domingo, 2 de enero de 2011

DE ENCUESTAS Y CANDIDATOS “CORRECTOS”



¿Cómo se escoge un candidato? Más aún, ¿cómo se asegura el éxito de una candidatura? En una democracia, de las verdaderas, en esas donde no existe la posibilidad de trampas, donde no hay triunfos seguros ni predeterminados, no existe receta.

Es así porque en un contexto de auténtica competencia el único que tiene la palabra es el elector, es decir, el ciudadano. Y porque en una democracia de las de a de veras no hay candidatos "correctos" y ni siquiera “favoritos” o “mejor posicionados” sino buenas estrategias y malas estrategias, buenas campañas y malas campañas. Y algo todavía más importante: buenas y malas propuestas, es decir, ideas, programas, proyecto.
Ahí tenemos el ejemplo de Ronald Reagan, al que nadie o casi nadie hubiera apostado ni un dólar luego de sus derrotas en las primarias de 1968 y 1976 por la presidencia de los Estados Unidos, pero que finalmente logró imponerse en la Convención Republicana de 1980 y convertirse así en uno de los fenómenos políticos más interesantes de fines del siglo pasado. No era el favorito, pero gracias a la pésima campaña de su contrincante, el entonces presidente Jimmy Carter, y a su inhabilidad para solucionar la crisis de los rehenes de Irán, Reagan obtuvo la victoria.
Hay otro caso, el de Salvador Allende, candidato presidencial por cuatro ocasiones en Chile, con todas las encuestas en contra pero con una estrategia clara: llevar a la izquierda a la Presidencia. En 1970 era ya su cuarto intento, lo había hecho en 1952, en 1958 y en 1964 pero nadie de los partidos que lo postularon pensaron que no debía volver a ser candidato por el hecho de haberlo sido antes, porque en realidad Allende era quien mejor garantizaba la vigencia de la izquierda. Y entendieron que se trataba de hacer ganar un proyecto político, no de ganar el poder como fuera y con quien fuera.
Hay que recordar que no fue fácil para Allende conseguir el triunfo. Su campaña del año 70 inició a contracorriente pero a pesar de que las primeras encuestas daban por ganador, con mayoría absoluta, a Jorge Alessandri, candidato de derecha, éste poco a poco se fue deteriorando hasta que Allende se alzó con un triunfo apretado, de poco más de 2 puntos.
El otro ejemplo es el de John F. Kennedy en 1960. Para empezar él ni siquiera era el favorito del partido Demócrata, y tampoco inició la campaña como “el mejor posicionado” en el electorado. Sus posibilidades de triunfo se las dio su estrategia de campaña, así que construyó su popularidad paso a paso, hasta aquella famosa participación en los debates con el “favorito” Ricardo Nixon, quien además era Vicepresidente, de tal suerte que después de esos debates, la campaña de Kennedy ganó impulso, logrando sobrepasar hasta entonces por unos puntos a Nixon en algunas de las encuestas, pero no al grado de ser el favorito el día de las elecciones. El 8 de noviembre de ese año Kennedy venció a Nixon en una de las elecciones presidenciales más reñidas del siglo XX en los Estados Unidos: en el voto popular nacional Kennedy derrotó a Nixon por 49.7% contra 49.5%.
Y está finalmente el caso de Barak Obama y Hillary Clinton. ¿No es cierto que en su momento nadie hubiera puesto en duda el triunfo de la ex primera dama como la candidata "correcta" del Partido Demócrata? Y sin embargo, ya vimos cómo perdió esa candidatura y cómo, luego, Obama logró imponerse sobre su rival republicano, convirtiéndose en el primer presidente de color de los Estados Unidos, a contracorriente de lo que marcan los cánones de la política tradicional norteamericana: sin el apoyo de los grandes donantes, ni de las grandes empresas ni de los varones del stablishment; con una campaña sostenida en brigadas de voluntarios, sobre todo jóvenes, y en el trabajo de redes a través del internet, lo que constituyó una auténtica revelación en cuanto a estilos de hacer política, y de obtención de recursos.
Esto viene al caso porque el 2012 está ya a la vuelta de la esquina y ya hay quien habla aquí de los candidatos "idóneos" o "correctos" para cada partido, y de quienes no lo son tanto, los que ni siquiera vale la pena considerar porque la tienen "perdida", sea porque están "desgastados" o porque no dan "la imagen". Y claro, en una democracia en pañales como la nuestra, es muy fácil confundir la lucha de las ideas con mercadotecnia electoral; pero quienes eso dicen se olvidan de lo fundamental, de lo que hablábamos al inicio y seguiremos insistiendo: que la última palabra la tienen los votantes.
¿Qué es lo que trato de decir con todo esto? Que ya hemos tenido mucha mercadotecnia y pocos resultados. Que las elecciones del 2000, con todo y que fueron un avance, se ganaron en muchos sentidos con pura mercadotecnia, no con ideas. Y de las elecciones del 2006 ni se diga, el éxito de la campaña negra lo único que aseguró fue que no llegara un candidato pero ya estamos viendo que no nos garantizó que llegara el mejor y menos que tuviéramos un mejor gobierno. Estoy hablando de privilegiar la reflexión, el voto pensado, y de evitar el juego que les gusta jugar a nuestros políticos. Algo tan peligroso que ahora resulta que se necesita ser guapo o por lo menos físicamente "vendible" para ser candidato. ¿Qué hubiera sido de Juárez y de Madero, me pregunto, con esa suerte de criterio?
Vaya, ahí tenemos el caso de las encuestadoras que se dedican a fabricar candidatos e inducir resultados... obviamente con intereses nada democráticos. Basta recordar el caso de aquella encuestadora que toda la campaña presidencial pasada se dedicó a colocar en el umbral del triunfo al candidato del PRI Roberto Madrazo, el que en todas las demás encuestas aparecía a la cola de los demás candidatos, sólo que resulta que la mencionada supuesta encuestadora estaba ligada nada menos que al estratega de la campaña de ese candidato del PRI. Por supuesto que, guerra sucia aparte –no contra él por cierto-, el señor Madrazo quedó efectivamente en el último lugar de las votaciones; pero hay que decir que las proyecciones de esa encuestadora le resultaron muy útiles para proporcionarle algo de aire a lo largo de varios meses. Porque para algo más que para adelantar resultados sirven las encuestas: para crear percepciones y engañar al electorado. O para engañarse a uno mismo, me refiero a los propios candidatos.
Y no aprenden. Ahora resulta que los priístas andan felices porque una encuestadora publicó que el triunfo del PRI era inevitable y que casi la mitad del electorado lo veía eso como un “avance”, cuando esa misma casa aseguró que en las elecciones de este año el PRI iba a tener “carro completo”.
Pero volviendo al tema que nos ocupa, yo creo que sería absurdo negar la importancia de la imagen, sólo que en una democracia imperfecta como la nuestra, en una democracia mediática gracias a la cual se denigra y se frivoliza a tal grado el oficio político que es preferible una buena cara o un buen mensaje que un buen programa, pasa lo que nos pasó con Vicente Fox, o más bien con el producto-Fox. Un candidato inventado por la mercadotecnia, que le apostó a la mercadotecnia y que invirtió todo en ella; que gracias a la mercadotecnia se convirtió en la gran esperanza de muchos mexicanos que creyeron que él era la encarnación del cambio en el 2000, y que acabó siendo la gran decepción de esos mismos mexicanos en el 2006 por la gran inconsistencia que lo sustentaba.
Por eso es interesante abundar desde ahora en este fenómeno de la mercadotecnia vs. la competencia real, y apostarle más a la democracia, esperando que sea esta, es decir, la decisión de la mayoría ciudadana -y no los mercadólogos ni los encuestadores-, la que decida quiénes van a ser los líderes idóneos y correctos de nuestro futuro nacional.
Es que, más allá de prejuicios interesados o de conclusiones adelantadas, sólo el voto puede marcar pautas... Bueno, al menos así es en una auténtica democracia, y ¡ay de nosotros si se repite el fenómeno de las dos ultimas elecciones!

Publicado en Unomasuno el 21 de diciembre de 2010.

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