jueves, 19 de julio de 2012

DEL CONFLICTO DE 1828 A LAS ELECCIONES DE SANTA ANNA

Antonio López de Santa Anna toma posesión del poder por vez primera.

Dirán que la degradación de la democracia no sólo pasa en México, que es “la condición humana”; pero el hecho es que cada país ha resuelto sus elecciones mediante leyes que garantizan más o menos su transparencia y confiabilidad. Es decir, que gracias a eso no son lo mismo las elecciones en Estados Unidos o en Francia que en México o en Honduras. Y no por razón de raza o condición económica, por cierto, sino por algo muy simple: por el marco legal e institucional que en cada uno de estos países rige. El punto es que México viene de una tradición antidemocrática muy acendrada que no hemos sabido o querido superar. Prácticas amañadas para torcer la voluntad de los ciudadanos que no datan de hace unos años sino que nacen junto con la nación. Y muy seguramente nos vienen de mucho antes.
En 1828 se produjo el primer fraude en una elección presidencial de nuestra historia, y el autor fue nada menos que Guadalupe Victoria.
Pasó que el partido de los escoceses, resentido, se alió con algunos aristócratas y con los españoles que quedaban para apoyar la candidatura del secretario de Guerra Manuel Gómez Pedraza contra la del candidato de los yorkinos, el general Vicente Guerrero. Y Victoria los apoyó.
De espíritu cambiante que ocultaba en un ánimo conciliador, cuentan sus contemporáneos que Victoria carecía de opinión propia porque siempre se ufanó en querer satisfacer a todos, así que después de haber sido ungido con el apoyo de los yorkinos de un día para otro los dejó de favorecer y usó todos los recursos del gobierno para ayudar a sus adversarios, los escoceses. Hubo en esas elecciones pues, presiones, uso indebido del poder, amenazas y soborno, consiguiendo Victoria que las legislaturas locales –que eran las que entonces elegían presidente- nombraran a Gómez Pedraza. Votaron 18 estados. 11 legislaturas a favor de Gómez Pedraza, 10 de Guerrero. Las demás se distribuyeron entre otros candidatos.
Sólo que la logia yorquina respondió con el Pronunciamiento de Perote que acaudilló Antonio López de Santa Anna proclamando “presidente legítimo” a Guerrero, y la rebeldía empezó a generalizarse. Se dice que también tuvo en ello un papel muy activo el embajador norteamericano Joel R. Poinsett. En la Ciudad de México los yorkinos, encabezados por Lorenzo de Zavala, azuzaron al pueblo para que saliera a las calles y luego no lo pudieron contener: hubo motines en todo el centro, el populacho tomó Palacio Nacional y saqueó e incendió el mercado del Parián, donde se asentaba la mayor parte del comercio de la ciudad, dejándolo hecho cenizas.
La Cámara de Diputados, presionada por los motines, desconoció el triunfo que se le había dado a Pedraza, y nombró presidente a Guerrero. Espantado, Gómez Pedraza huyó del país.
Parecía que al fin iban a tomar el poder los insurgentes pero tan pronto se declaró presidente a Guerrero empezaron las traiciones. Basta decir que después de que él nombró a su vez como su vicepresidente a un ex jefe realista considerado “hijo político” de Iturbide, el general Anastasio Bustamante, este nunca dejó de conspirar, apoyado por los sectores aristócratas.
Su traición es escandalosa pero no única desgraciadamente en nuestra historia. Bustamante era yorkino, por eso llegó a tener la confianza de Guerrero, sólo que tan pronto lo hizo vicepresidente se pasó a las filas de los escoceses y negoció secretamente con ellos, para eliminar a Guerrero. Estaban molestos por tener en la presidencia a un mulato e ignorante, “que no sabía bailar”, pero sobre todo por tratarse de un insurgente y además perteneciente al partido popular.
La verdad es que Guerrero gobernante inició la revolución que se proponían Hidalgo y Morelos.
Porque la proclamación de la independencia por Iturbide no significó el triunfo de la lucha de sus iniciadores, y por lo mismo tampoco la paz real. Se ha criticado mucho el que durante toda la primera mitad de nuestra vida independiente nos la hubiéramos pasado en guerra, golpes, asonadas, revueltas… cuando en realidad toda esa inestabilidad tuvo una muy profunda razón de ser: cumplir con lo que ya bosquejaba Hidalgo desde el inicio de la lucha; cumplir los “Sentimientos de la Nación de Morelos, la Ley de Apatzingán; hacer pues la verdadera independencia; en síntesis, implantar el liberalismo en México. Una empresa que se llevaría más de 30 años.
Y por cierto que no fue Iturbide el que la empezó. Fue Guerrero, ya siendo presidente, 7 años después de consumada la independencia. Las primeras disposiciones agrarias, los primeros intentos de dar al pueblo educación gratuita, las primeras disposiciones sobre los bienes eclesiásticos, los hizo él. Fue Guerrero quien proclamó la forma de República Representativa Popular Federal; quien hizo realidad el decreto de abolición de la esclavitud de Hidalgo y quien terminó incluso la expulsión de los españoles.
Fue todo eso desde luego también el inicio de la lucha entre liberales y conservadores que llevó a una guerra civil y que dividió por más de 40 años a los mexicanos. Toda una lección para los que quieren revivir aquella pugna, total y absolutamente dirimida, con una absurda guerra sucia cuyos efectos negativos ya hemos padecido los últimos 6 años.
Y hay que agregar, a favor de Guerrero, que a pesar de haber sido encumbrado por los yorkinos y de su gran amistad con Poinsett nunca fue presa de las ambiciones de unos y otro: cuando recibió una oferta del embajador para comprar Texas, esperando que aceptará dócilmente, Guerrero se negó y hasta hizo el intento de alejarse de ambos: no tuvo empacho en declarar persona non grata al embajador ni en decretar la desaparición de todas las logias.  Dos decisiones sumamente temerarias, porque tan luego las adopta empiezan los levantamientos que culminan con el golpe de estado del vicepresidente Bustamante y la declaración del Congreso, el mismo que lo había encumbrado un año antes, diciendo que era incapaz de ser presidente.
Derrotado por sus enemigos en el campo de batalla, Guerrero cae en una emboscada financiada por el ministro de Hacienda Lorenzo de Zavala y el de Guerra José Antonio Facio. Una decisión, según el cínico de Alamán, que culminó con la orden de que se diera muerte a Guerrero, que se tomó en un Consejo de Ministros presidido Bustamante.
Entonces Santa Anna lanzó un nuevo plan y pidió el regreso de Gómez Pedraza, proclamándolo “presidente legitimo” y que debía venir a terminar su mandato, nada menos que por el que había sido electo en las cuestionadas elecciones de 1828. Un absurdo, toda vez que ese año Santa Ana había proclamado lo contrario. Pero así era Santa Anna, y así suele ser el trazo de nuestra historia política.
Protegido por los masones, Gómez Pedraza vivía refugiado en Nueva Orleáns, adonde se dice que llegó a un acuerdo con los liberales radicales o “puros” para impulsar en México las reformas para limitar el poder del clero y del ejército. Como la masonería mexicana estaba descabezada, desaparecidos los ritos escocés y yorkino, se empezaron a organizar otros ritos para revivirla, y Gómez Pedraza juega en esto un papel clave. A él se debe el surgimiento de las llamadas logias anfictiónicas, resultado de lo cual se crea el Rito Nacional Mexicano y el de los Masones Yorkinos Federalistas. Así que apoyado por ellos, y por Santa Anna, Gómez Pedraza regresó al país.
Fue el inicio del Partido Liberal propiamente dicho, con un plan claro. Como el pacto era darle el poder a los liberales “puros”, Gómez Pedraza se rodeó de los ex yorkinos que lo habían derrocado, de Valentín Gómez Farías, de Miguel Ramos Arizpe y de Lorenzo Zavala, y preparó con ellos las elecciones para que ganaran Santa Anna y Gómez Farías.
Otras elecciones amañadas pero por nadie cuestionadas.

Publicado en Unomasuno el 24 de abril de 2012.

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