domingo, 2 de enero de 2011

UN DISCURSO DE MUGICA EN EL BICENTENARIO DE LA REVOLUCION

Sin análisis ni ninguna crítica de por medio y, desde luego, sin el necesario balance que se imponía, llegamos al centenario del inicio de la Revolución con la misma idea que de ella se ha tenido en los últimos 70 años: un excelente recurso retórico de nuestros políticos, algo tan lejano y hueco que ni siquiera podemos ver claramente para qué se hizo y para que sirvió.

La Revolución Mexicana, recuerdo que ya ni siquiera es molesto pues ha quedado reducido a la categoría de novela rosa, argumento de best-seller en el cual lo relevante es meterse a la cama de los próceres a cambio de ignorar o minimizar lo realmente trascendente de su vida y su obra. Que la historia estorba cuando se trata de anular conciencia. Y preferible reducir el papel de Alvaro Obregón a la anécdota de su intento de suicidio en la Batalla de Celaya que abundar en su influencia fundamental en el desarrollo del proyecto de nación progresista del país, en los debates mismos del Constituyente de 16-17 y en la confección de nuestra Constitución, la original. Mil veces mejor rescatar la imagen romántica del Madero “inmaculado” que inventaron sus amigos y familiares que reconocer que fue el primero que traicionó a la Revolución. Y mil veces preferible entretenernos con los devaneos amorosos de don Venustiano Carranza que recordarnos que fue el primero que reformó la misma Constitución que había jurado cumplir.
Ese es el saldo de las conmemoraciones de este año, el conocimiento de nuestra historia reducido a dos sopas: la de los cronistas de folletín, presumiendo de “desbaratadores de mitos”, pero más empeñados en hurgar en los arrebatos carnales de nuestros héroes que en explicarnos sus porqués y para qués. Y la de los historiadores políticamente correctos que se empeñan en negar las responsabilidades de la Revolución, como si éste hubiera sido un accidente y no la bandera política de una facción en cuyo nombre ha gobernado y se ha presentado como su virtual encarnación.
No es causal que otra facción, la del panismo, tome como su paradigma a Francisco I. Madero. Desde Vicente Fox, Madero es “el héroe”, y cada vez que alguien de los de ahora se las quiere dar de muy “revolucionario”. No importa que haya transado con los porfiristas, o que jamás hubiera querido hacer realmente una revolución. Aunque haya traicionado a los revolucionarios que lo siguieron y aunque haya renegado hasta de su propia bandera, el sufragio efectivo, saboteando su propia elección imponiendo a su Vicepresidente y todas las elecciones efectuadas bajo su gobierno. O quizá precisamente por eso, más cómodo es aparecer como maderista que rescatar a figuras como Ricardo Flores Magón, cuya tumba en la Rotonda de los Hombres Ilustres está tan abandonada que carece hasta de la placa distintiva.
Sí, Flores Magón, el precursor, el iniciador, el autor del Programa del Partido Liberal de 1906 que contenía, ya desde entonces, las razones de la Revolución, las bases del nuevo orden, que luego retomaría la corriente de los “radicales” en el Constituyente de Querétaro y gracias al cual nuestra Revolución fue eso, una revolución y no como querían Madero y Carranza, un mero cambio de hombres en el poder.
Pero si no es Madero el referente, tampoco lo es Plutarco Elías Calles como quisieran los priístas y ni tampoco Lázaro Cárdenas como quieren algunos izquierdistas.
No lo es Calles porque su obra, el llamado “partido revolucionario”, el PRI, es la mayor traición que se ha cometido a la Revolución: la negación de la democracia institucionalizada, el porfirismo revivido, el responsable de que durante más de 80 años fuera mera ilusión la bandera del “sufragio efectivo”, esto dicho por varios prominentes priístas autocriticos. Entre otros por el propio Cárdenas, quien hizo tímidos intentos por cambiar las cosas pero siempre acababa por arrepentirse; y años más tarde por Luis Donaldo Colosio, quien sí hizo un intento muy serio para hacer un PRI democrático y murió intentándolo.
Y digo que tampoco puede considerarse a Cárdenas como “el referente” de la Revolución porque, a pesar de que de los gobernantes revolucionarios fue el que llegó más lejos en la aplicación de la Constitución, acabó cediendo a lo que casi todos nuestros gobernantes han cedido: al poder. Y renegó de sí mismo y de su obra al cerrarle el paso al verdadero autor de las más importantes decisiones del cardenismo, a Francisco J. Múgica. Además de que nunca se decidió a colocarse de manera clara, categórica, al frente de la oposición al PRI, lo que en cambio sí hizo Múgica, quien murió tratando de transformar el sistema.
Si queremos otro auténtico referente revolucionario es este, Múgica, también olvidado. Magonista por supuesto, precursor revolucionario, autor del primer reparto agrario del norte del país, cabeza del ala llamada “radical” del Constituyente revolucionario, impulsor de los artículos 3, 27, 123 y 130 considerados la esencia de nuestro constitucionalismo social; el verdadero autor de la expropiación petrolera, el asesor imprescindible de Lázaro Cárdenas, hasta que éste tomó el camino de la sumisión al régimen en 1952 y Múgica optó por mantenerse en la oposición.
Se han dado muchas explicaciones para justificar a la Revolución y también para tratar de explicar su fracaso y hasta su inexistencia. De Múgica es, creo, el mejor, o al menos el más lúcido análisis del proceso revolucionario. Lo hizo en un discurso el 7 de octubre de 1951 y hay que empezar por aclarar que él era un convencido de que se trataba de un movimiento hecho auténticamente por el pueblo, aunque abortado en sus concreciones: la Constitución, el gobierno y el partido. Lo que explicaba así:
“La Constitución procuró abarcar todas las tendencias en artículos perfectamente coordinados… Pero sucedió que la Constitución empezó a deformarse paulatinamente. A algunos estadistas, de los propios encumbrados por la Revolución, les pareció que tenía defectos, y entonces apelaron a las reformas… y de esa manera, la Constitución fue poco a poco convirtiéndose en un panfleto lleno de contradicciones y de falacias.
“Luego, el pueblo a la hora de la victoria pensó, como era natural, en darse un gobierno que encarnara su triunfo y no su derrota; un gobierno que trabajara y se preocupara por su mejoramiento y no por su atraso; que representara la bandera de la independencia del país y no que lo entregara a los extranjeros. Y pensó que ese gobierno debían constituirlo los tres poderes clásicos que representan un régimen democrático, un Poder Ejecutivo, un Poder Legislativo, un Poder Judicial; pero en vez de un gobierno de tres poderes se constituyó una dictadura…
“Finalmente, el Partido de la Revolución Mexicana se creó con la esperanza de tener un órgano que prolongara más allá de una generación el cruento sacrificio y la victoria heroica del pueblo… Pero sucedió que el Partido no supo nunca que existía la masa. La descuidó por completo… Se dedicó a prender incienso, levantando con él nubes de humo que ocultaba a sus mandatarios la verdad del país y a sus electores la verdad del proceso electoral”.
Múgica concluyó su discurso así, respondiendo a quienes se preguntaban ¿qué hacer frente a tantas desviaciones?: “Los revolucionarios hicimos una Revolución de principios, de doctrina. No hicimos una Revolución para rectificarla todos los días; ni instituimos un gobierno para tener el gusto de desposeerlo en unas cuantas horas. La doctrina de la Revolución es constructiva. Por eso pensamos que debemos tolerar un gobierno, por malo que sea, pero con esta condición: que tengamos el derecho de que el día del ejercicio del voto podamos ir con tranquilidad, con entusiasmo y con respeto de parte de las autoridades, a votar para destruir al mal gobierno. Esa es la válvula de escape de las equivocaciones de los pueblos”.
Son ya 100 años de la Revolución y casi 50 de este discurso… ¿Lo habremos entendido?

Publicado en Unomasuno el 23 de noviembre de 2010.

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