sábado, 29 de octubre de 2011

CARDENAS Y LA BELISARIO DOMINGUEZ, ¿PREMIO A QUE?



Se ha puesto a discusión -y por cierto que se ha alargado demasiado-, la entrega de la medalla Belisario Domínguez, por parte del Senado de la República, correspondiente a este año.

Se dice que se ha postergado la fecha de su entrega porque el más probablemente señalado para recibirla es el Ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas y entregársela como debería de haber sido, en la fecha del sacrificio del senador Belisario Domínguez, es decir el 7 de octubre, pudiera haberse prestado a malas interpretaciones toda vez que las elecciones en Michoacán –tierra del ingeniero y tierra de todos los Cárdenas- se celebrarán hasta noviembre; por tanto, no sería “políticamente correcto” dársela antes de esa fecha.
Curiosidades o absurdos de nuestra política. El hecho es que este impasse que han abierto los senadores da oportunidad de reflexionar acerca de la medalla y de las razones que debieran motivar su entrega.
Creada en 1953 -no podría ser otra la fecha- para, supuestamente, honrar a quienes en su vida y trayectoria podría considerarse cercanos al ejemplo de sacrificio de Domínguez (el chiapaneco que sin reparar en riesgos tuvo la osadía de pronunciar un discurso crítico contra el Presidente en turno que le costó la vida en 1913) la verdad es que, salvo honrosas excepciones que se pueden contar con los dedos, el premio ha sido más bien al sometimiento al poder, a la obsequiosidad con el poderoso en turno, a la complicidad abyecta cuando no de plano a la renuncia a la rebeldía y a la traición a los principios. Y me explico.
Decía arriba que no podía ser otra la fecha de creación de la medalla -1953- porque, para empezar, la motivación que tuvo Adolfo Ruiz Cortines para hacerlo fue premiar a los revolucionarios vivos que se alinearon de su lado, y a los opositores dóciles, después del fraude electoral del 52 por la necesidad de legitimación que tenía, de recibir reconocimiento vaya, de figuras de aparente peso moral o al menos de buena fama pública. Luego entonces no fue creada la medalla Belisario Domínguez para premiar el valor civil o el compromiso con la democracia pues. Y basta echar un vistazo a los galardonados para probarlo.
Salvo los profesores Rosaura Zapata, creadora de los jardines de niños en México, y Erasmo Castellanos Quinto, un maestro de la Preparatoria de la UNAM, todos los que fueron honrados en el gobierno ruizcortinista fueron personajes que, independientemente de sus méritos, tuvieron una característica: no eran críticos del régimen sino que se alinearon justificando el fraude y desde luego que sirvieron en algún momento al PRI y a sus gobiernos: Esteban Baca Calderón, Gerardo Murillo el “Dr. Atl”, Roque Estrada y Antonio Díaz Soto y Gama.
En el gobierno lopezmateísta igual, salvo María Hernández Zarco, la mujer que imprimió el discurso del senador Domínguez, se trató de personajes a modo del gobierno: Heriberto Jara, ex presidente del PRI pero además alguien que a pesar de caracterizarse por sus posiciones supuestamente “rebeldes” siempre se mostró solícito con el gobierno, lo que resultó muy útil en un momento en que a Adolfo López Mateos le interesaba aparentar cercanía con la izquierda; Isidro Fabela, con méritos seguramente pero ni más ni menos que mentor del entonces Presidente; y José Inocente Lugo, Aurelio Manrique y Adrián Aguirre Benavides, todos ex funcionarios públicos, opositores arrepentidos y finalmente miembros del partido oficial.
Lo que quiero decir, que conste, no es que muchos de estos personajes no hayan sido merecedores de reconocimiento sino que la característica por la que se los dieron fue, sobre todo, su posición “políticamente correcta”. Ni uno que representara una voz disidente, discordante de la oficial. Así funcionaba el PRI y ni modo.
Los años siguientes, salvo, otra vez, contadas excepciones, la medalla fue el premio a la lealtad priísta aunque el colmo fue cuando se la otorgaron a Pablo Macías Valenzuela, ex gobernador de Sinaloa ligado al narcotráfico, implicado en varios crímenes políticos (entre otros el del gobernador Loaiza en 1944) pero resulta que uno, también, de los que le allanaron el camino al poder a Miguel Alemán y a Adolfo Ruiz Cortines y por ende uno de los autores de la represión contra la oposición en 1952, así que el sistema se la debía. Y peor aún, a Fidel Velásquez, de quien para qué recordar su biografía.
Es que la utilización política de la medalla ha sido característica de la misma desde su existencia, independientemente de los partidos.
Significativa por ejemplo, su entrega en 1989 a Raúl Castellano, en un momento como ahora, en el que Carlos Salinas deseaba congraciarse con la izquierda y más aun ser legitimado por esta, o aparecerlo al menos, en especial por el cardenismo. Así que nadie mejor que Castellano, quien había sido secretario particular de Lázaro Cárdenas, para aparecer en la foto al lado del “presidente espurio” y sus palabras de reconocimiento. Lo peor es que a pesar de que en ese momento el hijo del general reclamaba para sí la presidencia legítima, Castellano se prestó al juego.
Otro caso por el estilo fue el de Ignacio Ramos Praslow, ex henriquista “que tuvo el coraje de rectificar a tiempo” solía decir, renegado de la oposición, el cual una vez que la abandonó recibió en premio, antes de la medalla, varios cargos burocráticos y ya no dejó de alabar al gobierno.
Lo malo es que en la alternancia las cosas no han ido mejor. Otra vez, salvo contadas excepciones, el precio al parecer para recibir la medalla es el de formar parte del feliz mundo oficial, y de su visión. En los gobiernos panistas, adonde la consigna presidencial ya no domina más que en su bancada, se ha llegado al colmo de “conceder” la gracia un año a un partido y otro a otro para otorgar la medalla como cuota a quien disponga cada fracción. Lo que ha llevado a extremos como considerar que Carlos Castillo Peraza tiene algo que ver con la hazaña de Belisario Domínguez. O Jesús Kumate, a los que se les otorgó la medalla sólo porque fueron la propuesta del partido al que le tocaba hacerla.
En fin, que he dicho otras veces que México necesita un ejercicio de memoria histórica, de limpia histórica diría mejor. Y esto, los premios y reconocimientos, forman parte de la limpia, así que sería deseable revaluarlos.
Sí, porque las estatuas y los reconocimientos que nos heredó el PRI –y que mantiene intocados el PAN- no corresponden del todo a la verdad histórica, y no voy a repetir la consabida frase de que un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla sino porque el desconocimiento de pasado casi siempre conlleva una gran dosis de inconsciencia social. Y por ende, de manipulación oficial o partidista.
No por nada hoy quienes más entusiastas se muestran en otorgarle la medalla del Senado al ingeniero Cárdenas, son los priístas. Ellos fueron quienes inclinaron la balanza a favor del fundador del PRD.
Otros nombres de izquierda se quedaron en el camino: doña Rosario Ibarra de Piedra y la maestra Ifigenia Martínez, con la diferencia con respecto a Cárdenas de que ambas luchadoras nunca han reconocido la presidencia de Calderón.
En fin, que como algunos senadores dicen, tal parece que el hijo del “Tata” va en caballo de hacienda para recibir la medalla, claro, siempre y cuando se le entregue después de los comicios michoacanos para no levantar suspicacias.
Independientemente de sus méritos, ojalá que no sea para aparecer en la foto con Calderón como hace 6 años lo hizo con Fox, para hacer gala de su cercanía con el poder y de su lejanía de la izquierda real, la definida.

Publicado en Unomasuno el 18 de octubre de 2011.

No hay comentarios: