miércoles, 11 de enero de 2012

LECCIONES HISTORICAS EN TIEMPO DE ENCUESTAS

Sigue el tema de las coaliciones como oferta de campaña, como propuesta para resolver los problemas del país, y en el momento tan especial que vive la izquierda –las encuestas que habrán de decidir a su abanderado- cobran particular importancia porque aunque casi no se diga resulta que, gracias a ellas, a las coaliciones, la izquierda se encuentra divida entre lo que algunos llaman el proyecto de la izquierda “moderna”, empatado con el de una parte del PRI y también del PAN, y el de la izquierda definida, que les gusta llamar “radical”, y el cual claramente se contradice con el anterior.

Hablaba la semana pasada de la proclividad de algunos políticos mexicanos a identificarse con Lula, el ex presidente brasileño, y ni mas ni menos que para justificar la promoción de programas de gobierno que lo mismo suscribirían los priístas que los panistas y, claro, la izquierda moderada.
El problema es que, con todo y las bondades con la que nos quieren vender los gobiernos de coalición, no puedo evitar que venga a mi memoria el recuerdo de Porfirio Díaz en abril de 1911 prácticamente derrotado, vencido por un dolor de muelas y por la amenaza maderista, temeroso ante su caída, fraguando con su ministro de Hacienda José Yves Limantour una última salida salvadora: pactos y acuerdos y hasta reformas políticas oportunistas, todo con tal de sobrevivir a la revolución. Y también el de Victoriano Huerta en 1913, aferrado al poder, decidido a olvidarse del “Pacto de la Embajada” que lo llevó a la presidencia, amenazado ya por la insubordinación de Venustiano Carranza, tratando de evitar lo inevitable, auxiliado por el tenebroso Francisco León de la Barra para evitar que la ola constitucionalista lo avasallara, como de todos modos finalmente pasó.
Hablo de los mañosos acuerdos de coalición que la historia nos enseña que, al menos en México, sólo han servido para aplazar los reclamos populares, para torcer la voluntad mayoritaria, y darle a los políticos un cierto margen para maniobrar a costa de los cambios verdaderos.
En el caso de Porfirio Díaz, arrinconado por sus propios errores, pasó que estaba peleado con todos cuando lo sorprendió, en noviembre de 1910, la revuelta de Francisco I. Madero. Obstinado en concentrar todo el poder, se olvidó de sus viejos aliados que lo habían encumbrado, al grado de que hasta su principal sostén, Limantour, quien además era el jefe de los “científicos”, estaba muy lejos, tan lejos como que se fue a Europa con tal de no tener más tratos con él, cansado de sus juegos y sus traiciones.
Díaz había construido su dictadura a partir, precisamente, de un gobierno de coalición, de “conciliación nacional” se le llamó entonces, cuidadosamente tejido por él mismo durante los 4 años del interinato de Manuel González con todos los partidos y hasta con sus antiguos enemigos; pero poco a poco se olvidó de todos. El hecho es que cuando tenía ya encima el reclamo de la renuncia por parte de los alzados de Madero, convenció a Limantour de regresar y urdió con él un plan para sostenerse un poco más: rehacer su coalición con la Iglesia y con los empresarios, mediante la creación de un partido a modo, el Partido Católico Nacional, para que lo legitimara y lo apoyara en su idea de hacer una especie de “gobierno de reconciliación nacional” que eliminara de la escena al maderismo.
“El secretario de Hacienda –escribió Eduardo J. Correa- se echó en busca de los católicos liberales ricos, de los que a la sombra de la paz habían acrecido sus fortunas, de los que como figuras decorativas eran exhibidos en las comparsas electorales, para formar un partido nacionalista con aparente filiación de independencia; pero manejado entre bastidores por los manipuladores oficiales”.
Al final no hizo la alianza Limantour ni Díaz, pero sí la hizo Madero, presionado por ambos, pues de hecho uno de los resultados de los acuerdos de Ciudad Juárez fue ni más ni menos, a cambio de la renuncia de Díaz, formar un gobierno de coalición entre los revolucionarios y los científicos, aún contra la opinión de los “radicales” de entonces que advertían que “revolución que transa se suicida”.
El mejor ejemplo quizá, el más crudo, del fracaso de las medias tintas y de los contubernios conciliatorios en la política mexicana es ese. El de Madero. Si hay un político representativo de la moderación es él. Desoyó las enseñanzas de la historia, el fracaso del gobierno de Ignacio Comonfort, otro ejemplo de “moderación”. Y le costó la vida. Y al país muchas más.
¿Cómo olvidar las gestiones de Limantour en Nueva York cuando, en su viaje de regreso a México, se encontró allá con Madero para negociar a nombre de Díaz y se dice, al menos existen varios testimonios al respecto, que pactó con él la caída del dictador a cambio de la continuación de la dictadura mediante la eliminación del ejército revolucionario y la formulación de un gabinete compartido por maderistas y porfiristas.
La tragedia griega en que devino el maderismo tiene como detonante, no la ingenuidad de Madero como dicen los historiadores frívolos, sino su empeño por conformar a todos, por sumar a todos y hacer un gobierno “de reconciliación” lo llamó él, que buscaba frenar los cambios radicales. Al Partido Católico le llegó a ofrecer la derogación de las Leyes de Reforma a cambio de una alianza demócrata-cristiana, pero finalmente lo único que prohijó fue la traición de los reaccionarios y su propio asesinato.
Todos se lo advirtieron. Que al ceder poder a los moderados estaba suicidándose y liquidando a la revolución. El Grupo Renovador del Congreso le entregó dos semanas antes del cuartelazo, en enero de 1913, un memorial reprochándole la distancia que había tomado de su partido, lo que fatalmente se revertiría -le advierten- en contra de él mismo; lamentaban la “funesta conciliación y el hibridismo deforme” del gobierno con los porfiristas y concluían que sólo podía evitar su caída dejando a la revolución en manos de auténticos revolucionarios… Lo que finalmente no hizo.
Muy tarde se dio cuenta de su error. Sólo reacciona cuando, ya preso de Huerta, se entera del sacrificio de su hermano Gustavo. Rompe en sollozos y exclama: “El único culpable fui yo por confiar en quien confié”. Y al embajador Márquez Sterling, contundente, le confiesa: “Ministro, si vuelvo a gobernar, me rodearé de hombres resueltos que no sean medias tintas… He cometido grandes errores… Un presidente electo por 5 años, derrocado a los 15 meses sólo debe quejarse de sí mismo… y así la historia, si es justa, lo dirá: no supo sostenerse”.
Bueno, pues otro que intentó hacer un gobierno de coalición y “unidad nacional” fue nada menos que el usurpador Huerta. Para quedarse en el poder por más tiempo y para evitar que lo avasallara la revolución constitucionalista. Ayudado por el eterno intrigante León de la Barra convocó a una reunión de todos los partidos existentes, el 11 de junio de 1913, con el objeto, así les dijo, de “neutralizar a la Revolución” mediante “una asociación, transitoria o permanente, en la que estuvieran representadas todas las tendencias políticas”. Y hasta nombre le puso: “Liga Cívica Nacional”. Formaron parte de ese intento coalicionista los partidos Felicista, Renovador, Católico, Evolucionista, Republicano y hasta el Antirreeleccionista, pero fracasó de plano porque la trampa era tan burda que por sí sola se desautorizó. Y además, claro, porque el ímpetu revolucionario fue imposible de contener.
Ya escucho a algunos decirme que soy un exagerado, que hay ejemplos de coaliciones exitosas en Chile, en Brasil; sólo que esta es nuestra experiencia histórica, y lecciones y enseñanzas que no podemos ignorar.
Cosas muy trascendentes estarán en juego en estos días. En las filas de la izquierda, sobre todo, dos que al parecer de algunos son irreconciliables: su rentabilidad electoral y su existencia misma. “Candidatura testimonial o candidatura competitiva” plantean, como si en verdad cupiera la disyuntiva. La encuesta decidirá. Hay responsabilidades en ello y en lo que va a pasar. Cada cual es libre de asumirlas a su modo. Y de ocupar el lugar que en justicia le tocará ocupar. En la historia.
Lo que sí es que nadie podrá escapar al reto porque hoy es tiempo sí, de decisiones. Pero sobre todo de definiciones. Veremos y diremos.

Publicado en Unomasuno el 8 de noviembre de 2011.



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