Cuando uno los escucha no
podemos menos que recordar y remitirnos a la historia. Pero ni siquiera a la
lejana, sino a la reciente.
Me refiero, concretamente, a
lo que dice Enrique Peña, el ex candidato imbatible, en respuesta obvia a
quienes manifestamos nuestras reservas frente al manejo del voto este 1 de
julio, de que “en el marco de la democracia” no caben las alusiones de “algunos”
que pretenden “anticipar fraudes o que están viendo trampas en los
comicios" y que eso es “no reconocer el cambio político y
democrático que nuestro país ha experimentado, porque son los mexicanos quienes
de manera informada decidirán quien será el próximo presidente de México”.
Y me refiero también a los
falsos puritanos del Consejo General del IFE que al mismo tiempo que se
pronunciaron en contra de cualquier medida que intente comprar, coaccionar e
inducir el voto en las elecciones, se negaron, sin embargo, a prohibir el uso
de teléfonos celulares en las casillas de votación.
Todos sabemos para qué usan
los celulares los “mapaches”: para garantizarse la compra de votos y
utilizarlos como arma de presión contra los ciudadanos, a los que se les obliga
tomar fotografía a su propio voto a cambio de la prebenda. Hasta los regalan
con tal de contar con esa “garantía”. Pero los consejeros electorales
advirtieron que entre sus facultades no están las de “catear” a los electores,
impedirles hacer uso de sus celulares, ni prohibirles tomar fotografías de sus
boletas.
La respuesta “estelar”
corrió a cargo del consejero Sergio García Ramírez: “No tenemos base jurídica –puntualizó-
para prohibir la portación de celulares u otros dispositivos semejantes y creo
que no tenemos sustento jurídico para prohibir la toma de fotografías o de
registros de alguien que, en la privacidad de la casilla, de la urna, desea
tomar alguna fotografía o practicar alguna reflexión acerca del sentido de su
voto”. Lo que está muy mal toda vez que sólo se trata de ardides legaloides
para avalar la coacción al voto pero se torna aún peor si tomamos en cuenta los
antecedentes del señor, que hacen sospechar de su imparcialidad, pues hay que
recordar que García Ramírez es un “miembro distinguido” del PRI desde 1961, que
fue integrante de varios gabinetes priístas, que fue precandidato presidencial
de ese partido en 1987 y todavía en 2005 fue incluso propuesto como presidente
del comité nacional del PRI. ¡Un dechado de autoridad moral para hablar del
tema!
Por supuesto que el señor
consejero del IFE contó con el respaldo del representante priísta Sebastián
Lerdo de Tejada quien, raudo defensor de las libertades y el derecho “a la
privacidad” de los ciudadanos, calificó de “irresponsable y frívola” la
propuesta. Y obvio, se desechó.
En todos estos casos, tanto
en el de Peña como en el de García Ramírez y Lerdo, se trata del mismo
discurso: el que han repetido los presidentes y funcionarios fraudulentos desde
hace muchos años.
Miguel Alemán, por ejemplo,
ante las elecciones de 1952: “Entregaré el poder a quien libremente el pueblo
elija”, al mismo tiempo que giraba órdenes para impedir el triunfo de Miguel
Henríquez Guzmán. Y Miguel de la
Madrid, en 1988: “Intentan manchar la democracia con
profecías de fraude, es una injuria a todo el pueblo” dijo, con la misma boca
con la que dio la orden de tirar el sistema para arreglar los votos a favor del
PRI.
Y había que remitirnos,
repito, no sólo a la historia muy lejana sino a la muy reciente. Porque además
de la currícula de muchos de los que hoy son responsables de cuidar y vigilar
las elecciones, basta con ver lo que ha pasado en los últimos procesos locales
para percatarnos cuan vacíos resultan discursos como el de Peña cuando apenas
hace un año en su propio estado la compra de votos y nada menos que el uso de
celulares para controlar esos votos fueron práctica normal con motivo de la
elección de su sucesor.
Fue esa una clarísima
elección de Estado no sólo por lo que pasó durante la jornada de la votación
sino por todas las anomalías previas.
Está documentado. El
resultado a favor de Eruviel Avila se construyó desde el principio con el uso
de recursos públicos, el respaldo de los medios y las casas encuestadoras “a
modo”, y la actitud parcial asumida por el Instituto Electoral del Estado de
México (IEEM). Hubo actos anticipados de campaña que no se sancionaron; el PRI
rebasó con creces los topes de ley y ni siquiera se le llamó la atención. Hubo,
desde luego, acarreos y utilización selectiva de los programas sociales a favor
del candidato priísta. Y el día de los comicios hubo lo de siempre: casillas
donde personas votaron varias ocasiones, pistoleros intimidando a posibles
votantes, robo de urnas, detenciones arbitrarias de opositores e incluso
balazos al aire para inhibir el sufragio. Todo, en la más completa impunidad.
Y lo mismo podríamos decir de todas las elecciones estatales que se han llevado a cabo en los últimos dos años. Mera competencia de poderes. En algunos casos de los poderes locales contra el poder federal, en otros de ambos contra sus oponentes. Un auténtico “cochinero”.
Y lo mismo podríamos decir de todas las elecciones estatales que se han llevado a cabo en los últimos dos años. Mera competencia de poderes. En algunos casos de los poderes locales contra el poder federal, en otros de ambos contra sus oponentes. Un auténtico “cochinero”.
Y si nos vamos atrás, peor.
La verdad es que la historia no da para donde hacerse.
Por eso es que, en un país
como México, con una tradición antidemocrática tan enraizada entre nuestros
gobernantes y políticos, es absurda la posición del IFE encubierta en “defensa
de los derechos individuales”. Pues nada, ninguna prevención sería mucha ni
excesiva en este contexto antidemocrático.
Simplemente recordemos. De
todas -de todas subrayo- las elecciones que hemos tenido en nuestro país desde
que lo somos, es decir desde la Independencia, sólo dos no han sido motivo de
dudas y de controversia: la primera, la de Guadalupe Victoria, y la del 2000
que encumbró a Vicente Fox. De ahí en fuera, todas han sido cuestionadas. Vaya,
ni las elecciones de Juárez, ni las de Madero estuvieron exentas de
suspicacias, como ya lo hemos planteado aquí anteriormente. Mientras ahora
mismo surgen denuncias de boletas duplicadas y boletas pretachadas a favor del
PRI; de retención de credenciales de elector a empleados municipales y
estatales; de operativos compra de votos y entrega de despensas, etc., etc.
Y aún así se atreven a decir
que no hay “ninguna posibilidad” de fraude, y tampoco de retroceso si ganara el
PRI. Que la victoria de Peña “no sería una restauración”, y mucho menos debe
ser motivo de miedo o preocupación para los mexicanos. Vaya, hasta ponen como
“garantía” el que, si ganara, “enfrentará” los mismos “contrapesos” que tuvieron
Fox y Calderón, que carecerá de mayoría legislativa en al menos una cámara y
que será “acotado” por los medios de comunicación y una sociedad civil más organizada
y vigorosa.
El problema es que con todos
esos “contrapesos” ya vimos lo que hicieron Fox y Calderón. Y cómo gobernó el
propio Peña en el Estado de México. Y Humberto Moreira. Y Tomás Yarrington,
y... Conste que no estoy hablando de Ruiz Cortines ni de Díaz Ordaz, ni de
Echeverría o Carlos Salinas.
Que no nos engañen. Con todo
y leyes, el estilo autoritario no se ha ido. Goza de cabal salud, y ¡ay de
aquél que crea en los lobos con piel de oveja que hoy muestran su lado amable
sólo porque quieren el poder!
Escribió hace poco Jorge
Castañeda: “México ha sobrevivido a una gran cantidad de desgracias en su
historia. Sobrevivirá al regreso del PRI, y en una de esas, hasta prosperará con
la elección de Peña Nieto”. Bonito consuelo. El voto de la resignación contra
el voto de la esperanza.
Y digo voto de la
resignación porque lo que sí resulta el colmo, y desde luego intolerable, es
que en su soberbia quieran darnos la impresión hasta de que la elección es
inútil, que es mero formulismo (“a menos que caiga una bomba nuclear” dice José
Cárdenas) o, si acaso, que sólo servirá para decidir el segundo lugar.
¡Nada más eso nos faltaba!
Publicado en Unomasuno el 26 de junio de 2012.
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