sábado, 21 de julio de 2012

LA ELECCION DEL 1 DE JULIO, TAREA DE TODOS

Paralelismos entre la campaña de 1952 y la de ahora. El estilo del viejo PRI.

Entramos a la recta final de la campaña con dos contendientes claros: AMLO y Enrique Peña, y como resultado de esto con todos los signos de riesgo frente al más que cantado empeño del grupo en el poder por manipular una vez más los resultados electorales.
No son exageraciones y mucho menos estrategia de amenaza como advierten, para vacunarse, los voceros del PRIAN. El riesgo es real y las señales son obvias. La disparidad en las cifras de las encuestas, la intromisión cada vez más abierta del gobierno federal, la guerra sucia de spots y declaraciones, mientras el PRI, realmente desesperado, hace suyo el discurso calderonista del 2006 y no titubean en llamar a AMLO, otra vez, “un peligro para México”. Esto por no hablar de las denuncias diversas que organizaciones ciudadanas han venido presentando sobre anomalías en la preparación de las elecciones.
Todo lo cual nos obliga a recurrir a la historia. Porque la historia enseña. Y para eso justamente sirve, para aprender de ella y para evitar repetir los errores.
No es esta la primera vez que el país se encuentra en una situación similar.
Ya hemos hablado de las elecciones de 1952. Miguel Henríquez Guzmán, cobijado en la primera coalición de fuerzas progresistas enfrentó al candidato del sistema, al candidato del PRI, y avanzaba en la aceptación popular.
Fue una campaña a contracorriente. El mundo a revés en pleno. Pero aún así, con todo en contra, el triunfo del candidato de la izquierda aparecía cada vez como más posible. La táctica del gobierno y su partido fue preparar el fraude, y al parejo de esto ir creando el clima y el marco para poder hacerlo.
Así pues, para espantar al electorado se empezó por acusar a Henríquez de ser un émulo de Batista -el Chávez de aquellos años-, un comunista embozado, dictador en ciernes rodeado de radicales que iban a poner en riesgo la economía y la estabilidad del país.
Luego, como Henríquez convocaba cada vez a mayor número de ciudadanos en sus mítines sin necesidad de acarreos ni grandes recursos, el silencio de los medios y la propaganda interesada trató de minimizar o de plano desacreditar todos los logros de la campaña.
Algo que inquietaba a los priístas era la amistad y alianza que unía a Henríquez con Lázaro Cárdenas e hicieron todo con tal de minarla. Como de entrada se planteó la unidad de todas las fuerzas progresistas en torno a Henríquez, se empeñaron en mostrar la imagen de una izquierda dividida, confrontada, que abandonaba a su abanderado. Utilizando la figura de Cárdenas, como hoy se hace con Cuauhtémoc su hijo y con Marcelo Ebrard, regaron por todos lados el rumor de que el ex presidente en realidad no apoyaba la candidatura de Henríquez y hasta usaron sus declaraciones para legitimar el fraude; pero además, subrepticiamente, cooptaron a la otra gran figura de la izquierda, a Vicente Lombardo, y empezaron a operar con su apoyo. El caso era generar confusión entre la base henriquista, al tiempo que allanaban el camino de la futura negociación con los “sensatos”.
Lo siguiente fue convertir a los henriquistas en los “perros del mal”, presentarlos como intolerantes, acusarlos del violentos y, claro, de estar preparando un estallido armado ante lo “inevitable” de su derrota. Y como ni así hacían mella en el ánimo popular, recurrieron al expediente de la victimización.
Un hecho insólito ocurrió en el mes de marzo de 1952, durante un mitin en Tacuba. Fue interrumpido por un grupo de priístas, pistola en mano, que llegaron agrediendo a los henriquistas y mataron a uno. Los priístas armaron un escándalo. Aseguraron que los agresores habían sido los oposicionistas y no sólo eso sino que se robaron el cadáver de la víctima, dijeron que era militante del PRI y acusaron a un henriquista del crimen. Los verdaderos asesinos jamás fueron molestados, y en cambio el incidente sirvió de pretexto para inundar materialmente la prensa, en los últimos días de la campaña, con acusaciones muy severas acerca del carácter “subversivo” de Henríquez y sus seguidores.
Nada era casual. Todo estaba perfectamente calculado. Presentando una imagen de la oposición recurriendo a la violencia como su último recurso reforzaban en realidad la percepción de su “derrota” inminente, y de paso la descalificaban de antemano ante cualquier posibilidad de protesta.
Miguel Alemán, el presidente en ese tiempo, reclamó de los henriquistas y de su candidato “respeto a la ley”, el compromiso de acatar los resultados, sea cuales fueran. Sin embargo, todo el aparato estaba armado para que la calificación de la elección la hicieran incondicionales de Alemán y militantes del PRI.
La guerra sucia arreció. Henríquez era presentado como un auténtico peligro, no sólo para el país sino para todo el continente. Se decía que estaba preparando una “revolución” y que usaba cuantiosos recursos ilegales para armar su reclamo post-electoral.
Secretamente, Alemán había tendido sus hilos. Auxiliado por el ex presidente Manuel Avila Camacho operó la negociación que asegurara la gobernabilidad una vez consumado el fraude. Para sembrar la duda en la oposición se decía que Cárdenas en realidad ya estaba preparándose para la derrota de su amigo. Gonzalo N. Santos cuenta en sus memorias cómo fue que se arregló una especie de “gobierno de coalición” con miembros de todos los grupos políticos significativos de aquel entonces, incluida el ala cardenista hasta entonces marginada.
Ignorante de todas esas cosas, o más bien, haciendo oídos sordos a todas las advertencias, llegó Henríquez al final de su campaña política.
El desenlace de aquellas elecciones fue, efectivamente, el fraude electoral.
Hay elementos fundados que permiten suponer que el triunfador fue Henríquez. Sólo que como en los hechos funcionó la operación gubernamental para inmovilizar al henriquismo, la imposición se pudo consumar. A los reclamos se respondió con represión, hubo muertos, y unas declaraciones de Cárdenas fueron la puntilla: urgió a su amigo a reconocer los resultados y desautorizó cualquier intento de protesta llamando a la unidad nacional.
Cárdenas diría posteriormente que él jamás dio esas declaraciones pero el hecho fue que no lo aclaró públicamente y sirvieron como un detonante para dividir a la izquierda: los “sensatos” o pragmáticos se alinearon al gobierno y dejaron sólo a Henríquez. Cuando en 1957 quiso volver a ser candidato, de plano le cerraron el paso. Mientras la izquierda Light de entonces, la izquierda moderada, a modo del sistema, se prestaba a la farsa de la “unidad nacional” a cambio de una tajada del pastel oficial.
Esto es lo que consigna la historia. Y efectivamente ya vemos que no es esta la primera vez que el país vive una elección como la de este año. Pero hay diferencias.
Para empezar hoy ya se asume, al margen de la propaganda, que nuestra democracia está por hacerse. Y existe una ciudadanía consciente pero además actuante, organizada como nunca antes, que se ocupa no solamente en contrarrestar la “guerra sucia” y acudir a las urnas sino que está lista para cuidar su conteo y evidenciar todas las anomalías que se den antes y durante la jornada del 1 de julio. Algo que no se pudo hacer en 1952. Ni siquiera en 2006.
Queda claro que sería inadmisible un “pacto de civilidad” de aval electoral que sólo incluya la obligación de acatar los resultados si no se asume también el compromiso de que no metan la mano en el proceso el gobierno federal ni los estatales, de que no se coaccione el voto y de la comprobable imparcialidad en el conteo rápido, entre otras condiciones de confianza elemental.
Si acaso queda pendiente evitar la percepción de una izquierda dividida, por lo que es de esperarse la presencia de Marcelo Ebrard, Cuauhtémoc Cárdenas y todos aquellos comprometidos con la unidad, reforzando los últimos mítines de la campaña de AMLO y evitando declaraciones o posturas equívocas que pudieran prestarse a la idea de que hay una parte de la izquierda lista para reconocer el fraude.
Este país no aguanta una elección fraudulenta más, pero no podemos esperar que no lo van a intentar otra vez. Por eso es necesario que actuemos todos como avales de lo que va a pasar el 1 de julio.
Por primera vez en la historia tenemos la oportunidad de hacer realidad la democracia y cambiar a México en paz y sin violencia. Dejar atrás al fin, la jettatura de las elecciones cuestionadas.

Publicado en Unomasuno el 19 de junio de 2012.

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