domingo, 19 de septiembre de 2010

RECORDANDO LOS “BUENOS” GOBIERNOS DEL PRI: EL DE RUIZ CORTINES

Ya hemos relatado aquí mismo otras veces el ambiente de crisis y confrontación con que cerró su gobierno Miguel Alemán. Y a tal grado, que no sólo se ganó el rechazo popular sino hasta la condena del hombre que le sucedió en el poder, Adolfo Ruiz Cortines, quien estuvo a punto de no poder tomar posesión y en su discurso de inauguración marcó distancias con Alemán diciendo: “Jamás permitiré que se quebranten los principios revolucionarios ni las leyes que nos rigen… Seré inflexible con los servidores públicos que se aparten de la honradez y la decencia”. Lo que se interpretó como un reproche al estilo alemanista. Como si él mismo no hubiera sido parte de ese gobierno.
La verdad es que Ruiz Cortines tenía sobre sí acusaciones no solo de haber sido impuesto mediante fraude sino de haber servido a los norteamericanos cuando invadieron Veracruz en 1914, y necesitaba legitimarse. Francisco J. Múgica había hecho la denuncia de su colaboracionismo durante la campaña y presentó todas las pruebas, pero el entonces candidato priísta armó un “cabildo popular” con testigos pagados que lo exoneraron cínicamente diciendo que el Ruiz Cortines de la denuncia era un homónimo. Contaba Gonzalo N. Santos que muy preocupado estaba don Adolfo ante las evidencias y que él lo había salvado dándole “el remedio y el trapito”: bastaba con sacar “dos costales” (se refería a 2 millones de pesos para repartir y comprar gente) del Banco Agrícola. Y ni tardo ni perezoso le llevó a su gerente José María Dávila, a quien Ruiz Cortines lo recibió diciéndole: “Chema querido, para una batalla estratégica de la Revolución se necesitan 2 millones de pesos”. Dávila soltó el dinero por supuesto, y las acusaciones contra Ruiz Cortines se perdieron en el olvido.
El hecho es que don Adolfo, consciente de los cuestionamientos en su contra y urgido de legitimarse, inició su gestión presentándose como la antítesis de su antecesor: como un férreo defensor de la Constitución asegurando que respetaría las conquistas revolucionarias, empezando por el petróleo; como un perseguidor de los corruptos y como un gobernante preocupado por los más pobres, tomando las banderas de la oposición y tratando de copiar el programa de su contrincante que reclamaba el triunfo, el general Miguel Henríquez Guzmán.
Era una simulación, desde luego. Lo que pasaba era que la resistencia civil que encabezaba Henríquez en protesta por el fraude atizaba el ambiente de desconfianza e inquietud política y Ruiz Cotines necesitaba calmar los ánimos. Por eso inundó el Congreso con iniciativas para atraerse simpatías: una estableciendo la obligatoriedad de todo funcionario de manifestar sus bienes, y otra por la que de oficio podría investigarse a quien diera muestras de “enriquecimiento inexplicable”. Otra más contra los monopolios. Y otra estableciendo un control de precios de lo más estricto y el abaratamiento del maíz, el frijol, el azúcar, la manteca y el aceite, la manta, la mezclilla y el percal.
Más allá de eso -pura retórica, se vería luego-, el inicio del gobierno ruizcortinista estuvo marcado por una fuerte recesión económica y una aguda contracción de las actividades industriales que se agravaron con el correr de los meses. En abril de 1954 se produjo una nueva devaluación que estableció la paridad de 8.65 a 12.50 pesos por dólar, lo que aceleró la inflación, y el gobierno tuvo que reconocer que se había frustrado todo intento por elevar el nivel de vida de los mexicanos.
Por si esto fuera poco, fue en ese tiempo que inició el endeudamiento del país dizque para “financiar el desarrollo”, en realidad una expresión más de la derechización del gobierno y el grado de dependencia a que habíamos llegado, porque se hacía mediante créditos del BIRF, del FMI y del Eximbank.
Lázaro Cárdenas propuso entonces una fórmula como medida para calmar las tensiones y cerrarle el paso definitivamente al alemanismo que se mantenía agrazado, amenazante: una alianza entre el partido que se decía defraudado en la elección del 52 y el partido gobernante acusado de consumar el fraude. Resultado de ello Henríquez se entrevistó con Ruiz Cortines el 23 de febrero de 1953 y el candidato que se ostentaba como “presidente legítimo” le dijo esto, de entrada, al “presidente espurio”: “No vengo como un derrotado ni a pedir perdón. Por el contrario, quiero que sepa usted que mantengo todas y cada una de las afirmaciones que hice durante la campaña. Quiero decirle también que en esta lucha no estamos buscando satisfacciones de orden personal ni conquistas de grupo. El problema político creado por la decisión oficial de violentar las elecciones podría dejar de ser discutido siempre que se garantizara el reconocimiento de las demandas populares, que dieron aliento y contenido a la lucha de nuestro partido. Esto es, que estamos dispuestos a deponer nuestros intereses partidistas en aras de los intereses nacionales”
“Como revolucionario que soy, le respondió Ruiz Cortines, cuidaré que el gobierno no se salga de los lineamientos constitucionales y aplicaré una política en favor del pueblo”.
“Si es así, le reviró Henríquez, merecerá el respaldo y el entusiasta apoyo de todos los mexicanos. Ese noble motivo está por encima de cualquier otra consideración y, por ello, estoy autorizado por mi partido para decirle que no escatimaremos nuestra colaboración en esa obra reivindicadora, siempre que usted se comprometa a realizar el programa por el que venimos luchando”.
Pero era pura faramalla. Ni se puso freno al grupo alemanista ni se hicieron las reformas que reclamaba la oposición. Era un mero recurso para legitimar a Ruiz Cortines y afianzar el poder del PRI, así que Henríquez se negó a hacerle el juego.
Y sin embargo, la alianza se dio. No con él, pero si con Lombardo Toledano y una parte de la izquierda, la llamada “moderada”, que se alineó en sendos partidos paleros (el PPS y el PARM) que a partir de entonces apoyaron al gobierno en todo e invariablemente sostuvieron las candidaturas presidenciales priístas a cambio de unas migajas del pastel: unas cuantas diputaciones, acceso a negocios oficiales y el “honor” de ocupar lugares en los presidiums del poder. Alianza que sobrevivió, por cierto, hasta 1988, cuando apoyaron la disidencia de Cuauhtémoc Cárdenas.
Al henriquismo en cambio, que siempre estorbó en ese esquema de democracia de apariencia, lo desaparecieron de plano del mapa político, eliminándolo como partido y reprimiendo a sangre y fuego a sus militantes. Además, en cuanto el gobierno se sintió seguro, volvió la misma flexibilidad en el solapamiento a los monopolios, volvieron los negocios desde el poder, aunque con más discreción y con diferentes apellidos; se mantuvo el freno a la Reforma Agraria y la misma política de corrupción sindical; y se dio marcha atrás en muchas medidas de rectificación revolucionaria que se habían anunciado en la toma de posesión.
Fueron los años de afirmación del autoritarismo. Ni los gobernadores se salvaron. Si uno de ellos caía de la gracia presidencial se le forzaba a renunciar o se declaraba la desaparición de poderes. Sólo en ese sexenio cayeron cinco, los de Sinaloa, Yucatán, Tabasco, Chihuahua y Guerrero. Y no sólo eso sino que en el Congreso la presencia de la oposición –minoritaria- era meramente simbólica.
En todo caso, el cierre del sexenio rebasó todas las expectativas: hubo represión contra el Instituto Politécnico, contra los maestros, contra los ferrocarrileros, contra los petroleros, contra los telegrafistas y, desde luego, contra la izquierda “radical”.¡Así se hacía política en los años de los “buenos” gobiernos del PRI! Y todavía hay quien dice que Ruiz Cortines fue uno de los mejores presidentes que hemos tenido y que estadistas como el veracruzano “no se dan en maceta”.

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