ex secretario de Hacienda carrancista, uno de los ideólogos más lúcidos de la Revolución Mexicana. Y cobra más importancia el hecho porque uno de sus principales promotores fue Efraín González Luna, seguidor del socio-cristianismo, quien hizo la propuesta de Cabrera, un hombre, dijo, de gran experiencia política pero fuera de ella por un buen tiempo, el suficiente para tener la independencia necesaria frente a los desvíos de la Revolución y para estar libre de compromisos con “el régimen en la época más funesta para el país: el pantano del cardenismo”.
Ante esa Convención compareció pues, don Luis, para agradecer el honor y declinar hacer campaña por razones de la edad: “La aparición de mi nombre en el seno del Partido Acción Nacional –les explicó- la considero y agradezco como la más alta distinción que pueda conferirse a un ciudadano y que la conservaré en la memoria como el más alto honor que se me ha conferido en mi vida. Por lo demás, Acción Nacional es un partido político seriamente organizado del cual forman parte hombres prominentes a quienes todos reconocen honradez y patriotismo, a cuyo lado sería para mí un honor colaborar, y cualesquiera que fuesen las diferencias de criterio en puntos de detalle, sus principios no difieren considerablemente de las opiniones que de vez en cuando he emitido públicamente, y no puede negarse que dichos principios son sanos, patrióticos y honrados.
“Quiero aceptar, sin modestias hipócritas, que soy un hombre honrado, patriota y de experiencia. Pero, para desempeñar el supremo cargo ejecutivo de un país, no basta que un hombre sea honrado, patriota y sabio... Necesita, además, ser fuerte en lo físico y en lo político, para poder soportar sobre sus hombros la tremenda responsabilidad que el cargo de presidente de la República le impone. Sinceramente hablando..., no creo tenerlas”.
Y a manera de colofón enumeró un programa mínimo de las tareas que necesitaba hacer el país: “México necesita ante todo rehacer su agricultura... México necesita industrializarse... México necesita sanear su moneda, revisar su sistema financiero y devolver a la iniciativa privada la libertad de que debe gozar... México necesita poner de acuerdo su Constitución y sus leyes con la realidad... México necesita, sobre todo, un saneamiento moral en todos los órdenes...”
Tal era el programa que proponía Cabrera al PAN, pero un programa que los panistas fueron olvidando. Cabrera fue un liberal avanzado, nada menos que el autor de la primera ley agraria del país, y tenía una particular visión del rumbo que debía seguir la Revolución Mexicana. Estaba marcado por su cercanía con Francisco I. Madero y Venustiano Carranza y, por ende, era detractor del grupo de los “radicales” sonorenses (Obregón, Calles, Cárdenas) así que pasó el resto de sus días cuestionando lo que llamaba “las desviaciones bolchevizantes” de los gobiernos post-revolucionarios, soñando con una restauración del maderismo y una reivindicación del carrancismo.
Fue pues este hombre el elegido por Gómez Morín para ser el primer abanderado del PAN. Si no hizo campaña fue, como él mismo lo explicó, por razones de su edad. Y sin embargo, dejó un gran bagaje ideológico que con frecuencia se olvida, ya no se diga por quienes se dicen “revolucionarios” sino sobre todo por los panistas.
Es que luego de aquella experiencia fallida, que pudo haber convertido al PAN en el partido de la corriente moderada de la Revolución, se impusieron en ese partido los francamente contrarrevolucionarios, y cobijados en ellos llegarían después las candidaturas de los empresarios, llamadas “ciudadanas” que, o bien sirvieron de mampara para la franca derechización, o bien ni siquiera tenían ideología.
Y conste que no solamente hubo candidatos “ciudadanos” en el PAN. La moda pronto contagió a otros partidos, al PRI desde luego e incluso al PRD. El problema es que la bandera de casi todos estos “ciudadanos” ha sido la ambigüedad, el atractivo –muy bien explotado por los partidos- de que “no tienen partido” y, por ende, han acabado por desdibujarlos a casi todos. Lo peor es que han convertido la política en un mercadeo de apuestas al mejor postor. ¿O como puede llamarse a eso que dijo la señora Miranda de Wallace, tan sólo unas horas después de aceptar la candidatura del PAN a la jefatura del DF, que si el PRD o el PRI se la hubieran ofrecido la habría aceptado?
Y hay casos más burdos. Los políticos malabaristas, por ejemplo, que se llaman “ciudadanos” para ocultar su paso de un partido a otro en pos de una chamba, resultado de lo cual hemos visto candidatos del PRI promoviendo el programa del PAN, candidatos perredistas renegando de “la izquierda”, cobijándose en “el centro” para buscar coincidencias con el PAN. Y en el colmo, panistas que actúan como priístas defendiendo los programas del PRI. Todo, con tal de ganar elecciones.
Desdeñosos de la ideología, sin formación política alguna, ésta nueva clase de “políticos” ha enterrado la militancia y el compromiso partidista a un costo muy alto; porque una cosa es sostener ideas y tomar distintos posicionamientos partidistas en aras de la defensa de esas ideas, que es válido y hasta éticamente necesario; y otra muy distinta hacer de la carencia de ideas y compromisos bandera de promoción política.
Pero en un medio donde se privilegia la popularidad sobre la consistencia ideológica no sorprende que la apuesta panista para este año, al menos en el DF, sea a una candidata “ciudadana”. Lo más triste es que la sospecha de que siempre actuó en acuerdo con el gobierno del PAN y en abono para sus causas, se acabó por confirmar. A eso se llama cooptación, otra forma que tienen los gobiernos y los partidos para pagarle sus servicios a los “útiles compañeros de viaje”.

Publicado en Unomasuno el 24 de enero de 2012.