domingo, 2 de enero de 2011

DIFERENCIAS TACTICAS Y EL VERDADERO DILEMA DE LA IZQUIERDA



Entrevistado durante su gira por Madrid sobre su candidatura presidencial y sus diferencias con Andrés Manuel López Obrador con respecto a las alianzas, respondió Marcelo Ebrard, jefe de Gobierno del DF: “La diferencia entre nosotros es táctica. Él cree que tiene que ir la izquierda sola y yo creo que la batalla del Estado de México es crucial... La experiencia de Sinaloa, Puebla y Oaxaca nos dice que juntos (con el PAN) podemos ganarle al PRI”.

La declaración es digna de reflexión, toda vez que ahora mismo la izquierda se encuentra dividida entre quienes quieren que siga su alianza con el PAN y quienes no, y también entre quienes apoyan a uno o a otro –a AMLO o a Ebrard- en la carrera hacia el 2012. Y el punto es hasta dónde las “diferencias tácticas” no han sido, al menos hasta ahora, un factor tan importante que a pesar de las muchas coincidencias que se den en las filas de la izquierda, siempre acaban por desunir más que unir. Por debilitar más que fortalecer. Y me explico.
Bajo ese argumento, por ejemplo, Vicente Lombardo Toledano desplazó al Partido Comunista Mexicano en la estrategia de la URSS y se convirtió él, junto con la CTM y el PRM cardenista, en el partido comunista de hecho con la venia de la Comintern (la Internacional Comunista). Pero no sólo eso, sino que impidió también la candidatura presidencial de un verdadero izquierdista, de Francisco J. Múgica, en 1939, e impulsó en su lugar a un “centrista”, Manuel Avila Camacho, que lo primero que declaró ya siendo candidato de la alianza PRM-PCM fue que en su gobierno no habría espacios para nadie que fuera de izquierda y además que era “creyente” y planeaba tener una “reconciliación” con la iglesia. Y quien le sucedió, Miguel Alemán -que también contó con el apoyo de la alianza del partido oficial y el PCM- peor, pues él ya fue un franco derechista.
Existe una carta, fechada el 15 de abril de 1937, que Lombardo envió a la alta jerarquía del Kremlin explicando sus diferencias tácticas con el PCM. Se quejaba en ella que los líderes comunistas mexicanos “no han aplicado correctamente el principio del Frente Popular en mi país” y que estaban haciendo “mucho daño” a la causa de la izquierda por su negativa a aliarse con el cardenismo, a quien ellos acusaban de pretender “domesticar a los obreros y campesinos” y de implantar un modelo más fascista que socialista. La acusación que a su vez les hacía Lombardo a los comunistas que rechazaban su táctica es de antología. Para empezar les reprochaba no darse cuenta “de que no se puede sobreestimar la fuerza de las masas” y advertía: “Si continúan trabajando en la forma en que lo han hecho hasta hoy serán los responsables de la división del proletariado y, por tanto, van a impedir el desenvolvimiento natural y lógico de las fuerzas revolucionarias de México, y quizá hasta a presentar una coyuntura para que la reacción pueda dar un golpe de audacia y hacer retroceder al país”.
Es decir, que entre 1937 y 1940 se da la paradoja de que mientras del Partido Comunista “formal” asume una posición política crítica al gobierno, Lombardo y la CTM, los comunistas “de facto” defienden otra, la de la negociación y la alianza con el régimen, y los soviéticos acaban dándole la razón a éstos últimos. Eso es lo interesante de esta carta, que le valió a Lombardo el apoyo de la Comintern para que fuera él quien manejara su estrategia de posicionamiento en México y supeditara a la dirigencia formal del PCM a su liderazgo, y al de Lázaro Cárdenas.
El resultado de esto, empero, no fue sólo la desviación del proyecto revolucionario y que México se perdió a un gran presidente como lo pudo haber sido Múgica sino que además se perdió la oportunidad de contar con una izquierda unida, consistente ideológicamente e independiente, y no como pasó a partir de entonces, el triste espectáculo de una “izquierda” de paja, subordinada al partido oficial, en las palabras de los dirigentes comunistas años después, que “al ir a la cola del gobierno de Cárdenas” acabó “entregando en manos de los líderes reformistas todo el movimiento popular”.
Porque el diagnóstico autocrítico del Comité Central del PCM también es de antología. Se publicó en 1957 y es su respuesta a las tácticas lombardistas que condujeron, dijeron entonces, “a la subestimación del papel del partido del proletariado y a la sobreestimación del partido de la burguesía, el PRM, de tal suerte que la dirección del partido invitaba al proletariado y al pueblo a fortalecer al PRM dejando a un lado el fortalecimiento del Partido Comunista”.
Y el costo fue muy alto. Tanto, como que la verdadera izquierda, la independiente, naufragó los años siguientes entre la clandestinidad y el minoriteo, mientras la izquierda “sensata”, la colaboracionista, avalaba el autoritarismo priísta en una alianza cómplice que sólo se rompió casi 50 años después, en 1988.
La verdad es que la lucha por unificar a las fuerzas progresistas es muy vieja y ha tenido que sortear los mayores subterfugios.
Existe otra carta, esta de Emiliano Zapata “a los revolucionarios de México”, adonde ya habla de ello. Fue escrita el 15 de marzo de 1918 en el marco de su lucha contra el carrancismo y entre otras cosas planteaba: “Todos sentimos la necesidad de la unificación. Nada más imperioso que este acercamiento de todos los revolucionarios, que a más de ser condición para la paz, es una garantía para la realización, tantas veces diferida, de los principios proclamados, y la mejor defensa contra los amagos de la reacción, que espera sacar partido de la división entre los elementos revolucionarios, para erguir al fin su cabeza triunfadora.
“Por eso el Sur… hace hoy una nueva invitación, esta vez formal y definitiva, a todos los revolucionarios de la República, cualquiera que sea el grupo a que pertenezcan, para que, haciendo a un lado pequeñas diferencias, más aparentes que reales, nos congreguemos en torno a los principios, y mediante una recíproca compenetración de ideas, formemos un solo y gran partido revolucionario inspirado en un programa común de reformas”.
Sí, Emiliano Zapata llamando a la formación de un gran partido revolucionario hace casi 100 años. Pero no para frenar las conquistas populares o manipularlas para establecer un régimen autoritario y antidemocrático como luego haría Calles mediante el PNR sino, en las palabras del caudillo suriano: “para dar al país un gobierno fundado en el acuerdo de todas las voluntades, y no en el capricho de un déspota, o en las intrigas de una camarilla de ambiciosos”. Y por cierto que también Múgica trabajaba en 1939 para la formación de un verdadero partido de izquierda que salvara las conquistas revolucionarias, el “Gran Partido de las Izquierdas de la Revolución”.
Hoy ya no es dable hablar de un partido reivindicador de la Revolución porque lo que necesitamos es replantear las nuevas luchas de la izquierda, y para empezar aclarar qué significa ser de izquierda. Por eso, no es cualquier cosa la definición de quien será su abanderado para el 2012. Pues como hemos visto, la diferencia en las tácticas marca también diferencias en los alcances.
Ha llegado el tiempo de deslindar posiciones, decíamos la otra vez. Y el dilema real para la izquierda no es escoger entre AMLO y Ebrard sino entre sobrevivir o desaparecer. Esto es, que el verdadero reto es salvar la trampa que pretende colocar a los izquierdistas mexicanos en el dilema de elegir entre una candidatura “para ganar” y otra “para perder” porque de lo que se trata es de garantizar la defensa de los principios y evitar que se repita lo que postulaba Lombardo: tener una izquierda testimonial pero inofensiva, útil al poder pero inútil para el país.
¡El problema es cuántos de los que se dicen izquierdistas hay ahora mismo que están más dispuestos a negociar con el PRI o con el PAN que con sus propios correligionarios!
Ojalá esta vez se aprenda de los errores propios, y de toda nuestra historia.

Publicado en Unomasuno el 9 de noviembre de 2010.

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