miércoles, 30 de marzo de 2011

POLITICOS “CIUDADANOS”: LA MERCADOTECNIA COMO PROGRAMA


Vicente Fox, buen ejemplo del "político ciudadano"
Conducir a la sociedad o dejarse conducir por ella, el gran dilema de nuestro tiempo.

Y no es nostalgia de los “hombres fuertes” sino que se ha puesto de moda entre los políticos de todo signo recurrir a las encuestas para tomar decisiones y hacer los “planes” de gobierno. Es decir, que quienes se supone nos conducen en realidad se conducen de acuerdo a los vientos, dicen que es “democracia” pero en ocasión se parece más a la lucha por el “rating” de los programas televisivos. En otras palabras, que con tal de ganar, todo se vale.

Esto viene al caso por los tiempos electorales que empezamos a vivir y lo que ya nos está tocando ver. A pesar de las modificaciones y las aparentes varias prevenciones del IFE para evitar la "guerra sucia", lo que son capaces de hacer los partidos, todos, con tal de atraerse el voto y ganar el poder.

Y no voy a hablar, por tan conocido y comentado, del pleito de vecindario en que ha convertido el flamante presidente del PRI el debate político sino de algo mucho más determinante: la oferta de campaña que los partidos alistan, nada que ver con un compromiso de congruencia ideológica, algo así como un “recetario” de productos al gusto del comprador, es decir del elector.

¿Qué importancia tienen los antecedentes de lucha o las declaraciones de principios? ¡Si eso, dicen, es cosa del pasado! Y efectivamente, en los tiempos actuales tal parece que las ideas son lo de menos. No hay derecha ni hay izquierda, ganar es lo que cuenta.

Lo explicaba así el ex Presidente del Brasil Fernando Enrique Cardoso, a propósito de la campaña que vivió su país a fines del año pasado. “Entramos en un marketing peligroso, que despolitiza –criticó-. Hoy la campaña hace encuestas y ve lo que la población quiere en ese momento. La población siempre quiere educación, salud y seguridad. Eso es transformar en problema algo que la población no ve como problema. Eso no es liderar”.

Y no importa que en el camino se queden los principios y la doctrina, las metas superiores y también los militantes.

Pues otra variante de esta moda es que, a diferencia de antaño cuando los partidos buscaban de entre sus hombres al mejor y al más congruente para hacerlo su abanderado (y si no los tenían, trabajaban mucho en formar sus cuadros), ahora resulta que todo se reduce a “lo que digan las encuestas”. Y si las encuestas dicen que ese “mejor militante”, por bueno y fiel que sea, no es “vendible” sino que lo es más el de otro partido o alguien sin partido, no hay problema: ¡ese tiene que ser el candidato!

Ejemplos sobran, pero el más paradigmático sin duda es Vicente Fox, el colmo del vacío ideológico, de la incongruencia y la frivolidad, aún cuando llegó aureolado por esa “buena fama” de que construyó su presidenciabilidad a golpe de encuestas.

Fue de esa ola de “nuevos líderes” que en los últimos tiempos, no sólo en México sino en buena parte del mundo, han surgido arropados con la imagen de “ciudadanos”, carentes de ideología clara y muchas veces hasta de compromiso político concreto, como si eso fuera más un mérito que un problema.

En todo caso, las experiencias vividas, al menos hasta hoy, así lo prueban. Y la verdad es que si bien de alguna manera la degradación ha traído a la función pública a una gran cantidad de ciudadanos, también ha propiciado que algunos políticos militantes se vistan de “ciudadanos” para justificar sus brincos de un partido a otro, y lo peor es que nada de esto se ha traducido en una mejor política.

No se puede cuestionar el éxito de esos personajes incoloros, medio difusos ideológicamente, que se presentan como “apartidistas” y hasta como “apolíticos”. Lo malo de que para muchos ellos sean el paradigma de los “líderes modernos”, los “nuevos” estadistas de las sociedades modernas, es que con el pretexto de aparecer como líderes-apolíticos y políticos-ciudadanos les preocupa más el efecto de sus dichos y sus actos en la ciudadanía que su identificación con posiciones ideológicas o tesis partidistas.

¿Alguien se imagina a Benito Juárez sometiendo a encuesta la decisión de las Leyes de Reforma? ¡La hubiera perdido! Quien sí lo hizo, o al menos ese fue el requisito para decidirse, fue Maximiliano. El sí le pidió a los que lo invitaban a convertirse en monarca de los mexicanos que le hicieran una encuesta. Y ya vimos lo que resultó.

Y sin embargo, lo peor de esta política-ciudadana que tantas esperanzas trajo en su momento es que en lo menos que repara es en el interés del ciudadano. ¡Y ya se está planteando abrirles la puerta a las elecciones al margen de los partidos!

Decía en otra ocasión que eso de las candidaturas independientes es un mito, porque el tema más que la apertura es el financiamiento. Hay regulaciones que permiten el acceso a recursos públicos a los candidatos independientes. Existe en Puerto Rico, en Panamá y en Chile, por ejemplo. Pero si en México no se da siquiera la igualdad en el trato a los partidos, ¿como se pretende resolver el dilema en cuanto a los ciudadanos que quieran competir sin un partids?

Es decir, que en el esquema de “apertura“ que se ha venido proponiendo, curiosamente nadie ha pensado en lo más importante. La verdad es que un candidato independiente tendría pocas posibilidades frente a los que militan en los partidos políticos por la sencilla razón de que carecería de los recursos que necesita para ser competitivo, y además porque no cuenta con el aparato necesario para ganar. ¿O como es que se piensa que va a poder cuidar sus votos? Me refiero a que si un candidato de partido ha tenido problemas para asegurar su representación electoral y ha sufrido con el resultado, ¿cómo no los va a tener un ciudadano sin partido?

Esto por no hablar de que en todo el mundo son realmente excepcionales los candidatos independientes que han llegado a un cargo electoral. Se pueden contar con los dedos, en Australia, 2 o 3 integrantes de la Cámara de Representantes, y en Canadá por el estilo. Y hay que agregar que los que lo han logrado ha sido gracias a legislaciones que les han dado, insisto, acceso a financiamiento y a tiempos en radio y TV en igualdad de condiciones con los candidatos de los partidos.

Basta citar el caso de Chuck Cadman, elegido para el parlamento canadiense en 2004 y que es emblemático: le ganó a los "favoritos" de los dos principales partidos, con un gasto que ascendió a casi 68 millones de dólares, poco menos de los 69 millones de su principal contrincante el conservador Cheema y sólo poco más de los 67 millones de su otro gran contrincante el liberal Dan Sheel. Algo impensable en México.

En fin, que lo que trato de decir es que es muy bueno que los ciudadanos quieran tener y tengan cada vez mayor participación en las cosas del Estado, en la política y en los partidos, pero no que se les utilice como ariete para desvirtuar la democracia y corromper la competencia, que es precisamente lo que pasa cuando se pretende orientar el voto, o peor aún sustituirlo mediante las encuestas.

No olvidemos que quien las trajo a México fue Carlos Salinas. Dicen que le gustaban mucho, que no daba paso sin recurrir a sus encuestólogos. A él se debe pues el que la clase política mexicana utilice las encuestas, más que para hacer estrategia de competencia, para generar percepciones. Es decir, como un instrumento de manipulación. ¿Esa es la democracia a que aspiramos?


Publicado en Unomasuno el 22 de marzo de 2011.

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