martes, 8 de febrero de 2011

LA IZQUIERDA EN 2012 COMO EN 1940: ¿UN MUGICA O UN AVILA CAMACHO?

La historia de la izquierda en México es, con mucho, la historia de sus divisiones y confrontaciones internas. Lo malo es que esas divisiones y confrontaciones no han tenido ninguna base ideológica sino que han sido resultado de una confrontación entre dos puntos de vista tácticos, una mera lucha de grupos: el de los que han creído que el éxito de la izquierda estriba en aliarse con el gobierno y con los dueños del poder, anulándose como oposición, y el de los que piensan que más bien deben enfrentarlos, mantenerse independientes y luchar seriamente por el poder.


Esto ha sido así desde que en 1919 se hizo el primer intento por unificar en un solo partido a todas las fuerzas progresistas de entonces y Luis N. Morones lo abortó para hacerle el caldo gordo al gobierno de Plutarco Elías Calles. Y hasta fundó su propio partido “de izquierda”, afiliado al laborismo y a la socialdemocracia sólo para darle visos de “progresismo” al proyecto callista y eliminar del juego al Partido Comunista Mexicano, que de ese modo pasó por años a la clandestinidad.

En 1939, ya lo hemos dicho aquí, hubo otro intento de unidad de la izquierda en torno a la candidatura presidencial de Francisco J. Múgica, pero se le cerró el paso a éste y se permitió el arribo al poder, aún mediante fraude, de un confeso derechista, Manuel Avila Camacho, que no sólo se jactaba de sus inclinaciones religiosas sino que hasta rechazó integrar en su gabinete a ningún izquierdista.

Es que Lázaro Cárdenas, Presidente en ese tiempo, tuvo miedo de la reacción de los agraviados por su programa de gobierno radical, vio hasta amenazas de conflicto con los Estados Unidos si se continuaba por esa vía, y optó por aliarse con quienes habían sido sus adversarios ideológicos para acordar con ellos un candidato de transacción. Un “moderado”, un “centrista”. En realidad el enterrador del cardenismo y de los principales logros de la corriente social de la Revolución… con la venia de Cárdenas y también del Embajador norteamericano.

Esa es la historia de la candidatura de Avila Camacho de acuerdo con la historiadora Raquel Sosa. Ella hurgó en los archivos oficiales norteamericanos y asegura, en base a ellos, que fue iniciativa de Josephus Daniels promover a Avila Camacho y “poner su nombre en circulación”. Y lo que es más, a él le atribuye la aparición de un “misterioso” manifiesto que llenó las calles de la Ciudad de México en julio de 1938, destapando por vez primera esa candidatura.

Lo peor de todo es que los primeros que se le sumaron fueron los “izquierdistas”, los militantes del Partido Comunista. Fue el colmo de la abyección. Con tal de subirse al carro oficial y gozar de algunas ventajas los jefes comunistas no dudaron en buscar a Múgica para pedirle que se prestara a una simulación. Le sugirieron que se disciplinara al elegido de Cárdenas y que se mantuviera “disponible”. Ellos no querían entrar en pugna con el Presidente pero sabían muy bien que Avila Camacho era un conservador “y hasta reaccionario”, así que tarde o temprano romperían con él y entonces Múgica podía ser su bandera. El hombre reaccionó violentamente, y señalándoles la puerta de su oficina les gritó: “¡Yo no soy bandera de..., fuera de aquí!”. Acto seguido, elaboró un texto renunciando a su candidatura, un documento que es muy esclarecedor. Está fechado el 14 de julio de 1939 y contiene la más contundente condena no sólo del repliegue del gobierno cardenista sino de la corrupción del Partido Comunista, a cuyos directivos les reprochó Múgica, no sin cierta decepción, el haberse convertido en “instrumentos de una política de imposición”, el estar dispuestos a “todas las transacciones con tal de alcanzar el poder” y el haber cambiado “el entusiasmo por el ideal abstracto y de altura, por el mezquino interés egoísta”.

En ese manifiesto escondido, con frecuencia olvidado, Múgica denunció, categórico, que “el Partido Comunista, escudado tras un sofisma trivial de táctica de lucha, olvidó su misión histórica de partido de vanguardia y entrega sus intereses vitales a grupos de vergonzante tendencia centrista, llegando a perseguir a aquellos miembros disidentes que, rebelados contra la consigna, pretenden luchar por la integridad de su doctrina”. ¡Vaya una lección! ¡Toda una enseñanza!

Esto viene a relación porque la encrucijada en que se encuentra la izquierda hoy, de cara al 2012, es muy similar a la que vivió entonces -hace más de 70 años-, y plantea, otra vez, el falso dilema de “las dos” izquierdas.

Sí, porque lo que se dice ahora por parte de algunos militantes de la izquierda es lo mismo que decía Vicente Lombardo en 1940: que necesitamos un proyecto “moderado”, que el “radicalismo” es impolítico y espanta a los electores. Y ya están en busca de un “Lula mexicano” que sea capaz no solo de mantener al fiel elector perredista sino de captar a algunos priístas y hasta a los panistas.

El argumento es, otra vez como en 1940, que un candidato “izquierdista” es imposible que gane la Presidencia, y lo que es más, que si a pesar de todo ganara, nos puede meter en graves problemas.

Ese fue también, por cierto, el argumento con el que se planteó hace 11 años el “voto útil” que hizo posible el triunfo de Vicente Fox sobre el PRI y sobre Cuauhtémoc Cárdenas. Desde hacía tiempo un grupo de intelectuales y políticos, la mayoría afines al salinismo, venían trabajando en ello, en la elaboración de un “Proyecto Alternativo” para meter en un solo costal a la izquierda y a la derecha. Es el caso de Roberto Mangabeira y Jorge Castañeda, entre otros, a quienes se debe la creación de un “eje” para una tercera vía latinoamericana, lo que se llamó el “Consenso de Buenos Aires” –aparente contraparte del “Consenso de Washington”-, en realidad otro intento más del neoliberalismo por sobrevivir, sólo que esta vez con máscara “progresista”.

Digo máscara porque ellos sostenían que querían constituir una alternativa entre la izquierda “tradicional”, la populista, considerada estatista, y las fuerzas neoliberales. Pero no era nada nuevo, era el mismo discurso salinista de los años 90: “liberalismo social” se le llamaba entonces. Hoy creo que le dicen “alternativa progresista”. En realidad la misma vieja tesis lombardista de que en México un proyecto de izquierda “pura” es imposible, por lo que hay que “matizarlo”, “moderarlo”, llevarlo más bien al centro. Igual que hicieron Lula en Brasil, Lagos en Chile o De la Rúa en Argentina; los tres, por cierto, miembros del “Consenso de Buenos Aires”.

Lo que con frecuencia se olvida, empero, es que los movimientos políticos se deben a los principios y a la causa que inspiraron su creación. De ahí la importancia de demostrar que existe el pueblo, y que cuenta.

Si no se entiende que para un partido, que para un movimiento, hay derrotas peores que la de una elección; perder el rumbo por ejemplo, o la identidad, lo que se ve venir es algo muy grave: la eliminación por muchos años de la izquierda como actor político y por ende de la verdadera oposición que existe en el país, ya no se diga como alternativa de poder.

La verdad es que tampoco debiera ser dilema para la izquierda su candidatura presidencial, pues la competitividad no puede resolverse a costa de los ideales y los principios. Y lo que la izquierda necesita es una candidatura que le sirva realmente, más allá del resultado electoral.

Creo que está bien buscar a un Lula pero, toda proporción guardada, mucho bien nos haría releer antes nuestra propia historia y recordar ejemplos –y lecciones- como el de Múgica en aquellas elecciones de 1940… No vaya a ser que buscando a nuestro Lula acabemos generando un Avila Camacho. O peor aún, un Lombardo Toledano.

Publicado en Unomasuno el 8 de febrero de 2011.

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