miércoles, 30 de marzo de 2011

LOS “NUEVOS PRIISTAS” Y EL REGRESO DEL VIEJO PRI

Abel Quezada lo bautizó como “tapadismo”. Era el juego que solían jugar los Presidentes de la República en los años del viejo PRI para resolver su propia sucesión. El caso era que nadie más que ellos supieran el juego. Venía de más atrás. Son famosos los artilugios de Porfirio Díaz para designar a sus candidatos y manipular la ambición de sus colaboradores.


Posiblemente haya sido un “arte” como lo califican algunos, una muestra de “habilidad política” y el ejemplo claro del “buen” pragmatismo; lo que quieran, menos ejercicio democrático. Resultado de nuestra basta herencia autoritaria. “Pero funcionaba”, dicen los nostálgicos que ahora añoran esas formas y se empeñan en revivirlas.

Sobran las anécdotas y los relatos de aquellas sucesiones. Hay, incluso, el testimonio de varios ex Presidentes tratando de justificar cada uno su peculiar manera de aplicar el método. Miguel Alemán, por ejemplo, en sus “Remembranzas y Testimonios”, lo describía así “Tras una serie de auscultaciones, se proponen dos o tres precandidatos y una vez dados a conocer estos comienza la auscultación general, es decir, el sondeo de la opinión nacional para saber cuál de ellos responde a las circunstancias del momento, si satisface las aspiraciones mayoritarias y en qué medida cuenta con el apoyo de los distintos sectores representados en el partido. Durante el proceso de selección no hay inherencia alguna del Ejecutivo… Sólo cuando ha llegado el fin de la exploración, el Presidente analiza los resultados arrojados por ésta y expone su parecer ante los líderes del partido. Es así, a grandes rasgos, como se efectúa la designación del candidato. Luego vienen las convocatorias, el partido organiza los grupos de apoyo, se proclama la candidatura a través de los medios de información y comienza la campaña”.

Disfrazaba, pues a él le gustaba ostentarse como “demócrata”; pero hay otros como Miguel de la Madrid, quien no tuvo empacho en escribir esto en sus memorias: “A mediados de septiembre de 1987 llegué a la conclusión de que el precandidato más adecuado para la responsabilidad que tendría que enfrentar era Carlos Salinas. Ponderé las características de cada uno de los precandidatos buscando al hombre que tuviera el conocimiento más amplio del país, así como un proyecto para afrontar sus problemas … Si el proceso democrático no es más real, es porque nuestra cultura política no lo permite”.

En todo caso, era un arreglo en la cúpula y una muestra muy clara la tenemos precisamente al término de la gestión alemanista, en 1951. Todo indicaba que tenía el camino franco al poder el licenciado Fernando Casas Alemán. Por ser amigo y pariente de Alemán, se decía, “tenía asegurada la postulación”. Pero no. Había un precandidato más fuerte, Miguel Henríquez Guzmán, sólo que como no era bien visto por el Presidente le cerraron el paso y a cambio de esto también tuvo que ser descartado el favorito de Alemán, así que la candidatura priísta fue fruto de una negociación entre los miembros de “la familia revolucionaria”, lo que hoy se conoce como “los poderes fácticos”, y quien se abrió paso fue Adolfo Ruiz Cortines, designado desde luego por Alemán, él solo, quien así lo reconoce en otra parte de sus memorias.

Así era como se resolvían las elecciones en los tiempos del PRI. La clave era aparentar democracia. Esa era una parte del secreto que evitaba los problemas. O al menos que los atenuaba, pues no hay que olvidar que tanto Alemán como De la Madrid enfrentaron crisis muy serias que estuvieron a punto de poner fin a los gobiernos del PRI.

Dicen los pragmáticos que estas crisis fueron, no por lo antidemocrático del método, sino porque fueron “operadas mal”. José C. Valadés sostenía que otra de las claves del “éxito” del PRI era la disciplina. Y relataba cómo Manuel Avila Camacho inauguró un estilo: decidido ya quien era el sucesor, el Presidente llamaba a los otros aspirantes, les hacía saber que ellos no eran los favorecidos y apelaba a su disciplina. Acto seguido los “derrotados” declinaban dando muestra de “su madurez” y se sumaban a “la cargada” para festejar el “dedazo”. Este ritual se repetía más o menos con variantes, según el “estilo personal” de cada Presidente, cada 6 años. Entonces, el chiste no sólo era entretener a todos con las adivinanzas sino además hacerlos creer que eran copartícipes. Como no había manera de medir el tamaño de una mala decisión -puesto que las elecciones las hacía el gobierno-, sólo tenemos como cierto parámetro la conflictiva en que se desenvolvía. La verdad es que cada vez que se daba una decisión controvertida, el precandidato eliminado se pasaba a las filas de la oposición y competía contra el candidato del gobierno poniendo en grave riesgo la certidumbre de la decisión presidencial. Así fue cuando Cárdenas inclinó la balanza por Avila Camacho y Almazán se lanzó por su cuenta. Así fue en 1946 con Ezequiel Padilla, cuando Avila Camacho impuso a Alemán. Así fue en 1952 cuando Alemán apoyó a Ruiz Cortines y surgió el henriquismo, un movimiento opositor conformado por ex priístas despechados. Y así fue con Cuauhtémoc Cárdenas, cuando De la Madrid eligió a Salinas. No se puede comprobar fehacientemente si alguno de ellos realmente ganó pero provocaron tal efecto y tal crisis que es de pensarse que, al menos, hicieron muy difícil el triunfo para el PRI.

Bueno, pues todo esto viene al caso por la solución que tuvo, al interior del grupo gobernante del Estado de México, la designación del candidato a suceder a Enrique Peña Nieto. Cuando todos daban como “amarrado” a Alfredo Del Mazo, visto por muchos como el “delfín” de Peña, pasó lo inesperado, lo que casi nadie preveía, al menos hasta ayer. Justamente lo que no pasó en Sinaloa, ni en Durango ni Puebla ni en Guerrero: no se impuso el “candidato del Gobernador” y al final ha resultado candidato del PRI quien era señalado como “el mejor posicionado”, es decir Eruviel Avila, el hombre que de no haber resultado favorecido pudo haber sido, según muchos, el candidato de la alianza del PAN-PRD.

Es interesante porque, al menos hasta hoy, la discusión sobre las alianzas se ha centrado en el tema de la ideología y sin embargo, nadie ha caído en la cuenta de que es precisamente ese discurso del “mejor posicionado” el que le ha dado vida a las alianzas anti-PRI. Y no de ahora como hemos visto, sino desde hace tiempo. Por eso, más allá de que con esta decisión ciertamente se conjura una parte del peligro para el priísmo –léase peñismo-, lo que no podemos dejar de resaltar es que la de Avila ha sido una designación al más puro estilo del viejo PRI, el de los “buenos tiempos”, el que “no se equivocaba”. Y muy seguramente implicará también un cambio en la estrategia aliancista, cuyo éxito se había fincado en gran medida en la división del PRI.

Tendrá que estudiarse más en profundidad el fenómeno de las alianzas, pero de entrada, nadie pone en duda que un elemento fundamental de estas ha sido su apuesta al “error” en la designación del candidato del PRI, de tal suerte que implicaban un “arreglo” entre panistas y perredistas para abrirle paso a los priístas “correctos” desechados por una “mala decisión” de la dirigencia de ese partido. Al menos así lo reconoció Manuel Camacho con motivo del triunfo de Angel Aguirre en Guerrero, que la clave del triunfo de las alianzas era la equivocación del PRI a la hora elegir a sus candidatos. Que el error era que el PRI había “abandonado” las formas tradicionales para designar al “mejor priista” como candidato. Y que eso explicaba las derrotas no solo de Guerrero sino también de Sinaloa y Puebla.

El problema es que no solamente necesitamos asegurar que el PRI elija a los candidatos “correctos” sino que la competencia entre partidos se consolide, fortalecer pues las opciones partidistas y –sobre todo- incrementar la democracia. Es decir, que no salvará a México el regreso de las viejas formas del PRI, aún con nuevas caras, si no abrimos paso a nuevas formas, con personajes que no tengan nada que ver con los intereses creados. Lo otro, permitir que los poderes fácticos decidan por nosotros, simple y sencillamente es reparto entre los mismos. ¿Sólo eso queremos?

Publicado en Unomasuno el 29 de marzo de 2011.

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