Múgica: le cerraron el paso en 1940. |
Se decía en 1939: “Del general Múgica… se sabe que es un radical absoluto que pretende socializar a las industrias. Si hubiera una Hacienda que repartir la repartiría, pero como en materia agraria ya no hay nada que hacer, lo lógico es que trate de llevar la revolución a los bancos, a las fábricas, a los establecimientos mercantiles” (El Universal, 28 de enero de 1939). Así fue como le hicieron la fama y así fue como le cerraron el paso a la presidencia. Y sin embargo, ni Múgica fue un radical en el sentido como lo pintaron sus adversarios, ni AMLO lo es tampoco. Lo que pasa es que se usa el término peyorativamente y se traduce como fanático o intransigente, como irrazonable y parcial, cuando radical (que viene del latín “rádix”) significa ir a la raíz del problema. Todos los problemas tienen una causa y un motivo y son estos los que hay que solucionar si se quiere resolver el problema. Si no se elimina la causa, permanecerá ahí y por mucho que se intente ocultarlo volverá a surgir. Por tanto, no es malo ir a la raíz para transformar las cosas. Los que solo aspiran a reformarlas un poco para que todo siga igual son los que satanizan lo radical. Y bueno, radicales fueron Hidalgo y Morelos; lo fueron Juárez defendiendo las Leyes de Reforma y los magonistas la revolución social. Hasta Madero llegó a decir que “sólo el radicalismo es salvador”, que él se consideraba un radical y que eso era lo que diferenciaba a los antirreeleccionistas de los reyistas. En fin, que se explica que la derecha, que el calderonismo y los sectores que se sienten agraviados por la rebeldía obradorista y aquellos a quienes se señaló como artífices del fraude en 2006 abriguen resistencias, a pesar de que los hechos han demostrado que eran falsos sus temores acerca de que AMLO era un peligro para México y que lo iba a incendiar cual nuevo Hitler o Mussolini.
Lo malo es cuando la crítica la adoptan los propios izquierdistas, que dentro de las filas progresistas se utilice ese recurso de acusar de “radical” para descalificar. Porque así fue como en 1940 Múgica fue desplazado por el “moderado” Manuel Avila Camacho y, en las palabras de Magdalena Mondragón, “la Revolución se cortó las alas” por decisión y única responsabilidad de Lázaro Cárdenas.
Decíamos la semana anterior que Cárdenas mismo encabezó en su momento un proyecto radical. “Existe en toda la nación –declaró al inicio de su campaña- un profundo deseo… de que el país progrese y de que se mejoren moral y económicamente las masas obreras y campesinas de la República; pero para esto, y para cualquiera otra tendencia que quiera el pueblo ver realizada, se hace necesario que se organice, porque toda idea impulsada aisladamente hace nulos sus esfuerzos” (El Nacional, 18 de abril de 1934).
Es que Cárdenas entendía que en un país como México –tan plagado de desigualdades y de pobreza- la unidad nacional podía convertirse en una trampa. Por eso no hablaba de unidad, hablaba de organizar la lucha social, de encauzarla en la ley. Pero pasó que con este discurso provocó reacciones que hicieron peligrar su triunfo; la candidatura de su contrincante Antonio I. Villarreal empezó a crecer amenazadoramente y dice José C. Valadés que lo tuvo que modificar: “Tuvo que cambiar el rumbo de su propaganda. En efecto, sus primeras palabras… repercutieron hondamente… e hicieron que Cárdenas advirtiese la necesidad de la reserva y precaución políticas. De esta suerte, abandonando momentáneamente lo novedoso y extremista, formuló un segundo ideario político… que produjo un ambiente de tranquilidad nacional y restó fuerza al villarrealismo, que se servía de las exageraciones ideológicas de los novatos líderes del cardenismo para predisponer a éste con la población temerosa de las innovaciones experimentales”.
Comprendiendo pues que su discurso inicial le alejaba electores y más que abonar a su causa la auto-saboteaba, Cárdenas hizo correcciones que le permitieron ganar la presidencia sin problemas y ya en ella impuso su agenda revolucionaria.
6 años después, empero, Cárdenas cambió de parecer. Según él porque era un peligro para el país la continuidad de su proyecto radical, así que la “solución” para conjurarlo era darle la candidatura a un “moderado” que llamara a la “unidad nacional”.
Era un falso dilema desde luego, pero Múgica, el candidato señalado como “radical”, sólo reclamó una cosa: un proceso democrático y abierto, competencia pues, dentro del PRM, sin los dados cargados. Le apostó al proselitismo directo y se dedicó a recorrer el país mientras Avila Camacho cifraba sus esperanzas en el apoyo del aparato oficial. Múgica propuso la realización de un debate público, de hecho citó a su contrincante en el restaurante Torino de la Ciudad de México para que los medios analizaran los programas de cada uno, pero Avila Camacho no se presentó; y aún cuando Cárdenas aceptó hacer la elección del candidato mediante una “consulta”, ésta resultó una farsa. Múgica quería que las bases se manifestaran libremente, pero junto a la consigna corrió el dinero, y también hubo coacción de las autoridades. De nada sirvió que Múgica denunciara todo esto ante Cárdenas. Una a una las organizaciones del partido se fueron pronunciando por el señalado por el presidente, en bloque, en asambleas amañadas, manipuladas por los gobernadores y los líderes. Ellos indujeron la “opinión pública”, la crearon a modo de lo que quería Cárdenas, al punto que Múgica acabó reconociendo que “no era popular”. Y optó por retirar su precandidatura.
Hoy, la izquierda está ante un momento similar y ante la oportunidad que Cárdenas le negó y se negó a sí mismo. Sin embargo, más allá de hacer un proceso interno democrático y creíble, el verdadero reto es lograr algo todavía más importante: que la candidatura presidencial progresista se convierta en la piedra angular que sume a todos los mexicanos inconformes, no sólo a los que son de izquierda. Y la clave es que, a diferencia de 1940, ahora no haya trampas.
El error del cardenismo no fue evitar el triunfo de Juan Andreu Almazán sino cerrarle el paso a Múgica, despreciando la democracia. Decidió Cárdenas que podía resolver su sucesión él sólo y lo único que hizo fue ahondar la brecha con la sociedad. No dio la oportunidad a Múgica de probar su fuerza, de probar la fuerza de los radicales, simplemente los eliminó alentando una pugna entre estos y los moderados, y estuvo a un paso de perder hasta la elección constitucional.
Bueno, otra vez se habla de lucha entre “moderados” y “radicales” y la única manera de resolverlo es lograr un acuerdo para escoger al candidato del DIA que garantice la conformidad de unos y otros, pero que sobre todo evite el auto-saboteo, es decir que se ahonde la brecha entre la izquierda y cierta parte de la sociedad. Porque hoy más que nunca es indispensable un candidato fuerte de toda la izquierda, construir vaya, una candidatura con posibilidades de ganar. Más aún cuando ya hay voces que claman por una solución “diferente” a las elecciones de 2012 y aconsejan, otra vez, un candidato de “unidad nacional”.
Se suele decir que el problema de la izquierda es su proclividad a dividirse, que nunca ha sabido ponerse de acuerdo. Yo no creo que sea así sino que se ha inducido su división desde el gobierno debido a que existen y han existido siempre dentro de ella elementos que en nombre de las “tácticas de lucha” le apuestan a la derrota y acaban por favorecer a quien está en el poder.
El mugiquismo, como años después el henriquismo, no fracasaron porque hubiera desavenencias reales en la izquierda. Lo que pasó en 1940 fue que se indujo un resultado. Y lo mismo en 1952. De hecho, las negociaciones para hacer la alianza progresista ese año fueron exitosas porque fueron superando una a una todas las diferencias tanto políticas como ideológicas, y hasta de reparto de posiciones. El problema fue que el gobierno corrompió a algunos actores, en concreto a Vicente Lombardo, quien siempre fue comparsa del poder. Esa y no otra ha sido la diferencia entre ganar y perder.
Ojalá hayamos aprendido.
Publicado en Unomasuno el 6 de junio de 2011.
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