miércoles, 11 de enero de 2012

EL PARADIGMA DE LA “INSURGENCIA” GLOBALIZADA

Se ha venido construyendo un paradigma, como hacía años no se veía, en torno al movimiento llamado de “Los Indignados”, multitudes de personas que han salido a las plazas de varios países del mundo para enarbolar la bandera “anti-sistema y expresarse contra la ineficacia de los gobiernos y la falta de respuestas de los políticos.
El detonante fue, al parecer, los movimientos musulmanes, pero han habido expresiones lo mismo en España que en Grecia e Israel, incluso en los Estados Unidos, y ahora más recientemente en Rusia.
Esperanza y renacer revolucionario para algunos, una expresión más de la manipulación de las élites globales con tal de que nada cambie para otros, no es casual que la revista TIME haya designado al “manifestante” como su “personaje el año”. La paradoja es que prácticamente todo el mundo habla del “poder popular” cuando menos poder popular se tiene.
Desde finales de los 60, más específicamente desde 1968 cuando se dio la revuelta estudiantil, no se producía un fenómeno que despertara tantas expectativas y tanto entusiasmo. Ni siquiera la ola transformadora precipitada por la Perestroika de Gorbachov y la caída del Muro del Berlín.
El problema es que una cosa es la manifestación pública de las ideas y otra que esas manifestaciones estén incidiendo, o puedan incidir, en cambios a favor de quienes se dice que se hacen, de la gente.
Me refiero a que no parecen tan descabelladas las suspicacias que despierta el sorprendente “contagio revolucionario” que se nos vende como una panacea a través de los medios. Para no ir más lejos, en Egipto gobierna ahora mismo un régimen militar que no ha traído ningún cambio en el orden social, vaya, no sólo la autoridad no ha pasado al pueblo sino que el ejército amenaza con no irse más. Hossam El-Halamawy, uno de los principales activistas de las protestas de hace un año, ha denunciado que “Mubarak cayó, pero las estructuras de su régimen permanecen casi intactas. Los generales de Mubarak están gobernando”. Y en Libia, ni se diga, agravado el hecho por la descarada intervención de las potencias económicas.
En Yemen, otro ejemplo, el “éxito” se redujo a generar un gobierno de “reconciliación” nacional, en realidad un pacto de impunidad entre los opositores triunfantes y los gobernantes derrotados que tiene indignado a más de un indignado. En Irán el régimen fundamentalista logró controlar los efectos de las movilizaciones, y lo mismo lograron las seis monarquías del golfo Pérsico. Por otro lado, no deja de ser sintomático que en América Latina las protestas se estén materializando a través de protestas estudiantiles, y todavía más sugerente es el hecho de que la más resonante movilización, la que se dio en Chile, está poniendo en evidencia las limitaciones del modelo presentado como el “más exitoso” de la región en los últimos años, el saldo oculto de la alianza derecha-izquierda que tanto emociona a algunos políticos mexicanos: la falta de ascenso social, pasar de la clase baja a la media y de ella a la alta es casi imposible allá y el defectuoso sistema educativo es la clave de este fenómeno, algo que los gobiernos de la Concertación, incluso con dos presidentes socialistas, no supieron o no pudieron resolver.
En fin, que como se ve, hasta ahora no han sido tan eficaces los “manifestantes”, pues en lo que todos los analistas coinciden es en que para que las movilizaciones impliquen cambios verdaderos se tiene que producir un desplazamiento tal del poder que quienes tomen las decisiones sean los ciudadanos. Y esto no ha pasado en ninguno de los casos citados. Al menos hasta hoy.
Lo que pasa es que la conquista de la soberanía popular –causa de tantas y tantas revoluciones sangrientas en el pasado- no es flor de un día; tan simple como que nadie otorga poder al pueblo sino el propio pueblo y, algo más importante, que el triunfo de las movilizaciones no debe traducirse en desmovilización social. Porque los únicos beneficiados con lo que ha estado pasando han sido, paradójicamente, los políticos, y de entre ellos los más conservadores. Díganlo si no los “indignados” de España, uno de cuyos saldos más importantes ha sido la vuelta al poder… de la derecha .
Ya he dicho antes que no soy de los que piensan que la experiencia vivida por los movilizados de la plaza Tahrir a la Plaza del Sol pueda ser trasplantada automáticamente a otros países o que estemos ante una especie de “epidemia” democratizadora, porque cada país tiene su realidad y sus tiempos. Lo que sí creo es que lo que algunos han dado en llamar desde los 80 “la sociedad civil” es algo más que un mero recurso retórico siempre y cuando la gente, el individuo, decida salir por sí mismo de su limitado espacio de individualidad y sumarse a otros en pos de un mismo objetivo o un ideal común.
Es que se está tratando de presentar todo esto como algo novedoso, cuando en realidad es lo mismo de siempre. Ahora son los celulares, ayer eran los panfletos y la consigna pasada de voz en voz. En resumidas cuentas, conciencia cívica. Ese ha sido el motor que ha animado los grandes cambios. Y la clave, ayer como hoy, es la unión de la gente, el ánimo solidario, la voluntad compartida de cambio. Pues así como hoy se censura la Internet, ayer se cerraban las imprentas. Expresiones autoritarias a cual más de inútiles cuando la gente, los ciudadanos, deciden rebelarse.
La rebeldía, decía Albert Camus, se concreta en el instante en que un hombre o un pueblo gritan: ¡Ya basta! Por eso es válida la reflexión sobre la llamada “insurgencia ciudadana” que presenciamos este año en varios países y sobre las posibilidades de “contagio” global que algunos proclaman. Sobre todo es interesante analizar la influencia que los medios y las redes sociales tuvieron realmente y tienen en todos estos eventos para evitar confusiones, pues no se puede descartar tampoco, como reclaman los más escépticos, un cierto grado de manipulación interesada u “orientación” premeditada que compromete sus alcances. En todo caso, ni en Madrid ni en El Cairo “Facebook” hizo la revolución, la tiene que hacer la gente. Es cierto que muchas manifestaciones se convocaron a través de esta red social, pero la revolución es cosa de los ciudadanos, y no se reduce, por cierto, a salir a la calle. Es decir, que si bien el factor central que hizo posible las manifestaciones en casi todos los casos citados fue la comunicación, su éxito final estriba en la concientización y, sobre todo, en la organización de la población.
En fin, que una lección válida de lo sucedido, de Egipto a Moscú y de Yemen a España, es algo que ya sabíamos: que si se quieren cambios, estos solamente pueden ser generados desde la propia sociedad y por la sociedad.
Lo que trato de decir es que el éxito de las movilizaciones no se mide por ellas mismas sino por las reacciones y consecuencias que provocan, por lo que el objetivo no puede ser derribar a la marioneta en lugar de al titiritero. Porque lo peor que puede pasar es que las movilizaciones se vuelvan funcionales al sistema, al poder establecido, y lejos de provocar cambios hacia delante ayuden a afirmar el inmovilismo o de plano empujen, pero hacia atrás.
Conste que no quiere decir esto que no existan expresiones ciudadanas legítimas, pero la fabricación premeditada de movimientos siempre ha sido un hecho, sobre todo en México, adonde “Solidaridad” se llamó al mayor programa de cooptación social y compra de votos de la historia priísta y “órganos autónomos” u “organizaciones ciudadanas” a entes controlados por los partidos, cuando no por el gobierno.
No nos equivoquemos, la participación ciudadana sólo será una realidad cuando seamos capaces de construir instituciones ciudadanas reales, cuando sustituyamos nuestra imperfecta democracia representativa por una democracia directa y participativa. Y la única arma que los ciudadanos tenemos por ahora para cambiar las cosas –y las reformas “políticas” de hace unas semanas así lo corroboran- es el voto, votar por un programa que nos asegure ese salto y cuidar los votos. Así que esa es la tarea urgente.
No nos vaya a pasar lo que en el 68. ¡Tantas expectativas y tantas esperanzas!
Lo que pasa es que cuando uno lee a quienes fueron sus “líderes” -porque resulta que se han convertido en “analistas”- o constata sus trayectorias, no puede menos que concluir que con tamaños líderes –salvo honrosas pero limitadas excepciones- no podía ser otro el desenlace del movimiento estudiantil. Cooptados antes o después del movimiento.
Ojalá no sea ese el caso de esta nueva “ola” insurgente.

Publicado en Unomasuno el 27 de diciembre de 2011.

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