sábado, 29 de octubre de 2011

¿GOBIERNO DE COALICION O GOBIERNO DE CAMBIO?

Santa Anna, inauguró los gobiernos de coalición en México


Maximiliano: otro buen ejemplo de gobierno de coalición




















Muy feliz debe estar el senador Manlio Fabio Beltrones por este inesperado cuanto gratuito relanzamiento de su candidatura que no viene, por cierto, de las filas de su partido.

Cuando ya casi nadie se acordaba de su propuesta de reforma del Estado la adoptó, y nada menos que desde la izquierda, Marcelo Ebrard; y ahora un grupo de intelectuales y políticos de amplio signo asumen su promoción, planteándola incluso como criterio de calificación de todos los aspirantes presidenciales. Es decir, que lo que ellos pretenden es que en base a su posición frente a ciertos arreglos al régimen político se califique la aptitud para gobernar de quienes están siendo señalados como posibles candidatos. Algo en lo que, desde luego, lleva ventaja el senador priísta.
Dirán misa los promoventes. Que “la reforma del Estado no es monopolio de nadie”, que “ellos también tienen años luchando por ella”. El caso es que la mayoría con quien la identificamos es con Beltrones y nadie le puede escatimar a éste, por cierto, el mérito de haber sido tenaz impulsor desde hace varios años de temas como la creación de la figura de un jefe de gabinete o de gobierno, la ratificación por el Congreso de los integrantes del gabinete y la posibilidad de tener un gobierno de coalición.
El problema, más allá de la discusión -que la amerita- acerca de las bondades o no de estos planteamientos, es que ninguno de ellos incide en lo que en verdad nos importa a nosotros, los ciudadanos. Y no tanto porque sean malos sino porque si bien es claro que los ciudadanos no tenemos por qué entrarle al juego de los políticos tampoco deberían hacerlo quienes aspiran a representarnos pues le estarían haciendo el caldo gordo a quienes lo único que están buscando es un lugar en el reparto, participación del poder, pero no cambiar al país que es lo que se realmente se necesita; al grado de que con una reforma del Estado como la que se propone lo único que se garantiza es que ellos, los políticos, hagan lo que quieren, y con mucha mayor facilidad.
Y no solo eso, sino que con todo lo que de atractivo tiene esta propuesta para los partidos nunca ha sido una solución para el país. Lo que pasa es que ya hemos tenido experiencias de gobiernos compartidos, me refiero a que desde la Constitución de 1824 se establecía que sería Presidente el que ganara más votos y Vicepresidente el que le siguiera en preferencias, y el resultado fue desastroso porque no garantizó ni los acuerdos ni la estabilidad. Lo que es más, consciente de esto el primer promotor de los gobiernos de coalición fue nada menos que Antonio López de Santa Anna. Si hay un buen ejemplo de un gobierno pactista son los suyos, en los que llegó a tener juntos en su gabinete a Lucas Alamán y a Antonio de Haro y Tamariz, ideólogos del Partido Conservador, y a Valentín Gómez Farías y Miguel Lerdo de Tejada, ideólogos del Partido Liberal puro. Pero ni así evitó el fracaso.
Como también fracasó Maximiliano de Habsburgo, otro promotor de los gobiernos de coalición. Basta recordar que uno de los objetivos de Maximiliano, una vez instalado aquí, fue tener un gobierno que incluyera a liberales y conservadores y para ese efecto dedicó buena parte de sus energías (hasta a Juárez le llegó a proponer un puesto), y nunca se cansó de alardear de sus “golpes de estado”, así les llamaba, que daba en cada provincia que visitaba, quitando funcionarios “cangrejos” para suplirlos con liberales.
Pues bien, Santa Anna y Maximiliano fracasaron a pesar de sus intentos conciliatorios, de sus pactos y sus acuerdos, porque el problema de la gobernabilidad en México nunca ha sido de reparto del poder sino de legitimidad. De democracia pues. Por eso el 99% de las crisis de este país han tenido como detonador el origen de nuestros gobernantes. Y eso, está visto, no se resuelve con alianzas. Vaya, si el actual gobierno no ha podido cuajar acuerdos no es porque no se puedan hacer (el caso es que los hizo, tanto con el PRI como con el PRD) sino por su falta de legitimidad para sostenerlos. Y mientras no contemos con instituciones que aseguren la democracia pero que además generen credibilidad en las elecciones y en las instituciones derivadas de estas de tal suerte que los gobernantes lleguen con toda la fuerza política, legal y moral, ningún modelo funcionará sea del partido que sea.
Eso, en cuanto a los temas que le preocupan a los políticos. Porque los temas que le interesan a la sociedad, insisto, no son los mismos. Y es que en un país como México, con las condiciones que actualmente tenemos, antes que pensar en el reparto del poder tendríamos que pensar en el reparto de la riqueza. Antes que en la tranquilidad de los políticos tendríamos que trabajar en la tranquilidad de los ciudadanos y asegurar la estabilización del país. O, en todo caso, hacer un reparto del poder sí, pero hacia abajo, no en la cúpula, que es lo que ha venido planteando desde hace años Beltrones.
Hablo de democracia directa. Ese es el tema: compartir el poder sí, pero con la gente. Apertura de los partidos, apertura del gobierno, mecanismos compensatorios no entre poderes y partidos sino entre los políticos y la sociedad: referéndum, plebiscito, iniciativa ciudadana, candidaturas independientes, revocación del mandato. Lo que en cualquier democracia que se precie forma parte del catálogo de conquistas populares que permiten relegitimar permanentemente el sistema de representación, de tal suerte que con presidencialismo o con parlamentarismo -lo mismo da- la legitimidad de quienes llegan al poder esté asegurada, pero sobre todo y más que eso que los ciudadanos vamos a tener sobre ellos el control real para mantenerlos o quitarlos en caso de fallarnos. Tal es en síntesis la reforma del Estado que se necesita, si en verdad queremos cambiar nuestra suerte. ¿O es que alguien puede creer que a la gente le preocupa si tenemos un Presidente o un jefe de Gobierno y uno de Estado? ¿De verdad alguien cree que la gente pueda estar más interesada en debatir acerca del presidencialismo y el parlamentarismo que por aquello que afecta sus bolsillos y se refleja en sus mesas?
El hecho es que hay temas mucho más sensibles al ciudadano común que debieran ser parte de un cuestionamiento que presentarle a los presidenciables para efectivamente saber a qué atenernos con ellos. Hablo, concretamente, del tema del empleo y los salarios, que impone la urgencia de elevar el nivel de vida y asegurar el acceso de todos a los servicios de salud y educación; pero también de la necesidad de reducir la brecha de la desigualdad mediante un proyecto de cambio alternativo que sea además incluyente, que respete el derecho y se base en el consenso democrático; que atienda al reclamo de seguridad y paz poniendo fin a la política de uso y abuso del Ejército y con pleno respeto a las libertades civiles y a los derechos humanos; que garantice que esos cambios para una distribución más justa y para atender de manera especial a quienes se encuentran en pobreza o extrema pobreza se harán sin excluir a nadie, sin que nadie sea menos, o más, o sienta que no tuvo la misma oportunidad de otros; y no permita ningún tipo de influencia política en las investigaciones judiciales del Estado. Temas a partir de las cuales sí que se podría armar muy bien un gobierno de acuerdos, de unidad, pero no en abstracto sino en interés del pueblo.
Por otro lado, y con todo el respeto que me merecen los promoventes del cuestionario para los presidenciables, yo creo que lo que dicen que es un problema de nuestro actual modelo no lo es tanto. Me refiero a que dicen ellos que el hecho de no tener acuerdos políticos o mayorías “estables” ha dañado la gobernabilidad y sin embargo ha sido eso precisamente lo que ha impedido que sea mayor el atraco por parte de algunos partidos y aun del propio gobierno; lo que nos ha salvado de que se entreguen todavía más al extranjero nuestros recursos energéticos, por ejemplo, o de que se entierren nuestras conquistas obreras mediante reformas antihistóricas y engañosas.
El cuestionamiento pues, que se hace del actual régimen político ha acabado por ser es su mayor virtud porque ha funcionado como un contrapeso real. Y eso es lo que se necesita cuando quienes se supone que nos representan en realidad no lo hacen, o no lo hacen bien.
En fin, que el debate en torno a si necesitamos un gobierno de coalición o uno de cambios apenas empieza. Y nosotros, los ciudadanos, tenemos la palabra.
Si nos dejan.

Pubicado en Unomasuno el 30 de agosto de 2011.

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