martes, 16 de agosto de 2011

HACE 54 AÑOS HENRIQUEZ SE RETIRO, Y LA IZQUIERDA VOLVIO A PERDER

Henríquez en 1957: no lo dejaron volver a ser candidato.
Igual que Múgica antes, igual que los candidatos oposicionistas Juan Andreu Almazán y Ezequiel Padilla, colocado en el trance de aceptar su “derrota” o mantenerse en la lucha corriendo el riesgo de ser llamado “obtuso” o “loco”, en 1957 Miguel Henríquez Guzmán optó por el retiro.


No lo había hecho en 1952 cuando se consumó el fraude que le dio el triunfo al priísta Adolfo Ruiz Cortines pero 6 años después sí. Decidió que no iba a volver a ser candidato y declinó participar en la contienda a pesar de que así se lo pedían sus partidarios.

Henríquez había competido ya 6 años antes y se había convertido en un símbolo de lucha por la democracia. Sus seguidores veían en él una esperanza de cambio, sus detractores lo calificaban de necio, de empecinado, de iluso en el mejor de los casos y hasta de ser “un estorbo para la democracia”, pero la verdad es que había mostrado una gran fuerza popular a pesar de que la maquinaria del PRI había hecho imposible su triunfo y la continuidad de su lucha después del fraude.
Muchos de los jefes de su campaña en el 52, la mayoría viejos generales revolucionarios, hubieran querido que tomara las armas y se declarara en guerra contra el gobierno pero desde el momento mismo en que Ruiz Cortines inició su cuestionada presidencia Henríquez se dedicó a evitar la violencia y se empeñó en organizar un movimiento ciudadano pacífico. Llamó a la resistencia civil y reinició sus recorridos por todo el país a pesar de que las campañas habían terminado, esperando que en su momento ese movimiento iba a imponerse sobre el monopolio antidemocrático para lograr la transformación de México.
Era pues, un estorbo para la democracia de ficción que se vivía entonces, y el gobierno no lo iba a permitir, así que empezó por disuadir a los líderes principales del henriquismo, por la buena, ofreciéndoles puestos y canonjías, y por la mala, amenazándolos con la cárcel, inventándoles delitos. El clima de tensión política era insostenible.
Aconsejado por Lázaro Cárdenas, Henríquez accedió a entrevistarse con Ruiz Cortines para darle un respiro al país. El “Presidente espurio” le propuso al “Presidente legítimo” de ese tiempo hacer una alianza entre el PRI y el partido henriquista para formar un gobierno de coalición, y Henríquez puso una sola condición: que se adoptara un programa de 10 puntos que se resumía en poner fin de los monopolios políticos y económicos. Ruiz Cortines lo rechazó porque su idea era afianzar la simulación democrática mediante la implementación de una especie de “bipartidismo” acordado, a cambio sólo de ciertas concesiones “inofensivas”, y la izquierda se dividió entre los que sostenían que había que reconocer a Ruiz Cortines y aceptar sus condiciones y los que decían que no podía reconocerse un gobierno ilegítimo y menos entrar en su juego, así que había que continuar la lucha hasta llevar al pueblo al triunfo. Cárdenas y los cardenistas secundaron a los primeros y Henríquez tomó partido por el segundo grupo negándose a cualquier negociación.
En respuesta, la represión se recrudeció. Encarcelamientos, extorsiones, asesinatos fueron la característica común de aquellos años. A lo largo y ancho del país los henriquistas fueron víctimas de los caciques pueblerinos, de los gobernadores, de las distintas policías, y en general de las malas autoridades que al margen de la ley hicieron imposible el desarrollo normal del ejercicio democrático.
En 1954, a petición del PRI, el gobierno le quitó el registro al partido henriquista pero aún en el clandestinaje los henriquistas decidieron continuar su lucha. Un año después, en 1955, ante la evidencia de que aún sin partido los henriquistas crecían y se preparaban para volver a contender electoralmente, les cerraron sus oficinas y les impidieron tener reunión alguna, bajo pena de cárcel.
Los medios se llenaron de descalificaciones y críticas contra Henríquez. Le reprochaban no haberse sometido a “la realidad” después de las elecciones, podía por ejemplo –decía el editorial de “Hoy” del 10 de febrero de 1954-, “haber convertido su grupo en un núcleo serio de oposición; podía estudiar los problemas nacionales y sugerir soluciones adecuadas. Si hubiera hecho esto le habría prestado a México un servicio inestimable y hoy sería algo más que un Presidente, un ciudadano que sin tener mando contribuía a orientar al pueblo por los senderos debidos… Nadie le niega el derecho para decir lo que le de la gana…, lo que no concuerda con el patriotismo es que patrocine a un puñado de demagogos para que agiten el ambiente a fin de ver qué es lo que resulta de la agitación. Y aunque dichos demagogos le digan que ese es el camino de la Presidencia, la verdad es que dicho camino sólo puede conducir al precipicio”. Y “Revista de Revistas” clamaba en su edición del 13 de octubre de 1957, cuando parecía inminente que sería candidato una vez más: “Por favor, ¡ya no! Tal es el grito de una opinión pública que ya no soporta más Zúñigas y Mirandas, sobre todo cuando aparecen en la nueva modalidad de perturbadores del orden, de incitadores de violencia y de soliviantadores de turbas”.
Es que había una consigna por sacarlo del escenario, por cancelar la democracia a como diera lugar. Ruiz Cortines jugaba muy bien el juego del “tapadismo” para imponer a su sucesor engañando a todos. Y dentro de la izquierda Vicente Lombardo, otra vez, empezó a maniobrar. Sabía que al gobierno le estorbaría una segunda candidatura presidencial de Henríquez y se dedicó a sabotearla y a hacer imposible una vez más la unión de la izquierda. Había una gran efervescencia social, el movimiento obrero, en especial los ferrocarrileros y los petroleros, y también los maestros, estaban en pie de lucha pero la represión no tardó en hacerse presente y para eso contó el gobierno con el apoyo no sólo de Lombardo sino del Partido Comunista. Es que tenían completamente cooptados a los líderes de los partidos. Y a los rebeldes los metieron a la cárcel.
Sin embargo, la presión social era tal que fracasado el intento de implantar el bipartidismo se empezó a hablar de la necesidad de una “reestructuración” del PRI. Para cubrir el vacío de competencia el gobierno había patrocinado la creación de “otro partido revolucionario”, el PARM, pero el juego era más que burdo pues era sabido que todas las decisiones se tomaban en Gobernación. Cárdenas mismo se sumó a los reclamos y declaró al fin lo que no había querido reconocer en 1952, que los gobiernos de la Revolución se habían sostenido mediante fraudes. Dijo textualmente: “la Revolución está en deuda con el pueblo mexicano, pues el peligro de que sectores retardatarios y contrarrevolucionarios intentaran apoderarse del poder público venía obligando a controlar en cierta forma la libre expresión del voto popular; pero la madurez que ha alcanzado nuestro pueblo nos impele a reconocer que ha llegado el momento de revisar el pasado y renovar nuestros sistemas electorales” (El Nacional, 3 de abril de 1957).
Al acercarse el tiempo de las campañas los henriquistas y el general Henríquez analizaron cuidadosamente la situación. Se volvió a hablar de pelear por la Presidencia, sólo que la alianza que había habido en 1952 prácticamente no existía. A pesar de todas las persecuciones se tenían registrados más de 3 millones de adeptos. Se pensó en crear con ellos un nuevo partido, pero eso dependía de que el gobierno quisiera darles el registro.
El 25 de julio de 1957 se reunió Henríquez con sus principales colaboradores en su casa de Río Atoyac, en lo que hoy es el edificio Saint Regis en Paseo de la Reforma. Estaban con él, entre otros, José Muñoz Cota, Vicente Estrada Cajigal, Celestino Gazca, Andrés Rodríguez Meza y Mario Guerra Leal. Todos apurando que se tomara alguna resolución. Era claro que no habían cambiado las condiciones que habían hecho posible el fraude de 1952, todo el aparato electoral estaba armado para asegurar el triunfo del candidato del PRI. Guerra Leal, entonces, le puso al general un ultimátum para que diera la orden de levantarse en armas. Henríquez le respondió categórico: como no quería ser responsable de un baño de sangre y tampoco iba a ser cómplice de un fraude más, lo mejor era desistir. “Yo permaneceré en mi postura, le dijo, aquí estoy y estaré y de aquí han de moverme sólo muerto”. Y mandó instrucciones a sus seguidores de abstenerse de votar y promover la abstención como medio de protesta.
La llamada izquierda mientras tanto, prácticamente desapareció. El Partido Comunista y el Partido Obrero y Campesino lanzaron como su candidato a un militante henriquista de bajo perfil, a Miguel Mendoza, y el Partido Popular de Lombardo acabó apoyando abiertamente de plano al candidato del PRI.
30 largos años tardó para que la izquierda volviera a tener una oportunidad real y estar en condiciones de contender. Y ganar. En ese lapso, la unanimidad priísta fue tal que nadie dijo nada cuando el gobierno asesinó a Rubén Jaramillo, ni tampoco cuando la matanza de estudiantes en 1968. Lo que es peor: avalaron y defendieron esas represiones.
Y aquellos henriquistas que más presionaban por una solución armada efectivamente renunciaron al partido… pero para aceptar “la realidad” y sumarse a la campaña del PRI.

Publicado en Unomasuno el 26 de julio de 2011.

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