sábado, 29 de octubre de 2011

PANISMO AMNESICO, PRESIDENCIALISMO RENOVADO


Ruiz Cortines: su estilo le gusta a los panistas


Lo sorprendente no es que haya sucedido. Lo sorprendente es cuánto se le ha ponderado por algunos, como si fuera un logro.

Cuando el PRI perdió la presidencia se creyó que la tradición del “partido presidencial”, es decir el partido dominado por la tutela del gobernante en turno, se había ido con él. Y sin embargo, el saldo de los últimos 11 años de gobiernos panistas ha sido el resucitamiento de ese espíritu, de tal suerte qye hoy, gracias a una alianza evidente entre “El Yunque” y el grupo calderonista, el Partido Acción Nacional da un vuelco en su tradición y en su historia y se alinea al poder presidencial. Me refiero al acto llevado a cabo el domingo en Querétaro en que destacados yunquistas locales se sumaron a la cargada del neo-tapado de Los Pinos, y todo porque se ha extendido la fama de que el señor Ernesto Cordero es el favorecido por el “dedazo”.
¿Nos acordamos de los burdos “destapes” de José López Portillo, de Luis Echeverría y más atrás del de Miguel Alemán en los inicios del PRI? Pues a eso, al parecer, quisieran algunos que regresemos. Y lo peor, insisto, es que además de todo, hasta se aplaude.
Conste que no se trata de que el PAN, partido gobernante, se pelee con sus gobiernos o los confronte actuando como oposición de sí mismo; pero tampoco se trata de reeditar los tiempos en los que las decisiones partidistas, todas, se decidían en Los Pinos o en Palacio Nacional hasta el punto de que los presidentes inventaban a sus sucesores. Que eso es, al parecer, lo que estamos viendo.
Fue Lázaro Cárdenas quien mejoró y consolidó el sistema ideado por Plutarco Elías Calles para garantizarse el control de la política. A él, a Cárdenas, se debe la reestructuración del partido revolucionario en el PRM, es decir en un partido de Estado sometido al liderazgo único del presidente en turno. De tal suerte que el “Tata”, él personalmente, con ayuda de Vicente Lombardo, modificó a su antojo la ideología y el programa del original Partido Nacional Revolucionario y lo volvió el “Frente Popular Mexicano”, un partido a su medida. Exactamente lo mismo que luego de él hicieron, marcar con sus ideas personales la ideología partidista, y decidir las listas de candidatos a senadores y diputados, a gobernadores y hasta a presidentes municipales, sucesivamente, Miguel Alemán, Adolfo Ruiz Cortines, Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría, etc. Hasta el último presidente priísta, Ernesto Zedillo, que a pesar de lo que se diga, tan dominaba también en el PRI que, con todo y XVII Asamblea –la llamada “asamblea de la rebelión” de 1996-, quitó primero a su artífice Santiago Oñate y luego a Mariano Palacios. Y no sólo eso, sino que hasta impuso a su hombre como el candidato presidencial del PRI en el 2000 a pesar de haber dicho que “se iba a cortar el dedo”.
En ese tiempo los panistas decían y repetían hasta la saciedad que esos modos ya no se valían, que los mexicanos estábamos suficientemente maduros para tener democracia. Pero más o menos a mediados de los 90 llegaron al PAN los llamados “pragmáticos”, y junto con ellos los pan-priístas, y el ideal fundador de Manuel Gómez Morín fue echado al cajón de los trastos viejos.
Preocupante, porque eso es justamente lo que menos necesitamos. Gobernantes todopoderosos, y omnipotentes. Presidentes que ponen y quitan dirigentes de su partido, que designan candidatos y deciden elecciones; pero tampoco disfrazar el viejo presidencialismo de nuevo, como proponen los que ahora nos hablan de un semi-presidencialismo como bandera de oposición.
Y no sólo se trata de la toma del control del PAN por los operadores de Los Pinos, y lo que puede representar, sino de la contradictoria actitud adoptada por quienes ahora se postulan como salvadores del regreso del PRI reeditando sus usos y métodos.
Me refiero al resucitamiento, repito, que estamos viendo de la tradición del “Gran Elector” que aparentemente íbamos a dejar atrás gracias a la alternancia, al irresponsable regocijo con que se asiste al juego truculento con que se maneja la sucesión presidencial desde Los Pinos. Un juego tan cerrado, tan engañoso y mañoso que sólo se equipara al que jugó en su momento Adolfo Ruiz Cortines hace más de medio siglo.
En efecto, en 1957 Ruiz Cortines engañó a todos, manipuló a todos para salirse con la suya de heredar el poder a su delfín Adolfo López Mateos, que sólo por un azar resultó no tan mal presidente pero que llegó a ese cargo de una manera tan burda y antidemocrática que hasta Lázaro Cárdenas externó entonces su famoso mea culpa: “la Revolución –confesó- está en deuda con el pueblo mexicano, pues el peligro de que sectores retardatarios intentaran apoderarse del poder público venía obligando a controlar en cierta forma la libre expresión del voto; pero la madurez que ha alcanzado nuestro pueblo nos impele a reconocer que ha llegado el momento de revisar el pasado y renovar nuestros sistemas electorales”.
Por supuesto que Ruiz Cortines no le hizo ningún caso, y ningún priísta tampoco se sintió apenado por la revelación. Sólo Manuel Gómez Morín criticó el manejo “vertical” del ruizcortinismo y su estilo más solapado pero en la misma tradición anti-democrática de sus antecesores, incluido Cárdenas.
Gómez Morin, fundador del PAN, fue siempre un detractor del sistema presidencialista, al que calificaba de rescoldos del “régimen patriarcal”. El decía que México necesitaba sacudirse de eso, de “los tutores de la vida nacional”, “los mandamases de la onda epirrevolucionaria”, presidentes todopoderosos que copiaban los modos de don Porfirio y que no jugaban más juego que el autoritarismo.
Su ideal del manejo del PAN era una asamblea “sin compromisos previos, sin la simulación de una representación ficticia, sin apetitos personales, animados por el unánime y exclusivo deseo del bien en México. Donde no haya ‘bloques’ ni papeles aprendidos de antemano para recitarse, ni ninguna sombra de coacción intelectual y moral, y menos de otros géneros”.
Soñaba con un partido formado por ciudadanos libres, capaz de romper la tradición del “caudillo”, del gobernante en turno director supremo de la política. Y por eso es muy curioso cómo se argumenta hoy el autoritarismo por quienes, aún dentro del PAN, suponen que para que haya estabilidad en la política es necesario un liderazgo presidencial fuerte, al viejo estilo. Que si “porque no puede gobernarse de otra manera”, que si porque “estorban” las discrepancias dentro del partido gobernante, etc. Cuando no existe país –democrático- en el mundo, adonde las primeras negociaciones que tienen que hacer los gobernantes son, precisamente, con sus partidos. Que por salud nunca apoyan incondicionalmente.
No hay duda, nos falta mucho. Pero ojalá que no tanto.
Contaba José Vasconcelos, santo laico por cierto de los panistas, que después de que le presentó a Alvaro Obregón su renuncia en protesta por los abusos que impunemente cometía un amigo presidencial, se reunió con su equipo y les dijo: "En este régimen estamos destinados al fracaso, no levantaremos cabeza. Sobre mí, sobre ustedes, pesará el estigma de haber sido probos entre los pícaros, aptos entre los ineptos, patriotas entre mercenarios, nobles entre rufianes".
Eso fue en 1923, y casi 100 años después ese sigue siendo el signo denominador de la política.
Lo peor es que hasta en la izquierda hay quien le prende veladoras a Calderón porque cree que la secreta razón por la que apoya a Cordero es porque ya prepara su gran cierre para evitar el regreso del PRI: la madre de las alianzas, un gobierno de coalición amplia, con acuerdos entre todos y desde luego con su bendición para inclinar la balanza electoral. ¡El colmo del gran-electoralismo!

ûblicado en Unomasuno el 4 de octubre de 2011.

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