miércoles, 22 de septiembre de 2010

LA FRIVOLIZACION DE LA HISTORIA Y LOS MITOS DE LOS “DESTRUCTORES” DE MITOS







Siempre he sido enemigo de la frivolización de la historia. Esa que suele hacerse, particularmente en torno a fechas especiales o conmemoraciones, por parte de los “historiadores” oficiales, para vendernos sus versiones dizque de “la verdadera” historia, no otra cosa que los mismos cuentos de siempre, y uno que otro nuevo, para mantener la ignorancia de nuestro pasado.
Me refiero a que cuando hablo de la necesidad de abordar la historia desde un punto de vista crítico nada tiene que ver con ese falso afán de “desmitificar” que confunde hacer historia con hacer propaganda, ni siquiera como una forma de educar “a las masas”. Pues una cosa es presentar a los héroes como lo que son, hombres y mujeres de carne y hueso, y otra encubrir en la invasión de su intimidad el afán por minimizarlos.
No es el caso de la película de Antonio Serrano, esfuerzo notable como pocos por presentarnos al auténtico Hidalgo; pero sí de gente como Enrique Krauze, José Manuel Villalpando y Francisco Martín Moreno, entre otros, quienes con la pretendida misión de “reconciliar” a nuestros héroes y anti-héroes y “acabar” con nuestros grandes mitos nos recetan la historia que le conviene al poderoso en turno. Sin investigación ni el menor rigor científico.
¿Queremos destruir en serio los grandes mitos de nuestra historia? Empecemos por ese que afirma que Hidalgo y Allende emprendieron la lucha de independencia sin saber siquiera qué era lo que buscaban, sin querer realmente la independencia. Dice Martín Moreno, rescatando la versión de los conservadores del siglo antepasado, que el “verdadero” Padre de la Patria fue Melchor de Talamantes, nada menos que el instigador de la conspiración de La Profesa, esa que se fraguó para evitar que llegara la reforma liberal de España y para falsear la lucha de independencia hasta el punto de convertirla en bandera justamente de aquellos que no querían la independencia.
La verdad es que todos los insurgentes sabían muy bien lo que se traían entre manos. No lo decían abiertamente por mera táctica, ya hemos hablado aquí de una carta de Allende a Hidalgo que deja muy claras las cosas y sobran los testimonios en ese sentido; así que de que sabían que su lucha era por la liberación de España, ni duda cabe. El que el jefe de la revolución fuera Hidalgo y no Allende y aún el hecho de tomar como bandera a la Virgen de Guadalupe no fueron casualidades. Para eso se reunían en las juntas secretas, no sólo para tomar chocolate. Ellos seguían muy atentamente los acontecimientos en Europa, admiraban el modelo de la Revolución Francesa y tenían todos una formación liberal muy firme gracias a las lecturas prohibidas por el clero de aquella época, que no caían en sus manos por casualidad sino que se las allegaban en las “sociedades de pensamiento” a las que pertenecían. Hasta las mujeres, como la Corregidora.
Se olvida -o quisieran que se olvide- que nuestros libertadores formaron conciencia leyendo a los Enciclopedistas; que fueron influidos por varios acontecimientos, entre otros la invasión napoleónica a España. Pero además, lo más importante, que el liberalismo no llegó espontáneamente aquí sino que se alimentó en el clandestinaje de esas sociedades o logias y que los primeros planes revolucionarios salieron de la masonería.
Esto es parte de lo que no se dice de Hidalgo. Las verdaderas razones de su enjuiciamiento y condena por la Inquisición: no por tener mujer e hijos sino porque luchaba por la independencia, porque leía libros “prohibidos”, porque asistía a “tenidas diabólicas” en una logia de la Ciudad de México y habría recibido las primeras ideas libertarias de uno de esos masones, un francés apellidado D’Alvímar, que además se sabe era agente napoleónico, el cual solía visitarlo en su casa en Dolores, a la que se llegó a conocer por eso, no tanto por las fiestas “licenciosas”, como la “Francia Chiquita”.
Eran parte de una red secreta cuyas ideas y planes emancipadores introdujo en hispanoamérica el venezolano Francisco de Miranda; y a esa red pertenecieron, entre otros, Simón Bolívar, Bernardo O’Higgins, Andrés Bello, José de San Martín y Teresa de Mier, quien hasta llegó a organizar una guerrilla para avivar la lucha junto con otro masón, Francisco Javier Mina.
De acuerdo con los historiadores José María Mateos y Richard Chism, que citan documentos de la Inquisición, las primeras tenidas se llevaron a cabo en nuestro país en los tiempos del Virrey don Juan Vicente de Güemes, segundo Conde de Revillagigedo, en casa de un relojero francés de nombre Juan Estrada Laroche o Juan Esteban Laroche, y fue ahí donde se habrían iniciado los principales promotores de la Independencia. Entre otros, Francisco Primo de Verdad, Miguel Domínguez, Ignacio Allende y hasta la Corregidora de Querétaro Josefa Ortiz de Domínguez. E Hidalgo, desde luego.
Y si bien es cierto que algunos autores, como Luis Zalce, han afirmado que no está suficientemente probado que Hidalgo fuera masón bajo el argumento de que no existe un solo documento al respecto, esto nada tiene de extraño puesto que todo mundo sabe que la masonería –y más en ese tiempo- era una organización manejada en el secreto; pero además, si no hay pruebas de la masonería de Hidalgo sí están plenamente acreditados sus contactos con varios agentes masónicos y napoleónicos, propagadores de las ideas de rebelión, tanto el propio Laroche como D’Alvimar. Y también está el testimonio de Fray Juan de Salazar, un agente diplomático de los insurgentes en los Estados Unidos, quien alguna vez escuchó mencionar el nombre de Miranda a Hidalgo, y así lo dijo en su proceso.
Lo que en todo caso nadie pone en duda es la existencia de un plan masónico para apoyar la liberación de las colonias hispanas tomando como base las ideas de “libertad, igualdad, fraternidad” de la Revolución Francesa, según lo prueba un documento del Supremo Consejo de Charleston hallado entre los papeles de don José Miguel de Azanza, quincuagésimo cuarto Virrey de la Nueva España. Plan que coincidió con otro de Napoleón en el tiempo en que libró su guerra con España, a cargo de varios agentes revolucionarios que él mandó a las colonias españolas para promover su independencia, con instrucciones, muy precisas, que incluían estrategias para hacer la independencia, por ejemplo la que debía de ser la bandera de los insurgentes: “Viva la religión apostólica y romana, y muera el mal gobierno”, así como sugerencias para hacerse de aliados y acelerar la ejecución del movimiento, que luego seguirían casi exactamente Hidalgo y todos los insurgentes.
Entonces, ¿dónde queda la versión engañosa de que el objetivo de ellos era sólo la restauración en el trono de Fernando VII? ¿No es claro que Hidalgo decía eso porque así lo recomendaron los masones para asegurar la adhesión de pueblo y que fue designado por ellos jefe del movimiento por las mismas razones tácticas, con la idea de hacer de él el Padre de la nueva Patria?
No se reconoce esto ahora porque no es conveniente. Pero es la verdad histórica. Como que lo del estandarte de la Virgen de Guadalupe no fue una mera casualidad como afirma Lucas Alamán, el más conspicuo autor de la versión conservadora de nuestra historia.
Se sabe que lo tomó Hidalgo como emblema de lucha en cuanto inició el movimiento, y su historia es muy interesante porque no es un cuadro o una simple reproducción de la imagen religiosa. Se trata del estandarte ni más ni menos que de una logia, que contiene incluso, simulados, los signos y caracteres propios de la masonería. Igual que la otra bandera emblemática de los primeros años de la insurgencia, el “Doliente de Hidalgo”, emblema del grado de maestro masón.
No por nada una de esas logias tenía el nombre de “Los Guadalupes”. ¿Verdad que a pesar de tanto “desmitificador” sigue haciendo falta conocer nuestra verdadera historia?
Publicado en Unomasuno el 21 de septiembre de 2010.

domingo, 19 de septiembre de 2010

EL "COLOSO" ANONIMO Y LOS "HEROES" DEL BICENTENARIO


Lo he dicho varias veces aquí: que hace falta una visión crítica de la historia. Y que con motivo del Bicentenario del inicio de la Independencia y el Centenario del inicio de la Revolución un vacío que nadie ha querido llenar es el de una revisión seria y documentada, imparcial y objetiva, de nuestros héroes patrios y de sus hazañas, para colocar a cada quien en su lugar.
La Perestroika en la desaparecida URSS inició así, con la Glasnost. Y para bien o para mal, ahora los rusos saben al menos quien es quien en su historia y qué hicieron mal para evitar repetir errores. Y en España, la paradigmática transición española, la que se convirtió en el “modelo” ejemplar para muchos políticos mexicanos que hasta quisieron trasplantarla, ahora estamos viendo que nació coja. Y por tanto, limitada porque en aras de la “reconciliación” política, del no moverle a las cosas, se decretó un “borrón y cuenta nueva” y se pensó hasta en cancelar la memoria histórica. Error tremendo porque en aras de esa reconciliación y ese no removerle a las heridas el franquismo sobrevivió, y a tal grado que llegó a poner en jaque las conquistas de la democracia, que recién ahora ha entendido que la mejor manera de defenderse es rescatando la memoria histórica, proceso nada fácil por cierto, que recién está empezando con el derribamiento de todas las estatuas de Francisco Franco pero que aún tiene un largo trecho por recorrer.
Por algo será que allá tienen que derribar las estatuas del “Caudillo”, como lo hicieron en Rusia y en todos los países excomunistas con las estatuas de Stalin, Lenin y Mao. Y no se trata ni de venganzas ni de revanchas. Sino de acercarse a la verdad a la que tienen derecho los pueblos. ¿Para qué? Para conocer nuestro pasado pero más que eso para que, a partir de su conocimiento podamos entender mejor el presente y proyectar con mucha mayor seguridad el futuro.
Volviendo a lo que pasa en nuestro país con motivo de los centenarios, la verdad es que hasta ahora las grandes aportaciones de los festejos han sido “descubrir” que Madero no se llamaba Francisco Indalecio sino Francisco Ignacio; aceptar que los restos de los héroes patrios que albergaba la Columna de Reforma son efectivamente los de los héroes patrios y además que apareció ahí una tarjetita para el anecdotario de quien sabe qué periodista. Y reivindicar a héroes como Benjamín Argumedo, cuya figura monumental de 20 metros de altura y 8 toneladas de peso hecha en poliuretano va a presidir ni más ni menos las fiestas del 15 de septiembre.
Me pregunto ¿qué hubieran dicho los viejos revolucionarios, los que estuvieron en los campos de batalla y ganaron la Revolución, si esto hubiera pasado hace 30 años cuando todavía vivían algunos de ellos? ¿Se habrían quedado callados? ¿Lo habrían permitido? Yo creo que no.
¿A quien se le ocurrió deificar, así sea en plástico, a un personaje que nunca ha podido figurar preeminentemente en los anales de la Revolución más que por esas películas cursimente épicas de Antonio Aguilar, sencillamente porque fue de los que reconoció a Victoriano Huerta tras el asesinato de Madero y murió peleando contra el constitucionalismo y por lo mismo fue fusilado como lo que era, como un traidor?
Sí, ese es Argumedo, el personaje que ahora se pretende “rescatar del olvido” y deificar en la ”fiesta” central de nuestras conmemoraciones. Un depredador de haciendas y un perseguidor y un asesino de las autoridades locales maderistas durante todo el gobierno de Madero, a quien fue de los primeros en desconocer, para luego, en unión de Pascual Orozco, cuando sobrevino el cuartelazo de la Ciudadela, ser de los primeros en reconocer a Huerta, quien convirtió a Argumedo de bandido a “hombre de orden”, hasta le dio el grado de general brigadier, porque se la pasó todo el gobierno usurpador defendiéndolo y peleando contra las fuerzas constitucionalistas. No conforme con eso, caído Huerta, Argumedo nunca reconoció la jefatura de Venustiano Carranza, y lo combatió, unas veces en las filas felicistas, otras en las zapatistas. Hasta que fue derrotado y hecho preso en Durango, y Juzgado por un Consejo de Guerra que lo condenó al fusilamiento por traidor, en marzo de 1916. ¡Bonita biografía para homenajear y transmitirles a nuestros niños!
Por eso pregunto: ¿quieren rescatar héroes del olvido? Empiecen por los que realmente hicieron la Revolución: Francisco J. Múgica, Cándido Aguilar, Roque Estrada, Lucio Blanco, Benjamín Hill, Vito Alessio Robles, por citar unos cuantos. Y una mujer, María Hernández Zarco, la joven linotipista que se aventó a imprimir, a escondidas de su padre –que tuvo miedo de hacerlo- el discurso de Belisario Domínguez, para que se repartiera por todo el país. Siguiendo con los que lucharon por la democracia, de lo que hablábamos la semana anterior: Francisco Serrano, Arnulfo R. Gómez, José Vasconcelos, Juan Andreu Almazán y Miguel Henríquez Guzmán, los candidatos presidenciales de 1927, 1929, 1940 y 1952. Sin olvidar a los luchadores sociales perseguidos y encarcelados como Othón Salazar y Demetrio Vallejo, o a los que fueron asesinados como Rubén Jaramillo. Y si quieren generales, sólo tres ejemplos: Joaquín Amaro, autor de la reforma militar que civilizó al actual Ejército Mexicano; Salvador Alvarado, autor del primer ensayo de gobierno de izquierda en nuestro país; y Othón León Lobato, uno de los militares con más hechos de armas en la Revolución y fundador de la Escuela Militar de Transmisiones, nada menos que la que asegura el control de las comunicaciones en este país, elemento estratégico vital. ¿Y qué decir de los precursores, quien se ha acordado de ellos? De Antonio I. Villarreal, Juan Sarabia, Librado Martínez, Praxedis Guerrero, Antonio Díaz Soto y Gama, Aquiles Serdán y, desde luego Ricardo Flores Magón?
Son unos cuantos nombres, pero hay más. Sólo que recordarlos implica, primero, conocer la historia, cosa que al parecer no pasa en las altas esferas gubernamentales; y luego, estar dispuesto a romper con los mitos oficiales porque muchos de estos hombres y mujeres acabaron sus vidas combatiendo las desviaciones de la Revolución, en la oposición al PRI.
Por eso no existe una sola estatua de Henríquez Guzmán en este país, ni de Vasconcelos ni de Almazán. Porque implicaría reconocer que en México hubo fraudes electorales y que los hicieron Plutarco Elías Calles, fundador del PNR, abuelo del PRI; Lázaro Cárdenas, fundador del PRM, padre del PRI; y Miguel Alemán, fundador del PRI. Porque implicaría descubrir el carácter represor de los gobiernos “revolucionarios” de, al menos, Adolfo Ruiz Cortines, Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz. Y cuestionar muchos de los monumentos, parques y avenidas, y hasta los nombres que están en el Congreso, echando por tierra la historia oficial y los contubernios políticos –y hasta económicos- que la sostienen.
Y sin embargo, sigue haciendo falta -y más ahora- la revisión concienzuda y seria de nuestra historia; juzgarla con una visión crítica, honesta y al margen de partidismos. Porque conste que tampoco se trata de levantar pedestales a los derrotados sólo por el hecho de haber sido derrotados. Que de hecho es lo que han hecho los gobiernos del PAN, demoledores de las estatuas de Juárez y los liberales nada más han llegado a alguna alcaldía o gubernatura.
Se trata de analizar las vidas y las trayectorias a la luz de la congruencia del patriotismo, los principios y la verticalidad para sostenerlos. Que eso son los héroes, hombres y mujeres excepcionales, dispuestos a hacer cosas extraordinarias por su patria al costo, incluso, de sus vidas.
¿Cuántos de esos hemos tenido a lo largo de nuestra historia? Y lo más importante: ¿cuántos de esos tendremos ahora? ¿O es que el molde de los héroes se rompió hace 100 años? Termino preguntando: ¿Más que recordar a los héroes del pasado, no será ya tiempo de tener nuevos héroes?
Publicado en UNOMASUNO el 31 de agosto de 2010.

SALDOS DEL BICENTENARIO: ¿QUÉ FESTEJAR?

Se impone pero no es fácil. Hacer el balance ponderado, objetivo de los 200 años del inicio de la Independencia y los 100 del inicio de la Revolución nunca será sencillo en un país como México adonde siempre ha prevalecido la visión partidista de la historia y los juicios esconden, casi siempre, intereses políticos y electorales.
¿Cómo pues medir nuestra independencia? ¿Cómo, el progreso prometido por la Revolución? ¿Cómo medir lo logrado si el PRI monopolizó por décadas la elaboración de estadísticas y cifras, para usarlas en su beneficio, igual que ahora hacen los gobiernos panistas? ¿Y cómo entender el valor de la lucha emprendida por Hidalgo, Allende y Morelos cuando hoy estamos frente a la más brutal embestida del intervencionismo solapado vía “contratos de servicios” y “concesiones” hechos sin el menor pudor patriótico y mediante argucias legaloides?
Y sin embargo, se puede. Basta revisar, por ejemplo, algunas de las cifras que tenemos a la mano. Para empezar, la cifra que ha dado pie a un amplio debate entre autoridades e instancias gubernamentales y representantes de la academia y las ONG, una realidad que más que ninguna otra evidencia nuestro fracaso: 7 millones de jóvenes a los que se llama “Ni-nis” sin oportunidades ni de educación ni de trabajo. Y no es todo, porque de acuerdo con un informe del Consejo Nacional de la Población (Conapo), el 20% de los jóvenes en México tiene necesidades de salud y educación insatisfechas. Y casi 15 millones (14 millones 900 mil, para ser exactos) son pobres. ¡Eso es casi la mitad de los jóvenes en México! Y derivado de esto, como lo acaba de exponer el diputado Oscar González Yáñez: el incremento del suicidio entre jóvenes hasta el grado de que hoy es la tercera causa de muerte en nuestro país; el incremento en el consumo de drogas, lo que se refleja en que el 70 % de los jóvenes entre 15 y 30 años han consumido drogas alguna vez; y la creciente participación de los jóvenes en hechos delictivos, resultado de lo cual el 60% de los reclusos son jóvenes de entre 18 y 30 años de edad. En el México del Centenario y el Bicentenario, denunció el diputado petista, 1 de cada 10 jóvenes irá a la cárcel o perderá la vida en la delincuencia, o lo que es peor aún, se suicidará. Esa es la realidad de nuestro país. Y existen más datos. De acuerdo con el índice de Competitividad 2010-2011, por ejemplo, elaborado por el Foro Económico Mundial (WEF) y publicado recientemente, a pesar de toda esa retórica que exalta la importancia de la globalización –característica que ha acompañado por más de 20 años el discurso de nuestros políticos- ocupamos el lugar 66 en competitividad, muy lejanos de Chile y Brasil e incluso por debajo de países como Azeibaryán y Turquía. Pero además, con un marcado derrumbe en el índice del año 2000 para acá. Y luego, al calificar la funcionalidad de nuestras instituciones, las cosas empeoran: de un rango que va de 1 (muy débiles) a 7 (muy fuertes), México califica un 3.9, por debajo de Ghana, Malawi y Zambia. O sea, que medianamente funciona, mientras que en la calificación de la corrupción en la distribución de fondos públicos México tiene un 2.8, en un rango donde 1 es muy común y 7 nada común. La calificación de confiabilidad en los políticos es de 2.2, donde 1 es muy bajo y 7 muy alto. Y cuando se califica qué tan independiente del gobierno es el poder judicial, la calificación es 3.2, donde 1 es muy influenciado y 7 nada influenciado.
En cuanto al favoritismo en las decisiones del gobierno, nuestra calificación es 2.8 donde 1 es que siempre existe y 7 que no hay nada de favoritismo. Y cuando se pregunta cómo calificaría la manera como gasta dinero el gobierno la calificación es 3.1 en un rango donde 1 es que existe despilfarro y 7 que es eficiente en la distribución de los recursos. ¿Qué tan difícil es hacer trámites en México? Calificamos con un 2.7 donde 1 es extremadamente molesto y 7 nada difícil. O sea que no ha pasado de meras declaraciones eso de la simplificación administrativa. Y si se pregunta qué tan fácil es obtener información gubernamental, la calificación es por el estilo: 4.2 donde 1 es imposible de obtenerla y 7 muy fácil. Más allá de las cifras de muertos y de detenidos que no se consigna, el índice del WEF sobre el costo que el crimen y la violencia representa para los negocios es ilustrativo: 2.7, donde 1 es muy costoso y 7 nada costoso. Y por si fuera poco a la pregunta de qué tanto se puede confiar en la política para mantener la ley y el orden, la calificación es 2.5, donde 1 es que no se puede confiar nada y 7 que si.
Pero veamos más calificaciones: Desarrollo de infraestructura, 3.9, donde 1 es muy poco desarrollado y 7 eficientemente desarrollado y acorde a los estándares internacionales. Calidad de la red carretera, 4.1, donde 1 es sin desarrollar y 7 bien desarrollada. Distribución de la energía eléctrica, 3.9, donde 1 es insuficiente y 7 suficiente. Líneas telefónicas por 100 personas, México registra 17.7 mientras que Taiwán tiene 63.2, Suiza 61.4 y España 44.7, sólo como ejemplo. Calidad de la educación primaria, 2.6, donde 1 es pobre y 7 excelente. Calidad del sistema educativo, 2.9, donde 1 es insatisfactoria y 7 muy buena. Efectividad de la políticas anti-monopolios, 3.3, donde 1 es que no es eficiente y 7 que efectivamente los evita. Un retrato, vaya, que nos pinta crudamente, y que pinta algunas de las causas de nuestro atraso y –claro- de nuestros fracasos.
Por no hablar de otros temas, de la denuncia, por ejemplo, hecha hace apenas unas semanas por David Cockroft, secretario general de la Federación Internacional de Trabajadores del Transporte (ITF, por sus siglas en inglés) en el sentido de que “México es uno de los países más señalados en términos de violaciones a la libertad sindical”. Y podríamos seguir: instituciones que no funcionan, programas y recursos mal aplicados, ineficiencia gubernamental, abandono del campo. El caso es que nada de esto es sólo atribuible, como querrían los priístas, a la mala gobernación del PAN. En la realidad que tenemos hoy en México hay mucho de responsabilidad de los gobiernos emanados del PRI desde 1929 hasta el 2000, y de los legisladores y gobernadores de ese partido a partir de que se dio la alternancia.
Pero se insiste en el discurso acrítico y engañoso. Lo mismo de los que dicen que el pasado priísta era mucho mejor, por lo que tenemos que volver a él. Que los de los que insisten en que México está muy bien, y si acaso algo estuviera marchando mal, como por ejemplo la inseguridad y la violencia, es solo uno de los pagos por hacer bien las cosas. Así que a festejar sea dicho, aunque el costo supere los 2 mil 971 millones de pesos en total y sea de más de 580 millones de pesos sólo por lo que respecta al mega espectáculo que se realizará en las calles del Centro Histórico este 15 de septiembre. Casi el equivalente al presupuesto de la UNAM este año. ¡Ni Porfirio Díaz se atrevió a tanto! Porque el espectáculo además, será producido, no por mexicanos sino por la empresa australiana Instantia Producciones, que dirige Ric Birch, y la compañía francesa Royal de Luxe.
Lo malo es que en aras del “show” se ha acabado por frivolizar no sólo nuestra historia sino la lectura de la situación actual. Desempleo, subempleo, violencia, inseguridad, ahondamiento de las injusticias y pérdida creciente del poder adquisitivo son sólo algunos de los saldos que nadie explica. Aunque hay otro indicativo aún más inexplicable: que en lo que va de éste año la población en situación de calle en el DF aumentó 10% al pasar de 2,759 a 3,049 personas, según el conteo de la Secretaría de Desarrollo Social del DF. ¿Qué tiene que pasar en un hogar, en una familia, en la cabeza de un ciudadano para que decida "abandonar" su vida y sus esfuerzos para comenzar a vivir en la calle? Y sin embargo, cada día son más los que pasan a esta situación. ¿De veras cabe algún festejo? ¿Para eso se hicieron la Revolución y nuestra Independencia?

¿RADICALES VS. MODERADOS?, EL RETO DE LA IZQUIERDA





Hay una creencia generalizada entre algunos políticos y analistas de acuerdo con la cual los mexicanos somos temerosos de las definiciones extremas o radicales. Según esta tesis, el ciudadano medio (la clase media y eso que se da en llamar la “pequeñoburguesía”) es reacio a las estridencias y al discurso beligerante y le rehuye a toda propuesta provocadora o violenta. Y la historia parece darles la razón… en parte.
Allá en los inicios de la lucha independentista, Ignacio Allende escribía al cura Hidalgo, hablándole del desarrollo de las juntas conspirativas: “Se resolvió obrar encubriendo cuidadosamente nuestras miras, pues si el movimiento era francamente revolucionario, no sería secundado por la masa general del pueblo… Es necesario hacerles creer (a los ciudadanos) que el levantamiento se lleva a cabo únicamente para favorecer al rey Fernando VII”. Pero como se ve claro en esta carta -fechada casi un mes antes del “Grito” de Dolores, el 9 de agosto de 1810- era pura estrategia. Pues el plan era otro: no solamente reivindicar al rey destronado por los franceses sino lograr la plena libertad de la Nueva España.
Años después, Benito Juárez titubeaba frente a las leyes que Miguel Lerdo le exigía firmar para hacer realidad la Reforma liberal: “Si usted quiere dar la ley sea usted el presidente, yo no la doy”, le escribió en junio de 1859 a Santos Degollado, otro que lo presionaba a firmarlas. Y aunque al final Juárez firmó, la aplicación de la legislación reformista desató la contraofensiva conservadora y el amago del imperio francés, que implicaron una nueva guerra que duró casi 10 años más.
A eso era a lo que Juárez temía. Y años después, también, Venustiano Carranza.
Colocado frente a la disyuntiva de aceptar el cuartelazo de Victoriano Huerta o combatirlo, don Venustiano optó por lo segundo y elaboró un plan para la guerra, pero acotando los términos de la misma, temeroso de que la lucha se extendiera y se hiciera imposible su victoria.
Reunido en la Hacienda de Guadalupe con un grupo de jóvenes revolucionarios, prestos para el combate, cuando les presentó a estos los términos de su plan contra el usurpador todos protestaron: faltaban, le reclamaron, las grandes reivindicaciones sociales. Querían que en el Plan constaran sus sueños, los de su generación, y empezaron a redactar los “Considerandos”. Deseaban darle al pueblo no sólo una razón legal de la guerra sino una bandera de reivindicación. Francisco J. Múgica, en nombre de todos ellos, le reclamó a Carranza el carácter exclusivamente político del documento: “¿Donde están, le preguntó, los lineamientos agrarios, las garantías obreras? ¿Qué hay del fraccionamiento de los latifundios y la abolición de las tiendas de raya?”. Eran liberales formados en las luchas del magonismo y en la lectura de “Regeneración”, y Carranza los encaró. Les explicó que los terratenientes, el clero y los industriales eran más fuertes que el gobierno usurpador, y que más importante era en ese momento conseguir el derrocamiento de Huerta, argumentando que una revolución del corte de la que le proponían necesitaba, al menos, de una guerra de 2 a 5 años.
Múgica entonces, le respondió: “¡Hay aquí, señor, suficiente valor y juventud para dilapidarla, no sólo 2 ni 5 años, sino 10 años si es preciso!”.
Prevaleció, sin embargo, el “buen juicio” de Carranza y se aprobó el Plan pero a condición de que al triunfo de la causa se harían las reformas sociales. Fue ahí cuando se estableció el compromiso de una nueva Constitución, y a partir de ese momento todos esos jóvenes revolucionarios se convirtieron en vigilantes de la causa social de la Revolución. Fue el nacimiento de la corriente liberal jacobina, la izquierda de entonces, mitad liberal, mitad socialista, con algo también de anarquismo. Al final no fue Carranza el que hizo la Revolución, fueron ellos, Múgica y los “radicales”, que le ganaron la partida en el Constituyente de Querétaro y lograron que quedaran plasmados sus propósitos sociales –con la clara oposición del Primer Jefe- en los artículos 3, 27, 123 y 130.
Todo esto viene a cuento por los artículos de Fidel Castro sobre el liderazgo de AMLO y las diferencias -que pueden degenerar en disputa- entre dos visiones de la izquierda actual: la moderada y la radical, frente a lo cual muchos se preguntan: ¿qué tanto sirven realmente a la causa de AMLO las alabanzas de Castro? ¿Qué izquierda es preferible, la moderada, presta a reconocer la política de hecho y a hacer alianzas al estilo de Lula; o la radical que hizo el plantón de Reforma y nunca reconocerá los resultados del 2006? Más aún, ¿cuál de las dos es la que tiene la razón?
La historia nos demuestra que ninguna por sí sola. No la tienen los moderados porque los cambios nunca se hacen con medias tintas y la hora de las definiciones llega, tarde o temprano. Pero tampoco los radicales, porque divididos y sin el apoyo de los moderados y los “realistas” no se llega a ningún lado. Las dos entonces, pero juntas y hermanadas de una manera estratégica. No por nada tuvo éxito en el 2006 la campaña sucia que equiparó a AMLO con Castro y Chávez, y prendió la idea de que era “un peligro para México”.
Lo que le decía Allende a Hidalgo para asegurar el apoyo de la mayoría a la aventura independentista. Lo que alegaba Carranza cuando los radicales lo apuraban a abrir todos los frentes de batalla y él razonaba que la lucha era por partes. O lo que frenaba a Juárez cuando trataba de encontrar la cuadratura al círculo de la Reforma sin confrontar más a los mexicanos.
La clave, en el caso de los que tuvieron éxito, es que no se dividieron, que permanecieron unidos en los momentos decisivos y se congregaron en torno a un solo liderazgo al que le dieron ese carácter porque sus discrepancias nunca fueron de fondo. Efectivamente así fue con Juárez, que libró toda su lucha contra los conservadores sorteando las discrepancias con los “Puros” pero con ellos al lado siempre. Y también con Carranza, por lo menos hasta el momento en que se promulgó la Constitución y llegó a la presidencia. Porque cuando no fue así, como en el caso de Hidalgo y Allende que casi desde el inicio de la lucha se la pasaron disputándose el mando a veces encarnizadamente, el resultado fue desastroso. Ni pena vale recordar lo que les costó, a ambos la muerte, y al país el alargamiento de la guerra por 10 años más y que otros reencausaran la lucha y la salvaran.
Hoy la izquierda encara un reto que es de vida o muerte. Dividida entre los que se dicen moderados y radicales, el hecho es que si no atina a presentarse con un candidato único y un programa de suma, le esperan, lo menos 10 años de vacas flacas.
Por eso es importante, fundamental diría, el papel que juegue el DIA –el frente que agrupa al PRD, PT y Convergencia- para evitar el enfrentamiento de los grupos y de los precandidatos a la hora que se tome la decisión de la candidatura presidencial: capacidad para convocarlos a todos, conciliarlos; actuar como depositario de la confianza de cada uno de ellos en una causa común: la posibilidad de tener un presidente de izquierda, de toda, en el 2012. Que necesariamente tendrá que empezar por ser el candidato que mejor concilie la defensa de los principios con las posibilidades de ganar.
Un papel muy similar al que jugó en 1928 Plutarco Elías Calles cuando se vio en el trance de elegir al sucesor de Alvaro Obregón y evitar que el proceso se le fuera de las manos a él y a los revolucionarios. Un liderazgo equilibrador, moderador de los ánimos, que asegure el entendimiento entre todos los que aspiran y las reglas que garanticen el reconocimiento de sus resultados por los derrotados.
Calles pudo hacerlo porque tenía todo el poder, pero no hay actualmente en la izquierda una figura similar. Todo se reduce a autoridad moral. Bastará pues que se preserve eso, la autoridad moral. Que ahí reside toda la esperanza de que el proceso de selección del candidato presidencial de la izquierda no acabe en un choque de trenes.





RECORDANDO LOS “BUENOS” GOBIERNOS DEL PRI: EL DE RUIZ CORTINES

Ya hemos relatado aquí mismo otras veces el ambiente de crisis y confrontación con que cerró su gobierno Miguel Alemán. Y a tal grado, que no sólo se ganó el rechazo popular sino hasta la condena del hombre que le sucedió en el poder, Adolfo Ruiz Cortines, quien estuvo a punto de no poder tomar posesión y en su discurso de inauguración marcó distancias con Alemán diciendo: “Jamás permitiré que se quebranten los principios revolucionarios ni las leyes que nos rigen… Seré inflexible con los servidores públicos que se aparten de la honradez y la decencia”. Lo que se interpretó como un reproche al estilo alemanista. Como si él mismo no hubiera sido parte de ese gobierno.
La verdad es que Ruiz Cortines tenía sobre sí acusaciones no solo de haber sido impuesto mediante fraude sino de haber servido a los norteamericanos cuando invadieron Veracruz en 1914, y necesitaba legitimarse. Francisco J. Múgica había hecho la denuncia de su colaboracionismo durante la campaña y presentó todas las pruebas, pero el entonces candidato priísta armó un “cabildo popular” con testigos pagados que lo exoneraron cínicamente diciendo que el Ruiz Cortines de la denuncia era un homónimo. Contaba Gonzalo N. Santos que muy preocupado estaba don Adolfo ante las evidencias y que él lo había salvado dándole “el remedio y el trapito”: bastaba con sacar “dos costales” (se refería a 2 millones de pesos para repartir y comprar gente) del Banco Agrícola. Y ni tardo ni perezoso le llevó a su gerente José María Dávila, a quien Ruiz Cortines lo recibió diciéndole: “Chema querido, para una batalla estratégica de la Revolución se necesitan 2 millones de pesos”. Dávila soltó el dinero por supuesto, y las acusaciones contra Ruiz Cortines se perdieron en el olvido.
El hecho es que don Adolfo, consciente de los cuestionamientos en su contra y urgido de legitimarse, inició su gestión presentándose como la antítesis de su antecesor: como un férreo defensor de la Constitución asegurando que respetaría las conquistas revolucionarias, empezando por el petróleo; como un perseguidor de los corruptos y como un gobernante preocupado por los más pobres, tomando las banderas de la oposición y tratando de copiar el programa de su contrincante que reclamaba el triunfo, el general Miguel Henríquez Guzmán.
Era una simulación, desde luego. Lo que pasaba era que la resistencia civil que encabezaba Henríquez en protesta por el fraude atizaba el ambiente de desconfianza e inquietud política y Ruiz Cotines necesitaba calmar los ánimos. Por eso inundó el Congreso con iniciativas para atraerse simpatías: una estableciendo la obligatoriedad de todo funcionario de manifestar sus bienes, y otra por la que de oficio podría investigarse a quien diera muestras de “enriquecimiento inexplicable”. Otra más contra los monopolios. Y otra estableciendo un control de precios de lo más estricto y el abaratamiento del maíz, el frijol, el azúcar, la manteca y el aceite, la manta, la mezclilla y el percal.
Más allá de eso -pura retórica, se vería luego-, el inicio del gobierno ruizcortinista estuvo marcado por una fuerte recesión económica y una aguda contracción de las actividades industriales que se agravaron con el correr de los meses. En abril de 1954 se produjo una nueva devaluación que estableció la paridad de 8.65 a 12.50 pesos por dólar, lo que aceleró la inflación, y el gobierno tuvo que reconocer que se había frustrado todo intento por elevar el nivel de vida de los mexicanos.
Por si esto fuera poco, fue en ese tiempo que inició el endeudamiento del país dizque para “financiar el desarrollo”, en realidad una expresión más de la derechización del gobierno y el grado de dependencia a que habíamos llegado, porque se hacía mediante créditos del BIRF, del FMI y del Eximbank.
Lázaro Cárdenas propuso entonces una fórmula como medida para calmar las tensiones y cerrarle el paso definitivamente al alemanismo que se mantenía agrazado, amenazante: una alianza entre el partido que se decía defraudado en la elección del 52 y el partido gobernante acusado de consumar el fraude. Resultado de ello Henríquez se entrevistó con Ruiz Cortines el 23 de febrero de 1953 y el candidato que se ostentaba como “presidente legítimo” le dijo esto, de entrada, al “presidente espurio”: “No vengo como un derrotado ni a pedir perdón. Por el contrario, quiero que sepa usted que mantengo todas y cada una de las afirmaciones que hice durante la campaña. Quiero decirle también que en esta lucha no estamos buscando satisfacciones de orden personal ni conquistas de grupo. El problema político creado por la decisión oficial de violentar las elecciones podría dejar de ser discutido siempre que se garantizara el reconocimiento de las demandas populares, que dieron aliento y contenido a la lucha de nuestro partido. Esto es, que estamos dispuestos a deponer nuestros intereses partidistas en aras de los intereses nacionales”
“Como revolucionario que soy, le respondió Ruiz Cortines, cuidaré que el gobierno no se salga de los lineamientos constitucionales y aplicaré una política en favor del pueblo”.
“Si es así, le reviró Henríquez, merecerá el respaldo y el entusiasta apoyo de todos los mexicanos. Ese noble motivo está por encima de cualquier otra consideración y, por ello, estoy autorizado por mi partido para decirle que no escatimaremos nuestra colaboración en esa obra reivindicadora, siempre que usted se comprometa a realizar el programa por el que venimos luchando”.
Pero era pura faramalla. Ni se puso freno al grupo alemanista ni se hicieron las reformas que reclamaba la oposición. Era un mero recurso para legitimar a Ruiz Cortines y afianzar el poder del PRI, así que Henríquez se negó a hacerle el juego.
Y sin embargo, la alianza se dio. No con él, pero si con Lombardo Toledano y una parte de la izquierda, la llamada “moderada”, que se alineó en sendos partidos paleros (el PPS y el PARM) que a partir de entonces apoyaron al gobierno en todo e invariablemente sostuvieron las candidaturas presidenciales priístas a cambio de unas migajas del pastel: unas cuantas diputaciones, acceso a negocios oficiales y el “honor” de ocupar lugares en los presidiums del poder. Alianza que sobrevivió, por cierto, hasta 1988, cuando apoyaron la disidencia de Cuauhtémoc Cárdenas.
Al henriquismo en cambio, que siempre estorbó en ese esquema de democracia de apariencia, lo desaparecieron de plano del mapa político, eliminándolo como partido y reprimiendo a sangre y fuego a sus militantes. Además, en cuanto el gobierno se sintió seguro, volvió la misma flexibilidad en el solapamiento a los monopolios, volvieron los negocios desde el poder, aunque con más discreción y con diferentes apellidos; se mantuvo el freno a la Reforma Agraria y la misma política de corrupción sindical; y se dio marcha atrás en muchas medidas de rectificación revolucionaria que se habían anunciado en la toma de posesión.
Fueron los años de afirmación del autoritarismo. Ni los gobernadores se salvaron. Si uno de ellos caía de la gracia presidencial se le forzaba a renunciar o se declaraba la desaparición de poderes. Sólo en ese sexenio cayeron cinco, los de Sinaloa, Yucatán, Tabasco, Chihuahua y Guerrero. Y no sólo eso sino que en el Congreso la presencia de la oposición –minoritaria- era meramente simbólica.
En todo caso, el cierre del sexenio rebasó todas las expectativas: hubo represión contra el Instituto Politécnico, contra los maestros, contra los ferrocarrileros, contra los petroleros, contra los telegrafistas y, desde luego, contra la izquierda “radical”.¡Así se hacía política en los años de los “buenos” gobiernos del PRI! Y todavía hay quien dice que Ruiz Cortines fue uno de los mejores presidentes que hemos tenido y que estadistas como el veracruzano “no se dan en maceta”.

lunes, 6 de septiembre de 2010

MAS DE LOS AÑOS DE PRI Y LA “GUERRA SUCIA” SIN CASTIGO




Decía en anterior colaboración, hablando sobre los homenajes oficiales, en especial sobre los nombres que se inscriben en letras de oro en el Congreso, que sería bueno rescatar del olvido la petición aquella hecha hace ya 11 años y colocar en los muros del Congreso la leyenda "A los mártires de Tlatelolco de 1968". Aunque que yo creía que debía de decir mejor: “A los caídos en la defensa de la democracia de 1929 al 2000”.
Es que la guerra sucia en México no empezó en los años 60. Empezó en 1929, y desde entonces se hizo para sostener al PRI y defenderlo, no solamente de los guerrilleros o los terroristas, sino de todos los luchadores de la democracia.
Basta recordar el crimen contra los vasconcelistas en Topilejo en 1930, la matanza de almazanistas en los 40, o la larga historia represiva que vivieron los henriquistas en los 50-60, sólo por citar tres ejemplos.
Basta recordar también lo difícil que fue la existencia de la oposición en los años del reinado priísta. Que todavía en la década de los 70 era imposible pensar en formar un partido político sin el permiso del gobierno, porque ser independiente, disentir del poder, era visto como un peligro. Más que como una expresión natural de la democracia, se le consideraba un estorbo, y hasta se le llegó a calificar de antipatriótico.
Esto por no hablar del argumento con el que los priístas justificaban los fraudes electorales: “es que si dejamos en libertad a los ciudadanos -decían sin ningún rubor-, a lo mejor hacen presidente a un cura o a Cantinflas”. Y así de frescos se ostentaban como “defensores” del país contra la “amenaza” de “la derecha”, violentaban resultados y escamoteaban triunfos de la oposición.
Porque en esa guerra del gobierno contra los ciudadanos disidentes todo se valía. Desde el fraude electoral y la descalificación política, hasta la cárcel y la tortura, el espionaje, el destierro y el asesinato.
Por eso, precisamente, porque en ese tiempo no había ley que valiera, muchos de esos demócratas, agotadas las vías legales, fueron empujados al clandestinaje y orillados a tomar las armas. Y si no las tomaban, se les inventaba, para deshacerse de ellos.
Eso fue lo que pasó con el medio centenar de vasconcelistas que fueron ajusticiados en Topilejo el 14 de febrero de 1930. Los acusaron de “sediciosos” para encubrir el crimen. Y antes, el 20 de septiembre de 1929, el secretario del presidente Pascual Ortiz Rubio había matado a Germán del Campo, un joven entusiasta partidario de José Vasconcelos, sólo por pronunciar un discurso contra el gobierno.
Lázaro Cárdenas tampoco estuvo exento del uso de la fuerza contra opositores. El 7 de julio de 1940, fecha señalada para elegir a su sucesor, hubo fraude y como hubo también protestas, se dio la represión. El centro de la Ciudad de México se convirtió en un verdadero campo de batalla.
“Los balazos se escuchaban por todas partes –recordaba tiempo después el reportero Jesús M. Lozano-. Al llegar a la oficina, Bill Lander, el jefe de la United Press, me dijo: hay cientos de muertos. Vete a ver lo que pasa. Salí rumbo a la Cruz Verde. Los quirófanos y camas repletos de heridos; muchos agonizantes. En el patio, en el suelo, heridos y cadáveres. Espectáculo inenarrable e inolvidable. Sangre, mucha sangre. Quienes podían hablar, informaban: ‘Nos balacearon frente a La Nacional’. Otro: ‘A mí en Bellas Artes’; el siguiente: ‘A mí en El Caballito’, y otro más: ‘En La Villa’. Era un abanico de muerte sobre la ciudad”. Al final de aquella campaña sumaron 1,116 los almazanistas asesinados. Pero luego del 7 de julio, y aún después del retiro del candidato opositor Juan Andreu Almazán, hubo muchas otras muertes, sobre todo de aquellos que, desoyendo su llamado a no exponerse levantándose en armas, intentaron revelarse.
En el gobierno de Manuel Avila Camacho dos represiones son dignas de recordarse: contra el sindicato de materiales de guerra el 23 de septiembre de 1941 y contra decenas de ciudadanos, en la plaza de León, el 2 de enero de 1946.
La represión durante los gobiernos de Miguel Alemán y Adolfo Ruiz Cortines, entre 1946 y 1958, fue formidable. Llegaron a crear una policía política, la “Federal de Seguridad”, y hasta a inventar un delito que metieron en la Constitución, el llamado de “disolución social”, para legitimar el uso de la fuerza contra los opositores. Y con motivo de las elecciones de 1952 la persecución en contra del henriquismo fue casi obsesiva. A diario aparecía un opositor muerto en el rumbo de la carretera a Cuernavaca. Y se llegó al extremo de proscribir la militancia henriquista. El colmo fue el caso del abogado defensor de los presos henriquistas, Marco Antonio Lanz Galera. Cuando acudió a la Federal de Seguridad a amparar a algunos de ellos, en la víspera del informe presidencial de 1953, el coronel Leandro Castillo Venegas, jefe de la policía, ordenó que lo llevaran a dar un “paseo”… En ese paseo lo insultaron, lo golpearon y finalmente le dispararon dos tiros y lo dejaron desangrándose, pensando que se moriría en segundos. No fue así, alcanzó a señalar a sus asesinos. Pero estos alegaron “legítima defensa” y en los periódicos, al día siguiente, lo que se dijo fue que se trató de una “vulgar riña”.
Entre 1956 y 1958 la represión fue contra los maestros, los telegrafistas, los ferrocarrileros y los petroleros, por el único delito de creer en su calidad de ciudadanos. Y el gobierno de Adolfo López Mateos no se quedó atrás. Ahí está el testimonio de la persecución contra el navismo en San Luis Potosí, el encarcelamiento del periodista Filomeno Mata y el pintor David Alfaro Siqueiros, y el asesinato de Rubén Jaramillo, luchador agrarista de Morelos.
Luego de eso vinieron el 68 de Díaz Ordaz, el “jueves de Corpus” de 1971 de Echeverría y la “guerra sucia” contra las guerrillas que abarcó hasta los 80.
Lo peor es que hoy, la “guerra sucia” en contra de la democracia persiste, aunque se hace de otro modo. Atrincherados en sus cotos de poder, disfrazados de “analistas” y “encuestadores”, ocultos en membretes llamados “ciudadanos”, infiltrados dentro de los partidos demócratas y apoyados por los sindicatos y las instituciones corrompidas que ellos mismos crearon para avalar la simulación, los enemigos de siempre de la democracia se aplican ahora a abortar cuanta iniciativa parte de quienes quieren hacer realidad el cambio.
La consigna es, lisa y llanamente, desacreditar el cambio, impedirlo para justificar la vuelta atrás, aunque en el intento propicien la decepción por la democracia y asesinen toda esperanza.
La verdad es que en México, durante las últimas ocho décadas, vivimos un auténtico sistema de corrupción y complicidad que no ha podido ser desmantelado del todo. Y no se le ha podido desmantelar sencillamente porque está visto que no basta con que haya llegado al poder un partido distinto al PRI para que México cambie.
El problema es que el viejo aparato permanece intacto. El poder real lo siguen teniendo los mismos. Y el priísmo pervive no solamente en un partido sino en las conciencias de los políticos que toman las decisiones en este país, y a tal punto que la “guerra sucia” no solo no ha sido investigada y mucho menos castigada sino que, reeditada con otras armas y otros recursos, empieza a dar sus frutos: el PRI está a punto de recuperar la presidencia.
Confundidos entre los signos de reiterada incapacidad de un gobierno que no ha podido o no ha querido serlo, y el empecinado divisionismo que impera en ese sector que más que “izquierda” le gusta autollamarse “izquierdas” para afirmar sus diferencias, los mexicanos miramos ya con cierto desaliento el adelanto de la sucesión del 2012.
Dicen algunos que entonces tendremos que escoger entre lo peor (el PAN) y lo menos peor (el PRI). O en todo caso, esperar a que las cúpulas de los partidos de la izquierda no se dividan.
Hay que confiar en la memoria y en la madurez de los ciudadanos.

FESTEJOS CENTENARIOS Y BICENTENARIOS: ¿PARA QUÉ?


Desde hace algunos meses se anunció un extenso y basto programa “oficial” de eventos en torno a dos fechas significativas que se conmemoran este año: el centenario del inicio de la Revolución Mexicana y el bicentenario del inicio de nuestra guerra de Independencia. El costo de tales eventos rebasa los mil 500 millones de pesos e involucra, además, a cotizadísimos escenógrafos y coreógrafos extranjeros. Y sin embargo, amén de que el gobierno se ha negado a transparentar el uso de esos recursos, han pasado ya casi 6 meses del presente año y a nadie se le ha ocurrido responder una pregunta fundamental: está bien que recordemos a los hombres y a las gestas que nos dieron patria -mas de 2 mil 300 actividades según lo programado- pero, ¿para qué tanto homenaje?
¿Para saber que Madero no se llamaba Indalecio sino Ignacio y que Villa no era Villa sino Doroteo Arango? ¿Para conocer la media filiación de nuestros héroes, sus gustos y sus correrías, sus romances, sus excesos y hasta sus enfermedades como propone Enrique Krauze? ¿Para “desmitificarlos” y poner en un mismo pedestal a Lucas Alamán y a Melchor Ocampo como piden quienes quisieran hacer de nuestra historia un buen libreto para telenovela y enarbolan la “conciliación” porque no tienen el valor de proponer el olvido? ¿Para que nadie recuerde lo que oficialmente no conviene, las desviaciones, los crímenes, las traiciones, la corrupción que nos tienen donde estamos? ¿O bien, para confrontar aquellas gestas con nuestro presente, hacer el balance justo y concienzudo del pasado y cuestionarnos, con sentido crítico y desinhibidos de toda tentación oportunista y partidista, para qué sirvió la Independencia y para qué la Revolución?
Por supuesto que en un escenario como el que vivimos, adonde el “inevitable” regreso del PRI entusiasma a algunos y resigna a los más, recordar los saldos de la Revolución sería no sólo imprudente sino peligroso. Pero me pregunto si de verdad sería tan inevitable el regreso del PRI si los ciudadanos tuviéramos presente nuestra historia, si recordáramos lo que pasó en los últimos 80 años y estuvieran bien identificadas las responsabilidades de cada quien. Porque no es nuevo eso de utilizar la historia para que olvidemos la historia y, sobre todo, para pretender acallar las conciencias. No por nada resulta ahora más llamativo pasear los restos de nuestros próceres que ubicar a cada uno en el sitio que le corresponde. Igual que hizo Porfirio Díaz en cuanto llegó al poder, luego de enterrar el legado liberal a la vez que levantaba los primeros monumentos a Benito Juárez. O cuando organizó los festejos del Centenario al tiempo que consolidaba una política económica entreguista y contraria a los intereses nacionales.
Lo curioso es que este “desfile necrófìlo” como lo ha llamado Enrique Florescano, coincide con el descubrimiento en Taxco de Alarcón, de una fosa mortuoria que data de los años 50, de cuando los jaramillistas andaban a salto de mata perseguidos por el gobierno. Y nadie dice nada de esas osamentas. Ni les interesa identificarlas, y menos señalar culpables.
Es que hay muchas otras preguntas que hacernos y muchísimas más respuestas que necesitamos encontrar. A mí no me importa si Hidalgo tuvo 3 amantes y 20 hijos. Mucho menos si a Obregón le gustaba el cabrito y prefería la moronga. Lo que a mí me interesa, y nos debiera interesar a todos, es dilucidar qué pasó con los planes independentistas de este país, por ejemplo. El por qué Hidalgo y Allende jamás se pusieron de acuerdo en la conducción de la guerra de independencia, y por qué se retrasó tantos años el triunfo, y cuánta responsabilidad pudo tener en ello Morelos, quien acabó elaborando un detallado plan de contrainsurgencia a cambio de su absolución como católico y morir “como dios manda”. ¿Más que hacer el recuento de las debilidades humanas de los caudillos no sería en verdad aleccionador adentrarnos en la conspiración clerical-conservadora que con tal de impedir la aplicación aquí de la Constitución de Cádiz -lo que hubiera significado adelantar la Reforma al menos 30 años- impulsó a un oscuro militar, a Iturbide, y lo elevó al sitial de primer emperador de los mexicanos a cambio de “traicionar” a los suyos?
Y por lo que se refiere a la Revolución, lo mismo. ¿Más que entretenernos con las anécdotas de Madero y Villa, de Zapata y Carranza no sería realmente muy útil saber qué hicieron los gobernantes post-revolucionarios con su legado y cuándo empezaron las desviaciones que volvieron nuestra Constitución letra muerta? ¿Por qué sigue considerándose “incorrecto” levantar un tribunal, ya no digo judicial, por lo menos de conciencia, que nos haga el balance de los últimos 80 años? Por no hacerlo así y por ocultar lo “inconveniente”, nuestra historia es hoy la colección de hechos en blanco y negro, de héroes inmaculados y monstruos infrahumanos. Pero más grave que eso, tal es la razón de que no tengamos sociedad, de que la ciudadanía mexicana no pueda alcanzar la mayoría de edad y los políticos sigan engañándonos con la mercadotecnia y la propaganda.
¿Por qué no hablar de las desviaciones y las traiciones, de cuando “la revolución” era sólo un discurso porque su programa apenas si se cumplió? ¿Por qué no recordar que hasta hace poco nuestras Cámaras sólo aprobaban las leyes que mandaba el presidente, y que nada se publicaba en los periódicos sin la aprobación de Gobernación? ¿Y por qué relegar al olvido los intentos de oposición que enfrentó el PRI y que se toparon invariablemente con la represión?
Si revisamos las páginas de nuestra historia, pero no la oficial, no la que nos enseñan, sino la que se nos oculta, veremos que las luchas por la democracia en este país siempre se hicieron a contracorriente del PRI. Así fue con el vasconcelismo en 1929, el almazanismo en 1940 y el henriquismo en 1955.
Suele decirse que la “guerra sucia” empezó en los años 60-70, cuando lo cierto es que inició mucho antes, en 1929 cuando se creó el PNR. Y desde entonces se hizo para sostener al PRI y “defenderlo” no solamente de los guerrilleros y los terroristas sino de todos los luchadores de la democracia.
¿Está en la lista de homenajes oficiales la conmemoración de los muertos y perseguidos durante el priísmo? ¿Los ciudadanos asesinados en Topilejo en 1930, los masacrados en el Zócalo el 7 de julio de 1940 y los caídos en la Alameda el 7 de julio de 1952? ¿Se ha preparado algún homenaje para Rubén Jaramillo, Othón Salazar o Demetrio Vallejo. Y para los que no eran grandes dirigentes pero sacrificaron sus vidas, como Germán del Campo y Marco Antonio Lanz Galera, o como los estudiantes muertos en Tlatelolco en 1968?
Lo peor no es que nadie los recuerde sino que hoy la “guerra sucia” en contra de la democracia persiste, así se haga de otro modo. Sus enemigos de siempre, los mismos que velan sus armas para volver, se aplican ahora a frenar todo intento de avance democrático, a obstaculizar cuanta iniciativa se presenta para hacer realidad la transición, el cambio de régimen, que sigue siendo a estas alturas, a pesar de más de 9 años de gobiernos panistas, una asignatura pendiente y casi casi cancelada.
Lo que a este país le hace falta es un profundo proceso revisionista de sus héroes y sus gestas. Un proceso que no puede reducirse a corregir la nomenclatura de muchas calles y el montón de estatuas que inundan nuestro territorio, pero que sí sería un buen comienzo. Lo que necesitamos es limpiar nuestro pasado, desentrañar las grandes mentiras nacionales, superar ese criterio que hace de la historia un elemento de legitimación partidista o gobiernista, y empezar a usarla para lo que debe ser: para hacer conciencia ciudadana y empujar el progreso.
Lo he dicho muchas veces en este mismo espacio. Que para empezar a resolver nuestra interminable transición, México necesita de un ejercicio de memoria histórica para abrirle paso a la verdad de su pasado, primera condición para construir el futuro. Para eso debieran de servir los festejos. ¿O no?

LA TRANSICION PASMADA Y LA REFORMA PENDIENTE


Muy lejos ya de aquella postura “realista” cuando hablaba conformarnos con las “reformas posibles”, anticlimático frente a su propio partido, el senador Manlio Fabio Beltrones acaba de hacer una declaración interesante. Ante la posibilidad de que el PRI recupere la presidencia de la República, el coordinador de la bancada de ese partido en el Senado dijo que el tricolor debe cuestionarse antes para qué quiere ganar: “¿Para hacer las cosas igual que como las hicimos... o para hacerlas como las han hecho estos (los panistas), Dios nos libre, o diferentes que tanto”.
De acuerdo con Beltrones, el PRI buscaría ganar bajo el argumento de que él sí sabe gobernar, “cosa que yo pongo en duda en algunos lugares –aseveró-, ¿eso es todo lo que logran poner sobre la mesa?, yo creo que hay que iniciar ese debate, y ese debate exige al Congreso que se ponga a trabajar hasta el último día, para el cual fue electo”.
La verdad es que hace mucho que ningún priísta hablaba de este modo. Hace por lo menos 10 años que el priísmo dirigente se olvidó de replantearse las razones de su lucha política y por eso resulta interesante lo dicho por Beltrones, que sabe que para responder esa pregunta que él se hace no basta con la buena voluntad de sus correligionarios, ni siquiera con un proceso serio y honesto, de revisión autocrítica, al interior del PRI, sino que además se hace indispensable dinamizar el trabajo legislativo para “blindar a México de un 2012 en el cual el problema político se lo puede comer”. Porque lo malo no es que regrese el PRI al poder. Lo malo, lo peligroso es el contexto en el cual se dé su regreso. Y para sustentar lo que digo basta recordar los escenarios en los cuales se ha venido dando la permanencia del PRI en algunos estados adonde lleva ya 80 años en el poder. O la estrategia que le ha permitido recuperar varias gubernaturas perdidas: no mediante el voto limpio y la competencia honesta de ideas y propuestas como dice su propaganda, sino revitalizando su vieja maquinaria manipuladora de votos, usando engañosamente la mercadotecnia, aprovechando los recursos gubernamentales para comprar conciencias y adhesiones, reeditando las elecciones de Estado que tan caro le han costado ya a este país.
Basta echar un vistazo a lo que ahora mismo se está viviendo. La denuncia, por ejemplo, que acaba de presentar el presidente del PAN, César Nava, del sabotaje sufrido por las alianzas opositoras en varios estados, por parte de los gobiernos priístas. Otra denuncia, esta hecha por los integrantes de la Coalición Unidos por la Paz y el Progreso de Oaxaca (PAN, PRD, PT y PC) referida a la arbitraria detención que elementos de Tránsito de ese estado hicieron de unos 50 autobuses que transportaban personas que se dirigían a la capital para participar en el inicio de campaña de su candidato a gobernador Gabino Cué. Y más denuncias de ese tipo: bloqueo de eventos, destrucción de propaganda, entrega de apoyos ilegales, atentados contra seguidores y simpatizantes, líderes partidistas y hasta parientes de los candidatos, como es el caso del hijo del abanderado de la coalición opositora en Sinaloa, Mario López Valdez.Igual que hace 80 años cuando nació el PRI. O peor aún, igual que hace 100 años cuando inició la revolución en la que por años se legitimó. Es decir, un retroceso.
Sólo para medir el tamaño de este retroceso hay que releer la carta que le mandó Francisco I. Madero a Porfirio Díaz el 26 de mayo de 1910: “He llevado a cabo algunas giras –le exponía en ella- con el objeto de explorar la opinión pública y explicar a mis conciudadanos mi programa de gobierno. Por lo que a mí se refiere, estoy satisfecho, pues en todas partes se me han respetado mis derechos políticos. Pero no pasa lo mismo con los numerosos partidarios de mi candidatura… A diario recibo quejas de los atropellos cometidos por las autoridades locales. En Coahuila se han impedido arbitrariamente toda clase de manifestaciones en honor nuestro y también se han puesto trabas ilegales para hacer propaganda de mi candidatura en Nuevo León, Aguascalientes y San Luis Potosí… En el estado de Sonora la situación es mucho más grave. un periodista independiente, el señor César del Vando, fue reducido a prisión... En Cananea, más de 30 ciudadanos están presos por sus ideas políticas… Y lo mismo pasa en Puebla y Tlaxcala, en donde la excitación es intensa”.
Pues bien, por eso, entre otras cosas, se hizo la revolución. Lo curioso del caso es que menos de dos años después casi idéntica reclamación a Madero le hicieron los católicos y vazquezgomistas. Y el 18 de abril de 1939, bajo el gobierno “revolucionario” nada menos que de Lázaro Cárdenas, su ministro Francisco J. Múgica, en campaña también por la presidencia, le escribió esta carta, y entre otras cosas Múgica le decía al entonces presidente: “En mi viaje a Tierra Caliente de Guerrero, como usted recordará, hubo necesidad de ocurrir ante su autoridad para que las autoridades municipales me permitieran actuar públicamente en mi gira de propaganda iniciada en Iguala. La misma actitud de las autoridades de Iguala encontré en Teloloapan, en Arcelia, en Coyuca, en Pungarabato y en otros municipios. Naturalmente que la forma de conducirse de las autoridades no fue extrema en ninguna parte ni trataron de impedir por la fuerza mi acción doctrinaria, pero sí amenazaron e intimidaron descaradamente a la gente ignorante y pobre y en algún pueblo lograron disolver el grupo. Lo peor del caso es que el abuso de las autoridades municipales se respalda siempre en órdenes dadas por las mismas a los destacamentos militares (…) que tienen necesidad de obedecer sin reservas a los dictados que proceden del gobierno local y a la recomendación de los diputados y demás personas de influencia que sojuzgan en estos momentos las entidades de la República. La forma de actuar es variada: amenazas a los campesinos de quitarles su parcelas; supresión de las dotaciones agrarias; alza de contribuciones y hostilidad fiscal para quienes no son campesinos ni ejidatarios ni obreros; acción punitiva contra campesinos y obreros y aún contra particulares de bajos recursos, imputándoles faltas a la policía y sancionándolos siempre con fuertes multas que ante la imposibilidad de que las paguen los afectados se las condonan a cambio de manifestar adhesión a la candidatura oficial, etc., etc…“
13 años después, bajo el gobierno priísta de Miguel Alemán en 1952 la situación no había mejorado. Una y otra vez el candidato de la coalición opositora de aquél tiempo, el general Miguel Henríquez Guzmán, denunció los desmanes y abusos de los “virreyes” estatales: cierre de carreteras, obstrucción del paso a convoyes de simpatizantes, compra de votos, propaganda “negra”. Pero tampoco nada cambió después de aquellas elecciones. Antes bien llegó un momento, 1976, en que ya ni siquiera hubo contienda ni de apariencia, y el nombre del candidato del PRI fue el único que apareció en las boletas electorales. Y ni qué decir de 1988.
En fin, que no se trata de hacer un recuento aquí de la triste tradición antidemocrática que ha marcado siempre, desde nuestro nacimiento como nación, la historia electoral del país. De lo que sí se trata es de hacer conciencia de que el día que produzcamos leyes que en verdad garanticen la limpieza y transparencia de nuestras elecciones, que las autoridades gubernamentales no van a meter las manos en las campañas y que los encargados de contar los votos serán gente confiable, recién ese día no solamente habrá concluido la transición que reiteradamente han frenado los priístas sino que se operará el verdadero gran cambio que necesitamos para empezar a avanzar.
Esa es la reforma política que necesitamos, la que debió haberse dado con la alternancia en el 2000 pero que se nos ha saboteado al punto en que hoy estamos viendo lo que estamos viendo: el virtual regreso de un PRI, como bien dice el senador Beltrones, que no tiene más que ofrecer que el regreso al pasado, es decir a lo mismo que deberíamos haber superado y que puede poner en riesgo la confiabilidad de las elecciones del 2012.

EL GOBIERNO CARDENISTA, Y SUS CRITICOS


En un documento titulado “¿Para vivir mejor? Los resultados del gobierno” afirma el diputado priísta Francisco Rojas que “entre discursos que intentan cambiar las ‘percepciones’, rencillas políticas y uso de los programas sociales con fines electorales, se ha perdido la primera mitad de otro sexenio, mientras los problemas diarios de la gente se agravan y el gobierno parece creer en el mundo ilusorio que ideó como eje de su política de persuasión colectiva”. Es una crítica a la administración actual, desde luego, pero parece también una descripción de varios gobiernos priístas, incluido el cardenista.
Sí, el que encabezó Lázaro Cárdenas, del que decía la semana anterior que ha sido para muchos priístas “el mejor gobierno” del PRI. Aunque no para todos, porque existe un sector importante que coincide con los panistas y con la derecha en que ese fue un gobierno populista y en más de un sentido “responsable” de muchos de los males del país, por lo que ha sido necesario corregirlo y revertirlo. Y tanto, que esas correcciones al cardenismo las empezaron los gobiernos herederos de Cárdenas, es decir los propios priístas, nada más dejó el poder.
Como ahora acusa el diputado Rojas, a Cárdenas lo acusaron en su tiempo de mantener un discurso engañoso, de adoptar la careta “socialista” sólo como recurso para concentrar el poder y manipular a las masas, pues a él se debe no sólo la consolidación del partido de Estado mediante la corporativización de obreros y campesinos sino la creación del presidencialismo. El es el autor de la dictadura perfecta priísta. Sin contar con que institucionalizó la utilización de los programas sociales con fines electorales y siempre fue proclive a los pleitos políticos (con Calles, con Alemán, con López Mateos, con Díaz Ordaz), hasta su muerte.
Son famosos los artículos de Luís Cabrera, que escribió cuando todavía era crítico entre 1936 y 1938, en los cuales equiparaba el sistema implantado por Cárdenas con un “nuevo porfirismo”, con la única diferencia de que “el general Díaz justificaba sus actos, aunque estuvieran fuera de la ley, por la necesidad de la paz o la salud pública, o por el bien de la patria y en cambio, la política del presidente Cárdenas se apoya siempre, invariablemente, en el mejoramiento de las clases trabajadoras”. Y advertía: “La política proletaria del presidente Cárdenas nos conduce a un sistema dictatorial que lleva trazas de prolongarse indefinidamente como el de Rusia sin redundar a la larga en beneficio de las clases trabajadoras. En nuestro concepto, la incondicional tolerancia del liderismo obrero y el uso ilimitado de la huelga a todo trance podrá ser satisfactorio para la clase obrera mientras se traduzca en una alza de salarios o en una mejora material del asalariado, pero a la larga conducirá al relajamiento de las capacidades del obrero mexicano y a la destrucción de nuestra industria nacional. Y otro tanto pensamos de su política agraria que dará por resultado volver al campesino a su condición de peón, sumiéndolo en la esclavitud”.
“No se necesita mucha clarividencia –aseguraba- para pronosticar que cuando se destruye una fuente de riqueza los malos tiempos tendrán que sobrevenir”. Sólo que Cárdenas nunca escuchó a Cabrera, a ninguno de sus críticos, así que hoy vivimos efectivamente las consecuencias de aquellas políticas, que comprometieron el futuro de la nación y nos tienen entrampados en una serie de mitos y lastres que al parecer nadie quiere confrontar ni sepultar.
De que tuvo méritos y grandes aciertos nadie lo duda, pero para cantarlos están los libros oficiales y sus panegiristas. Lo que no podemos olvidar es que promovió que lo llamaran “Tata” por su personalidad paternalista; que hasta creó en torno suyo literalmente un culto, apoyado en una curiosa masonería cismática que postulaba el nacionalismo y el socialismo; y que vivía como un auténtico magnate mientras promovía revoluciones en todo el continente.
Si hay alguien de los gobernantes post-revolucionarios que encarna mejor al “Ogro filantrópico” de que hablaba Octavio Paz, es él. Hizo de Michoacán, igual que lo haría con el Partido Comunista, un auténtico cacicazgo que perdura hasta nuestros días. Cacicazgo que, en el caso de su estado natal -como dice Victoriano Anguiano, uno de sus biógrafos-, “se convirtió en uno de los valladares del desarrollo” local. Y en el caso de la izquierda, casi en un monopolio y parte de su herencia familiar. Y en una de las razones del fracaso de esta corriente, lo que ya habrá ocasión más adelante de explicar.
Y sin embargo, no sólo es lo que nos dejó y sobrevive hasta nuestros días. Está también el saldo de su gobierno en el momento mismo en que lo terminó. De acuerdo con un documento que publicó en 1941 la Confederación de Cámaras de Comercio, en 1934 cuando Cárdenas asumió el poder “había un sobrante de 30 millones de pesos en la Hacienda Pública, y en 1939, el último año en que tuvo el poder don Lázaro, hubo un déficit de 40 millones de pesos. El total de las deudas en 1934, por otra parte, al tipo de 3.60 era de 3,350 millones de pesos, y al terminar el periodo del general Cárdenas, subió a 6,360. Tres millones más”.
Además, el valor del peso se depreció en ese mismo período un 65%. Y de acuerdo con los índices de precios del Banco de México de 1936 a 1939 el costo de la alimentación se incrementó un 73% y el costo de la vida en general subió en ese período un 57.96%. Una verdadera crisis económica.
Tampoco en el campo se reflejaron mucho los beneficios de la pregonada justicia cardenista: si bien hizo un reparto sin precedentes, éste tuvo efectos contradictorios si nos atenemos a sus resultados: las cifras oficiales nos revelan un dramático descenso de la producción ejidal entre 1936 y 1940 y el ascenso de la producción de las fincas de propiedad privada. Por si fuera poco, Cárdenas creó el Banco Ejidal, que al igual que el anterior Banco Nacional de Crédito Agrícola y el posterior Banrural, fue parte de la red de instituciones oficiales manejadas con dinero del gobierno para comprar y controlar votantes. Burocráticos, contaminados por intereses partidistas y limitaos por la corrupción, estos bancos vivieron continuamente sujetos a una situación deficitaria, con pasivos. Además de que funcionaban en realidad como la caja chica de los presidentes.
“Es que el cardenismo –dice Gustavo De Anda- sólo pensó en los campesinos como fuerza política y se desentendió de su función como factor de producción para satisfacer las necesidades nacionales”.
Practicante de un totalitarismo disfrazado de “redención de los pobres”, de “equitativa distribución de la riqueza” y de “afirmación de la soberanía nacional”, Cárdenas fue acusado de hacer fuertes depósitos en dinero en un banco de Nueva York, poco antes de dejar el poder, y de poseer una incalculable fortuna en dinero y propiedades, hecha a la sombra de los cargos públicos. Todavía quedan dudas acerca de su participación en la construcción de la carretera México-Guadalajara, cuya concesión se la dio Cárdenas a una sociedad, la Compañía Mexicana de Caminos, en la que tenían participación él mismo, su hermano Dámaso y varios personajes de su gobierno. Y también de su complicidad en la misteriosa desaparición de los tesoros del “Vita”, el barco español que llegó sigilosamente a Tampico en la primavera de 1939, cargado de oro, joyas, obras de arte, colecciones numismáticas y documentos paleográficos de gran valor.
De acuerdo con algunas versiones, estos tesoros del pueblo español habrían ido a parar a manos de Cárdenas y sus amigos, por lo que al término de su presidencia, la Confederación General de Trabajadores acordó en un congreso pedir la incautación de sus bienes, junto con los de Vicente Lombardo Toledano. Y los dirigentes del Partido Antirreeleccionista reclamaron la realización de un “Gran Jurado Nacional” para que respondiera por todos los actos de su gobierno.
Desde luego esto no pasó de una mera crítica testimonial y nunca, ninguna de las acusaciones, se pudieron dilucidar.

EL REGRESO DEL PRI Y LOS “BUENOS” GOBIERNOS DE AYER


Uno de los recursos de los que se ha valido el PRI para recuperar su posición de preeminencia y allanar el camino para volver al poder, sin hacer acto alguno de autocrítica, mucho menos de contrición, sin cambiar ni reformarse, es la desmemoria ciudadana. Que la alternancia no implicó un enjuiciamiento de las conductas delictivas del viejo régimen y ni siquiera una revisión histórica, de tal suerte que todavía persisten no sólo monumentos y estatuas para “héroes” de dudosa calidad sino los mismos modos y estilos, el mismo andamiaje corrupto sobre el que se fincó el viejo régimen.
Esto se hizo así, dicen los ingenuos, por un ánimo conciliatorio de evitar cacerías de brujas, en bien de la concordia nacional. Si embargo, otros pensamos que fue por un simple cálculo de conveniencias por el cual Vicente Fox, en vez de entrar en alianza con la oposición de izquierda para construir el nuevo régimen, prefirió la complicidad con el PRI para sostenerse sin tensiones en el poder y asegurar la continuidad de su partido a costa del cambio y de la democracia.
Eso lo gritan a voz en cuello ahora muchos priístas. Pero lo peor no es eso, sino que la factura que reclaman es tan alta que no hay al parecer salidas frente a lo que parece inevitable: la restauración priísta exactamente con los mismos que en su momento fueron cuestionados y señalados como responsables del gran desastre nacional.
Me explico. Uno de los argumentos que esgrimen los priístas para promover su regreso al poder es que en los últimos 10 años los gobiernos panistas han sido “incapaces e ineficaces” pues “no pudieron resolver los problemas que afectan a la población”, además de que “han desprestigiado las instituciones” y provocado retrocesos en la democracia y el desarrollo económico. Es decir, que cualquier gobierno priísta resulta mejor que uno del PAN.
¿De verdad?, pregunto. Pues es bastante dudoso, pero habría que hacer memoria, algo que nadie quiere hacer en este año de Centenarios y Bicentenarios, y recordarle algunas cosas no sólo a los priístas, sino a los ciudadanos que de acuerdo a las encuestas están creyendo estos argumentos.
Empecemos con el primer gobierno del PRI; el de Pascual Ortiz Rubio, cuando se llamaba PNR. Fue tan desastroso que acabó renunciando, y tan malo su manejo de la crisis resultado de la Gran Depresión que tardamos casi 10 años para medio superarla. Durante su gestión los ingresos del gobierno se desplomaron, hubo una drástica reducción de los empleos, una sensible baja de los sueldos y una devaluación del peso. Por si fuera poco, tiene en su haber la matanza de medio centenar de vasconcelistas en Topilejo el 14 de febrero de 1930. Esto por no hablar de la ingobernabilidad que resultó del pobre desempeño de un presidente que no era presidente, al que apodaban “nopalito” por baboso y que estaba sometido a los poderes fácticos de entonces: el “jefe máximo”, Plutarco Elías Calles, y una pandilla de políticos-empresarios que disponían a su antojo de los bienes del país.
Llegó Lázaro Cárdenas, y en 1934 empezó uno de los gobiernos más discutidos y contradictorios que hemos tenido, uno al que se deben grandes logros, como la expropiación petrolera, pero también enormes lastres que todavía padecemos: el presidencialismo, el corporativismo sindical, la depauperación del campo en aras del uso político de los campesinos, etc. Recibió el gobierno con un sobrante de 30 millones de pesos y lo entregó con un déficit de 40; duplicó la deuda pública, devaluó una vez más el peso y durante su período éste se depreció en un 65%. Y sin embargo, para muchos, el cardenista fue el mejor gobierno de la post-Revolución con todo y su saldo negativo en cuanto a democracia. Porque no hay que olvidar que fue un gobierno que terminó con acusaciones de fraude y varias matanzas de adversarios políticos, la más notoria el 7 de julio de 1940 en el Zócalo de la Ciudad de México.
Lo que pasa es que después vinieron gobiernos peores, los del retroceso –esto dicho por los propios revolucionarios-, los de Manuel Avila Camacho y Miguel Alemán, llamados así porque desplegaron una política entreguista a los Estados Unidos y revirtieron muchos de los postulados revolucionarios reformando la Constitución. Y no sólo eso, sino que afianzaron el régimen autoritario institucionalizando la represión e impidiendo la democracia mediante más crímenes masivos de adversarios. Fue en esos años que se creó la tristemente célebre Dirección Federal de Seguridad y se inventó el delito de “disolución social”. De Avila Camacho se recuerda el asesinato de trabajadores el 23 de septiembre de 1941 y de Alemán, entre otras muchas, la matanza de henriquistas en la Alameda el 7 de julio de 1952. Pero además, fue entonces que se institucionalizaron lo que se dio en llamar las “comaladas” de millonarios sexenales, amigos y parientes encumbrados a un alto puesto, convertidos en millonarios de la noche a la mañana por obra y gracia del poderoso en turno.
Dizque con una idea de “austeridad” llegó a la presidencia, en medio de resonantes acusaciones de fraude desde luego, Adolfo Ruiz Cortines; pero su gobierno no sólo no acabó con la corrupción ni con el saqueo, sino que hizo de la burla de la democracia un burdo juego –fue de él la idea de fabricar “tapados”- y reprimió todo movimiento social: para empezar, decretó la desaparición de sus oponentes al impedir la militancia henriquista, la de los que lo señalaban como “ilegítimo”, y encarceló y reprimió a los petroleros, a los maestros y a los ferrocarrileros.
Luego llegó Adolfo López Mateos, y después de él Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría. Más crímenes de opositores, más corrupción y más entreguismo. Salvo los años del “Desarrollo Estabilizador”, poco se salva. Baste recordar lo que allá a mediados de los 70 puso al descubierto un agente norteamericano, Philip Age: que tanto López Mateos como Díaz Ordaz y Echeverría no sólo colaboraban con la CIA sino que en su momento llegaron a ser agentes a su servicio, y hasta expuso sus nombres en clave: LIENVOY-2, LITEMPO-8 y LITEMPO-14 respectivamente. ¿A ese tipo de gobiernos se referirán los priístas cuando nos dicen que ellos gobernaban mejor que se hace ahora? ¿O nos hablarán de los gobiernos que siguieron? ¿El de José López Portillo, por ejemplo, el del despilfarro petrolero y la extrema frivolidad política que encumbró desde la amante hasta el junior; el de la devaluación y la crisis del endeudamiento? ¿O los de Miguel de la Madrid y Carlos Salinas, con quienes empezó la aplicación de las políticas neoliberales que han dejado al país presa de una crisis interminable?
Porque una parte del engañoso discurso priísta es que las desviaciones empezaron en los 80. Pero como vemos, esto no deja de ser un argumento falaz, un recurso más de la desmemoria, que nos trata de pintar como un “paraíso” todo lo anterior.
Y el colmo es cuando reprochan a los gobiernos de hoy el despilfarro en imagen y propaganda. Como si no existieran los 130 millones de pesos que el gobierno de Enrique Peña Nieto se gasta en publicidad en medios impresos y electrónicos para promoverse como presidenciable. Como si el gobernador de Veracruz Fidel Herrera no estuviera gastando ahora mismo, en propaganda y publicidad, 3 mil millones de pesos. O no contaran los 53.2 millones que en ese mismo rubro gastó la gobernadora de Yucatán, Ivonne Ortega, sólo en los primeros tres meses de 2010, una cifra que equivale al 97.1 % de todo el presupuesto anual para ese rubro aprobado por el Congreso.Pero no dejan de repetirlo, que ellos eran mejores. Que nos vienen a salvar. ¿Será que se lo vamos a creer?