sábado, 21 de julio de 2012

EL DECALOGO DE PEÑA Y LA RETORICA DEL “NUEVO” PRI


Presentó hace unos días el ex “invencible” Enrique Peña (con el padrinazgo de dos opinadores de reconocido fierro político, Jorge Castañeda y Héctor Aguilar Camín), lo que él mismo llama “su” decálogo, en el que piensa basarse para gobernar. Una decepción porque se trata de un texto plagado de lugares comunes, ni siquiera algo novedoso. La misma vieja retórica que encontramos en los discursos de Miguel Alemán, de Gustavo Díaz Ordaz y José López Portillo, entre otros grandes exponentes del stablishment que impera desde 1940.
Es que, cuando uno lee el decálogo de Peña Nieto no puede menos que sumarse a él. ¿Y cómo no si se trata de un simple recuento de los artículos constitucionales que consagran los derechos humanos, las libertades de manifestación, de expresión, de creencias religiosas; la no discriminación, la división de poderes, las elecciones libres, la transparencia y rendición de cuentas, el federalismo, etc.? ¿Qué, me pregunto, habrá algún ciudadano o político “valiente” que se atreva a decir que no reconoce ni respeta estos principios?
La verdad es que el manifiesto de Peña “Por una presidencia Democrática” no es otra cosa que un intento por conjurar los efectos de las protestas juveniles recientes y las manifestaciones populares que están evidenciando cada vez más los riesgos que conllevaría votar movidos por la mera mercadotecnia y permitir el regreso del PRI.
Está pues dirigido a ese amplio grupo de votantes indecisos, particularmente a quienes no ocultamos nuestra preocupación ante la restauración del Viejo PRI, y también al voto “automático” de algunos ciudadanos que no les gusta entrar en mayor análisis político y han estado hasta ahora seducidos por la imagen creada del señor Peña, pero pueden dejar de estarlo.
En suma, se trata de un documento que suscribiría cualquier candidato, porque no va más allá del cumplimiento de la Constitución, con el agregado de algunos plagios de las propuestas del candidato de la izquierda.
El problema es que son exactamente los mismos lugares comunes, repito, del viejo discurso legitimador del priísmo. Y el punto es que precisamente con esos principios, plasmados en nuestra Ley Suprema desde 1917, gobernaron ellos por más o menos 60 años sin siquiera observarlos. Ah bueno, pero si no se quiere hablar de historia “porque eso ya es pasado”, el hecho es que con esos mismos principios, consagrados en la Constitución del Estado de México, gobernó el propio Peña, pasando por encima de ellos por lo menos en lo que se refiere a: A) Libertad de manifestación (según determinación de la Suprema Corte en el caso Atenco en 2006 Peña “castigó el ejercicio del derecho a la manifestación social”). B) A derechos humanos (además de las que se dieron en Atenco, las innumerables violaciones durante su gobierno las documentó el Centro Miguel Agustín Pro en su informe “Violaciones sistemáticas de Derechos Humanos, Informe sobre el Estado de México 2005-20011”). C) A la división de poderes (para nadie es un secreto que controlaba a su antojo el Congreso del Estado, y usó su influencia para reformar la ley cuantas veces quiso pero también lo hizo con su fracción en el Congreso federal, forzando una alianza con el PAN para aprobar el IVA, que finalmente fracasó, pero no por él). D) A la relación con los medios, pues hizo como gobernador exactamente lo contrario de lo que ahora propone, favoreciendo a los monopolios televisivos. E) A la transparencia y rendición de cuentas, pues Transparencia Internacional fue a uno de los gobiernos que más baja calificación le dio en ese rubro; además, la Auditoría Superior de la Federación documentó irregularidades en el manejo de recursos para programas de educación y salud; y contrario a lo que Peña ofrece hacer como Presidente, como gobernador seleccionó un equipo de colaboradores, no a partir de su “capacidad, experiencia y honestidad”, sino de sus relaciones familiares o de amistad. Y tampoco cumplió con obligar a los mandos superiores del gobierno a hacer pública su declaración patrimonial, si bien incorporó ese asunto en el portal de Internet del gobierno mexiquense, se aclaraba que esto podían hacerlo los secretarios, si lo deseaban, y de manera parcial y voluntaria. El mismo señor Peña presentó de esa forma datos incompletos de su declaración patrimonial, propiedades en ninguno de cuyos casos se especificaba su valor. Y por si esto fuera poco, según información de la Embajada Norteamericana sólo 2 por ciento de los funcionarios de seguridad del Estado pasaron las pruebas de investigación de antecedentes y de confianza.
Y no le seguimos con el recuento porque es abrumador y en verdad llama a la reflexión, sobre todo ahora que Peña plantea hacer un “deslinde” entre el “viejo PRI” y el “nuevo” que él asegura representar, sin ninguna autocrítica, ignorando olímpicamente lo que gobiernos recientes, actuales, han hecho en contra de la ley, incluido él mismo en su ejercicio como gobernador.
Lo hemos dicho otras veces, que el Nuevo PRI fue un término que acuñó Luis Donaldo Colosio en los años 90, colocado en el medio de la pugna entre los “dinosaurios” y los “renovadores”, para defender al PRI cuando todo mundo coincidía en que había llegado la hora de la transición en México. Colosio quería que el PRI fuera el impulsor de esa transición. Salinas y su grupo en cambio, empeñados en asegurar su hegemonía, pensaban justamente en lo contrario, en eliminarlo. Esto tuvo su origen en el pacto que hicieron con el PAN para acceder al poder. Con ellos, Salinas acordó cederles espacios, incluirlos dentro de la coalición gobernante, lo que se dio en llamar “concertacesiones”, para lo cual Colosio proponía una alternativa: asumir la democracia, real, no simulada, y transformar al viejo PRI en un partido democrático competitivo para que ganara las elecciones sin trampas, pero a condición de que también la oposición se ganara sus triunfos con votos y no mediante negociaciones
Bueno pues, ante el evidente escepticismo de muchos, Peña vuelve a traer a colación el cuento ese del “nuevo PRI” como fórmula salvadora. Y lo hace para hacer justamente todo lo contrario que pretendía Colosio, y además acompañado por los personajes más emblemáticos del viejo PRI, con los que está haciendo su campaña y seguramente haría mañana, en el cada vez más remoto caso de ganar, su gabinete.
Otra diferencia entre él y Colosio es que éste no admitió nunca en su comitiva ni en sus actos la presencia de los representantes del viejo PRI. Ahora muchos que se dicen colosistas o “amigos de Colosio” lo olvidan o quieren que se olvide, pero la distancia de Luis Donaldo con los dinosaurios fue real; tan real, que el candidato del viejo PRI no era él, era otro. Y para quien quiera constatarlo que le eche un vistazo a los periódicos de enero a marzo de 1994.
Ahora, sobre ese otro argumento que usa el señor Peña para eludir la crítica, en cuanto a que el viejo PRI está enquistado en realidad en el PRD, habría que decir que aún cuando posiblemente haya algo de razón, ese viejo PRI que se metió al PRD como señala Peña no es el que sustenta el movimiento obradorista; vaya, en muchos casos ni siquiera lo ha apoyado ni participa en él. Su candidato para 2012 -también como en el caso de Colosio- no era AMLO, era otro. Así que el símil puede valer efectivamente para algunos perredistas, para algunos candidatos sobre todo, metidos en las listas plurinominales; pero no para AMLO y menos para su propuesta de gobierno.
No olvidemos que la alianza del PRIAN –lo hemos dicho otras veces- ha sido posible no sólo porque así lo han querido el PRI y el PAN sino que ha contado con el respaldo también de esa parte del PRD. Lo que pasa es que unos lo hacen abiertamente, y otros de manera subrepticia. Así que mejor no confundamos unidad con contubernio. Que tránsfugas y oportunistas hay en toda la política. La diferencia está en el peso que tienen unos y otros en cada campaña y en cada equipo. Y para no ir más lejos, ¿qué más claro que el apoyo de Manuel Espino, del Yunque, y junto con él de las huestes de René Arce y Víctor Hugo Círigo, a la campaña peñista?
En todo caso, no olvidar que el discurso de los indignados mexicanos, de los jóvenes, es, en gran medida, la respuesta ciudadana a esa alianza que ha gobernado los últimos 24 años. Y a sus resultados.
Es decir, que el discurso del cambio simplemente no puede ser menos que eso… Y tampoco se reduce a copiar las propuestas de la izquierda.

Publicado en Unomasuno el 29 de mayo de 2012.

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