miércoles, 11 de enero de 2012

LOS OLVIDOS DE PEÑA

Dice el ex invencible señor Enrique Peña que podrá no recordar el nombre de algún autor pero que lo que “no se le olvida” es “la violencia, la pobreza y la desesperanza que vive México”. En su primer discurso como abanderado oficial del PRI, en lo que trató de ser una más o menos hilvanada réplica a sus críticos y un revire audaz de sus “tropiezos”, aseguró que a él “no se le olvida” el estancamiento económico ni la falta de oportunidades ni la frustración de miles de jóvenes, ni más de 50 millones de mexicanos que viven en pobreza, y bla, bla, bla.

Bonito discurso para la mercadotecnia, bueno para un titular de ocho columnas y desde luego para el consumo de eso que llaman la “comentocracia” y los nostálgicos del viejo régimen… Lo malo es lo que esconde.
Ya lo decíamos en anterior colaboración. Que lo peor del discurso del PRI no sólo es su ausencia de autocrítica sino su falta de seriedad, de consistencia, de confiabilidad. Si no, ¿cómo explicar que en sus spots publicitarios se ostenten orgullosos herederos del cardenismo, de las conquistas populares del gobierno de Lázaro Cárdenas, y se atrevan a omitir que fueron ellos, los propios priístas, los que traicionaron la obra social de la Revolución, los que enmendaron la plana del cardenismo de la mano con el PAN y todavía hoy, de remate, pretendan que les creamos que son “nuestra salvación” precisamente contra el PAN?
Me refiero a que con qué cara se ofrecen los priístas como “la alternativa” de los panistas cuando han sido ambos los que nos dejaron el país como lo tenemos.
Y no se me malinterprete. A mí me tiene sin cuidado que el señor Peña lea o no a Carlos Fuentes, que le gusten los libros y sea más o menos culto. El problema no es la incultura del señor Peña, por más ostensible y burda que sea pues, en todo caso, ya hemos tenido Presidentes muy cultos que para nada han sido un ejemplo no se diga de eficacia, ni siquiera de honorabilidad. Ahí está, para no ir más lejos, José López Portillo que presumía de culto y hasta se ostentaba como la encarnación del ideal platónico del “gobernante-filòsofo” y, bueno, ¿para qué hablar de su saldo como Presidente?
En contrapartida, hemos tenido gobernantes muy buenos no precisamente letrados. Ni más ni menos Cárdenas es uno de ellos, que quizá no pasaría hoy la prueba de la mercadotecnia y muy seguramente ni siquiera la muy en boga de las encuestas.
Del “Tata” escribió José Muñoz Cota, quien fuera su secretario privado por muchos años y uno de sus hombres más cercanos en los momentos decisivos: “Escaso de escolaridad, adentrado en la milicia, en contacto con la incipiente cultura de los soldados de la era revolucionaria, cercado por los vicios peculiares del cuartel, se autoformó dentro de una escuela de austeridad y de abstinencia… Fue, a no dudarlo, el más inteligente y astuto de los políticos de su tiempo. Sobrio y recatado más tenía la apariencia de un profesor de rancho que de un militar o de un Presidente… De ahí el odio concentrado de los empresarios y de los caballeros de sociedad que jamás lo dejaron de considerar como una gente del pueblo plebeyo, sin ilustración y sin clase social”. Y abundaba: “El general Cárdenas estaba consiente de sus limitaciones culturales e inclusive de su pequeña y deficiente ilustración; pero éstos estorbos para la acción político-administrativa los suplía con ventaja practicando un don innato en su persona: su inextinguible atención para escuchar, y asimilar, todo lo que le decían. Oía opiniones sin fatiga. Escuchaba a un campesino cuando hablaba de siembras, de abonos, de cosechas y de ventas. Oía a Narciso Bassols cuando le disertaba sobre Marx y las teorías de Lenin… Su cultura estética era muy limitada y casi nula en materia literaria, pero conversaba con el escultor Guillermo Ortiz o con el pintor manquito De la Cueva, y ya estaba apto de intercalar en la muy breve charla de sobremesa, una o dos palabras sobre arte. Su universidad fue la vida y dentro de la vida el contacto con sus prójimos”.
Es que Cárdenas pudo tener muchos defectos –que efectivamente los tuvo- pero nadie le puede regatear su preocupación genuina, auténtica, por la gente. Lo que él explicaba de la siguiente manera: “Nada importante puede hacerse en un país como México sin una pasión por la suerte del pueblo”. De la “prole” diría el clásico.
En fin, que no estoy seguro, repito, si Cárdenas hubiera pasado el escrutinio de “los cultos” pero de lo que sí estoy seguro es que los valores que se enseñaban en el seno de la familia Cárdenas no son los mismos que se inculcan en la familia Peña. Y esto sí debiera preocuparnos.
Lo malo pues, del señor Peña, no es sólo su incultura ni la incapacidad de él y en todo caso de sus asesores para prepararse para la exposición mediática, que eso lo puede corregir. Lo malo del señor Peña son los valores que tiene. Y sus olvidos reales, los importantes. O que quiere hacer pasar por olvidos. Me refiero a sus raíces formativas -que son las que recibió del entorno familiar y las que a su vez transmite a sus hijos-, a su visión del país, de la política y del por qué está donde está. La genealogía de una carrera que arranca nada menos que en Atlacomulco, sede del mítico grupo de políticos, los más cínicos, impunes y corruptos muy posiblemente del viejo PRI pero con una habilidad tal, apenas comparable a la de los dinosaurios que evolucionaron en cocodrilos o aves.
El caso es que al señor Peña, cuando habla de “las bondades” del regreso del PRI y critica lo mal que lo han hecho los gobiernos del PAN, se le olvidan, muy convenientemente, muchas cosas. El pacto extralegal, por ejemplo, que se dio en Los Pinos entre el PAN y Carlos Salinas el 2 de diciembre de 1988, que le permitió a Salinas quedarse en el poder a pesar del fraude, a cambio de gobernar con el programa de la derecha, el capítulo quizá más burdo de las traiciones a la Revolución y para sepultar de plano lo poco que quedaba de su programa popular. El inicio de lo que se conoce como la era del PRIAN, que pervive, aún con matices, hasta nuestros días. Y ya veremos hasta dónde puede llegar.
Porque que no nos vengan con que lo que hoy se cuestiona al gobierno desde el PRI no fue hecho con el aval de los priístas. Y si esto fuera poco para explicar la demagogia del discurso peñista, basta con evocar otros mucho episodios aleccionadores, que no debieran ser olvidados por nadie.
Curiosamente, si algo se le achacó a AMLO y fue parte central de la guerra sucia en su contra hace 5 años fue que iba a gobernar como el PRI; que su propuesta era, encubierta, la misma del viejo PRI populista; que iba a acabar haciendo pacto con el salinismo, con los gobernadores priístas y el sindicato de maestros para encaramarse en el poder y hacer como que iba a cambiar para dejar que todo siguiera igual. Ese era el corazón de la descalificación anti-AMLO en 2006… Y la realidad es que todo pasó al revés. Quien acabó aliado al priísmo, al peor, fue Felipe Calderón. Y quienes han gobernado como garantes de los intereses creados priístas han sido ellos, los panistas.
Yo mismo era “moderado”, en esa acepción de tenerle miedo a las actitudes mal llamadas radicales, definidas, que al final resultan tan convenientes para el inmovilismo. Afortunadamente la realidad me cambió.
Yo no sé si AMLO cambió también o no, si su discurso es el mismo o se trata de un nuevo discurso. Lo que es un hecho es que la única opción verdaderamente congruente, consistente tanto ideológica como políticamente, es la que él representa y ha acreditado en los últimos 5 años. 5 años que han acabado, por cierto, por darle la razón.
Hasta ahora he visto dos spots del PRI. El que habla del IMSS y el de la CFE. Y en ninguno de los dos se dice que el proceso de desmantelamiento de la seguridad social la iniciaron los priístas y que el proceso de privatización y desnacionalización de la energía eléctrica empezó también en el priato. Me pregunto: ¿Cuándo el señor Peña nos hable de su preocupación por los estudiantes recordará lo que hicieron los gobiernos del PRI que tanto se ufana en ponderar, el 2 de octubre de 1968 y el 10 de junio de 1971, sólo por citar las fechas más significativas? ¿Y cuando hable de la educación nos hablará del proceso corruptor del sindicato de maestros que iniciaron gobernantes priístas, de cómo se desvió el ideal revolucionario de educación y cómo se persiguió y asesinó a aquellos maestros que luchaban por un sindicato limpio, digno, democrático?
Si todas estas cosas las olvida el señor Enrique Peña, allá él. Los que ojalá no olvidemos eso y otras muchas cosas más somos nosotros, los ciudadanos.

Publicado en Unomasuno el 20 de diciembre de 2011.

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