miércoles, 25 de mayo de 2011

CARDENAS TUVO MIEDO A LA DEMOCRACIA, Y LA IZQUIERDA PERDIO


Cárdenas, líder popular.


Caricatura de las elecciones de 1940.
Toca abordar ahora las desviaciones revolucionarias, y tratar de explicar el por qué, si bien los debates por la Constitución del 17 los ganó la corriente de los radicales “jacobinos” -es decir la izquierda, los continuadores del proyecto de nación de Hidalgo y Morelos y de Juárez y los “Puros”-, la Revolución Mexicana se frustró casi en sus orígenes y de ser un movimiento claro de avance, de progreso, acabó convirtiéndose en un movimiento conservador, de derecha.


La culpa es de Alvaro Obregón y en cierta medida también de Lázaro Cárdenas. El primero porque no dudó en traicionar al Partido Liberal Constitucionalista que lo llevó al poder permitiendo la sustitución de los principios revolucionarios por elementos ajenos a nuestra realidad, a nuestra idiosincrasia; y el segundo por temor, por miedo –así lo confesó el mismo- a que la continuidad de sus políticas enojaran a los Estados Unidos. Y lo peor es que ni siquiera lo hicieron por afinidad con una ideología sino por ambiciones personales y afán de retener el poder.
Efectivamente, el error de Obregón fue cerrarle el paso a la democracia impidiendo el libre juego electoral, e imponer a Plutarco Elías Calles, quien tenía ideas muy diferentes a las suyas. Y aunque los obregonistas dicen que intentó repararlo en 1928, lo hizo a costa de otro principio de la Revolución, la no reelección, y de todos modos murió en el intento.
En todo caso, el mal ya estaba hecho porque Calles, de la mano de Luis Morones, se dedicó a desmantelar lo que quedaba del Partido Liberal para crear en su lugar lo que hoy es el PRI, un partido corporativo que podríamos definir como antidemocrático, populista y autoritario porque se concibió en su origen con elementos tanto de la socialdemocracia europea de los 20 como del fascismo y el nazismo. Pero además porque fue el instrumento para rehacer la alianza con los conservadores, con el capital nacional y extranjero, con el clero, con los terratenientes, etc., que detuvo el ritmo progresista del país.
Y en cuanto al cardenismo, con todo y que fue el único gobierno revolucionario capaz de cumplir integralmente con el programa de los radicales jacobinos, con la Constitución de 1917 (“maratón de radicalismo” lo llamó Calles), cometió también dos grandes errores: uno, confundirse con la estrategia comunista del “Frente Popular”, introduciendo dentro del PRI conceptos stalinistas que lo alejaron de otros sectores progresistas no comunistas; y el otro, impedir la democracia como Obregón, y con ello cerrarle el paso a un gobierno de continuación, “radical” de izquierda mas no frentepopulista, el de su mentor Francisco J. Múgica, quien jamás hubiera traicionado ni al cardenismo ni a la Constitución como sí hizo Manuel Avila Camacho y sus sucesores.
Conviene detenernos un poco en analizar las causas del freno que Cárdenas puso a la Revolución, y a su propia obra. Porque son lecciones. Como digo arriba, él mismo lo justificaba diciendo que “había algunos problemas de carácter internacional que lo impidieron”. Sin embargo, hay más. La polarización tan aguda que provocó, por ejemplo. Y la incapacidad para compaginar una política estatal de protección social con la democracia. Lorenzo Meyer ha llamado a eso “liberalismo autoritario”, para subrayar su carácter contradictorio. Y otros más “comunismo encubierto”.
La verdad es que no fue ni lo uno ni lo otro. “La Constitución y las leyes de la República serán mi norma infranqueable” había dicho Cárdenas en su mensaje de toma de posesión. Y efectivamente en solo cuatro años hizo lo que ninguno de sus antecesores: aplicó sin cortapisas el artículo 3º, el 130, el 27 y el 123. Expropió el petróleo; nacionalizó los ferrocarriles; repartió la tierra; reorientó el gasto y redistribuyó el ingreso en favor de obreros y campesinos como nunca antes; fomentó la obra pública de manera notable e incrementó las comunicaciones; creó las principales instituciones de protección social y promoción del desarrollo; sentó las bases pues de un Estado de Bienestar. Y sin embargo, aún cuando fue capaz de reconstruir la alianza progresista para ponerle un dique a Calles y su alianza conservadora, no lo fue para darle continuidad ni asegurar su sostenimiento.
El mito del “fracaso” del cardenismo, su “leyenda negra” es otra cosa. Fue alimentada en realidad por los gobiernos que le sucedieron, en particular por el alemanista, y tenía claros visos políticos. Existe al respecto una obra, el “Compendio Estadístico” que publicó la Secretaría de Economía en 1947. Y también los textos de Manuel Gómez Morín, Eduardo J. Correa y José Vasconcelos. Pero las cifras dicen otra cosa: con Cárdenas la tasa de crecimiento del PIB por persona fue del 2.7% al año, porcentaje superado muy pocas veces después; la producción agrícola creció casi 3% anualmente y la de la industria cerca del 6%; la inversión privada se duplicó y la inversión pública se incrementó a un ritmo anual de 11%; y aunque se tuvo déficit del gobierno, éste nunca excedió durante todo el período el 1% del PIB. Y lo más interesante fue cómo hizo todo eso: redistribuyendo el gasto, invirtiendo los términos del mismo, reduciendo los fondos destinados a administración y defensa y transfiriéndolos a desarrollo económico y social. En 1934 se destinaba a administración y defensa el 61.8% del gasto y el 38.2% al rubro económico y social; y en 1940 fue a la inversa, 46.2% contra 53.8%. Con un dato adicional fundamental, que el crecimiento acelerado del gasto público no entrañó una mayor carga fiscal. Es decir, que no hubo elevaciones de impuestos y las empresas no fueron mayormente gravadas sino que antes bien se otorgaron franquicias fiscales para las nuevas industrias.
El problema, entonces, fue otro. El problema del cardenismo es que no creó un sistema de organización social eficaz capaz de sostener el modelo, o el que creó no funcionó. Cárdenas mismo lo dijo: “Creí que los elementos intelectuales de México actuarían. Al retirarnos del gobierno la clase obrera estaba perfectamente organizada… la clase campesina también estaba organizada y tenía la tierra y el rifle en su mano como reserva del ejército y defensora del pueblo. Los maestros estaban, asimismo, organizados. Los empleados del gobierno de igual manera. El ejército se encontraba en idéntica situación”.
El hecho cierto es que todo ese aparato sirvió, al final, para sostener la antidemocracia. Y Múgica lo denunció: “La Revolución y el gobierno saliente –dijo al retirarse de la contienda el 14 de julio de 1939- quedan en condiciones morales de imposibilidad de salvar para el futuro mediante el triunfo legítimo de un candidato revolucionario los frutos de la lucha del pueblo por su mejoramiento y su actuación constituye, a mi parecer, una verdadera y grave responsabilidad para los autores del desprestigiante proceso del Partido, a lo que hay que agregar la descarada y torpe acción de muchos gobernadores de los estados y de muchos funcionarios de elección popular que, a semejanza de los directores obreros y campesinos, han confiado más a la consigna y a la fuerza de la amenaza, y aun a la persecución, el éxito de sus tendencias políticas que a la protección orgánica, moral y legal de las funciones libres de los ciudadanos organizados”.
Es decir, que el partido revolucionario y las organizaciones de obreros, de campesinos, de maestros y burócratas fracasaron en su misión, al menos en la que Cárdenas creía que tenían. O no la cumplieron.
Lo peor es que Cárdenas tampoco tuvo el valor de hacer nada, y en el último tramo de su gobierno al contrario, de plano optó por dar marcha atrás.
Yo creo que simplemente no hubo confianza en la democracia. Y eso fue lo que dio al traste con el proyecto revolucionario de nación. Porque la imposición, el “dedazo” inició la marcha atrás. Y el dedazo se mantuvo en 1946 y en 1952, a pesar de que en esta última fecha hubo un conato de rebeldía cardenista para intentar la rectificación. Pero de eso ya hablaremos en la siguiente entrega.

Publicado en Unomasuno el 10 de mayo de 2011.

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