miércoles, 11 de enero de 2012

LA MODERACION EN TIEMPOS DE UNIDAD DE LA IZQUIERDA

Pasó lo que pocos creyeron que podía pasar. Lo sorprendente no fue tanto que Andrés Manuel López Obrador resultara el vencedor en la prueba de las encuestas sino que, sin pleitos ni escándalos, superando los pronósticos y una tradición que condenaba, de un día para otro toda la izquierda, partidos, grupos y corrientes, se unieron en torno a su precandidatura, en torno a un solo liderazgo, algo que no se veía desde hace 5 años. Los mismos que AMLO lleva de estar recorriendo todos los rincones del país construyendo un movimiento social al margen de los partidos.
Algo digno de resaltar es que, a pesar de eso, del innegable apoyo popular que lo respalda desde hace tiempo, AMLO aceptara someterse a la prueba de la democracia, someter su liderazgo y sus aspiraciones a la encuesta a que lo retó Marcelo Ebrard, hecho realmente inusitado en el caso de los líderes mexicanos tan proclives al caudillismo mesiánico y al úkase de los destinos manifiestos. Tenía tazones de sobra para negarse. Además de su movimiento, el respaldo incondicional de dos partidos –el PT y MC, antes Convergencia- que con gusto lo hubieran hecho su candidato, sólo que prefirió apostarle a la unidad y ya vemos cuan acertada fue esa apuesta.
El caso es que la izquierda está hoy en su mejor momento en años, aunque hay quien sin entender esto –y también quienes por lo contrario, porque lo entienden muy bien- le cuestionan a AMLO su “transformación”, su “moderación” en el discurso y su actitud conciliatoria con todos, reviviendo la leyenda negra sobre la que se posicionó la candidatura calderonista en 2006.
Dicen ahora que es “simplemente maquillaje”, “que se está disfrazando de oveja para luego sacar los colmillos” que “ha cambiado sólo en apariencia, como el Gatopardo”. Y el remate: “¡Qué distinto hubiera sido si hubiera reconocido el triunfo electoral de Calderón!”. El manido argumento de “los sensatos”, esos que alegan que una prueba del grado de madurez política de un pueblo es que, pasadas las elecciones, los que pierden reconocen sin chistar a los que ganan y se da vuelta a la hoja; olvidando, empero, que aquí esto ha sido imposible, es imposible, porque como el que gana no lo hace a la buena, como no hay competencia justa ni leal ni honesta, y mucho menos limpia, los perdedores no se pueden prestar a una reconciliación. Y los que lo hacen es casi siempre a un altísimo costo pues los ganadores los quieren doblegados, arrepentidos, incondicionales. Porque dialogar aquí, negociar y sentarse a la mesa para tener acuerdos, siempre ha equivalido a doblar las manos, a transigir y traicionarse a sí mismo. Y cuando no es así, los perdedores simplemente son borrados del mapa político.
En un país en el cual una militancia entregada y comprometida es sinónimo de “obsesión” cuando no de antipatriotismo, es difícil que prospere la cultura de la democracia. Basta recordar a los osados, que no son pocos, que cometieron el “pecado” de tener congruencia política y acabaron en el olvido.
Por eso es valioso el precedente que está creando AMLO. Una excepción en el mar de oportunismos y deslealtades, de canje de principios por intereses pragmáticos que hasta se presentan como admirables y signos de “civilidad”. Sí, porque no hay que confundirse. Nada hay peor que los rebeldes “que se moderaron”, esos que acabaron convencidos de que no quedaba más que negociar con el poderoso en turno, muy útiles por cierto para desalentar nuevas rebeldías y obstaculizar las auténticas transformaciones.
Precisamente la semana anterior hablaba de los riesgos de la ”moderación”. Y aclaraba que una cosa es moderación y otra concesión, que es en lo que frecuentemente han caído nuestros políticos. Ejemplos de esa clase de moderación, suicida decía, porque es moderación que opera en contra del cambio y de los avances, tenemos a Ignacio Comonfort frente a Benito Juárez en 1857, y a Francisco I. Madero frente a Venustiano Carranza en 1911. Ese sí es del tipo de moderación que apesta. Comonfort tuvo la osadía de desoír a Juárez y darse un autogolpe de estado para hacer un pacto “de reconciliación” con los conservadores a costa de la Reforma. Y Madero negoció, a cambio de la renuncia de Porfirio Díaz, la formación de un gobierno de coalición entre los revolucionarios y los porfiristas, contra la opinión de Carranza, de los “radicales” de entonces, que advertían que “revolución que transa se suicida”. Para aquellos que afirman que sólo se puede ganar concediendo y cediendo frente a los hechos, los “tercos” Juárez y Carranza son la prueba más palpable de lo contrario.
Sólo que no sólo hay la moderación que opera en contra del cambio y los avances. También hay la moderación que suma -yo la llamaría más bien estrategia incluyente-, que sirve para hacer viables los cambios y los avances. Y para ilustrarla también hay buenos ejemplos. Juárez y Carranza mismos son dos de ellos. Aún cuando ambos eran hombres definidos, ni Juárez ni Carranza llevaron sus causas a los extremos, pero tampoco cedieron. Por eso las salvaron, y las ganaron. Otro es Lázaro Cárdenas, de quien también hemos hablado aquí.
Cárdenas encabezó en su momento un proyecto de grandes y profundas transformaciones, radical podríamos llamarlo. “Existe en toda la nación –declaró al inicio de su campaña, allá por 1934- un profundo deseo… de que el país progrese y de que se mejoren moral y económicamente las masas obreras y campesinas de la República; pero para esto, y para cualquiera otra tendencia que quiera el pueblo ver realizada, se hace necesario que se organice, porque toda idea impulsada aisladamente hace nulos sus esfuerzos”.
Es que Cárdenas entendía que en un país como México –tan plagado de desigualdades y de pobreza- la “moderación” y la “conciliación” podían convertirse en una trampa. Por eso hablaba de organizar la lucha social, de encausarla en la ley. Pero pasó que con este discurso provocó reacciones que hicieron peligrar su triunfo; la candidatura de su contrincante Antonio I. Villarreal empezó a crecer amenazadoramente y dice José C. Valadés que lo tuvo que modificar: “Tuvo que cambiar el rumbo de su propaganda. En efecto, sus primeras palabras… repercutieron hondamente… e hicieron que Cárdenas advirtiese la necesidad de la reserva y precaución políticas. De esta suerte, abandonando momentáneamente lo novedoso y extremista, formuló un segundo ideario político… que produjo un ambiente de tranquilidad nacional y restó fuerza al villarrealismo, que se servía de las exageraciones ideológicas de los novatos líderes del cardenismo para predisponer a éste con la población temerosa de las innovaciones experimentales”.
Comprendiendo pues, que su discurso inicial le alejaba electores y más que abonar a su causa la auto-saboteaba, Cárdenas hizo oportunas correcciones que le permitieron ganar la Presidencia sin problemas y ya en ella empujó su agenda revolucionaria. Una agenda, hay que decirlo, que heredó no sólo un país más justo 6 años después sino una economía en ascenso, una iniciativa privada nacional fuerte y una basta obra de infraestructura para el desarrollo que después de él sólo los gobiernos de los 60-70 lograron medio igualar.
Así se hace la política con P mayúscula. La política que debe hacer la izquierda, trabajando unida, de verdad y en serio, para reconstruir el proyecto progresista amplio incluyente que frustró hace 5 años la propaganda negra y el falso discurso conciliatorio que nos ha llevado a esto, a un redentorismo rampante de adversarios fabricados, de una guerra de muertos incontables, del mantenimiento de un país dividido, partido en dos y enfrentado estérilmente.
No olvidemos que la verdadera reconciliación nacional, la que garantiza estabilidad y progreso firmes, es la que viene del respeto a las formas democráticas, del respeto al pueblo. Y a sus decisiones.
Ahora que se está reivindicando al fin el valor de la congruencia es tiempo de asumir también que el dilema de la izquierda no reside, como sugieren los “realistas”, entre escoger entre ser cola de león (un gobierno de coalición) o cabeza de ratón (conformándose sólo con retener el DF) sino que se debe trabajar por ser cabeza de león. Esto es, no apostarle a perder sino abonarle partidos, grupos y corrientes, al proyecto de AMLO y trabajar unidos, todos, sin mezquindad ni regateos, por hacer realidad su triunfo en las urnas.
El reto para la izquierda apenas comienza.


Publicado en Unomasuno el 22 de noviembre de 2011.

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