viernes, 22 de octubre de 2010

EL DEBATE SOBRE ITURBIDE… Y EL CONCEPTO DE “UNIDAD”


Continuando con la valoración de nuestros héroes y de los hechos decisivos de nuestra historia, toca el turno al personaje favorito de los conservadores y la derecha mexicana para justificar su proyecto de nación: Agustín de Iturbide.


Dicen ellos que a Iturbide se debe la independencia, el que seamos un país y más aún, una tradición, la conciliación nacional, que sin embargo siempre ha sido el argumento de la reacción para frenar los grandes cambios sociales.

Me refiero a ese que algunos identifican falsamente como el acto fundacional de la nación mexicana: el abrazo de Acatempan, es decir la alianza entre los insurgentes comandados por Vicente Guerrero y los realistas jefaturados por Iturbide. Una estrategia que luego repetirían los conservadores para evitar las reformas liberales. Y Porfirio Díaz para establecer su dictadura y más recientemente de los gobiernos priístas para detener la Revolución Mexicana.

Es importante dilucidar todo esto, la manera como se ha usado y abusado del concepto de “unidad” porque a partir ahí podemos establecer también qué país tenemos y, sobre todo, qué país queremos.

Pero vayamos por partes. Para empezar, ¿quien era Iturbide? La encarnación del vividor y oportunista. Baste decir que independientemente de que nunca simpatizó con la causa libertaria (se negó a colaborar en el alzamiento de Miguel Hidalgo, quien le ofreció la banda de teniente general si se unía a sus filas), entre 1813 y 1814 fue acusado por otros altos oficiales del ejército español de aprovechar la guerra, e incluso sostenerla, para sacar beneficios económicos para sí mismo, a través de operaciones fraudulentas como el tráfico de cereales. Las denuncias acumuladas en su contra, sumadas a nuevas protestas de los comerciantes de Guanajuato fueron tales, que obligaron al Virrey Félix María Calleja a destituirlo en 1816, acusado de malversación de fondos y abuso de autoridad… Aunque acabó siendo absuelto por mediación de un amigo suyo que era auditor real, retirándose por un tiempo a sus propiedades en Michoacán para luego establecerse en la Ciudad de México.

Pasó entonces un hecho que cambió su suerte: el triunfo de la revolución liberal de Rafael del Riego en España en 1820 que desencadenó en la Nueva España varios temores: por un lado, que se aplicaran las medidas liberales que estaban impulsando los diputados en las Cortes de Madrid; por el otro, que los independentistas aprovecharan el restablecimiento de la constitución liberal española de 1812 para obtener la autonomía del virreinato, ambas cosas en detrimento de los sectores conservadores, así que estos últimos empezaron a reunirse bajo el patrocinio del alto clero novohispano en la iglesia de la Profesa para idear un plan salvador.

Era un importante grupo de comerciantes y burócratas, personajes de la nobleza, militares, oidores y propietarios adinerados. Y estaban encabezados por el canónigo Matías de Monteagudo, el mismo que dice Martín Moreno es “el verdadero padre de la patria” porque convenció al Virrey Juan Ruiz de Apodaca para que sacara del retiro a Iturbide y lo nombrara Comandante General del Sur con la secreta misión de llegar a un acuerdo con los rebeldes. No querían la independencia, querían evitar que se jurara la Constitución liberal en la Nueva España. Es decir, proclamar “la libertad” de España pero no para provecho del pueblo sino únicamente de las clases altas, para conservar íntegros sus fueros, privilegios y riquezas. Es decir, para que nada cambiara.

Tal es el origen del Plan de Iguala que dio pie a la primera alianza entre el agua y el aceite de ese tiempo, entre insurgentes y realistas. Pues una vez nombrado por el Virrey, Iturbide marchó al sur con sus tropas, supuestamente para combatir al general Guerrero, pero con la secreta encomienda de convencerlo para unirse al plan que en apariencia conciliaba tanto los intereses y posiciones de los liberales como de los conservadores.

Sólo que el grito “¡Mueran los gachupines!” de Hidalgo tenía una razón de ser. Es un grito de independencia sí, pero era, sobre todo, un grito de reivindicación social porque era producto del abuso de un sector privilegiado que acaparaba los puestos y las riquezas, y en nombre del “derecho de sangre” relegaba y sometía a los ciudadanos no peninsulares, y hasta los despojaba sin ningún miramiento. Lo que quería hacer Hidalgo, en suma, no era sólo un movimiento de liberación de España, una mera independencia política. Era una revolución social. Y por eso no solamente hablaba ya de un régimen republicano, contrario a la monarquía, sino que sus primeras disposiciones fueron la abolición de la esclavitud y la reforma agraria, este último un acto de reivindicación en realidad porque implicaba la devolución de las tierras a sus verdaderos propietarios, los indios.

El grito, en cambio, de “Unión, Independencia y Religión” de Iturbide revestía las características de un engaño, pues en nombre de él se estaban saboteando -y aplazando- las verdaderas causas de la lucha, se aseguraba la continuidad de la monarquía -ejercida de manera directa por la corona española o por interpósita persona-, y con ella la continuidad del sistema virreinal. Toda la historia de México ha sido eso: la historia de las luchas del pueblo por asegurarse el derecho al autogobierno, a la república, a las libertades, al usufructo de sus recursos y bienes naturales. Y también, toda la historia de las clases privilegiadas, de los conservadores, ha sido sabotear una y otra vez cada uno de esos intentos.

Pero Iturbide hizo gala de sus dotes de seducción, algo que todos le reconocen, y convenció a Guerrero de que había que aliarse: ¿No compartían el objetivo común de acabar con la dictadura de la corona española? Esa era la ganancia… aunque el costo fuera ceder en ciertas partes del programa independentista, todo valía la pena en aras del bien superior logrado: la libertad del país. Ya habría tiempo de lo demás, para más adelante. Y lo convenció. El hecho es que no resulta casual que al final el Acta de Independencia no lo haya firmado un solo insurgente. Puro peninsular privilegiado. Y tampoco que Iturbide presidiera, él sólo, la entrada del ejército triunfante a la Ciudad de México. Y que el primer gobierno “independiente”, la Junta Provisional Gubernativa, la integraran, también, puros monarquistas: oidores, canónigos, militares, hacendados. Ningún independentista.

Era la independencia pues, pero no la paz. Se ha criticado mucho el que durante toda la primera mitad de nuestra vida independiente nos la hubiéramos pasado en guerra, golpes, asonadas, revueltas… cuando en realidad toda esa inestabilidad tuvo una muy profunda razón de ser: cumplir con lo que ya bosquejaba Hidalgo desde el inicio de la lucha; cumplir los “Sentimientos de la Nación de Morelos, la Ley de Apatzingán; hacer pues la verdadera independencia; en síntesis, implantar el liberalismo en México y que tuviéramos un gobierno popular. Una empresa que se llevaría más de 30 años.

Y por cierto que no fue Iturbide el que la empezó. Fue Guerrero, ya siendo presidente, 7 años después de consumada la independencia. Las primeras disposiciones agrarias, los primeros intentos de dar al pueblo educación gratuita, las primeras disposiciones sobre los bienes eclesiásticos, los hizo él. Fue Guerrero quien proclamó la forma de República Representativa Popular Federal; quien hizo realidad el decreto de abolición de la esclavitud de Hidalgo y quien terminó la expulsión de los españoles.

Sí, porque para que la nación mexicana pudiera existir, tuvo que cumplirse también con esa aparte del grito de Hidalgo: eliminar a los gachupines, no matándolos pero sí expulsándolos a todos del país.

Suficientes lecciones que, aunque parecieran lejanas, nos pueden dar la pauta para entender muchas cosas del presente. Y todavía hay quien quiere “reivindicar” el nombre de Iturbide y colocar su nombre con letras de oro en el Congreso. Lo peor es que ésta última iniciativa no es de la derecha, no proviene ni del clero ni de los conservadores, sino de un diputado de izquierda. ¿Será que a eso le llaman la izquierda “moderna”?

Publicado en Unomásuno, 19 de octubre de 2010.

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