domingo, 2 de enero de 2011

IZQUIERDISMO ACOMPLEJADO


Existe una izquierda a la que no le gusta llamarse izquierda, que siempre ha usado toda clase de subterfugios para eludir la definición, como si se tratara de algo malo o encerrara algún tipo de jettatura.

Esto es resultado de la proclividad de muchos de sus integrantes a congraciarse con el poder, con el poder real y también con el poder formal, y a que, por años, la única izquierda políticamente correcta era “la Revolución Mexicana” o mejor aún el cardenismo, al grado de que hasta los comunistas no dudaron en sumarse al PRM en los años 30, desde luego no de manera espontánea sino siguiendo instrucciones de los jefes de la Comintern, a quienes previamente Vicente Lombardo había convencido de que no era conveniente hacer ostentación de comunismo de manera abierta, pero sobre todo que era un grave error el querer organizar el “Frente Popular” desde el PCM, cuando, sostenía, la táctica correcta era hacerlo a partir del partido del gobierno, el PRM, y sus organizaciones de obreros y campesinos.
Años después, ya logrado su reconocimiento legal, con tal de salvar la maldición, esos mismos líderes llegaron al extremo hasta de cambiarle el nombre al PCM, primero por el de PSUM y luego por el de PMS, mucho antes de la desaparición de la URSS y de la desaparición del PCUS.
No es que haya sido mala la asociación entre el cardenismo y el Partido Comunista. El problema es que esto redundó en una agenda tan limitada para este último como que no pasaba de exigir la aplicación de la Constitución y el cumplimiento de “los principios de la Revolución Mexicana”.
Seguramente lo hicieron por muchas razones. Por su escasa capacidad de convocatoria, por los intereses creados dentro de la propia izquierda. Pero sobre todo, por sus propios prejuicios para sostener abiertamente su ideología y por un mero afán de poder, como denunciarían numerosos comunistas y socialistas, entre otros Othón Salazar, el líder de la disidencia magisterial de los 50, ya muerto. Y Rosalbina Garabito, luchadora de los años del clandestinaje, ahora apartada de la política militante.
No deja de ser sintomático -como lo evidenció muy claramente Barry Carr en su trabajo sobre la izquierda mexicana-, el que a pesar de haber casi conseguido el triunfo, o haberlo conseguido como casi todo parece indicar, en 1988 de acuerdo con los votos obtenidos por el Frente Democrático Nacional (FDN), “la gran perdedora de las elecciones de 1988 fuera la izquierda independiente”, ya que la enorme votación por Cuauhtémoc Cárdenas no llevó a los comunistas a mejorar sus resultados. “El porcentaje del total de los votos emitidos que correspondió al PMS (3.57 %) en realidad es ligeramente inferior al que obtuvo en las elecciones presidenciales de 1982 (3.84 %)... En cambio la izquierda ‘leal’ o ‘satélite’ se vio masivamente recompensada en esa elección. El PPS vio crecer sus votos del 1.53 % en 1982 al 10.53 %, mientras el PFCRN (antes PST) subió de manera igualmente espectacular del 1.43 % al 10.51 %”.
El mayor costo, sin embargo, no sólo fue ese sino que con el correr del tiempo quedarían prácticamente fuera del proyecto de creación del nuevo partido que surgiría del FDN casi todos los viejos comunistas y los militantes de ideas marxista-leninistas, bien porque renunciaron, o bien sencillamente porque fueron marginados. Y esto lo advirtió desde noviembre de 1989, precisamente con motivo de la formación del PRD, el entonces coordinador de la fracción parlamentaria de ese partido, Ignacio Castillo Mena, quien ya anteriormente había hecho declaraciones contra la permanencia de “grupos de extrema izquierda” en el PRD, y en esa fecha anunció de plano que la consigna era una “democracia progresista” en la que no tenían ya cabida ni marxistas-leninistas ni trotskistas, y que por tanto, podían irse.
“El grupo que se origina en la Corriente Democrática que encabeza el ingeniero Cárdenas –declaró- es un grupo demócrata-progresista-revolucionario, antiimperialista, nacionalista, pero de ninguna manera es un grupo radical de extrema izquierda; entonces es natural que si formamos parte de un partido en el que se profesa una ideología revolucionaria, pues quienes tienen ideas marxistas-leninistas no encajen dentro de un grupo que por su pluralidad admitió a todos a quienes quisieran formar parte de él... La izquierda somos nosotros, somos los revolucionarios. La izquierda, como se ha dicho en alguna ocasión por algún político mexicano, dentro de la Constitución Política. La extrema izquierda es la que profesa las ideas marxistas-leninistas, las trotskistas, los maoistas, en fin, las diversas corrientes del comunismo. Nosotros no formamos parte de la extrema izquierda ni hemos pensado nunca en formar un partido de extrema izquierda…”.
Seguramente era el miedo a la satanización si se les pintaba de “extremistas” lo que motivó estas declaraciones pero no lo pudieron evitar de todos modos. Y lo mismo pasó en las elecciones del 2006 en que se insistió que el proyecto de la “Alianza por el Bien de Todos” no era de izquierda sino de centro, sin que ese hecho haya podido revertir la intensa campaña de descalificaciones cuyo eje lo constituyó, precisamente, el empeño por asociarla con Hugo Chávez y la izquierda más radical. Es decir, que en ninguno de los dos casos funcionó, ni siquiera como estrategia.
En fin, que a estas alturas está más que claro que es un error eso de matizar el proyecto de la izquierda, como lo es también ese discurso de que dentro de ella caben “todos” porque no sólo es el mismo discurso de viejo PRI, de Plutarco Elías Calles para delante, sino el que empleó Carlos Salinas y todos aquellos que exaltan el centrismo como vía para hacer transformaciones. Cuando está también muy claro que desde el centro no se hace ningún cambio radical.
La verdad es que en un país como el nuestro no es dable sumar a todos, no le puede interesar ni le conviene eso a ningún proyecto que se jacte de progresista. Porque la primera condición para ser progresista es que sea claramente eso, progresista, de izquierda, que no nos salgan con los subterfugios de que es “moderado” o peor de centro-izquierda, de una izquierda “moderna” dicen ahora, pues el problema es el referente con el que se quiere definir eso de “la izquierda moderna”. Para algunos no es otro que la cercanía o lejanía que toma la izquierda con respecto al mercado. Es decir, que ese referente es un invento de los neoliberales para darle carta patente a las izquierdas que le son “convenientes” o funcionales. Lo que no es nada bueno. Y existe otro referente, peor aún por lo vulgar y hasta soez diría yo, que pretende endilgarle a la izquierda el mote de “moderna” por cuanto hace a su relación con el poder. Esto es que si está dispuesta a negociar con él, es moderna, y si no es retardataria. Como si los principios tuvieran que ver con la cualidad de sentarse a platicar con el gobierno o no.
Todo lo cual demuestra que ha llegado el tiempo para quienes se llaman de izquierda de dejar los complejos. Y de plantear la unidad que les conviene si realmente quieren existir. Una idea de unidad que tiene que ver más con el concepto que tenía, no Vicente Lombardo sino José Revueltas.
Hay que releer su “Ensayo sobre un Proletariado Sin Cabeza”. Revueltas pensaba a la inversa de Lombardo, que el error de la Comintern y del PCM había sido hacer suya la política de “unidad a toda costa” del sexenio cardenista porque eso la había acabado por diluir, así que había que empezar por despriizar a la izquierda. Y que a partir de eso, aunque fuera más largo el camino del poder, y más arduo, debía recorrerlo la izquierda sola, organizándose, captando adeptos sin perder ni identidad ni comprometiendo principios.
Muchos años después politólogos europeos cuestionarían lo mismo al ”socialismo” que resultó de la caída del Muro del Berlín. Lo calificaron de “izquierda rosa” y llamaron a su propuesta “la Vía Láctea” para subrayar su consistencia nebulosa. Tanto, que en ese concepto de izquierda “moderna” cabían lo mismo José María Aznar que Tony Blair, Bill Clinton y Carlos Salinas, sólo por citar unos ejemplos. ¡El colmo!
Están a discusión las opciones para renovar al PRD. El centro de la discusión hasta ahora lo constituye su futura dirigencia pero ojalá de todo esto surja al fin una izquierda que no tenga miedo de decir su nombre. Ya es tiempo.

Publicado en Unomasuno el 7 de diciembre de 2010.

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