jueves, 19 de julio de 2012

LAS ELECCIONES DE SANTA ANNA

Valentín Gómez Farías, el liberal radical eterno acompañante de Santa Anna.

Tras el golpe de estado de Anastasio Bustamante y el artero asesinato de Vicente Guerrero, los escoceses recuperaron momentáneamente el control. Fue un cambio tajante de la política que se había seguido desde 1825, porque Bustamante traicionó no sólo a Guerrero sino a los yorkinos y al partido popular que lo habían hecho vicepresidente. Todo su gabinete fue de centralistas y escoceses, totalmente favorable a la aristocracia, los terratenientes, los comerciantes y los “hombres de bien”. Lucas Alamán se convirtió en la eminencia gris, al grado de que a ese período se le conoce como la “Administración Alamán”.
Y lo primero que hizo fue destituir diputados y senadores enemigos. Desterrar a las principales figuras del gobierno de Guerrero. Limitar la libertad de prensa, y suprimir toda oposición.
Si bien mantuvo las formas republicanas y federales, en los hechos Bustamante –a quien el pueblo llamaba despectivamente “Brutamante”- gobernó con las maneras centralistas y autoritarias. Una práctica que luego se institucionalizaría: gobernar con leyes para un tipo de gobierno y ejercer otro. Declarando una cosa y haciendo otra.
Sin embargo, un gobierno de ese tipo siempre es endeble y la desestabilización estalló. Nuevos levantamientos y planes opositores proliferaron. Y la masonería yorkina, portadora del programa popular, se empezó a reorganizar. Ante la imposibilidad de renacer como tal, en 1825 sus principales dirigentes crearon el Rito Nacional Mexicano, que mostraría su mayor activismo hacia 1831, año en el que el gobierno entró en crisis y se planteó el problema de la sucesión presidencial.
Había 2 candidatos con posibilidades: el ex yorkino Antonio López de Santa Anna y el candidato del gobierno Manuel Mier y Terán, quien como siempre en estos casos tenía todo arreglado para salir “triunfador”.
Pero pasó que en enero de 1832 el general Pedro Landero se pronunció y reconoció el mando de Santa Anna, a valores entendidos porque éste decidió jugar la pantomima del falso demócrata: negó simpatizar con los revoltosos, sólo en apariencia, y le juró lealtad a Bustamante. En ese momento tenía en contra a los conservadores y moderados que apoyaban a Mier. Sólo lo apoyaban los antiguos yorkinos y los adictos a Guerrero y sabía que no podía obtener la presidencia sin el respaldo de quienes estaban en el poder. Así que fraguó un plan: dejar que la revuelta avanzara sin apoyarla abiertamente, a fin de forzar el aplazamiento por unos meses de las elecciones y devolverle la presidencia a quien en 1828 había combatido, a Manuel Gómez Pedraza, para que, debiéndole el favor, convocara a nuevas elecciones éstas si a modo para que él ganara.
Lo siguiente que hizo Santa Anna fue que mandó por Pedraza a Nueva Orleáns, donde se encontraba, y puso a su disposición un barco y 6 mil pesos.
Fue una lucha de ingenios, a la mala. Alamán, que tenía un formidable cuerpo de agentes en todo el país, trató de frenar la conspiración y, raudo, recurrió al clero. Le dieron recursos en apoyo del gobierno e hicieron propaganda en todos los templos en contra de los golpistas.
Dos factores corrieron a favor de Santa Anna: uno fue el descontento popular, que materialmente se desbordó, al grado de que el pedimento de la renuncia de todo el gabinete pronto se hizo clamor y Alamán tuvo que dimitir. Y otro factor no menos decisivo fue que el gobierno perdió a su candidato cuando Mier y Terán se suicidó. Efectivamente, el hombre que era el delfín de Bustamante, por razones que se ignoran se quitó la vida con su propia espada en el mismo lugar donde vivió Iturbide sus últimas horas.
Presionado por todos lados, Bustamante salió de la capital para enfrentar la revuelta y nombró presidente interino al general Melchor Muzquiz que, desde luego, Santa Anna y los sublevados se negaron a reconocer.
Se sabía que Alamán y los ex ministros de Bustamante estaban trabajando tras bambalinas para influir en las campañas. Con sus agentes y con el apoyo del clero estaban listos para intervenir e inclinar la balanza, así que cuando finalmente se llevaron a cabo las elecciones y el ganador fue Nicolás Bravo, este tampoco fue reconocido por prácticamente nadie.
Bustamante acabó por capitular. En el mes de diciembre aceptó el plan de Santa Anna de entregar el poder a Gómez Pedraza y hacer nuevas elecciones convocadas por éste que, obviamente, elegirían sin problemas a Santa Anna.
Había tal descontento contra el gobierno que prácticamente todos se hicieron santaanistas: conservadores, liberales, antiguos yorkinos y antiguos escoceses. Todos estaban hartos de la hegemonía de Alamán y su política.
Así entró Santa Anna a la historia, el primer gobierno de coalición.
Hay que recordar que entonces el que ganaba más votos era Presidente y el segundo en número de votos era el Vicepresidente.
Cuando en 1833 Gómez Pedraza hizo las elecciones para llevar al poder a Santa Anna, éste negoció con los liberales puros que el Vicepresidente fuera Valentín Gómez Farías con el objeto de hacer las reformas liberales. El decía que quería hacer un gobierno de “unidad nacional” pero en realidad quería asegurarse el poder y controlar a todos los partidos, por lo que, nada tonto, hizo acuerdos también con los conservadores y los centralistas, “por si algo salía mal y las reformas no cuajaban”.
Es decir, que Santa Anna inició haciendo un gobierno liberal, de izquierda o “rojo” como le decían entonces, sólo que para no correr riesgos dejó a don Valentín la responsabilidad de sacar adelante el programa liberal.
Ni siquiera acudió a tomar posesión, dejó que asumiera interinamente en su lugar Gómez Farías. Y se fue a esperar tranquilamente mientras acaecía el primer intento de Reforma en México. Y fracasó, porque cuando estaban iniciándose las transformaciones, cuando el país se debatía en la confrontación y la crisis azuzados por el clero y los militares, proliferaron los levantamientos y los planes rogándole a Santa Anna que tomara posesión de su cargo, echara del poder a su vicepresidente y salvara al país de sus leyes “satánicas”. En ese marco, al fin apareció Santa Anna como el “gran conciliador”: desconoció todas las determinaciones de Gómez Farías, lo echó desde luego del cargo y gobernó a partir de entonces de acuerdo con los conservadores.
De hecho se declaró dictador, destituyó sin más a la mayoría de los gobernadores y varios ayuntamientos, suprimió las Cámaras liberales y designó un nuevo Congreso con puros conservadores que promulgaron una Constitución centralista que sepultó la de 1824.
Los siguientes años tuvimos elecciones que reelegían a Santa Anna y daban  aliento a su idea de conformar a unos y otros mediante “gobiernos de coalición”. De este modo mantenía en un puño a todos, tanto a liberales como a conservadores; de hecho Gómez Farías volvió a ser su vicepresidente en 1847 y hasta volvió a intentar hacer la Reforma, infructuosamente. Y así hasta 1853 en que otra vez apoyado por unos y por otros tuvo el que es quizá el gabinete más emblemático de las coaliciones gobernantes: de un lado a los liberales radicales Miguel Lerdo de Tejada y Juan Suárez Navarro y del otro a Lucas Alamán, ideólogo conservador, y un sacerdote, don Clemente Murguía, obispo de Michoacán, reconocido por sus posiciones retardatarias extremas.
En realidad Santa Anna hacía toda esta pantomima para mantener cierta estabilidad, pero acababa siempre por favorecer a los conservadores.
Curiosamente fue Santa Anna quien inauguró los plebiscitos y los referéndums, obviamente hechos a modo para ganarlos siempre. Así, en 1854 se autodesignó facultades de dictador, se autonombró “Alteza Serenísima” y para perpetuarse dispuso que se sometiera a votación sus facultades extraordinarias. La verdad es que sólo quería detectar a sus enemigos, porque se votaba en un libro poniendo el nombre.
Ganó Santa Anna en la Ciudad de México por 12,452 votos contra uno., en Veracruz sin un sólo voto en contra y en Oaxaca sólo con 2 en contra, uno de los cuales era de Porfirio Díaz, y así en todo el país.
Y a aquellos que votaron por Juan Alvarez, los declaró conspiradores y los condenó a prisión.
¡Así se hacían las elecciones en tiempos de Santa Anna!

Publicado en Unomasuno el 1 de mayo de 2012.

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