martes, 26 de abril de 2011

LA IZQUIERDA EN BUSCA DE CANDIDATO: ¿ENCUESTAS VS. CAMPAÑA?

La contienda Kennedy-Nixon en 1960 no favorecía al primero.

Tampoco en 2008 las encuestas favorecíana  Obama sobre Clinton.


Allende inició en 1970 con todas las tendencias en contra.
 Decía la semana anterior que la clase política mexicana utiliza las encuestas, más que para hacer estrategia de competencia, para generar percepciones. Es decir, que las utilizan como instrumento de manipulación. No es que sean los únicos en el mundo, pero me refería, concretamente, a la manera como se adoptan muchas decisiones en este país, y aparentar democracia, entre otras nada menos que para definir qué candidato es bueno y cuál es malo antes de las elecciones.

Y me pregunto si no, en el camino de la encuestitis, se ha desvirtuado la importancia de las campañas, por ejemplo, y olvidado o por lo menos relegado el valor del debate y la competencia, que mucho tiene que ver con el trabajo de los estrategas, encargados de hacer penetrar en el electorado no sólo la “buena imagen” de los candidatos a los que sirven sino sus ideas y sus programas.
Me refiero a personajes como el abogado Joan Garcés y Félix Huerta, responsables del “Centro Nacional de Opinión Pública” de Salvador Allende; o Ted Sorensen, asesor de John Kennedy y autor de sus discursos. O más recientemente Jon Favreau y Greg Pinelo, asesores de Barak Obama y artífices de su histórica victoria en noviembre de 2008.
Si hay un ejemplo de construcción de una estrategia exitosa para el triunfo, viniendo desde atrás, es la de Obama. Y lo más importante es que ese triunfo no se basó sólo en la imagen sino en el discurso y el mensaje. La lucha de las encuestas fue tal en esa campaña que a unos días de la elección no se sabía quien iba a ganar, puesto que unas le daban el triunfo a Obama por más de 10% y otras a su rival John McCain por 5%.
En realidad era parte de la propaganda de cada partido. El hecho es que en marzo de 2008, al inicio de las elecciones primarias, a Obama lo aventajaban su rival en el Partido Demócrata, Hillary Clinton, y su potencial rival en el Republicano, John McCain. En agosto, el día siguiente del discurso de Obama en la Convención Nacional Demócrata, es decir el día de arranque de su campaña, las encuestas le daban a McCain 10 puntos de ventaja. En septiembre, según Gallup, la brecha se iba reduciendo pero McCain todavía aventajaba a Obama con 4 puntos, y no fue sino hasta octubre cuando empezó a ganar la delantera, es decir, sólo unos días antes de las elecciones; y sin embargo, todavía a esas alturas se decía que a pesar de esa ventaja nada tenía seguro Obama, puesto que podía ser víctima del llamado "efecto Bradley" y terminar derrotado.
El "efecto Bradley" es un fenómeno que surgió en la elección para gobernador de California en 1982. Demócrata y afroamericano, el alcalde de Los Angeles, Tom Bradley, llevaba una ventaja de 9 puntos sobre su rival republicano George Deukmejian, pero el día de la elección, Deukmejian derrotó a Bradley por poco más de un punto porcentual. La base del "efecto Bradley" es que los votantes blancos mintieron a los encuestadores por temor a que se les considerara racistas, pero finalmente votaron en favor de Deukmejian.
Y ejemplos como éste hay bastantes. En América Latina también ha pasado que una cosa dicen las encuestas y otra los votos. En 1989, en Nicaragua, todas las encuestas presentaban una gran ventaja para el líder del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), Daniel Ortega, frente a la candidata de la oposición, Violeta Barrios de Chamorro, y a pesar de eso, el día de las elecciones Barrios resultó la ganadora.
Más atrás está el caso de John Kennedy en 1960, quien arrancó su campaña a contracorriente pero contó con un excelente director de campaña, su hermano Robert, y otro excelente asesor, Ted Sorensen, quien le hacía todos sus mensajes políticos. Fue difícil el camino de Kennedy a la Presidencia. Primero, tuvo que ganar la nominación demócrata contra varios candidatos sumamente fuertes; y luego, enfrentarse a un político de peso completo, el Vicepresidente Richard Nixon, a quien las encuestas preliminares le daban el triunfo por un porcentaje bastante holgado.
Clave en la campaña de Kennedy fueron dos hechos: un discurso en la "Asociación Ministerial del Gran Houston", en el cual logró revertir la preocupación generalizada por su credo católico e imponer su agenda. Y los debates con Nixon, adonde sí hubo un importante efecto de imagen. Fueron tres en total, y lo interesante es que al termino de los mismos gran parte de la audiencia televisiva dio a Kennedy como ganador, mientras que quienes lo escucharon por la radio a la inversa, se lo dieron a Nixon; de tal suerte que la brecha entre ambos candidatos se estrechó y en la elección del 8 de noviembre Kennedy venció a Nixon por 49.7% contra 49.5%, en una de las elecciones más reñidas de la historia de los Estados Unidos.
Otro caso fue el de Salvador Allende en Chile, quien, de entrada, tuvo que batallar mucho para conseguir su postulación como candidato de la Unidad Popular (UP, la gran alianza de la izquierda chilena) pues pesaban sobre él sus tres derrotas anteriores y la opinión de algunos dentro de su partido que no creían en su proyecto político. Allende era el ”candidato histórico” de la izquierda pero, alegaban, ya eran “demasiadas” candidaturas y “muchas” derrotas. Allende se postuló por primera vez a la Presidencia en 1952, consiguiendo un magro 5.45%; en su segunda candidatura, en 1958, obtuvo el 28.5% de los votos y en su tercera vez, en 1964, logró un 38.6% contra el 55.6% de su oponente ganador.
A pesar de todo, Allende logró imponerse en 1970 por sobre los demás precandidatos, en parte por el decisivo apoyo del Partido Comunista, que apoyaba a Allende más que su propio partido (el Partido Socialista); y en parte porque la carta principal de los comunistas, al poeta Pablo Neruda, le interesaba más la unidad de la izquierda chilena y que ésta llegara al poder, y declinó su precandidatura a favor de Allende.
La campaña presidencial no fue fácil porque tampoco Allende era el favorito. Las primeras encuestas daban por ganador, con mayoría absoluta, a Jorge Alessandri, político de amplia carrera y ex Presidente de la República, quien era el candidato de la derecha. Pero para eso justamente son las campañas. No hay, de verdad, candidato malo o derrotado de antemano. Y así lo entendieron los dirigentes de la UP. En cambio, Alessandri se confió absolutamente y en consecuencia se fue deteriorando hasta que al final, por poco margen, pero le ganó Allende.
Las lecciones de esa campaña son muchas y muy interesantes, y habrá que analizarlas más ampliamente en otra ocasión. Baste adelantar que son vigentes porque la izquierda mexicana se encamina a un escenario similar: la lucha en su interior por la candidatura presidencial, y dos precandidatos se presentan a la vista: AMLO y Marcelo Ebrard, el candidato histórico -que además ha dado últimamente importantes muestras de su fuerza-, y el candidato que se ostenta como paradigma de “la nueva izquierda”, la que hace alianzas, la izquierda “sensible” como la ha llamado Angel Aguirre, gobernador ahora, gracias precisamente a esas alianzas.
Y la izquierda mexicana –la nueva y la vieja, la dogmática y la pragmática, la radical y la ideológica, todas- tendrá que decidir quien de los dos resulta su mejor abanderado, y el método para hacerlo. Es decir, entre seguir lo que dicen las encuestas y hacer una campaña.
Hoy, según algunas encuestas el precandidato más popular es AMLO y según otras el que tiene “mejor imagen” es Ebrard. La pregunta central es: ¿qué es más importante, la popularidad o la buena imagen? Pero hay otras preguntas: ¿De verdad es garantía de triunfo lo que dicen las encuestas? ¿O ya es tiempo de privilegiar la competencia y hacer la apuesta por el debate y las ideas?

Lo veremos en los próximos meses.

Publicado en Unomasuno el 5 de abril de 2011.

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