domingo, 2 de enero de 2011

DIFERENCIAS TACTICAS Y EL VERDADERO DILEMA DE LA IZQUIERDA



Entrevistado durante su gira por Madrid sobre su candidatura presidencial y sus diferencias con Andrés Manuel López Obrador con respecto a las alianzas, respondió Marcelo Ebrard, jefe de Gobierno del DF: “La diferencia entre nosotros es táctica. Él cree que tiene que ir la izquierda sola y yo creo que la batalla del Estado de México es crucial... La experiencia de Sinaloa, Puebla y Oaxaca nos dice que juntos (con el PAN) podemos ganarle al PRI”.

La declaración es digna de reflexión, toda vez que ahora mismo la izquierda se encuentra dividida entre quienes quieren que siga su alianza con el PAN y quienes no, y también entre quienes apoyan a uno o a otro –a AMLO o a Ebrard- en la carrera hacia el 2012. Y el punto es hasta dónde las “diferencias tácticas” no han sido, al menos hasta ahora, un factor tan importante que a pesar de las muchas coincidencias que se den en las filas de la izquierda, siempre acaban por desunir más que unir. Por debilitar más que fortalecer. Y me explico.
Bajo ese argumento, por ejemplo, Vicente Lombardo Toledano desplazó al Partido Comunista Mexicano en la estrategia de la URSS y se convirtió él, junto con la CTM y el PRM cardenista, en el partido comunista de hecho con la venia de la Comintern (la Internacional Comunista). Pero no sólo eso, sino que impidió también la candidatura presidencial de un verdadero izquierdista, de Francisco J. Múgica, en 1939, e impulsó en su lugar a un “centrista”, Manuel Avila Camacho, que lo primero que declaró ya siendo candidato de la alianza PRM-PCM fue que en su gobierno no habría espacios para nadie que fuera de izquierda y además que era “creyente” y planeaba tener una “reconciliación” con la iglesia. Y quien le sucedió, Miguel Alemán -que también contó con el apoyo de la alianza del partido oficial y el PCM- peor, pues él ya fue un franco derechista.
Existe una carta, fechada el 15 de abril de 1937, que Lombardo envió a la alta jerarquía del Kremlin explicando sus diferencias tácticas con el PCM. Se quejaba en ella que los líderes comunistas mexicanos “no han aplicado correctamente el principio del Frente Popular en mi país” y que estaban haciendo “mucho daño” a la causa de la izquierda por su negativa a aliarse con el cardenismo, a quien ellos acusaban de pretender “domesticar a los obreros y campesinos” y de implantar un modelo más fascista que socialista. La acusación que a su vez les hacía Lombardo a los comunistas que rechazaban su táctica es de antología. Para empezar les reprochaba no darse cuenta “de que no se puede sobreestimar la fuerza de las masas” y advertía: “Si continúan trabajando en la forma en que lo han hecho hasta hoy serán los responsables de la división del proletariado y, por tanto, van a impedir el desenvolvimiento natural y lógico de las fuerzas revolucionarias de México, y quizá hasta a presentar una coyuntura para que la reacción pueda dar un golpe de audacia y hacer retroceder al país”.
Es decir, que entre 1937 y 1940 se da la paradoja de que mientras del Partido Comunista “formal” asume una posición política crítica al gobierno, Lombardo y la CTM, los comunistas “de facto” defienden otra, la de la negociación y la alianza con el régimen, y los soviéticos acaban dándole la razón a éstos últimos. Eso es lo interesante de esta carta, que le valió a Lombardo el apoyo de la Comintern para que fuera él quien manejara su estrategia de posicionamiento en México y supeditara a la dirigencia formal del PCM a su liderazgo, y al de Lázaro Cárdenas.
El resultado de esto, empero, no fue sólo la desviación del proyecto revolucionario y que México se perdió a un gran presidente como lo pudo haber sido Múgica sino que además se perdió la oportunidad de contar con una izquierda unida, consistente ideológicamente e independiente, y no como pasó a partir de entonces, el triste espectáculo de una “izquierda” de paja, subordinada al partido oficial, en las palabras de los dirigentes comunistas años después, que “al ir a la cola del gobierno de Cárdenas” acabó “entregando en manos de los líderes reformistas todo el movimiento popular”.
Porque el diagnóstico autocrítico del Comité Central del PCM también es de antología. Se publicó en 1957 y es su respuesta a las tácticas lombardistas que condujeron, dijeron entonces, “a la subestimación del papel del partido del proletariado y a la sobreestimación del partido de la burguesía, el PRM, de tal suerte que la dirección del partido invitaba al proletariado y al pueblo a fortalecer al PRM dejando a un lado el fortalecimiento del Partido Comunista”.
Y el costo fue muy alto. Tanto, como que la verdadera izquierda, la independiente, naufragó los años siguientes entre la clandestinidad y el minoriteo, mientras la izquierda “sensata”, la colaboracionista, avalaba el autoritarismo priísta en una alianza cómplice que sólo se rompió casi 50 años después, en 1988.
La verdad es que la lucha por unificar a las fuerzas progresistas es muy vieja y ha tenido que sortear los mayores subterfugios.
Existe otra carta, esta de Emiliano Zapata “a los revolucionarios de México”, adonde ya habla de ello. Fue escrita el 15 de marzo de 1918 en el marco de su lucha contra el carrancismo y entre otras cosas planteaba: “Todos sentimos la necesidad de la unificación. Nada más imperioso que este acercamiento de todos los revolucionarios, que a más de ser condición para la paz, es una garantía para la realización, tantas veces diferida, de los principios proclamados, y la mejor defensa contra los amagos de la reacción, que espera sacar partido de la división entre los elementos revolucionarios, para erguir al fin su cabeza triunfadora.
“Por eso el Sur… hace hoy una nueva invitación, esta vez formal y definitiva, a todos los revolucionarios de la República, cualquiera que sea el grupo a que pertenezcan, para que, haciendo a un lado pequeñas diferencias, más aparentes que reales, nos congreguemos en torno a los principios, y mediante una recíproca compenetración de ideas, formemos un solo y gran partido revolucionario inspirado en un programa común de reformas”.
Sí, Emiliano Zapata llamando a la formación de un gran partido revolucionario hace casi 100 años. Pero no para frenar las conquistas populares o manipularlas para establecer un régimen autoritario y antidemocrático como luego haría Calles mediante el PNR sino, en las palabras del caudillo suriano: “para dar al país un gobierno fundado en el acuerdo de todas las voluntades, y no en el capricho de un déspota, o en las intrigas de una camarilla de ambiciosos”. Y por cierto que también Múgica trabajaba en 1939 para la formación de un verdadero partido de izquierda que salvara las conquistas revolucionarias, el “Gran Partido de las Izquierdas de la Revolución”.
Hoy ya no es dable hablar de un partido reivindicador de la Revolución porque lo que necesitamos es replantear las nuevas luchas de la izquierda, y para empezar aclarar qué significa ser de izquierda. Por eso, no es cualquier cosa la definición de quien será su abanderado para el 2012. Pues como hemos visto, la diferencia en las tácticas marca también diferencias en los alcances.
Ha llegado el tiempo de deslindar posiciones, decíamos la otra vez. Y el dilema real para la izquierda no es escoger entre AMLO y Ebrard sino entre sobrevivir o desaparecer. Esto es, que el verdadero reto es salvar la trampa que pretende colocar a los izquierdistas mexicanos en el dilema de elegir entre una candidatura “para ganar” y otra “para perder” porque de lo que se trata es de garantizar la defensa de los principios y evitar que se repita lo que postulaba Lombardo: tener una izquierda testimonial pero inofensiva, útil al poder pero inútil para el país.
¡El problema es cuántos de los que se dicen izquierdistas hay ahora mismo que están más dispuestos a negociar con el PRI o con el PAN que con sus propios correligionarios!
Ojalá esta vez se aprenda de los errores propios, y de toda nuestra historia.

Publicado en Unomasuno el 9 de noviembre de 2010.

EL LLAMADO DE CARDENAS Y LA SALVACION DE LA IZQUIERDA


En el marco del aniversario luctuoso de su padre, el omnipresente “Tata” Lázaro, acaba de hacer una convocatoria Cuauhtémoc Cárdenas: “Propongámonos –dijo- elaborar una propuesta unificadora que contenga las coincidencias de aquellos que se identifican a sí mismos como revolucionarios, demócratas y progresistas... Hagámoslo dejando de lado aspiraciones personales o de grupo”.

Es la misma convocatoria que hizo hace un año el DIA, el frente que agrupa al PRD, PT y Convergencia, sólo que por venir de quien viene inquieta, pues el fundador del PRD no se ha caracterizado, al menos del 2006 para acá, por ser una figura que unifique o que abone a la reconciliación de la izquierda; pero sobre todo porque la hizo tan sólo 5 días después de otras declaraciones suyas, dejando entrever que no se descartaba para buscar por cuarta vez la presidencia: “No estoy ni cojo ni ciego, estoy sano”, aclaró. Lo cual, dicho en el contexto de la competencia entre AMLO y Marcelo Ebrard, efectivamente en nada ayuda a la unidad que tanta falta hace a la izquierda; pero además recuerda algo que nunca tuvo explicación satisfactoria: su colaboración con el gobierno foxista, aceptando el plato de lentejas de presidir los festejos del Bicentenario en plena campaña electoral de 2006, al que sólo renunció pasada la elección, alimentando así los rumores de que no simpatizaba con el candidato de su propio partido.
He expuesto en estas mismas páginas varios cuestionamientos al papel del cardenismo, pero muy en particular al de Lázaro Cárdenas con respecto a la izquierda mexicana: su proclividad a utilizarla y dejarla “colgada” y su invariable apoyo al PRI; su herencia paternalista-autoritaria y su pacto con el stalinismo que se confunden con frecuencia con lo que es un programa nacional de izquierda; su perfil caudillista y su tendencia a corporativizar a la sociedad que todavía es responsable de muchos de los vicios estructurales y operativos que asfixian al país y, desde luego, al PRD.
Sin embargo, también he dicho que a pesar de eso hay algo que nunca se le podrá escatimar, su identificación con las mejores causas nacionales. Y aunque no sé si esto se deba a la trascendencia que revistió en sí su gobierno -y en especial la expropiación petrolera como verdadero acto de reivindicación de la soberanía nacional- o bien a la mitologización a que se le ha sometido, el hecho es que ningún esfuerzo liberacional y progresista en México ha estado ajeno al cardenismo y a su herencia, incluso a pesar de que el “Tata” murió hace 40 años. Y esta es la línea que tendría que rescatarse, la reconciliación con el pasado. Pero no desde el olvido sino desde el aprendizaje, si de verdad se está pensando en salvar a la izquierda.
¿De qué hablo? De la necesidad de un esfuerzo unificador sí, como propone Cuauhtémoc, pero a partir no de la descalificación embozada de liderazgos ni de aspiraciones, o peor aún de alentar nuevas aspiraciones, sino del reconocimiento de una realidad: que si desde ahora no hay un acuerdo interno sobre el candidato que abanderará a la izquierda en 2012, todo esfuerzo conciliador será inútil. O por lo menos muy frágil. ¿O es que de verdad se piensa que basta con decir que será candidato el mejor posicionado para garantizar que así suceda en el 2011?
La verdad es que hay ahora dos cuestiones que mueven a dudarlo porque alimentan la tensión en las filas de la izquierda: una es la continuidad de las alianzas con el PAN, que irrita a quienes prevén un acuerdo con miras a ir juntos también en 2012. Y la otra es la definición de la candidatura presidencial.
Sobre este último punto no creo que, dadas las condiciones en que ha vivido este país y la izquierda desde el 2006, literalmente partidos en dos –“legítimos” vs. “espurios”- por la división que motivaron aquellas elecciones, sea sano ni que abone a la unidad del sector progresista la existencia de más de un aspirante a la candidatura presidencial. ¿Por qué, se dirá, si estamos en un proceso democrático y este supone competencia y que nada esté decidido de antemano? ¿Por qué, si se ha dicho que será candidato el que en su momento esté arriba en las encuestas? Y lo que es más, ¿por qué habría de ser así, si ni siquiera en el PRI nadie asegura totalmente que Peña Nieto sea ya desde ahora su candidato?
Bueno pues, porque sucede que si bien es cierto que nadie dice que todo esté escrito dentro del PRI, el señor Peña Nieto es el puntero en todas las encuestas oficiales, pero además porque es más que sabido que quienes dentro de su partido mantienen aspiraciones personales lo hacen con suma cautela –y así lo han dicho públicamente-, en espera, y sólo eso, de un evento extraordinario que elimine de la contienda a Peña Nieto. O reduzca sus posibilidades. Es decir que si esto no pasa nadie lo va a tocar ni mucho menos se mueve para competirle la candidatura, asumiendo que lo contrario derivaría en derrota para su partido.
Y si esto es así en el PRI, mucho más en el caso de la izquierda. Simple y sencillamente porque ante la fuerza –real o fabricada- de la candidatura de Peña Nieto necesita urgentemente posicionar una figura, hacerlo desde ahora, para asegurar la unidad sólida de todas las fuerzas, y lo más importante: para crecer en la aceptación del electorado. Algo que nunca podrá lograr enviando mensajes dobles acerca de que puede ser candidato uno o que lo puede ser otro, creando la confusión de dos o tres pre-precandidatos y dos o tres pre-precampañas, así se afirme que al final se decidirá quien es el abanderado.
¿En qué baso esta reflexión que, desde mi punto de vista es de manual de elemental estrategia?
Se habla mucho del esquema de Oaxaca como prueba exitosa de cómo ganar una elección. Pues bien, el hecho es que ese triunfo no sólo se debió a las alianzas y a la participación en ellas del PAN sino a que siempre se supo que había un candidato y a que nadie le disputó el lugar. Es decir, que los consensos para construir tanto la alianza como la estrategia de triunfo se hicieron en torno a Gabino Cue, y jamás se planteó en esa ruta la posibilidad de sustituirlo por otro. Bueno, sí lo intentó Irma Piñeiro, la precandidata del Panal, con evidentes dobles intenciones; pero fracasó, precisamente porque se impuso la unidad de todos los partidos en torno a su abanderado y se mantuvo el criterio de no ponerlo en duda en ningún momento ni bajo ninguna presión.
Para eso se creó el DIA hace un año. Exactamente para eso que ahora propone que se haga el hijo del “Tata”: para unir a la izquierda, para sumar los votantes apartidistas, para elaborar un proyecto de nación alternativo al gobernante y, sobre todo, para asegurar la unidad en torno a un sólo candidato con posibilidades reales de triunfar en el 2012.
Un error de los izquierdistas mexicanos es creer que hay muchas “izquierdas”, cuando lo único que hay no sólo aquí, sino en todo el mundo, son matices de una sola izquierda. Históricamente ha sido eso, la división más que de visiones de tácticas, la competencia entre ellas, lo que ha reducido sus posibilidades de tomar el poder. Fomentada desde afuera, claro, por quienes no los quieren en la contienda, pero más que nada desde su interior.
Precisamente por eso es de desearse que este nuevo llamado de Cuauhtémoc sea sincero y sin dobles intenciones. Que en verdad coloque por encima de los intereses personales el interés de su partido, el de la izquierda en su conjunto y el interés nacional. Es decir, que no sea para enturbiar aún más el ambiente o para hacerle el caldo gordo a quienes ya hicieron su apuesta al 2012, y no precisamente a favor del triunfo de un izquierdista. Porque, vistas como se ven las cosas, ya nada más falta que reaparezca “Marcos” para decir que él también quiere ser candidato porque ni AMLO ni Ebrard ni Cárdenas representan a “la verdadera” izquierda.


Publicado en Unomasuno el 26 de octubre de 2010.

DE ENCUESTAS Y CANDIDATOS “CORRECTOS”



¿Cómo se escoge un candidato? Más aún, ¿cómo se asegura el éxito de una candidatura? En una democracia, de las verdaderas, en esas donde no existe la posibilidad de trampas, donde no hay triunfos seguros ni predeterminados, no existe receta.

Es así porque en un contexto de auténtica competencia el único que tiene la palabra es el elector, es decir, el ciudadano. Y porque en una democracia de las de a de veras no hay candidatos "correctos" y ni siquiera “favoritos” o “mejor posicionados” sino buenas estrategias y malas estrategias, buenas campañas y malas campañas. Y algo todavía más importante: buenas y malas propuestas, es decir, ideas, programas, proyecto.
Ahí tenemos el ejemplo de Ronald Reagan, al que nadie o casi nadie hubiera apostado ni un dólar luego de sus derrotas en las primarias de 1968 y 1976 por la presidencia de los Estados Unidos, pero que finalmente logró imponerse en la Convención Republicana de 1980 y convertirse así en uno de los fenómenos políticos más interesantes de fines del siglo pasado. No era el favorito, pero gracias a la pésima campaña de su contrincante, el entonces presidente Jimmy Carter, y a su inhabilidad para solucionar la crisis de los rehenes de Irán, Reagan obtuvo la victoria.
Hay otro caso, el de Salvador Allende, candidato presidencial por cuatro ocasiones en Chile, con todas las encuestas en contra pero con una estrategia clara: llevar a la izquierda a la Presidencia. En 1970 era ya su cuarto intento, lo había hecho en 1952, en 1958 y en 1964 pero nadie de los partidos que lo postularon pensaron que no debía volver a ser candidato por el hecho de haberlo sido antes, porque en realidad Allende era quien mejor garantizaba la vigencia de la izquierda. Y entendieron que se trataba de hacer ganar un proyecto político, no de ganar el poder como fuera y con quien fuera.
Hay que recordar que no fue fácil para Allende conseguir el triunfo. Su campaña del año 70 inició a contracorriente pero a pesar de que las primeras encuestas daban por ganador, con mayoría absoluta, a Jorge Alessandri, candidato de derecha, éste poco a poco se fue deteriorando hasta que Allende se alzó con un triunfo apretado, de poco más de 2 puntos.
El otro ejemplo es el de John F. Kennedy en 1960. Para empezar él ni siquiera era el favorito del partido Demócrata, y tampoco inició la campaña como “el mejor posicionado” en el electorado. Sus posibilidades de triunfo se las dio su estrategia de campaña, así que construyó su popularidad paso a paso, hasta aquella famosa participación en los debates con el “favorito” Ricardo Nixon, quien además era Vicepresidente, de tal suerte que después de esos debates, la campaña de Kennedy ganó impulso, logrando sobrepasar hasta entonces por unos puntos a Nixon en algunas de las encuestas, pero no al grado de ser el favorito el día de las elecciones. El 8 de noviembre de ese año Kennedy venció a Nixon en una de las elecciones presidenciales más reñidas del siglo XX en los Estados Unidos: en el voto popular nacional Kennedy derrotó a Nixon por 49.7% contra 49.5%.
Y está finalmente el caso de Barak Obama y Hillary Clinton. ¿No es cierto que en su momento nadie hubiera puesto en duda el triunfo de la ex primera dama como la candidata "correcta" del Partido Demócrata? Y sin embargo, ya vimos cómo perdió esa candidatura y cómo, luego, Obama logró imponerse sobre su rival republicano, convirtiéndose en el primer presidente de color de los Estados Unidos, a contracorriente de lo que marcan los cánones de la política tradicional norteamericana: sin el apoyo de los grandes donantes, ni de las grandes empresas ni de los varones del stablishment; con una campaña sostenida en brigadas de voluntarios, sobre todo jóvenes, y en el trabajo de redes a través del internet, lo que constituyó una auténtica revelación en cuanto a estilos de hacer política, y de obtención de recursos.
Esto viene al caso porque el 2012 está ya a la vuelta de la esquina y ya hay quien habla aquí de los candidatos "idóneos" o "correctos" para cada partido, y de quienes no lo son tanto, los que ni siquiera vale la pena considerar porque la tienen "perdida", sea porque están "desgastados" o porque no dan "la imagen". Y claro, en una democracia en pañales como la nuestra, es muy fácil confundir la lucha de las ideas con mercadotecnia electoral; pero quienes eso dicen se olvidan de lo fundamental, de lo que hablábamos al inicio y seguiremos insistiendo: que la última palabra la tienen los votantes.
¿Qué es lo que trato de decir con todo esto? Que ya hemos tenido mucha mercadotecnia y pocos resultados. Que las elecciones del 2000, con todo y que fueron un avance, se ganaron en muchos sentidos con pura mercadotecnia, no con ideas. Y de las elecciones del 2006 ni se diga, el éxito de la campaña negra lo único que aseguró fue que no llegara un candidato pero ya estamos viendo que no nos garantizó que llegara el mejor y menos que tuviéramos un mejor gobierno. Estoy hablando de privilegiar la reflexión, el voto pensado, y de evitar el juego que les gusta jugar a nuestros políticos. Algo tan peligroso que ahora resulta que se necesita ser guapo o por lo menos físicamente "vendible" para ser candidato. ¿Qué hubiera sido de Juárez y de Madero, me pregunto, con esa suerte de criterio?
Vaya, ahí tenemos el caso de las encuestadoras que se dedican a fabricar candidatos e inducir resultados... obviamente con intereses nada democráticos. Basta recordar el caso de aquella encuestadora que toda la campaña presidencial pasada se dedicó a colocar en el umbral del triunfo al candidato del PRI Roberto Madrazo, el que en todas las demás encuestas aparecía a la cola de los demás candidatos, sólo que resulta que la mencionada supuesta encuestadora estaba ligada nada menos que al estratega de la campaña de ese candidato del PRI. Por supuesto que, guerra sucia aparte –no contra él por cierto-, el señor Madrazo quedó efectivamente en el último lugar de las votaciones; pero hay que decir que las proyecciones de esa encuestadora le resultaron muy útiles para proporcionarle algo de aire a lo largo de varios meses. Porque para algo más que para adelantar resultados sirven las encuestas: para crear percepciones y engañar al electorado. O para engañarse a uno mismo, me refiero a los propios candidatos.
Y no aprenden. Ahora resulta que los priístas andan felices porque una encuestadora publicó que el triunfo del PRI era inevitable y que casi la mitad del electorado lo veía eso como un “avance”, cuando esa misma casa aseguró que en las elecciones de este año el PRI iba a tener “carro completo”.
Pero volviendo al tema que nos ocupa, yo creo que sería absurdo negar la importancia de la imagen, sólo que en una democracia imperfecta como la nuestra, en una democracia mediática gracias a la cual se denigra y se frivoliza a tal grado el oficio político que es preferible una buena cara o un buen mensaje que un buen programa, pasa lo que nos pasó con Vicente Fox, o más bien con el producto-Fox. Un candidato inventado por la mercadotecnia, que le apostó a la mercadotecnia y que invirtió todo en ella; que gracias a la mercadotecnia se convirtió en la gran esperanza de muchos mexicanos que creyeron que él era la encarnación del cambio en el 2000, y que acabó siendo la gran decepción de esos mismos mexicanos en el 2006 por la gran inconsistencia que lo sustentaba.
Por eso es interesante abundar desde ahora en este fenómeno de la mercadotecnia vs. la competencia real, y apostarle más a la democracia, esperando que sea esta, es decir, la decisión de la mayoría ciudadana -y no los mercadólogos ni los encuestadores-, la que decida quiénes van a ser los líderes idóneos y correctos de nuestro futuro nacional.
Es que, más allá de prejuicios interesados o de conclusiones adelantadas, sólo el voto puede marcar pautas... Bueno, al menos así es en una auténtica democracia, y ¡ay de nosotros si se repite el fenómeno de las dos ultimas elecciones!

Publicado en Unomasuno el 21 de diciembre de 2010.

LOS SALDOS DEL PRI Y DEL PAN Y LA GUERRA POR EL 2012


Durante la presentación del libro “Revolución e instituciones”, una oda a los gobiernos priístas, Beatriz Paredes declaró sin falsa modestia que “el PRI del siglo XX hizo el México moderno”. Ya algunos meses atrás otro distinguido priísta, el diputado Francisco Rojas, había publicado el folleto “¿10 Años de Logros?” con el objeto claro de contrastar el “mal trabajo” de los panistas con lo mucho que hicieron los de su partido al frente del gobierno. Y mientras la dirigencia priísta sigue en su labor de convencimiento de que el PRI es mejor que el PAN; igual lo hacen los panistas, pero a la inversa, tratando de convencernos de que no debemos regresarle el poder al PRI.

La campaña anti-priísta la empezó hace unos meses nada menos que Felipe Calderón al confesar, en una entrevista, que el supuesto triunfo del PRI en el 2012 era eso, un supuesto que “todavía está por verse...” Luego, en los festejos del PAN por los 10 años de su arribo a la Presidencia, Calderón volvió al tema y fijó lo que seguramente será el eje del posicionamiento de su partido en 2012: que volver al pasado, es decir, al PRI, sería un retroceso, más aún que sería una “tragedia” porque significa pobreza y corrupción, además de negación o simulación de la libertad y del derecho. Y hasta culpó a los gobiernos priístas, por irresponsabilidad, tolerancia o, en algunos casos, franca complicidad, de que el crimen se convirtiera en una amenaza seria para la paz y la tranquilidad de las familias. “El crimen encontró un campo fértil en lo que era el corazón del viejo sistema”, subrayó.
Para los apresurados, y por supuesto para quienes ya ven al PRI en Palacio Nacional, el balance de este enfrentamiento ha acabado por favorecer a los priístas. Dicen que de la historia ya ni quien se acuerde y hasta festinan una encuesta, publicada hace unos días, según la cual el 45% de los mexicanos no verían como un retroceso sino más bien como un avance el regreso del PRI... Nada más que esa encuesta fue hecha por la misma casa encuestadora que vaticinó “carro completo” para el PRI en las elecciones de este año. O sea que la moneda está en el aire y lo único que tenemos es propaganda de uno y otro lado.
Ahora bien, independientemente de que, efectivamente, los mexicanos estamos tan decepcionados del desempeño de los panistas que podríamos ver como una salvación el regreso del PRI, lo más grave de todo es el clima que se ha venido generando, de unos meses para acá. Clima que más que competencia electoral lo que vaticina es una auténtica guerra en el 2012. Pues el discurso presidencial no se ha reducido a condenar al PRI sino que abarca también a un sector de la izquierda, el que encabeza AMLO, de quien Calderón ha dicho que sigue siendo un peligro para el país. ¿O es que intencionalmente se está atizando la confrontación para pescar en río revuelto lo que no se podría asegurar en aguas tranquilas?
Es una hipótesis. Aunque si es así, creo que es un grave error. Porque la cuidadosa operación que se dio dentro del PAN para ocultar el “dedazo” en la designación de su dirigencia no pudo ocultar, empero, la sorda lucha que se vive en ese instituto y algo más peligroso aún, la falta de liderazgos prometedores que ofrecer con fierro panista, al grado de que ya se están abriendo las puertas para que pueda ser “un ciudadano” su abanderado en el 2012 o incluso alguien prestado de otro partido que permita reeditar la hazaña de Gabino Cue en Oaxaca.
En todo caso, si a Calderón le parece “un buen augurio” tener a un Madero en el PAN “defendiendo” a la democracia en el 2012, habría que recordarle que Francisco I. Madero no fue precisamente el demócrata inmaculado que presentan sus panegiristas, así que bien haría en revisar la historia, las acusaciones de los propios revolucionarios primero, y de los líderes del Partido Católico denunciando el ingerencismo de aquél Madero para torcer el resultado de todas las elecciones llevadas a cabo bajo su gobierno porque, o bien lo que hay es desconocimiento de la historia o peor, empeños premeditados por seguir mintiendo con ella. Y por tanto, muy malos augurios de lo que viene.
A fin de cuentas, nada dice el llevar un apellido ni la herencia de un linaje es la garantía de nada. Basta recordar el papel que jugaron en su momento los herederos de Hidalgo y de Morelos, en contra, precisamente, de la independencia de México, así que lo importante ahora es concentrarnos, todos, en asegurar un entorno de confianza y estabilidad para dirimir la sucesión presidencial que se avecina.
Y no sé si son “sueños guajiros” los de los priístas que dicen que tienen la Presidencia en la bolsa, como tampoco me espanta el retorno de ese partido al poder. Lo que me preocupa es la manera como puede llegar a regresar. Para empezar, sin una seria autocrítica de su historia. Del 2000 para acá todo se ha reducido a “reivindicar” sus grandes logros, que se presentan lo mismo en discursos que en libros y folletos como los mencionados arriba. Pero nunca he escuchado a ningún priísta –salvo Colosio, de quien ya nadie se acuerda- hablando de los fraudes y desviaciones y mucho menos de sus responsabilidades en el retraso democrático del país. El cual, por cierto, todavía cargamos a cuestas.
Y luego está lo que tenemos ahora en el plano de la contienda electoral: un IFE prácticamente secuestrado por los partidos, al grado de que ni siquiera existe acuerdo para suplir a sus consejeros. Un TRIFE que despierta serias dudas por su parcialidad. Y una legislación que señala pero no sanciona lo que en cualquier país del mundo sería un claro motivo de duda acerca de la equidad, imparcialidad y transparencia con que deben hacerse unas elecciones.
¿Y qué decir de los estilos del “nuevo PRI”? ¿De verdad alguien cree en el cuento de que hay una “nueva generación de priístas” con nuevas prácticas y una nueva forma de ejercer el poder? ¿Qué, por el hecho de no tener la Presidencia de la República, los priístas ya se volvieron demócratas? Nada más hay que ver lo que pasa en ese partido dominado ahora por sus gobernadores. Desde los arreglos con que se resolvieron su tres últimas dirigencias, hasta la manera como han escogido a sus candidatos. Salvo el aparato mercadotécnico que los maquilla, los métodos son los mismos que empleaban Adolfo Ruiz Cortines y Gustavo Díaz Ordaz. Díganlo si no Mario López Valdez en Sinaloa y José Rosas Aizpuro en Durango, que nada más les costó perder la gubernatura en el primer caso y casi perderla en el segundo.
Es cierto que no todo el pasado del PRI fue negativo. Que algo que se le debe fue el intento por construir el Estado de Bienestar y que la cima de los gobiernos revolucionarios fue el de Adolfo López Mateos porque en ese sexenio se registraron los mejores índices económicos y sociales de la era llamada post-revolucionaria. Y sin embargo, también es un hecho que esos logros materiales tuvieron lugar a costa de la ausencia de libertades políticas plenas, lo que quedó en evidencia en 1968. Pero después de ahí, simplemente perdieron los hilos, y algo que se olvida en esta competencia de culpas entre priístas y panistas es que de los 80 para acá no ha habido ningún cambio de fondo, hay muy poca diferencia entre la manera como han gobernado unos y otros. Esto es, que el modelo que está haciendo agua lo implantaron los gobiernos del PRI y que, de acuerdo con analistas serios, la crisis no inició en el año 2000. Basta un ejemplo: de 1982 a 2009 las percepciones de los asalariados mexicanos han perdido, en un cálculo aproximado, más del 70% del poder adquisitivo que detentaban a inicios de la década de los 80. Esto significa que para poder restituir el poder de compra de antaño, que además nunca fue ni remotamente satisfactorio, apenas sería posible hacerlo, en la misma proporción al de aquella época, con incrementos salariales que tendrían que colocarse en el orden de un 200%. Algo que, desde luego, ni de lejos contemplan los planes económicos implantados por el panismo.
Y el debate apenas empieza.


Publicado en Unomasuno el 14 de diciembre de 2010.

IZQUIERDISMO ACOMPLEJADO


Existe una izquierda a la que no le gusta llamarse izquierda, que siempre ha usado toda clase de subterfugios para eludir la definición, como si se tratara de algo malo o encerrara algún tipo de jettatura.

Esto es resultado de la proclividad de muchos de sus integrantes a congraciarse con el poder, con el poder real y también con el poder formal, y a que, por años, la única izquierda políticamente correcta era “la Revolución Mexicana” o mejor aún el cardenismo, al grado de que hasta los comunistas no dudaron en sumarse al PRM en los años 30, desde luego no de manera espontánea sino siguiendo instrucciones de los jefes de la Comintern, a quienes previamente Vicente Lombardo había convencido de que no era conveniente hacer ostentación de comunismo de manera abierta, pero sobre todo que era un grave error el querer organizar el “Frente Popular” desde el PCM, cuando, sostenía, la táctica correcta era hacerlo a partir del partido del gobierno, el PRM, y sus organizaciones de obreros y campesinos.
Años después, ya logrado su reconocimiento legal, con tal de salvar la maldición, esos mismos líderes llegaron al extremo hasta de cambiarle el nombre al PCM, primero por el de PSUM y luego por el de PMS, mucho antes de la desaparición de la URSS y de la desaparición del PCUS.
No es que haya sido mala la asociación entre el cardenismo y el Partido Comunista. El problema es que esto redundó en una agenda tan limitada para este último como que no pasaba de exigir la aplicación de la Constitución y el cumplimiento de “los principios de la Revolución Mexicana”.
Seguramente lo hicieron por muchas razones. Por su escasa capacidad de convocatoria, por los intereses creados dentro de la propia izquierda. Pero sobre todo, por sus propios prejuicios para sostener abiertamente su ideología y por un mero afán de poder, como denunciarían numerosos comunistas y socialistas, entre otros Othón Salazar, el líder de la disidencia magisterial de los 50, ya muerto. Y Rosalbina Garabito, luchadora de los años del clandestinaje, ahora apartada de la política militante.
No deja de ser sintomático -como lo evidenció muy claramente Barry Carr en su trabajo sobre la izquierda mexicana-, el que a pesar de haber casi conseguido el triunfo, o haberlo conseguido como casi todo parece indicar, en 1988 de acuerdo con los votos obtenidos por el Frente Democrático Nacional (FDN), “la gran perdedora de las elecciones de 1988 fuera la izquierda independiente”, ya que la enorme votación por Cuauhtémoc Cárdenas no llevó a los comunistas a mejorar sus resultados. “El porcentaje del total de los votos emitidos que correspondió al PMS (3.57 %) en realidad es ligeramente inferior al que obtuvo en las elecciones presidenciales de 1982 (3.84 %)... En cambio la izquierda ‘leal’ o ‘satélite’ se vio masivamente recompensada en esa elección. El PPS vio crecer sus votos del 1.53 % en 1982 al 10.53 %, mientras el PFCRN (antes PST) subió de manera igualmente espectacular del 1.43 % al 10.51 %”.
El mayor costo, sin embargo, no sólo fue ese sino que con el correr del tiempo quedarían prácticamente fuera del proyecto de creación del nuevo partido que surgiría del FDN casi todos los viejos comunistas y los militantes de ideas marxista-leninistas, bien porque renunciaron, o bien sencillamente porque fueron marginados. Y esto lo advirtió desde noviembre de 1989, precisamente con motivo de la formación del PRD, el entonces coordinador de la fracción parlamentaria de ese partido, Ignacio Castillo Mena, quien ya anteriormente había hecho declaraciones contra la permanencia de “grupos de extrema izquierda” en el PRD, y en esa fecha anunció de plano que la consigna era una “democracia progresista” en la que no tenían ya cabida ni marxistas-leninistas ni trotskistas, y que por tanto, podían irse.
“El grupo que se origina en la Corriente Democrática que encabeza el ingeniero Cárdenas –declaró- es un grupo demócrata-progresista-revolucionario, antiimperialista, nacionalista, pero de ninguna manera es un grupo radical de extrema izquierda; entonces es natural que si formamos parte de un partido en el que se profesa una ideología revolucionaria, pues quienes tienen ideas marxistas-leninistas no encajen dentro de un grupo que por su pluralidad admitió a todos a quienes quisieran formar parte de él... La izquierda somos nosotros, somos los revolucionarios. La izquierda, como se ha dicho en alguna ocasión por algún político mexicano, dentro de la Constitución Política. La extrema izquierda es la que profesa las ideas marxistas-leninistas, las trotskistas, los maoistas, en fin, las diversas corrientes del comunismo. Nosotros no formamos parte de la extrema izquierda ni hemos pensado nunca en formar un partido de extrema izquierda…”.
Seguramente era el miedo a la satanización si se les pintaba de “extremistas” lo que motivó estas declaraciones pero no lo pudieron evitar de todos modos. Y lo mismo pasó en las elecciones del 2006 en que se insistió que el proyecto de la “Alianza por el Bien de Todos” no era de izquierda sino de centro, sin que ese hecho haya podido revertir la intensa campaña de descalificaciones cuyo eje lo constituyó, precisamente, el empeño por asociarla con Hugo Chávez y la izquierda más radical. Es decir, que en ninguno de los dos casos funcionó, ni siquiera como estrategia.
En fin, que a estas alturas está más que claro que es un error eso de matizar el proyecto de la izquierda, como lo es también ese discurso de que dentro de ella caben “todos” porque no sólo es el mismo discurso de viejo PRI, de Plutarco Elías Calles para delante, sino el que empleó Carlos Salinas y todos aquellos que exaltan el centrismo como vía para hacer transformaciones. Cuando está también muy claro que desde el centro no se hace ningún cambio radical.
La verdad es que en un país como el nuestro no es dable sumar a todos, no le puede interesar ni le conviene eso a ningún proyecto que se jacte de progresista. Porque la primera condición para ser progresista es que sea claramente eso, progresista, de izquierda, que no nos salgan con los subterfugios de que es “moderado” o peor de centro-izquierda, de una izquierda “moderna” dicen ahora, pues el problema es el referente con el que se quiere definir eso de “la izquierda moderna”. Para algunos no es otro que la cercanía o lejanía que toma la izquierda con respecto al mercado. Es decir, que ese referente es un invento de los neoliberales para darle carta patente a las izquierdas que le son “convenientes” o funcionales. Lo que no es nada bueno. Y existe otro referente, peor aún por lo vulgar y hasta soez diría yo, que pretende endilgarle a la izquierda el mote de “moderna” por cuanto hace a su relación con el poder. Esto es que si está dispuesta a negociar con él, es moderna, y si no es retardataria. Como si los principios tuvieran que ver con la cualidad de sentarse a platicar con el gobierno o no.
Todo lo cual demuestra que ha llegado el tiempo para quienes se llaman de izquierda de dejar los complejos. Y de plantear la unidad que les conviene si realmente quieren existir. Una idea de unidad que tiene que ver más con el concepto que tenía, no Vicente Lombardo sino José Revueltas.
Hay que releer su “Ensayo sobre un Proletariado Sin Cabeza”. Revueltas pensaba a la inversa de Lombardo, que el error de la Comintern y del PCM había sido hacer suya la política de “unidad a toda costa” del sexenio cardenista porque eso la había acabado por diluir, así que había que empezar por despriizar a la izquierda. Y que a partir de eso, aunque fuera más largo el camino del poder, y más arduo, debía recorrerlo la izquierda sola, organizándose, captando adeptos sin perder ni identidad ni comprometiendo principios.
Muchos años después politólogos europeos cuestionarían lo mismo al ”socialismo” que resultó de la caída del Muro del Berlín. Lo calificaron de “izquierda rosa” y llamaron a su propuesta “la Vía Láctea” para subrayar su consistencia nebulosa. Tanto, que en ese concepto de izquierda “moderna” cabían lo mismo José María Aznar que Tony Blair, Bill Clinton y Carlos Salinas, sólo por citar unos ejemplos. ¡El colmo!
Están a discusión las opciones para renovar al PRD. El centro de la discusión hasta ahora lo constituye su futura dirigencia pero ojalá de todo esto surja al fin una izquierda que no tenga miedo de decir su nombre. Ya es tiempo.

Publicado en Unomasuno el 7 de diciembre de 2010.

LOS “NI-NIS”, LOS 10 AÑOS DEL PAN, LA REVOLUCION Y SU FRACASO



Hablábamos la semana anterior de los fracasos de los gobiernos llamados revolucionarios, pero de ellos el más serio es, sin duda, el que se ha tenido en educación, imputable no solamente a su sindicato sino a las leyes y a todo el sistema montado después de la Revolución y sostenido y hasta promovido por los gobiernos panistas, claro, en beneficio propio.

Es tan tremendo el fracaso en este aspecto que, de acuerdo con cifras oficiales de este año, de los 77.2 millones de mexicanos de 15 años o más, 7.6 por ciento (5.8 millones) son analfabetas; 12.9 por ciento (9.9 millones) no tienen terminada la educación primaria y 22.7 (17.5 millones) no han concluido la secundaria. Por si esto fuera poco, de acuerdo con datos hechos públicos hace apenas unos días en la 22 Reunión Nacional Plenaria Ordinaria del Consejo Nacional de Autoridades Educativas, sólo 9 de cada 100 que ingresan a primaria concluyen su licenciatura y es en el nivel bachillerato donde se registra la mayor deserción (60%) y donde los índices de rezago educativo del país reciben mayor impacto. Además de que en los 10 años recientes la eficiencia terminal sólo pasó de 56% a 59%.
Lo grave es que algunos de los factores influyentes de la deserción escolar son, además del fracaso familiar, el personal, es decir la falta de oportunidades, de empleo fundamentalmente, y de un entorno favorable para el progreso individual y colectivo. Y si bien la Secretaría de Educación ha festinado un cierto crecimiento de la matrícula en educación superior en los últimos años, esto obedece en realidad a la proliferación de universidades privadas, muchas de muy baja calidad; lo cual no hace sino subrayar el tamaño del fracaso, pues no podemos ignorar que una de las razones del crecimiento de la educación privada ha sido el paulatino abandono de la universidad pública. Y la creación en su lugar de cotos religiosos como el de los tristemente célebres Legionarios de Cristo.
El resultado no sólo es que estamos produciendo jóvenes con mediocre nivel educativo y con escasas posibilidades de acceder a un empleo sino que hoy somos una sociedad llena de prejuicios, más intolerante, menos incluyente y menos progresista. Con más discriminación y desprecio por indígenas e inmigrantes, por los pobres, por las personas con sobrepeso, por los homosexuales y muchos más etcéteras. Muy lejos del ideal de los primeros revolucionarios, y más del que abrigaron nuestros padres fundadores, los Constituyentes del 57 y los del 17.
Lo sorprendente es que esa intolerancia ha ido en aumento también en los últimos años, como lo demuestra el sondeo realizado hace aproximadamente un año denominado "Encuesta Nacional de Exclusión, Tolerancia y Violencia en Escuelas Públicas de Nivel Medio Superior". Algunos de los resultados de la encuesta arrojan que el 54% de los estudiantes de las preparatorias públicas manifestaron que no les gustaría compartir clases con compañeros enfermos de sida; 53% desaprobaron convivir con alumnos homosexuales, 51% dijo no querer vivir con discapacitados, 47% afirmó que no le gustaría tener como compañero de escuela a un indígena, 38% dijo no querer hacerlo con alguien con ideas políticas diferentes y un 31% reconocieron no querer hacerlo con un pobre ni con alguien de otro color de piel.
Y no son los únicos indicadores. Están, por ejemplo, las varias encuestas que evidencian el desencanto de los mexicanos por la democracia, su desconfianza por los políticos y en particular por las instituciones de justicia. La realizada por Gobernación por ejemplo, la “Encuesta Nacional sobre Cultura Política y Prácticas Ciudadanas”, es sencillamente dramática pues arroja que el 66% de los ciudadanos no considera que las elecciones en México sean limpias, ¡100 años después del inicio de la revolución que hizo Madero al grito de “sufragio efectivo”!
¿Se quiere mayor fracaso? ¡Y todavía se describe como un “peligro” a quienes plantean el cambio del régimen y algo mucho peor, se reprocha el desencanto de los jóvenes y se les llama despectivamente “Ni-nis”!
Se les llama así porque ni estudian ni trabajan, pero lo que casi nadie dice es que no lo hacen, en gran parte, por la falta de oportunidades de acceder a una escuela pública o bien por la falta de recursos para estudiar en una privada. Tal es la prueba más palpable del fracaso del sistema educativo construido de la Revolución para acá, construido por los gobiernos que usufructuaron su nombre desde luego, pero sostenido por los que les sucedieron, los panistas, que además de que no han hecho nada por cambiarlo en estos últimos 10 años, han agravado la situación con sus titubeos y traspiés.
La educación es una vía de ascenso individual y social. Las personas educadas y capacitadas tienen más posibilidades de sobrevivir que las que viven en la ignorancia, pues pueden encontrar o crear una fuente de ingresos. Uno de los efectos de una mala política educativa no solamente es que reduce las posibilidades de desarrollo de un individuo sino que al reducir o limitar el acceso de todos a la escuela reproduce y aún acrecienta la desigualdad y la pobreza.
No por nada el tema educativo fue el que más interés y polémica desató en el Constituyente de 17. No fue el tema agrario, ni siquiera el obrero, fue el debate por el artículo 3º -esto es, por el tipo de país que queríamos- el que motivó la mayor preocupación de los revolucionarios. Y tanto, que hasta Venustiano Carranza, quien no quería cambios profundos, se apersonó en el salón de sesiones para presionar a los diputados pensando que así lograría imponerse.
Carranza y su grupo, los llamados “moderados”, defendían las libertades a secas, en especial la de enseñanza, dando por sentado que con eso sólo la sociedad iba a cambiar. Francisco J. Múgica, que llevaba la voz cantante en el grupo de los “radicales”, se pronunció categóricamente por la enseñanza controlada por el Estado con el claro objetivo de formar al “nuevo hombre revolucionario”. Su argumento de fondo era que sin hombres libres no puede haber libertad: había que formar liberales pues y había que construir el liberalismo, aunque para conseguirlo se emplearan medios que no fueran ortodoxamente liberales.
Esto fue lo relevante en el Constituyente queretano, el debate que se suscitó entre unos y otros sobre cómo concretar la libertad. Los “moderados” planteaban el liberalismo como fin y como medio, llegar a él de manera inmediata, sin que mediara un proceso, de golpe. Los “radicales” luchaban por el liberalismo también, pero planteaban que para llegar a él había que construir primero las condiciones para tenerlo. Partían de la realidad mexicana: una sociedad controlada por el clero y los terratenientes, con una muy larga tradición conservadora, necesitaba arreglar muchas cosas para entrar de lleno al liberalismo, porque de otro modo las libertades beneficiarían, no a la mayoría ni a los más pobres, sino a una élite, a los privilegiados, a los ricos. Menos ilustrados que los “moderados” pero con una profunda preocupación social, a este grupo es al que se ha identificado malamente como “socialista”, y hasta pro-comunista.
Malamente digo porque si bien en el camino se extravió su objetivo lo que querían los liberales radicales de la Revolución era utilizar al Estado para construir el liberalismo, no para construir el estatismo, que fue lo que sí hicieron muchos de los gobernantes post-revolucionarios. Y lo peor es que ni siquiera para implantar ningún socialismo sino para controlar mejor a la sociedad.
Y todavía, por si hubiera alguna duda desde dónde nos viene todo esto, tenemos los resultados que arrojan los más recientes sondeos. Uno llevado a cabo por el canal de TV “History Chanel” para identificar al “más grande mexicano” de nuestra historia; y otro del Grupo Reforma para identificar a los revolucionarios más admirados. Bueno, pues en el primer caso uno de los finalistas fue Porfirio Díaz, el dictador que provocó la Revolución, y en el segundo, 41% se inclinaron por Victoriano Huerta, el traidor que asesinó a Madero. Toda una lección.

Publicado en Unomasuno el 30 de noviembre de 2010.

UN DISCURSO DE MUGICA EN EL BICENTENARIO DE LA REVOLUCION

Sin análisis ni ninguna crítica de por medio y, desde luego, sin el necesario balance que se imponía, llegamos al centenario del inicio de la Revolución con la misma idea que de ella se ha tenido en los últimos 70 años: un excelente recurso retórico de nuestros políticos, algo tan lejano y hueco que ni siquiera podemos ver claramente para qué se hizo y para que sirvió.

La Revolución Mexicana, recuerdo que ya ni siquiera es molesto pues ha quedado reducido a la categoría de novela rosa, argumento de best-seller en el cual lo relevante es meterse a la cama de los próceres a cambio de ignorar o minimizar lo realmente trascendente de su vida y su obra. Que la historia estorba cuando se trata de anular conciencia. Y preferible reducir el papel de Alvaro Obregón a la anécdota de su intento de suicidio en la Batalla de Celaya que abundar en su influencia fundamental en el desarrollo del proyecto de nación progresista del país, en los debates mismos del Constituyente de 16-17 y en la confección de nuestra Constitución, la original. Mil veces mejor rescatar la imagen romántica del Madero “inmaculado” que inventaron sus amigos y familiares que reconocer que fue el primero que traicionó a la Revolución. Y mil veces preferible entretenernos con los devaneos amorosos de don Venustiano Carranza que recordarnos que fue el primero que reformó la misma Constitución que había jurado cumplir.
Ese es el saldo de las conmemoraciones de este año, el conocimiento de nuestra historia reducido a dos sopas: la de los cronistas de folletín, presumiendo de “desbaratadores de mitos”, pero más empeñados en hurgar en los arrebatos carnales de nuestros héroes que en explicarnos sus porqués y para qués. Y la de los historiadores políticamente correctos que se empeñan en negar las responsabilidades de la Revolución, como si éste hubiera sido un accidente y no la bandera política de una facción en cuyo nombre ha gobernado y se ha presentado como su virtual encarnación.
No es causal que otra facción, la del panismo, tome como su paradigma a Francisco I. Madero. Desde Vicente Fox, Madero es “el héroe”, y cada vez que alguien de los de ahora se las quiere dar de muy “revolucionario”. No importa que haya transado con los porfiristas, o que jamás hubiera querido hacer realmente una revolución. Aunque haya traicionado a los revolucionarios que lo siguieron y aunque haya renegado hasta de su propia bandera, el sufragio efectivo, saboteando su propia elección imponiendo a su Vicepresidente y todas las elecciones efectuadas bajo su gobierno. O quizá precisamente por eso, más cómodo es aparecer como maderista que rescatar a figuras como Ricardo Flores Magón, cuya tumba en la Rotonda de los Hombres Ilustres está tan abandonada que carece hasta de la placa distintiva.
Sí, Flores Magón, el precursor, el iniciador, el autor del Programa del Partido Liberal de 1906 que contenía, ya desde entonces, las razones de la Revolución, las bases del nuevo orden, que luego retomaría la corriente de los “radicales” en el Constituyente de Querétaro y gracias al cual nuestra Revolución fue eso, una revolución y no como querían Madero y Carranza, un mero cambio de hombres en el poder.
Pero si no es Madero el referente, tampoco lo es Plutarco Elías Calles como quisieran los priístas y ni tampoco Lázaro Cárdenas como quieren algunos izquierdistas.
No lo es Calles porque su obra, el llamado “partido revolucionario”, el PRI, es la mayor traición que se ha cometido a la Revolución: la negación de la democracia institucionalizada, el porfirismo revivido, el responsable de que durante más de 80 años fuera mera ilusión la bandera del “sufragio efectivo”, esto dicho por varios prominentes priístas autocriticos. Entre otros por el propio Cárdenas, quien hizo tímidos intentos por cambiar las cosas pero siempre acababa por arrepentirse; y años más tarde por Luis Donaldo Colosio, quien sí hizo un intento muy serio para hacer un PRI democrático y murió intentándolo.
Y digo que tampoco puede considerarse a Cárdenas como “el referente” de la Revolución porque, a pesar de que de los gobernantes revolucionarios fue el que llegó más lejos en la aplicación de la Constitución, acabó cediendo a lo que casi todos nuestros gobernantes han cedido: al poder. Y renegó de sí mismo y de su obra al cerrarle el paso al verdadero autor de las más importantes decisiones del cardenismo, a Francisco J. Múgica. Además de que nunca se decidió a colocarse de manera clara, categórica, al frente de la oposición al PRI, lo que en cambio sí hizo Múgica, quien murió tratando de transformar el sistema.
Si queremos otro auténtico referente revolucionario es este, Múgica, también olvidado. Magonista por supuesto, precursor revolucionario, autor del primer reparto agrario del norte del país, cabeza del ala llamada “radical” del Constituyente revolucionario, impulsor de los artículos 3, 27, 123 y 130 considerados la esencia de nuestro constitucionalismo social; el verdadero autor de la expropiación petrolera, el asesor imprescindible de Lázaro Cárdenas, hasta que éste tomó el camino de la sumisión al régimen en 1952 y Múgica optó por mantenerse en la oposición.
Se han dado muchas explicaciones para justificar a la Revolución y también para tratar de explicar su fracaso y hasta su inexistencia. De Múgica es, creo, el mejor, o al menos el más lúcido análisis del proceso revolucionario. Lo hizo en un discurso el 7 de octubre de 1951 y hay que empezar por aclarar que él era un convencido de que se trataba de un movimiento hecho auténticamente por el pueblo, aunque abortado en sus concreciones: la Constitución, el gobierno y el partido. Lo que explicaba así:
“La Constitución procuró abarcar todas las tendencias en artículos perfectamente coordinados… Pero sucedió que la Constitución empezó a deformarse paulatinamente. A algunos estadistas, de los propios encumbrados por la Revolución, les pareció que tenía defectos, y entonces apelaron a las reformas… y de esa manera, la Constitución fue poco a poco convirtiéndose en un panfleto lleno de contradicciones y de falacias.
“Luego, el pueblo a la hora de la victoria pensó, como era natural, en darse un gobierno que encarnara su triunfo y no su derrota; un gobierno que trabajara y se preocupara por su mejoramiento y no por su atraso; que representara la bandera de la independencia del país y no que lo entregara a los extranjeros. Y pensó que ese gobierno debían constituirlo los tres poderes clásicos que representan un régimen democrático, un Poder Ejecutivo, un Poder Legislativo, un Poder Judicial; pero en vez de un gobierno de tres poderes se constituyó una dictadura…
“Finalmente, el Partido de la Revolución Mexicana se creó con la esperanza de tener un órgano que prolongara más allá de una generación el cruento sacrificio y la victoria heroica del pueblo… Pero sucedió que el Partido no supo nunca que existía la masa. La descuidó por completo… Se dedicó a prender incienso, levantando con él nubes de humo que ocultaba a sus mandatarios la verdad del país y a sus electores la verdad del proceso electoral”.
Múgica concluyó su discurso así, respondiendo a quienes se preguntaban ¿qué hacer frente a tantas desviaciones?: “Los revolucionarios hicimos una Revolución de principios, de doctrina. No hicimos una Revolución para rectificarla todos los días; ni instituimos un gobierno para tener el gusto de desposeerlo en unas cuantas horas. La doctrina de la Revolución es constructiva. Por eso pensamos que debemos tolerar un gobierno, por malo que sea, pero con esta condición: que tengamos el derecho de que el día del ejercicio del voto podamos ir con tranquilidad, con entusiasmo y con respeto de parte de las autoridades, a votar para destruir al mal gobierno. Esa es la válvula de escape de las equivocaciones de los pueblos”.
Son ya 100 años de la Revolución y casi 50 de este discurso… ¿Lo habremos entendido?

Publicado en Unomasuno el 23 de noviembre de 2010.

EL CENTENARIO Y EL PEOR DE LOS PECADOS DEL PRI



Ya hemos hablado aquí de los errores y omisiones, de las desviaciones y corrupción de los gobiernos priístas, los mismos que ahora se nos quiere presentar como “mejores” que los actuales. Y sin embargo, el pecado más grande del partido que siempre se ha dicho heredero de la Revolución, el PRI, y de los gobiernos que gobernaron en nombre de esa revolución, más quizá que el no haber cumplido cabalmente con su programa, es el retraso que su larga permanencia le costó al país.

Un costo muy alto, si lo comparamos con lo que pasaba casi simultáneamente en otras partes del mundo, y mucho más absurdo si revisamos la historia, lo que pasaba aquí mismo, y nos percatamos de que si alguien actuó precisamente como freno de los cambios y los avances, ya no se diga de las rectificaciones, fueron los gobiernos priístas autollamados “revolucionarios”.
Suena fuerte. Pero basta ver los programas de la oposición entre 1929 y, digamos, 1952, para percatarnos del tamaño del costo, y sobre todo, del montón de oportunidades perdidas, dilapidadas, en aras del predominio de un grupo.
José Vasconcelos, por ejemplo, el primer candidato opositor al PRI, planteaba ya desde 1929 el otorgamiento del voto a la mujer pero tuvieron que pasar más de 20 años para que esa parte de su programa se cumpliera. Y por cierto que también fue esa una propuesta de campaña de otros dos candidatos oposicionistas, Juan Andreu Almazán en 1940 y Ezequiel Padilla en 1946.
Fue igualmente Vasconcelos el primero que propuso el crédito ejidal, y el que habló de la necesidad de una ley para castigar las corrupción y fijar las responsabilidades de los funcionarios públicos, ley que no se hizo sino hasta casi 10 años después, a finales del gobierno cardenista. Y además pedía reformas constitucionales para poder enjuiciar al Presidente de la República en caso de hacer un mal gobierno, así como para hacer obligatoria la reducción del gasto corriente del Ejecutivo para destinar la mayor parte del presupuesto gubernamental a la educación, algo que todavía estamos esperando.
Vasconcelos fue, por cierto, el primer candidato que habló de indigenismo, un tema que sólo retomaría Lázaro Cárdenas, pero que luego de él sería prácticamente ignorado por los gobiernos que le siguieron, al grado de ese fue uno de los reclamos que hizo Luis Donaldo Colosio, cuando se produjo el estallido del EZLN en Chiapas, en su famoso discurso del 6 de marzo de 1994.
Y si vemos el programa que defendía Francisco J. Múgica, peor. Sólo para ejemplificar, basta decir que su propuesta de otorgar el voto a los jóvenes de 18 años tuvo que esperar 30 años para que la cumpliera Gustavo Díaz Ordaz, y sólo por la presión tan tremenda –porque remordimientos seguro que no- que enfrentó después de la matanza del 2 de octubre de 1968. Pero además de eso, Múgica ya hablaba de “corregir” los errores de la Revolución y de quitarle a la Constitución todos los parches que le habían ido metiendo los propios gobiernos “revolucionarios”.
Otro programa oposicionista interesante fue el almazanista, satanizado por los priístas porque partía de una crítica al cardenismo. Bueno, pues fue Almazán quien incorporó el tema de los derechos humanos al discurso político, propuso la organización de los campesinos en cooperativas para evitar la depauperación del campo y reclamó la democratización de sus organizaciones y de las de los obreros, exigiendo además en este caso la supresión de la llamada "cláusula de exclusión" por la cual los líderes podían despedir a todo aquél trabajador que no votara o simpatizara con el PRI.
También de Almazán fue la primera propuesta de incorporar la representación proporcional en la composición del Congreso, aunque su propuesta quizá más avanzada se refería al tema de la descentralización y al fortalecimiento municipal, ya que él proponía dejar a los municipios y a los estados el manejo de sus impuestos, así como otorgarles más funciones que reforzaran su autonomía 40 años ante de que en el gobierno de Miguel de la Madrid se empezara a cumplir.
Otra propuesta suya fue la el sistema de alfabetización para adultos y una demanda que todavía no se cumple: que la Secretaría de Educación sea manejada por educadores y no por políticos.
6 años después, Ezequiel Padilla demandaba una ley para acabar con los monopolios privados, y planteó dos ideas en apoyo de las clases populares que tardaron muchos años en cumplirse: los desayunos escolares y el otorgamiento de subsidios para la alimentación.
Pero uno de los programas de gobierno más avanzados, y por lo mismo en muchos aspectos todavía incumplido, fue el de Miguel Henríquez Guzmán en 1952. Fueron propuestas suyas, entre otras, la creación del ISSSTE, del IFE y de la Comisión de Derechos Humanos, así como el otorgamiento a los estados por parte de la Federación de un porcentaje de participación de los ingresos federales. Propuso él también la nacionalización de la industria eléctrica, que haría Adolfo López Mateos 8 años después; la concesión de derechos políticos plenos al D.F., que todavía estamos peleando y la implantación de los mecanismos de la democracia directa, es decir la iniciativa popular, el referéndum y la revocación del mandato, que también estamos todavía peleando. Además de eso, planteaba la obligatoriedad de someter a consulta popular todos los tratados internacionales y todas las reformas constitucionales y algo fundamental, la elección por voto directo de ministros, jueces y Procuradores de Justicia.
Es decir, que a la burla de los fraudes que se cometieron entre 1929 y 1952 le siguió el aplazamiento o el olvido de muchas cosas importantes que los opositores proponían, algo que ni la tan cacareada "reforma política" del 78 corrigió.
Si acaso, le pagó al Partido Comunista el lanzamiento testimonial de la candidatura de Valentín Campa que le permitió a José López Portillo legitimarse y ahorrarse la vergüenza de presentarse en la contienda como candidato único. Pero como esa reforma no estaba concebida para abrirle las puertas a la democracia sino para darle una mejor fachada a la simulación y nuevos aires al sistema, la verdadera oposición al PRI quedó excluida. Prueba de ello es que al Partido Democrático que había sostenido la candidatura de Padilla, y al partido de los henriquistas, que a pesar de la represión todavía se mantenían en pie, simplemente se les negó el registro.
Y por cierto que propuestas del PAN casi desde su fundación fueron, entre otras, la entrada de capital privado a PEMEX y al campo, el reconocimiento de los derechos políticos del clero y permitir su injerencia en la educación, así como limitar los derechos laborales en aras de “la productividad”, propuestas, todas estas, que impulsaron y acabaron aplicando los tres últimos gobiernos del PRI.
Lo más interesante es que cuando finalmente el PRI perdió la presidencia, aquella noche del 6 de julio de 2000, nadie hubiera dado un peso por su sobrevivencia; y hay que ver lo que ahora tenemos: no sólo su refortalecimiento sin haberse siquiera reformado sino su eventual regreso a la presidencia con el mismo cartel que tenía entonces y con un candidato cuyo mayor mérito no es su programa sino su habilidad para manejar la mercadotecnia.
¿Y para qué un programa si ha bastado con esperar el pobre desempeño de los sucesores del PRI, de los panistas, para que algunas gentes piensen que más vale regresar al pasado.
Si por lo menos fuera un regreso a los principios originales de la Revolución, a sus ideales y objetivos; pero ni quien se acuerde de ellos. Y mucho menos en el PRI.

Publicado en Unomasuno el 16 de noviembre de 2010.