martes, 8 de febrero de 2011

LA IZQUIERDA MEXICANA… ¿ENTRE SALINAS Y LULA?


Decíamos en ocasión anterior que en el debate sobre el futuro de la izquierda mexicana, y en la exaltación que se hace de la izquierda “correcta” y “viable” casi nadie habla de las debilidades y los saldos de los dos paradigmas de esa izquierda, el chileno y el brasileño, que dividen la opinión de los analistas.


No por nada en el caso de Chile, con todo y los altos índices de popularidad de Michelle Bachelet, fue tan estrepitoso el fracaso electoral de la alianza izquierda-derecha que gobernó los últimos 20 años. ¿O es que había gran diferencia entre el candidato de la Concertación y el de la oposición que finalmente ganó? Conste que esa es sólo una parte de la crítica. Porque el secreto del “éxito” de la Concertación, su conciliación con el modelo heredado de Pinochet, es el mismo secreto que permitió el retorno de la derecha al gobierno chileno sin siquiera haber convocado a una Asamblea Constituyente para permitir que ese país tenga una Constitución democrática y no un remedo de aquella que impuso la dictadura; sin haber roto con el modelo económico ni conseguido desarticular la derecha originaria de la dictadura militar. Antes bien Chile, mostrado por las instituciones financieras internaciones como el modelo supuestamente bien logrado de implementación de las políticas de libre mercado, vuelve a manos de los que las formularon e implementaron durante la dictadura pinochetista.

Pero los publicistas de la derecha “progresista” no sólo nos han recetado por años el ejemplo chileno. También entornan los ojos cada que se habla del ”paraíso” brasileño. Y Lula es hoy no sólo el modelo del izquierdista “exitoso” –a los ojos de esa derecha- sino el ejemplo a seguir por todos aquellos que se ostentan como izquierdistas “renovados” o “modernos”. No por nada fue escogido como "Hombre del Año" entre 2009 y 2011 por prácticamente todos los más influyentes periódicos y revistas del mundo. Y ahora se dice que aunque no se reeligió él fue quien ganó la última elección, no su sucesora, y que sus niveles de popularidad nunca antes se habían visto en Brasil.

El caso es que los panegiristas del lulismo se olvidan que los rasgos más exitosos de ese gobierno se los dio su cercanía con los procesos de integración regional –con los satanizados Venezuela, Ecuador y Bolivia- y que si el gran legado de su gobierno ha sido cuestionado fue por lo que tuvo de continuidad de las políticas macroeconómicas de su antecesor, F. H. Cardoso, uno de los exponentes más caros del neoliberalismo latinoamericano. Al grado de que hasta el sociólogo Emir Sader, adicto a Lula, ha tenido que reconocer que su régimen no alteró las relaciones de poder heredadas, y que si bien se trata de un gran líder de masas, su problema fue que careció de ideología. “Nunca se sintió vinculado –escribió hace poco- a la tradición de la izquierda, ni a sus corrientes ideológicas, ni a sus experiencias políticas históricas. Se afilió a una izquierda social -si podemos considerarla de ese modo-, sin tener necesariamente vínculos ideológicos y políticos con ella. Buscó mejorar las condiciones de vida de la masa trabajadora, del pueblo o del país, según su vocabulario se fue transformando a lo largo de su carrera. Se trata de un negociador, de un enemigo de las rupturas, por lo tanto, de alguien sin ninguna propensión revolucionaria radical”.

En ese mismo tenor, otros sociólogos como Atilio Boron han calificado al gobierno de Lula como “centroide”, meramente retórico, porque en realidad estuvo gobernando para que los ricos fueran más ricos y los bancos ganaran más dinero. Y lo sustenta: sólo en el año 2004, los bancos brasileños tuvieron la tasa de ganancia más extraordinaria de toda la historia de Brasil. Y en el 2005 volvieron a ganar igual.

En efecto, si algo le han reprochado sus propios correligionarios a Lula es el haber renegado de los ideales del Partido del Trabajo para poner la estabilidad macroeconómica y los intereses del capital muy por encima de las reformas sociales prometidas. Lo que no significa que el “éxito” económico no sea real. Lo que pasa es que todos esos grandes logros económicos se hicieron sin tocar a la estructura social, y con el aplauso de los grandes empresarios y del FMI el gobierno de Brasil practica tasas de interés muy elevadas para gran beneficio de los capitales especulativos internacionales. O sea que ese “éxito” tiene como contrapunto el mantenimiento, incluso el incremento, de las desigualdades sociales y de renta, lo que constituye uno de los principales problemas democráticos reales del país haciendo del Brasil hoy una especia de “Suiza-India” que reúne en el mismo territorio rentas extremas. Y lo malo –al menos eso dicen sus críticos- es que Lula no actuó sobre esas desigualdades estructurales sino antes bien, durante su mandato, las rentas de los más pobres aumentaron de manera notable y las de los ricos todavía más. Según el economista Pierre Salama el número de brasileños con más de mil millones de dólares en activos financieros creció más de 19% solamente entre 2006 y 2007. Y Frei Betto, quien fue asesor de Lula, hasta enlistó sus saldos negativos: no solo no abrió, en sus 8 años de mandato, los archivos sobre los años de la dictadura ni apoyó iniciativas para entregar a la Justicia a los responsables de los crímenes de aquella época sino que no intentó ninguna reforma estructural, como la agraria, la política, la tributaria, etc. Por si fuera poco, la inversión en educación no superó el 5% de PIB, cuando la Constitución exige al menos el 8%. Y aunque el acceso a la enseñanza elemental se haya universalizado, el Brasil está a la par, según la ONU, de Zimbabwe en materia de calidad de educación. Por otro lado, más del 50% de las viviendas del país no tienen saneamiento, y el Sistema de Salud continúa siendo deficiente; y algo peor es que está siendo privatizado progresivamente y como resultado de ello hoy 44 millones de brasileños están inscritos en planes de salud de la iniciativa privada.

En resumen, se podría decir que la política de Lula conjuga una política macroeconómica neoliberal y una política social asistencialista a modo del “sistema”, nada extremo ni radical, razón por la cual el ex-sindicalista es considerado por Wall Street y gran parte de las elites globales como uno de los mejores presidentes latinoamericanos.

En el mejor de los casos se podría calificar su gestión, como dice otro sociólogo, Michael Löwy, de “social liberalismo a la brasileña”. O quizá de “liberal-desarrollismo”. Pero no más.

Lo interesante es que ese modelo de “liberalismo social” lo encarnó en México nada menos que Carlos Salinas. Y tampoco es casual la estrecha relación que mantiene el ex Presidente con Roberto Mangabeira, ex ministro de Asuntos Estratégicos de Lula, con quien incluso escribió al alimón hace unos años un famoso ensayo y hasta intentó empujar una “tesis alterna” al neoliberalismo y el populismo a la que llamaron “la Segunda Vía”; no otra cosa que un izquierdismo funcional o un neoliberalismo con apariencia de izquierda, o mejor aún “de progresismo”. Sólo recordemos los discursos de Salinas.

Y Mangabeira, por cierto, no sólo coincidió con el salinismo sino que apoyó el arribo de Vicente Fox, del que dijo hace 10 años: “Todo político serio debe ser capaz de una traición política. La cuestión es de qué manera se traiciona y con qué fines. Yo le expresé a Fox que sería un error ponerse a cumplir con todos los requisitos del PAN... Creo que él más o menos siguió esa estrategia. Las cosas han ocurrido justo como yo lo esperaba: Los panistas cedieron frente a él... mi punto de vista es que Fox tiene más madera de izquierdista que los actuales izquierdistas mexicanos”.

Lo más curioso es que Mangabeira no ha variado mucho de su idea ni de la política ni de la izquierda mexicanas. Entonces, ¿qué significado tiene este revoltijo de izquierda con neoliberalismo, con Salinas y con Lula? Lo intentaremos abordar en otra ocasión más ampliamente.

Publicado en Unomasuno el 25 de enero de 2011.

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