jueves, 20 de marzo de 2008

UNO DE LOS PRIMEROS ANTI-PORFIRISTAS


13 de Febrero de 1893. Muerte de Ignacio Manuel Altamirano.

Reconocido junto con Guillermo Prieto como uno de los padres de la literatura mexicana, militar y político liberal guerrerense, fue impulsor de un movimiento masónico que pudo frenar la dictadura porfirista y dejó la semilla de la rebeldía.

Nació el 13 de noviembre de 1834 en Tixtla, siendo sus padres Francisco Altamirano y Gertrudis Basilio, ambos indios puros que habían tomado el apellido de un español que había bautizado a uno de sus ancestros. En la partida de bautismo del maestro, se asienta que el párroco de Tixtla bautizó solemnemente y le puso por nombre Ignacio Homobono Serapio y sin embargo sería conocido como Ignacio Manuel.

La primera escuela a la que asistió Altamirano funcionaba como todas las de la época, con la separación racial en la que con la denominación de niños con razón se hacía referencia a los niños considerados inteligentes, más que nada por su condición social; y los llamados niños sin razón, que eran los niños indígenas, señalados como poco inteligentes. A estos últimos sólo se les instruía con clases de doctrina cristiana, por creerse que la lectura, la escritura y la aritmética no les servirían nunca en esa vida tan rudimentaria que llevaban encerrados en su miseria. Y los otros niños, en cambio, recibían una enseñanza más completa, tomando en cuenta que la instrucción les era indispensable para enfrentarse, con buenas posibilidades de éxito, a la vida social que su condición superior les tenía reservada.
Entonces ocurrió algo que cambió la vida de Ignacio Manuel: su padre fue designado en 1842 alcalde de indios de Tixtla; lo que indudablemente lo convirtió a los ojos del maestro del lugar en uno más de los alumnos privilegiados, como buen hijo de funcionario, y así fue como Altamirano cursó en forma notable esos primeros años de escolaridad.
Hasta ese momento sólo hablaba náhuatl, pero aprendió a hablar español, después se reveló como un estudiante aventajado y ganó una de las becas que otorgaba el Instituto Literario de Toluca para los niños indígenas de escasos recursos que sobresalieran en sus estudios. Fue ahí donde se encontró al que había de ser su más querido e influyente maestro: Ignacio Ramírez,el Nigromante. Aprendió latín, francés y filosofía, y llegó a ser encargado de la biblioteca del Instituto, reunida por Lorenzo de Zavala.En 1852 publicó su primer periódico, Los Papachos, hecho que le costó la expulsión del Instituto y entonces viaja de pueblo en pueblo, como maestro de primeras letras y a la vez dramaturgo y apuntador en una compañía teatral itinerante de “cómicos de la legua”. Fue cuando escribió la polémica obra Morelos en Cuautla, hoy perdida, pero que le dió la primera fama y después cierta vergüenza, según parece, pues cuando hacía el recuento de sus obras no la reconocía.Después vino a la Ciudad de México a iniciar estudios de Derecho en el Colegio de Letrán, pero en 1854 interrumpió sus estudios para adherirse a la revolución de Ayutla, que pretendía derrocar a Antonio López de Santa Anna, se fue al sur de Guerrero y se puso bajo las órdenes del general Juan Alvarez, de quien se hizo secretario. Comenzaba así su carrera militar y política y el vaivén de estudiar, combatir y volver a los estudios. Una vez terminada la revolución, Ignacio Manuel retomó sus estudios de jurisprudencia, pero hubo de dejarlos de nuevo en 1857, cuando volvió a estallar la guerra en México, esta vez la de Reforma, que inició la división ideológica clásica del siglo XIX, entre conservadores y liberales.En 1859 se tituló como abogado y, una vez victoriosos los liberales, fue elegido diputado al Congreso de la Unión, donde se reveló como uno de los mejores oradores de su tiempo, y el más radical, al grado que se opuso a la amnistía decretada por Juárez en 1861. En ese entonces condenaba todo intento conciliatorio entre liberales y conservadores: "La historia de México –afirmaba- es una serie de amnistías y lo que ha perdido al país es esa declaración de que todos somos hermanos... Ya basta de transacciones y de generosidad estéril, ¡Justicia y no clemencia!".
En 1863 se incorporó a la lucha republicana contra la invasión francesa y luego combatió contra el imperio de Maximiliano. En 1865 fue nombrado coronel por el presidente Juárez y tuvo importantes triunfos militares. En 1867 participó en el Sitio de Querétaro, donde fue un verdadero héroe y tras derrotar a las imperiales fuerzas de Maximiliano, tuvo un encuentro con él, del que hace un retrato en su Diario.Al triunfo de la República se retiró para siempre del las armas: alguna vez declaró que le agradaba la carrera militar y que lo inspiraba el ideal renacentista del “hombre de armas y letras”, así que en 1867 dijo que “mi misión con la espada ha terminado” y se dedicó a las letras y a la política.
Fue diputado al Congreso de la Unión en tres períodos, durante los cuales abogó por la instrucción primaria gratuita, laica y obligatoria. Fue también Procurador General de la República, fiscal, magistrado y presidente de la Suprema Corte, así como oficial mayor del Ministerio de Fomento, en cuyo carácter impulsó la creación de observadores astronómicos y meteorológicos y la reconstrucción de las vías telegráficas.
Sin embargo, su labor más importante fue la que desarrolló en pro de la cultura y las letras. Maestro de dos generaciones de pensadores y escritores, organizador de las famosas “Veladas Literarias” en su casa de calle de los Héroes, Altamirano se preocupó porque la literatura mexicana tuviera un carácter verdaderamente nacional, y que llegara a ser un elemento activo para la integración cultural del país. Y esto no quiere decir que despreciara la cultura de otras partes, Altamirano fue quizá el primer mexicano que exploró la literatura inglesa, alemana, norteamericana e hispanoamericana, que en su tiempo eran desconocidas por la mayoría de los hombres de letras.En 1869 fundó con Ignacio Ramírez y Guillermo Prieto la revista El Renacimiento, un hito en la historia de la literatura mexicana, pues desde aquellas páginas el maestro se propuso reunir a los escritores de todos los credos para contribuir a la gran obra de reconstrucción nacional. Para esas alturas ya había dejado atrás su radicalismo intolerante. Pensaba que había que apagar rencores entre los mexicanos. Olvidar, perdonar y conciliar, ya que México había pagado su cuota de sangre y era hora de ponerle fin a la guerra civil disolviendo las facciones y creando una literatura verdaderamente nacional. Entonces hizo una exhortación a los intelectuales de todos los bandos, y fue así como logró que escribieran ahí románticos, neoclásicos y eclécticos, conservadores y liberales, juaristas y progresistas, obispos y librepensadores, figuras consagradas y novatos de las letras, bohemios poetas, sesudos ensayistas, solemnes historiadores y hombres de ciencia.
Al terminarse el ciclo de esta revista creó los periódicos El Federalista (1871), La Tribuna (1875) y La República (1880), periódico consagrado a defender los intereses de las clases trabajadoras. Fundó también, y presidió, la Sociedad de Librepensadores y la primera Asociación Mutualista de Escritores.Fue profesor en la Escuela Nacional Preparatoria, la Escuela de Comercio, la de Jurisprudencia, la Nacional de Profesores y muchas más, por lo cual recibió el título de Maestro y creó el Liceo de Puebla y la Escuela Normal de Profesores de México.Cultivó la novela y la poesía, el cuento y el relato, la crítica, la historia, el ensayo, la crónica, la biografía y los estudios bibliográficos. Algunas de sus obras: Rimas (1871), donde tradujo la belleza del paisaje mexicano; Clemencia (1868), considerada como la primer novela mexicana moderna; La Navidad en las Montañas (1871), y El Zarco (1901), publicada póstumamente, que cuenta las aventuras de un bandido, miembro de la banda de "Los Plateados", y Atenea (1935, inconclusa). Los dos volúmenes de Paisajes y Leyendas (1884-1949) reúnen sus trabajos del género costumbrista, como crónicas y retratos.
En sus últimos años trabajó en el servicio diplomático mexicano, desempeñándose como cónsul en Barcelona y París, adonde recibió a un joven inquieto al que inició en los misterios de la masonería: Francisco I. Madero.

Se ha procurado averiguar el comportamiento de Altamirano durante los últimos años de su vida, y lo que para algunos fue un exilio, por su oposición al régimen de Porfirio Díaz. El hecho es que en momentos en que ya se vislumbraba la traición de Díaz al movimiento liberal y su pacto de conciliación con el clero y el partido conservador, mientras el futuro dictador trataba de someter a todos los masones a su control y resucitaba el rito escocés antiguo y aceptado, que había apoyado a los conservadores y a Maximiliano, Altamirano encabezó un movimiento disidente y creó la masonería del rito escocés "reformado".

Para esas alturas el Rito Yorkino había desaparecido, y como persistía el Rito Nacional Mexicano, autor de las Leyes de Reforma y de la Constitución del 57, que había sido apoyo de las presidencias tanto de Juárez como de Sebastián Lerdo de Tejada, es decir opositor a Díaz, éste empezó a maniobrar para debilitarlo y desaparecerlo.

En 1878 mientras un incondicional de Díaz, Alfredo Chavero, era designado dirigente del Supremo Consejo del rito escocés, Altamirano resultó electo Gran Maestro de la Gran Logia Valle de México, según Richard E. Chism como resultado de "una conspiración" anti-porfirista. El hecho es que pronto esa Gran Logia se rebeló contra el Supremo Consejo Escocés y con ella Altamirano constituyó el llamado "Supremo Consejo del Gran Oriente de México" que se alió con lo que quedaba del Rito Nacional, y que por tanto se declaraba nacionalista y no se sometía ninguna potestad extranjera. Este supremo consejo disidente llegó a controlar hacia 1884 120 logias y obtuvo el reconocimiento de autoridades masónicas de España, Rumania, Túnez, Francia, Luisiana y Brasil.
Altamirano explicó las razones de su disidencia alegando que quería organizar a la masonería conforme a su verdadero espíritu y denunciando que la masonería escocesa constituía un "cuerpo jerárquico muy semejante a la aristocracia nobiliaria o parecida a la iglesia católica romana". Estableció que no se requiriera posición económica para la admisión a sus filas, sino únicamente la aptitud intelectual y moral; y desechar los honores aristocráticos a los masones de altos grados por humillantes y por ser "contrarios a nuestro carácter republicano y democrático". El regaño iba dirigido al Supremo Consejo de Chavero para que lo entendiera su jefe, el presidente Díaz.
Otras disposiciones observadas por los "reformadores" fueron la admisión de mujeres en sus logias y su rechazo a una disposición impulsada por Díaz que acercaba simbólicamente la masonería a la religión católica y la alejaba del liberalismo: las tenidas debían de ser presididas por la Biblia en lugar de la Constitución de 1857.

El prestigio de Altamirano fortaleció el movimiento disidente, pronto se le sumaron liberales de gran prestigio como los generales Ramón Corona y Sóstenes Rocha, Juan de Dios Peza y Porfirio Parra, pero al Rito Escocés porfirista lo respaldaban los masones de los Estados Unidos y pronto asumió el control de toda la masonería mexicana.
Es decir, que tan temprano como en 1884 Altamirano fue opositor de la masonería escocesa porfirista y por ende de don Porfirio, por lo que pudo haber sido forzado a exiliarse en Europa. De este modo, mientras Díaz se consolidaba como jefe máximo de la política y de la masonería, a Altamirano, cuyo liderazgo era fundamental en los trabajos para fortalecer el rito escocés "reformado", le dio el "nombramiento" de embajador en España y lo sacó del país. Además, el dirigente del Rito Nacional, Francisco de P. Gochicoa, fue metido a la cárcel, y Corona y Rocha, fueron asesinados.

El hecho es que en 1892, estando Altamirano en Europa, le apareció una tuberculosis pulmonar y buscando el sitio adecuado para intentar un poco de alivio, en compañía de su esposa, Altamirano llegó a San Remo, ciudad italiana famosa por su clima mediterráneo, y ahí murió el lunes 13 de febrero de 1893, a la edad de 59 años, cumpliéndose así una de sus frases favoritas: "En 13 nací, en 13 me casé, en 13 he de morir".

No dejó ninguna fortuna ni deudas, y dispuso su cremación: "No quiero que me dejen en tierra extranjera; y como el medio más seguro para volver a la patria es la cremación de mi cadáver, después que yo muera, imponga usted –dijo a su yerno Joaquín Casasús– su voluntad y mi deseo, y lleve a la patria mis cenizas".
En San Remo existía un horno crematorio que había sido construido bajo los auspicios de una sociedad de librepensadores masones, "obligándose todos ellos a que sus cadáveres fueran cremados" contraviniendo las disposiciones de la iglesia católica, que condenaba el hecho. Hasta entonces ningún cadáver había sido cremado en dicho horno, por lo que las autoridades de la ciudad, atendiendo la solicitud de Casasús y aprovechando al mismo tiempo la ocasión de hacerlo funcionar por primera vez, dieron todas las facilidades a los dolientes, que vieron satisfechos cómo el maestro, muerto ya, daba una última lección en esa tierra extraña. Un homenaje sencillo, pero significativo, recibió el maestro por parte de aquellos hombres innovadores, como él, cuando el señor Bernardo Calvino, al frente de una numerosa comitiva, depositó sobre su féretro una corona de flores y dijo a Casasús:
"Hemos sabido que el señor Altamirano, cuya muerte lamentan ustedes, era un viejo liberal, un patriota distinguido y un hombre de letras eminente, y hemos querido, los miembros de la Sociedad de Librepensadores de San Remo, venir a presentarle el testimonio de nuestra simpatía y de nuestra admiración y a acompañarlo al cementerio para ser testigos de la cremación de su cadáver. Va a dar un ejemplo él a esta ciudad, digno de ser imitado, y es muy justo que tomemos participación en esta que juzgamos importantísima ceremonia".
Las cenizas del maestro Altamirano fueron depositadas en una caja pequeña y llevadas por Casasús a París, luego a Nueva York, después a Veracruz y, finalmente, a la ciudad de México, "...para depositarlas –escribió Casasús– primero en el monumento que a su padre [de Altamirano]... levantaron los hijos de don José M. Iglesias, y luego en la capilla que la gratitud de mi mujer [Catalina Altamirano] levantara para él".
El 13 de noviembre de 1934, al cumplirse el centenario de su nacimiento, sus cenizas fueron depositadas en la Rotonda de los Hombres Ilustres. En su honor, la cabecera del municipio de Pungarabato se llama Ciudad Altamirano.

A la postre de aquél esfuerzo disidente de Altamirano surgieron en 1909 las logias demasones que impulsaron primero, la candidatura de Bernardo Reyes, y luego, el movimiento anti-reeleccionista de Madero.

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