miércoles, 25 de mayo de 2011

EL MODELO CARDENISTA SE FRENO… Y LA CRISIS EMPEZO

Díaz Ordaz y Cárdenas, en el mismo costal.

Calderón, la sombra de Cárdenas lo condena.




















Se suele decir, hasta por algunos analistas considerados “de izquierda”, que la mejor época del país fue la de los presidentes llamados “revolucionarios” que gobernaron hasta antes de los presidentes llamados “neoliberales”, y resultado de esto se mete en el mismo costal las administraciones de Lázaro Cárdenas y Gustavo Díaz Ordaz y hasta la de José López Portillo. Sin embargo, ya hemos dicho que este análisis es incompleto y además mentiroso porque no presenta la verdad histórica. Me refiero a que si bien es cierto que entre 1958 y 1970 hubo cierta eficacia en el manejo de la economía y logros innegables en cuestión de empleo, salarios y bienestar social, el único gobierno realmente revolucionario -entendido como el que cumplió cabalmente con la Constitución-, fue el cardenista, sólo que después de 1940 se abandonó su modelo y con matices pero las cosas empezaron a ir mal incluso en esa etapa tan exitosa pues el problema es que precisamente los dos gobiernos del “Desarrollo Estabilizador” (los de Adolfo López Mateos y Díaz Ordaz) fueron los más antidemocráticos y represivos.
Efectivamente, existe una corriente de economistas y políticos que han hecho bandera contra el neoliberalismo diciendo que lo bueno era lo que se hacía antes de él. Sólo que regresar al modelo anterior a los 80 no puede ser el discurso de la izquierda, y si realmente queremos cambiar las cosas tenemos que empezar por reconocer que las desviaciones no iniciaron en 1982 sino antes, en 1940. Lo que tampoco significa un regreso en automático al cardenismo sin asumir sus errores y deficiencias, que las tuvo. Y esto conviene que quede claro porque lo que necesitamos es retomar el hilo de nuestro desarrollo en el punto en el que lo dejó Cárdenas pero corrigiéndolo, mejorándolo, actualizándolo. Lo que se suponía iba a hacerse en 1952 y no se pudo porque lo frustró el fraude y la represión. Esa es la importancia del henriquismo y el costo de que no haya llegado al poder.
Ahora bien, sin oferta política seria hoy el PRI se presenta como “el salvador” del país pretendiendo que olvidemos todo eso, que olvidemos la historia: hablo, sí, de la larguísima crisis económica que abarcó buena parte de los 80 pero también de los excesos populistas de la década de los 70; de la devastadora devaluación de 1994 pero también de los pasivos que veníamos arrastrando de más atrás, desde el gobierno avilacamachista, que es cuando se empezó a sepultar el modelo de política social que desplegó el cardenismo en el período 34-40.
Es decir, que al parejo de los pasivos económicos y sociales provocados en los tres sexenios neoliberales del PRI (Salinas-De la Madrid-Zedillo), y que han agravado por cierto los dos del PAN, queda el saldo de la liquidación del proyecto histórico de la Revolución Mexicana contenido en la Constitución, la cual le daba al Estado el papel de regular las actividades económicas y proteger a las clases de menos ingresos. Como se decía en el Plan Sexenal 1934-1940: “en el concepto mexicano revolucionario el Estado es un agente activo de gestión y ordenación de los fenómenos vitales del país; no un mero custodio de la integridad nacional, de la paz y el orden públicos”. ¿En que consistía concretamente ese papel que la Revolución asignó al Estado? En poner en práctica una activa e intensa participación del Estado en la promoción del desarrollo nacional; orientar el gasto público cada vez más al fomento económico y al desarrollo social; fortalecer el sistema financiero y multiplicar y desarrollar las instituciones nacionales de crédito agrícola, industrial y de servicios públicas. En pocas palabras, planear y dirigir la economía. Y no era estatismo, era economía mixta, en pocas palabras participación de iniciativa privada, sector social y gobierno para beneficio común.
El resultado del abandono de este modelo no fue sólo una creciente pobreza sino el afianzamiento de la antidemocracia; de tal suerte que si bien PRI y PAN compiten ahora por ver cuál de sus gobiernos es el peor, el hecho es que ambos son corresponsables del deterioro político, económico y social del país, por la continuidad de las desviaciones y el encubrimiento que mutuamente se han dado por lo menos en los últimos 30 años.
Por eso es que para entender mejor la evolución del desastre que ha venido sufriendo el país hay que revisar las políticas económicas y de desarrollo no solamente del 2000 a la fecha; tampoco sólo de 1982 al 2000 sino desde las décadas de los 40-50, y tomando el referente del gobierno del general Cárdenas, al término del cual en 1940 el crecimiento del PIB por persona era del 2.7%, mientras que en el 2008 fue del 0.6%, cifra promedio que ha predominado en los últimos 30 años de acuerdo con datos de la CEPAL. Esto es, que después de 50 años de gobiernos priístas y casi 12 de panistas el desarrollo era mayor en tiempos de Cárdenas. Y si se hubiera mantenido ese PIB por persona en promedio habría sido suficiente para que el número de pobres hoy fuera una sexta parte de los que se registran actualmente en el país. Lo cual no es visión personal, se desprende del informe Desarrollo en las Américas elaborado por el Banco Interamericano de Desarrollo, cuya conclusión es que en lugar de que hoy hubiera en México 52 millones de personas en situación de pobreza habría 13 millones.
El ciclo del PRI que sustituyó al del Estado de Bienestar cardenista lo podemos dividir en dos etapas: la del Estado populista autoritario con un período sumamente exitoso en algunos rubros, el del llamado “Desarrollo Estabilizador” que abarcó parte de los 50 y todos los 60; y la del neoliberalismo. Ya señalamos que el período cardenista, el verdadero gobierno de la Revolución Mexicana, fue la etapa más rica socialmente hablando, y las cifras no mienten; la etapa que le siguió (1954-1982) fue contradictoria, pues pasó de un crecimiento sostenido con cierto bienestar social -con tasas anuales de inflación de 2% y PIB de 6% pero con alta concentración del ingreso- a otra errática con ciclos de inflación-devaluación y desperdicio de la riqueza petrolera que generaron más desigualdad y pobreza; mientras que la otra, la del neoliberalismo, que abarca los últimos gobiernos priístas pero también los del PAN (1982-2011) ha sido la peor, puesto que al privilegiarse los criterios del Consenso de Washington y abandonar de plano todos los rasgos de la política social revolucionaria disminuyendo la responsabilidad del Estado, empobreció todavía más a los mexicanos. Las cifras de los sexenios neoliberales revelan que en esa fase no sólo se ha destruido el bienestar social, aumentaron los pobres y se entregó el país al mercado sino que el PIB promedio anual fue de 2.4%, contra el 4.6% de Cárdenas.
En suma, el cardenismo fue el mejor momento no solamente de la Revolución Mexicana sino del México contemporáneo, socialmente y también económicamente. Fue así porque fomentó desarrollo y hubo un reparto equitativo de la riqueza, algo que no se vio ni antes ni después. Su problema, también lo hemos dicho, fue que nunca se comprometió con la democracia; y esta condición se agravó con los gobiernos que le sucedieron, los cuales no sólo anularon el valor de las elecciones y limitaron las libertades políticas sino que se olvidaron del reparto equitativo de la riqueza y luego, al generar desequilibrios financieros, con la inflación, las devaluaciones y la corrupción, agravaron las injusticias y la pobreza.
Por eso decimos que el nuevo proyecto de nación que necesita México además de izquierda es en muchos sentido una restauración: la de la Constitución de 1917, nada menos que la recuperación del mismo viejo proyecto progresista de nación que defendían Hidalgo y Morelos, el que inspiró a los liberales del siglo XIX y motivó la Revolución Mexicana.
¿Será el que enarbola AMLO? Lo trataremos de aclarar en la siguiente entrega.

Publicado en Unomasuno el 24 de mayo de 2011.

No hay comentarios: