domingo, 19 de septiembre de 2010

¿RADICALES VS. MODERADOS?, EL RETO DE LA IZQUIERDA





Hay una creencia generalizada entre algunos políticos y analistas de acuerdo con la cual los mexicanos somos temerosos de las definiciones extremas o radicales. Según esta tesis, el ciudadano medio (la clase media y eso que se da en llamar la “pequeñoburguesía”) es reacio a las estridencias y al discurso beligerante y le rehuye a toda propuesta provocadora o violenta. Y la historia parece darles la razón… en parte.
Allá en los inicios de la lucha independentista, Ignacio Allende escribía al cura Hidalgo, hablándole del desarrollo de las juntas conspirativas: “Se resolvió obrar encubriendo cuidadosamente nuestras miras, pues si el movimiento era francamente revolucionario, no sería secundado por la masa general del pueblo… Es necesario hacerles creer (a los ciudadanos) que el levantamiento se lleva a cabo únicamente para favorecer al rey Fernando VII”. Pero como se ve claro en esta carta -fechada casi un mes antes del “Grito” de Dolores, el 9 de agosto de 1810- era pura estrategia. Pues el plan era otro: no solamente reivindicar al rey destronado por los franceses sino lograr la plena libertad de la Nueva España.
Años después, Benito Juárez titubeaba frente a las leyes que Miguel Lerdo le exigía firmar para hacer realidad la Reforma liberal: “Si usted quiere dar la ley sea usted el presidente, yo no la doy”, le escribió en junio de 1859 a Santos Degollado, otro que lo presionaba a firmarlas. Y aunque al final Juárez firmó, la aplicación de la legislación reformista desató la contraofensiva conservadora y el amago del imperio francés, que implicaron una nueva guerra que duró casi 10 años más.
A eso era a lo que Juárez temía. Y años después, también, Venustiano Carranza.
Colocado frente a la disyuntiva de aceptar el cuartelazo de Victoriano Huerta o combatirlo, don Venustiano optó por lo segundo y elaboró un plan para la guerra, pero acotando los términos de la misma, temeroso de que la lucha se extendiera y se hiciera imposible su victoria.
Reunido en la Hacienda de Guadalupe con un grupo de jóvenes revolucionarios, prestos para el combate, cuando les presentó a estos los términos de su plan contra el usurpador todos protestaron: faltaban, le reclamaron, las grandes reivindicaciones sociales. Querían que en el Plan constaran sus sueños, los de su generación, y empezaron a redactar los “Considerandos”. Deseaban darle al pueblo no sólo una razón legal de la guerra sino una bandera de reivindicación. Francisco J. Múgica, en nombre de todos ellos, le reclamó a Carranza el carácter exclusivamente político del documento: “¿Donde están, le preguntó, los lineamientos agrarios, las garantías obreras? ¿Qué hay del fraccionamiento de los latifundios y la abolición de las tiendas de raya?”. Eran liberales formados en las luchas del magonismo y en la lectura de “Regeneración”, y Carranza los encaró. Les explicó que los terratenientes, el clero y los industriales eran más fuertes que el gobierno usurpador, y que más importante era en ese momento conseguir el derrocamiento de Huerta, argumentando que una revolución del corte de la que le proponían necesitaba, al menos, de una guerra de 2 a 5 años.
Múgica entonces, le respondió: “¡Hay aquí, señor, suficiente valor y juventud para dilapidarla, no sólo 2 ni 5 años, sino 10 años si es preciso!”.
Prevaleció, sin embargo, el “buen juicio” de Carranza y se aprobó el Plan pero a condición de que al triunfo de la causa se harían las reformas sociales. Fue ahí cuando se estableció el compromiso de una nueva Constitución, y a partir de ese momento todos esos jóvenes revolucionarios se convirtieron en vigilantes de la causa social de la Revolución. Fue el nacimiento de la corriente liberal jacobina, la izquierda de entonces, mitad liberal, mitad socialista, con algo también de anarquismo. Al final no fue Carranza el que hizo la Revolución, fueron ellos, Múgica y los “radicales”, que le ganaron la partida en el Constituyente de Querétaro y lograron que quedaran plasmados sus propósitos sociales –con la clara oposición del Primer Jefe- en los artículos 3, 27, 123 y 130.
Todo esto viene a cuento por los artículos de Fidel Castro sobre el liderazgo de AMLO y las diferencias -que pueden degenerar en disputa- entre dos visiones de la izquierda actual: la moderada y la radical, frente a lo cual muchos se preguntan: ¿qué tanto sirven realmente a la causa de AMLO las alabanzas de Castro? ¿Qué izquierda es preferible, la moderada, presta a reconocer la política de hecho y a hacer alianzas al estilo de Lula; o la radical que hizo el plantón de Reforma y nunca reconocerá los resultados del 2006? Más aún, ¿cuál de las dos es la que tiene la razón?
La historia nos demuestra que ninguna por sí sola. No la tienen los moderados porque los cambios nunca se hacen con medias tintas y la hora de las definiciones llega, tarde o temprano. Pero tampoco los radicales, porque divididos y sin el apoyo de los moderados y los “realistas” no se llega a ningún lado. Las dos entonces, pero juntas y hermanadas de una manera estratégica. No por nada tuvo éxito en el 2006 la campaña sucia que equiparó a AMLO con Castro y Chávez, y prendió la idea de que era “un peligro para México”.
Lo que le decía Allende a Hidalgo para asegurar el apoyo de la mayoría a la aventura independentista. Lo que alegaba Carranza cuando los radicales lo apuraban a abrir todos los frentes de batalla y él razonaba que la lucha era por partes. O lo que frenaba a Juárez cuando trataba de encontrar la cuadratura al círculo de la Reforma sin confrontar más a los mexicanos.
La clave, en el caso de los que tuvieron éxito, es que no se dividieron, que permanecieron unidos en los momentos decisivos y se congregaron en torno a un solo liderazgo al que le dieron ese carácter porque sus discrepancias nunca fueron de fondo. Efectivamente así fue con Juárez, que libró toda su lucha contra los conservadores sorteando las discrepancias con los “Puros” pero con ellos al lado siempre. Y también con Carranza, por lo menos hasta el momento en que se promulgó la Constitución y llegó a la presidencia. Porque cuando no fue así, como en el caso de Hidalgo y Allende que casi desde el inicio de la lucha se la pasaron disputándose el mando a veces encarnizadamente, el resultado fue desastroso. Ni pena vale recordar lo que les costó, a ambos la muerte, y al país el alargamiento de la guerra por 10 años más y que otros reencausaran la lucha y la salvaran.
Hoy la izquierda encara un reto que es de vida o muerte. Dividida entre los que se dicen moderados y radicales, el hecho es que si no atina a presentarse con un candidato único y un programa de suma, le esperan, lo menos 10 años de vacas flacas.
Por eso es importante, fundamental diría, el papel que juegue el DIA –el frente que agrupa al PRD, PT y Convergencia- para evitar el enfrentamiento de los grupos y de los precandidatos a la hora que se tome la decisión de la candidatura presidencial: capacidad para convocarlos a todos, conciliarlos; actuar como depositario de la confianza de cada uno de ellos en una causa común: la posibilidad de tener un presidente de izquierda, de toda, en el 2012. Que necesariamente tendrá que empezar por ser el candidato que mejor concilie la defensa de los principios con las posibilidades de ganar.
Un papel muy similar al que jugó en 1928 Plutarco Elías Calles cuando se vio en el trance de elegir al sucesor de Alvaro Obregón y evitar que el proceso se le fuera de las manos a él y a los revolucionarios. Un liderazgo equilibrador, moderador de los ánimos, que asegure el entendimiento entre todos los que aspiran y las reglas que garanticen el reconocimiento de sus resultados por los derrotados.
Calles pudo hacerlo porque tenía todo el poder, pero no hay actualmente en la izquierda una figura similar. Todo se reduce a autoridad moral. Bastará pues que se preserve eso, la autoridad moral. Que ahí reside toda la esperanza de que el proceso de selección del candidato presidencial de la izquierda no acabe en un choque de trenes.





No hay comentarios: