sábado, 29 de octubre de 2011

UN CHURCHILL MEXICANO

Trivializada por la evocación oportunista y tan poco afortunada de hace unos meses de Felipe Calderón la figura de Winston Churchill traída al presente mexicano, empero, debiera ser motivo serio de reflexión. Y de ejemplo para nuestros políticos, tan dados a externar sus supuestas admiraciones como una suerte de “fetichismo” pero tan poco dados a estudiarlas ya no digo para imitarlas, ni siquiera para entenderlas.
Es que Churchill no sólo era un buen político ni sólo un gran estadista, que ambas cosas las fue. Era ante todo un historiador de excepción, de esos que escribía acerca de la historia pero además la hacía, porque la estudiaba y la conocía, aprendía de ella y la usaba para lo que debe usarse: para comprender el presente y construir el futuro.
La historia narrada por Churchill sobre el tiempo que le tocó vivir está lejos de ser convencional por eso, por cuanto fue él un partícipe en ella. Sus libros son, por lo mismo, memorias y a la vez crónica de hechos históricos, por lo que Arthur Balfour opinó sobre ellos que eran "una brillante autobiografía, disfrazada como una historia del mundo". Y Churchill mismo llegó a decir: "La historia será amable conmigo, porque tengo intención de escribirla". Un abismo de distancia con nuestros políticos, tan lejanos del conocimiento del pasado como irresponsables y medianos en la lectura de los retos del presente.
Churchill era por lo demás uno de esos políticos que hoy llamarían “chapulines”: antidogmático, casado con los principios más no con las tácticas, por lo que fue diputado del Partido Conservador (PC) y luego del Partido Liberal (PL) y más tarde nuevamente del Partido Conservador, sin que nunca a la postre esas veleidades hayan pesado tanto como para cuestionar su eficacia política. Y es que, como él mismo observó con sorna: “cualquiera puede desertar, pero se requiere cierto ingenio para desertar dos veces”.
El hecho es que muy joven, siendo conservador, supo prever el declive de los conservadores, fundó con varios amigos lo que hoy se llamaría una “corriente” dentro del PC, los “hooligans”, y adoptó un discurso francamente liberal hasta que un buen día, simplemente, “caminó” el trecho de una bancada a otra y tomó asiento junto a Lloyd George, líder del PL, de quien a partir de ese momento se convirtió en su colaborador más cercano: “Naturalmente, un hombre como Lloyd George –escribiría años después- tuvo que ejercer una gran influencia sobre mí… Fue el mejor maestro que jamás he conocido en el arte de mandar hacer cosas y de realizarlas por completo… Fue él quien dio al liberalismo ortodoxo la nueva inflexión de una ardiente política social. Todos los grandes planes de seguros han entrado para siempre en la vida del pueblo inglés por él impulsados o creados. Fue él quien lanzó nuestras finanzas por la vía del impuesto progresivo sobre la riqueza como factor igualitario de la vida social”. Y por cierto que el brazo ejecutor de esas ideas fue el propio Churchill como responsable del ministerio de Comercio, desde el cual luchó para que se instaurara un seguro para desempleados y leyes que favorecieron la igualdad de salarios, así como una pensión de protección a la vejez a partir de los 70 años.
Eran tiempos en los que se llegó a decir de él que “era el hombre mas odiado de la Cámara de los Comunes” por sus posiciones radicales, al grado de que fue de los que propugnó más ardientemente una revisión del poder de los Lores (los aristócratas y nobles) y de los grandes monopolios. Y no sólo eso sino que se convirtió en el precursor de una política social más avanzada, francamente de izquierda, al defender el presupuesto de Lloyd George en 1909, caracterizado por gravar a los ricos y favorecer a los pobres. Un escándalo en esos años.
Por eso hay que tener mucho cuidado al hacer la evocación de Churchill –y más al intentar trasplantarla a nuestra realidad y a nuestros días- porque no hubo uno sino varios Churchill: el radical que encuadra más bien en lo que la derecha calificaría como “un peligro”, pero también el Churchill posterior, ministro de Hacienda del gobierno conservador, cuando se caracterizó por lo contrario, por su política anti-popular y represiva (etapa, por cierto, que calificaría después como el “mayor error de su carrera”). Y desde luego el Churchill visionario y estratega de la primera mitad de los 40, colocándose ya muy por encima de los partidos.
Efectivamente, cuando estuvo en desacuerdo con la alianza de los liberales con los laboristas Churchill no dudó en volver sobre sus pasos y regresar a las filas del PC para enfrentarlos… aunque curiosamente acabaría combatiendo también la política conservadora. Y además formando él mismo un gobierno de coalición con los laboristas, en el que sería el capítulo más brillante de su vida: me refiero al trecho que va (1933-1945) de su denodada lucha parlamentaria contra la política “de apaciguamiento” británica hasta el momento en que la realidad lo lanzó al cargo del Primer Ministro y a la vez que jefe de la resistencia inglesa se tornó en patrocinador de la resistencia francesa e inspirador de la victoria aliada sobre Adolfo Hitler y el nazismo.
Tenía 66 años cuando tomó las riendas del gobierno y prácticamente de la guerra europea, y su mayor valor, su terquedad, se convirtió en una divisa.
La verdad es que el desenlace de la Segunda Guerra Mundial hubiera sido seguramente otro muy distinto sin la acción de Churchill. Basta recordar que en un principio no sólo enfrentó el desprecio y la incomprensión de su propio partido en su país sino que tuvo que enfrentar, también, el escepticismo de los pacifistas en casi todo el mundo, en especial los norteamericanos que dominaban el Congreso y la administración Roosevelt, hasta el punto de que incluso el embajador Joseph Kennedy le hacía la contra en su propia casa. Así, mientras el poderío de Hitler crecía y todo mundo abogaba por “la neutralidad”, sólo Churchill era la voz discordante. Y afortunadamente no cejó. Con su buena retórica y su encanto finalmente pudo persuadir a Roosevelt de que era solamente cuestión de tiempo antes de que el problema europeo se convirtiera en el problema norteamericano y esto hizo la diferencia en la batalla de Gran Bretaña contra Hitler, que pronto se convirtió en la batalla aliada contra Hitler.
Hoy vemos sus discursos como ejemplo de elocuencia y de un valor sin igual y sin embargo en su momento fueron considerados por la mayoría como meros arranques de un hombre radical y obtuso, enfrentado a los “realistas” y a su visión, la de “la moderación” y el arreglo “negociado” de los problemas. La “doctrina razonable” de la “gente razonable” en Gran Bretaña y en los Estados Unidos y la antítesis de la beligerancia y de la intransigencia, las opiniones con las cuales Churchill era habitualmente asociado.
En todo caso, Churchill no fue un pacifista ingenuo pero tampoco un belicista. Su gran lección es la que sostuvo siempre como una premisa: que nada es fatal si se sabe actuar a tiempo y además se persiste. El siempre pensó que se pudo evitar la guerra, y ese fue su mayor reproche, siempre, a sus contemporáneos. De ahí que calificara la segunda guerra como “la guerra innecesaria”, que las naciones libres -Gran Bretaña y Francia sobre todo- hubieran podido evitar si hubieran reaccionado con firmeza ante las primeras provocaciones de Hitler.
Como ocurre siempre con los argumentos contrafactuales es imposible saber si estaba en lo cierto, pero al leer sus discursos y sus libros de antes y después de la guerra resulta fácil entenderlo.
Churchill pudo llegar a tal conclusión, fue capaz de prever lo que venía y anticiparse a sus contemporáneos para revertir una historia que aparecía como fatal precisamente porque conocía muy bien la historia. "No dejéis el pasado en el pasado, porque pondréis en riesgo vuestro futuro", solía repetir a menudo. Y esa es quizá la mayor diferencia de Churchill con los mediocres políticos actuales de casi todos los partidos. Que él supo entender que como político no sólo hacía política, que no sólo actuaba sobre la coyuntura ni sobre el momento sino que estaba haciendo historia.
Cuando ve uno hoy el descrédito en que ha caído la política, los movimientos mundiales masivos de reclamo a los políticos, no puede uno menos que pensar en qué distinto sería México (y el mundo) con políticos de ese tipo.

Publicado en Unomasuno el 23 de agosto de 2011.

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