miércoles, 11 de enero de 2012

EL NUEVO FAP Y LAS POSIBILIDADES DE LA IZQUIERDA

De particular importancia resulta la convocatoria hecha conjuntamente por Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard para empujar la creación de un nuevo Frente Amplio Progresista, pues una vez asumida la precandidatura de consenso del primero lo urgente no es sólo concretar la reunificación de los partidos y agrupaciones de izquierda sino iniciar la reconciliación de estos con el electorado centrista o moderado, clave para fortalecer la campaña de AMLO y ampliar sus posibilidades de ganar.
La idea de esta nueva versión del FAP, según reconocieron tanto AMLO como Ebrard, es ir más allá del modelo frentista planteado después de las elecciones de 2006, porque en el FAP primero y luego en el DIA sólo participaban los partidos pertenecientes a la Coalición "Por el Bien de Todos" pero sin tener propósitos electorales, mientras que en el nuevo instrumento estarían integrados, además del PRD-PT-MC otros institutos políticos de corte de izquierda, así como movimientos sociales, ciudadanos y cívicos, con el claro propósito de confluir todos finalmente en un nuevo partido progresista.
Es decir que hablamos, claramente, de un organismo de amplia convocatoria y además con alcances mediatos e inmediatos, por lo que después de todo lo que ha venido pasando en las filas de la izquierda desde julio de 2006, después de los desencuentros en posturas y objetivos que prevalecieron hasta hace apenas unos días, es esto un buen augurio sin duda, si bien no deja de ser también un reto si lo que se busca es contar con una alternativa electoral capaz de romper con el predominio establecido por la dupla PAN-PRI en los últimos 25 años.
Es que ya no se trata nada más de canalizar por la vía institucional la rebeldía contra Felipe Calderón. Se trata mucho más que eso: de que la izquierda, de que los ciudadanos y grupos progresistas, cuenten con un instrumento de lucha social y además de alcances político-electorales para sumarlos a la campaña presidencial de AMLO y estar en posibilidades de construir con ellos una candidatura realmente competitiva y con posibilidades de ganar.
El problema ha sido el concepto de "frente" que ha prevalecido en la izquierda desde hace años. Un espacio sectario, más frecuentemente empleado para polarizar, para excluir, pocas veces para sumar, cuando lo que siempre han necesitado y necesitan los partidos de avanzada, los progresistas –desde Benito Juárez- ha sido ampliar su convocatoria. Es decir, no sólo asegurar sus votos sino aumentarlos.
Esa es la razón por la que pudo sacar adelante su programa y mantener el poder por años, y en las peores condiciones del país, el Partido Liberal en el siglo XIX: por la coalición que hombres como Juárez atinaron a entablar entre los "Puros" y los "Moderados", y al esfuerzo de estos últimos para conciliar con sectores amplios de la política y la sociedad y sumarlos al Proyecto de Nación Liberal.
Sólo que la herencia que traemos en la izquierda no es esa. La tradición de los llamados "frentes" en el siglo XX es más bien un rescoldo del stalinismo. Me refiero a la estrategia del "Frente Popular" que inventó José Stalin allá por los años 30 para expandir el comunismo de una manera solapada en todo el mundo, consciente de que no siempre funcionaba la receta de atizar la revolución como planteaba Lenin, y también de que los partidos comunistas por sí solos no podían llegar al poder.
Stalin propuso, maquiavélicamente, sumar a todos los que se dejaran, a todos los que se pudiera, y crear el “Frente” pero sólo como disfraz para usarlos cínicamente, lo que siempre acaba por revertirse. Así que de ahí le viene el descrédito al frentismo y también sus escasas posibilidades.
En México hay varias experiencias de frentes izquierdistas; pero hay también diferencias. Y son muy aleccionadoras.
El “Frente Popular” tuvo su versión en nuestro país en el Partido de la Revolución Mexicana (PRM) creado en 1938 por Lázaro Cárdenas, fue el sostén de su programa de gobierno avanzado pero fracasó por la polarización que generó y porque el propio Cárdenas, al fin de su gestión, se espantó tanto del ritmo de sus reformas que renegó de su izquierdismo y cedió el poder a los moderados.
Años después, a raíz de que su sucesor enterró el PRM y creó el PRI, el “Tata”, arrepentido, intentó corregir su error y rehacer el Frente desde la oposición. Lo logró en 1952, cuando empujó la candidatura de Miguel Henríquez Guzmán, y entonces sí la izquierda estuvo a un paso de alcanzar el poder porque se dio en torno al general Henríquez un movimiento tan amplio que logró captar no solamente el tradicional voto izquierdista sino el de clases medias, trabajadores, campesinos, intelectuales, empresarios y hasta militares.
Otros intentos se hicieron en 1958 y 1964, años en los que se habló de un “Frente Patriótico Nacional” y luego del "Frente Electoral del Pueblo", pero a diferencia del henriquismo, que como se ha dicho representó una amplia convocatoria ciudadana, ambas experiencias fueron sectarias y sin mayores posibilidades de sumar votos. Incluido desde luego también el llamado "Frente de las Fuerzas Democráticas” que en 1958 creó Vicente Lombardo sólo para encubrir su alianza con el PRI y recibir a cambio curules y recursos. Y por cierto que un Presidente que fue producto de esa alianza fue un reputado derechista, nada menos que Gustavo Díaz Ordaz.
Tuvieron que pasar más de 30 años para que los izquierdistas entendieran que ni por el camino del sectarismo ni por el del colaboracionismo iban a ninguna parte, hasta que en 1988 apareció otro frente amplio, el “Frente Democrático Nacional” que se congregó en torno a la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas, y otra vez estuvieron a un paso del poder, sólo para volver a dividirse y regresar al sectarismo por casi 20 años, hasta que en 2006 se logró articular al fin un movimiento de amplia convocatoria, la "Coalición por el Bien de Todos", con su esquema muy similar al henriquista, gracias al cual, por una vez más, se estuvo a un paso de llegar el poder.
Lo que ha diferenciado, en suma, a los Frentes izquierdistas competitivos de los que no lo han sido es su capacidad de convocar más allá de los sectores tradicionales de izquierda, de atraerse al votante indeciso, a los centristas y a los moderados. Así que esa es una lección que la izquierda no puede despreciar, si en verdad quiere no sólo ganar elecciones sino acceder al poder.
No por nada AMLO está montado hoy en un discurso incluyente y reconciliador, que es en realidad su discurso de siempre y parte de un proyecto que como decíamos al principio es resultado del acuerdo con Marcelo Ebrard quien, por otro lado, siempre se ha ostentado como más cercano a las clases medias y empresariales y por lo mismo tiene ahora la importante misión de acercarle ese electorado a AMLO.
Bueno, pues para eso debe de servir el FAP. AMLO ha dicho que entre él y Ebrard hay el compromiso “de convocar a todos los ciudadanos, de todos los sectores productivos, de todas las clases sociales, de todas las corrientes de pensamiento”. Es decir, que en esta etapa irán juntos (“nos vamos a complementar”) para “potenciar” sus fuerzas. Y ese es el papel que está llamado a tener el nuevo FAP: aprovechando ese acuerdo y el ambiente de unidad, llevarlos más allá de la foto y concretarlos en acciones que se traduzcan en votos.
Por supuesto que lo que pasó en Michoacán es una lección. Unos y otros esgrimirán sus razones para justificar los errores que facilitaron el regreso del PRI. Dirán misa, lo único cierto es que los acuerdos se construyen entre quienes los quieren hacer y los resultados del 13 de noviembre son aleccionadores porque probaron que no basta un convenio firmado entre los tres partidos de izquierda si no es real el compromiso de trabajar en una estrategia común. Se necesita entonces algo más que tomarse la foto. Y esto es sumar esfuerzos y voluntades pero de un modo tal que sea tangible, cuantificable. Algo tan simple como traducir adhesiones declarativas en votos. Ese es el reto.


Publicado en Unomasuno el 29 de noviembre de 2011.

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