martes, 26 de abril de 2011

LA UNIDAD POPULAR CHILENA Y EL RETO DE LA IZQUIERDA MEXICANA

Neruda no quiso dividir, declinó en favor de Allende.

Tómic y Allende negociaron en 1970.

"El Mercurio" tenía listo el anuncio de la derrota de Allende.

Hablábamos la semana anterior de las campañas presidenciales que iniciaron con una tendencia y terminaron con otra. Y en particular de un caso sobre el que quisiera abundar por lo aleccionador y oportuno: la elección de Salvador Allende en 1970, que arroja múltiples enseñanzas a la izquierda mexicana, la cual hoy mismo, decía, sigue un patrón muy similar al que vivían hace 40 años los partidos de la izquierda chilenos.


Me refiero, en primer término, a la batalla por la candidatura presidencial de la Unidad Popular (UP, la gran alianza de los partidos de izquierda chilena), y luego de eso, al camino que tuvo que seguir Allende para conquistar el poder.
El proceso de construcción tanto de la UP como de su candidatura no fue nada fácil, se tuvo que ir dando paso a paso. Inició en diciembre de 1969 con la creación de la alianza que sustituyó al antiguo FRAP (Frente de Acción Popular), y agrupaba al PS (Partido Socialista), PC (Partido Comunista), PSD (Partido Social Demócrata), PR (Partido Radical), al MAPU (Movimiento de Acción Popular Unitario) y a la API (Acción Popular Independiente). Luego de eso, vino la formulación de un programa común y un acuerdo para establecer un Comité Político integrado por todas esas fuerzas, que sería el que, en caso de obtenerse el triunfo, orientaría la acción del gobierno de unidad popular. Esto se logró el 17 de diciembre y sólo entonces se dio paso a la discusión sobre el candidato presidencial.
El partido de izquierda considerado más fuerte era el Socialista, al cual pertenecía Allende, pero resultado de las divisiones a su interior venía bajando en las preferencias del electorado. En las elecciones parlamentarias de 1969 apenas había alcanzado un 12% y para las presidenciales del año siguiente no había mucho optimismo.
Uno de los principales problemas para la designación del abanderado de la izquierda provenía precisamente de la división del PS. Y es que, si bien Allende era el candidato lógico por ser el líder histórico de esa corriente, había muchas resistencias para aceptarlo. Sus detractores le reprochaban un “desgaste” por ser la de 1970 su cuarta campaña presidencial (antes había sido candidato perdedor en 1952, 1958 y 1964), pero además pensaban que su propuesta era demasiado “irreal”, “electoralista” le llamaban, porque confiaba en la “vía democrática” no armada. Y dudaban que diera resultados.
Es decir, que no contaba Allende ni siquiera en su partido con la mayoría en el Comité Central. En 1969 el PS estaba partido prácticamente en dos mitades, 50% que se adherían a la vía allendista y 50% de los que se oponían a ella, y su presidente Carlos Altamirano y su secretario general Aniceto Rodríguez eran de estos últimos.
Por si esto fuera poco, otra corriente minoritaria se inclinaba por hacer una alianza con el partido del gobierno, el Demócrata Cristiano (PDC), cuyo candidato Radomiro Tomic, un centrista que le gustaba ostentarse como de “izquierda moderada”, trabajó mucho para serlo también de la UP, infructuosamente. Y por lo que toca a los partidos integrantes de la UP, como cada uno proponía a su propio precandidato, el reto de ponerlos de acuerdo parecía poco menos que imposible. Jacques Chonchol fue propuesto por el MAPU, Alberto Baltra por el PR, Rafael Tarud por el API y Pablo Neruda por el PC.
A pesar de todo, Allende logró convertirse en la propuesta de su partido, aunque el resultado de las votaciones internas lo dice todo: 13 votos a favor y 14 abstenciones. Para tomar la decisión, en el invierno de 1969 los dirigentes socialistas habían estado recorriendo el país para pulsar las preferencias de la militancia respecto a una hipotética candidatura de Aniceto Rodríguez, o la de Allende, y la inmensa mayoría de las bases se manifestaron por éste último.
Entonces vino la negociación entre los partidos de la UP, nada fácil tampoco y para ese efecto se constituyó la llamada “Mesa Redonda de la Unidad Popular”, con una paradoja: que Allende tenía allí más simpatías en el PC y los grupos más radicales que otra vez entre los de su partido. Mientras los comunistas pensaban que la última campaña de Allende abonaba el camino del triunfo, los socialistas creían que era una estrategia fracasada, y empujaban a otros precandidatos. El líder comunista Luis Corvalán se manifestó desde un principio firme con Allende, y pronto lo secundaron los radicales. Hubo quien propuso elecciones internas y otros se inclinaban más bien por impulsar a los más jóvenes, “los menos desgastados”; pero al final todos acabaron por coincidir en que el mejor era Allende y uno a uno, Baltra, Tarud, Chonchol y desde luego Neruda, retiraron sus precandidaturas.
Así fue como el 22 de enero de 1970, después de unas negociaciones que se prolongaron durante varios meses, Corvalán anunció en un acto de masas: “Trabajadores de Santiago, pueblo de la capital, queridos camaradas: salió humo blanco. Ya hay candidato: es Salvador Allende”.
Faltaba aún por ganarse la elección constitucional. Y en ese momento muchos eran los que auguraban no sólo un nuevo fracaso de Allende sino la muerte de la izquierda.
La derecha, representada por el Partido Nacional, presentó al ex presidente Jorge Alessandri, cuya popularidad era muy alta y a quien todas las encuestas daban como seguro ganador. Por su parte, el gobernante Partido Demócrata Cristiano impulsó a Radomiro Tomic, quien se volvería clave en el triunfo de Allende puesto que al fracasar en su empeño por ser candidato simultáneo del PDC y la UP, abrió la puerta para negociar un acuerdo con ésta última.
Es decir, que la elección presidencial de 1970 empezó jugándose a tres bandas, con representantes de los llamados “tres tercios” de la política chilena: derecha, centro e izquierda, claramente diferenciados. Pero al final la lucha se daría sólo entre dos: Allende y Alessandri. Y la campaña invertiría las preferencias.
Es que la cercanía de Tomic con la UP se tradujo en un pacto secreto, según el cual se reconocería la victoria si uno sacaba una mayoría relativa superando por 5 mil votos al otro. A Alessandri en cambio solo le reconocerían la victoria si su margen superaba los 100 mil votos.
En ese contexto pues, el 4 de septiembre se celebró la elección presidencial, y pasada la medianoche se supo el resultado: Allende: 36% Alessandri: 35% Tomic: 28%. Los unionistas y varios democratacristianos salieron a la calle a festejar a Allende, a quien Tomic reconocería, cumpliendo con su pacto, como Presidente electo. De esta suerte, a la hora en que al Congreso le tocó emitir la decisión final (debido a que ninguno de los candidatos había logrado la cantidad de votos suficientes), Allende recibió 153 votos contra los 35 de Alessandri y 7 en blanco.
Es interesante y es vigente esta experiencia chilena porque, como señalaba la vez pasada, la izquierda mexicana se encamina a un escenario similar de lucha por definir su candidatura presidencial en medio de la división. Y el país lo mismo, toda proporción guardada: a un escenario de tres opciones, toda vez que es previsible que no se de la alianza PAN-PRD en el 2012. Me refiero a que tendremos una opción de derecha, con todo el aparato oficial a favor; otra de la derecha digamos ”moderada”, el PRI; y una más, la de la izquierda, con la alianza de los partidos del DIA.
En todo caso, el recuento anterior prueba que no hay candidatos malos o derrotados de antemano. Que lo que hay son buenas y malas campañas. Y que por lo que toca a la izquierda mexicana, le ha llegado la hora de la verdad. Dicen algunos analistas que la clave de la debilidad del gobierno de Allende podemos encontrarla en la división que se vivía dentro de su propio partido. El hecho es que si nuestra izquierda no encuentra una fórmula para ir con un candidato de unidad, sin someterse a demasiado desgaste, sus posibilidades serán menores.
O tan simple como que le estará apostando a su fracaso.

Publicado en Unomasuno el 12 de abril de 2011.

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