miércoles, 11 de abril de 2012

AMLO, EL CONSEJO DE CARDENAS Y UNA APUESTA ARRIESGADA

Hace ya casi 23 años la caída del Muro de Berlín, y con él de lo que era conocido como el “mundo comunista”, pareció anunciar el advenimiento de una nueva era de fortalecimiento del sistema democrático. Había tantas expectativas que, de hecho, no faltaron los apresurados que anunciaron no sólo el fin de todas las tendencias sociales sino hasta el fin de la historia y la entronización definitiva del modelo neoliberal.

Y sin embargo, las cosas no fueron tan simples. Como respuesta a ese aparente ambiente de unanimidad, surgió, primero, lo que se dio en llamar “la tercera vía”, una “novedosa” alternativa, se dijo, al capitalismo y al comunismo que, más allá de las esperanzas y de un libro sonadísimo, poco fue lo que realmente aportó. Luego de eso vino la rectificación del neoliberalismo encabezada por Barack Obama desde el momento en que inició su presidencia y adoptada, al menos discursivamente, por los promotores del foro de Davos con sus reiterados llamados a “refundar” el capitalismo. Y no nada más porque sí sino porque el modelito simplemente no da para más.
Nosotros vivimos la euforia neoliberal en la década de los 90, y nos subimos a ese barco gracias a la alianza del PAN y el PRI, por lo que seguimos atorados en él. Lo malo es que si bien se le disfrazó como una posibilidad de “modernizar” y “reformar” al país, ni terminó con los vicios del populismo ni tampoco modificó el aparato y las maneras del viejo régimen.
Para empezar, su principal impulsor Carlos Salinas nos lo trató de presentar como una especie de continuidad histórica, “liberalismo social” lo llamó adoptando la tesis de Jesús Reyes Heroles, exactamente la misma que había servido para justificar al echeverriísmo; así que si bien representó una cierta apertura de algunos horizontes hasta entonces vedados, lo cierto es que acabó sucumbiendo a la demagogia y a la corrupción. Y tánto, que en nuestro país el neoliberalismo se convirtió en la estrategia de los rescoldos del estatismo y el autoritarismo para retrasar el régimen de la libertad y de la verdadera democracia.
Lo que pasó fue que la Revolución Mexicana, originalmente liberal y democrática pero además social, se volvió pragmática; los revolucionarios olvidaron sus orígenes o los desviaron y echaron mano de cuanta etiqueta se les ocurrió para encubrir su único empeño e interés: conservar el poder. Así fue que igual que en un principio usaron modelos socialistas para trastocar la idea primigenia del ejido, por ejemplo, años después recurrieron a modelos más bien identificados con el capitalismo para dar marcha atrás; y en el camino, no les resolvieron sus problemas a los campesinos pero, eso sí, los convirtieron en carne de mítines y elecciones. Y lo mismo con los obreros.
Y la idea plasmada y defendida en el Constituyente de 17 de un Estado benefactor, promotor de la justicia social, acabó desvirtuándose para dar paso a una gran empresa en la que los únicos privilegiados han sido los gobernantes y sus parientes, amigos y socios. Y hasta la idea de la creación de un partido que fuera abanderado y defensor del pueblo y baluarte de todos esos principios, acabó en la creación de un partido dogmático, corporativo, burocratizado, un partido de títeres con todas las características de un “partido de Estado” -no por nada el principal artífice del PRI fue Vicente Lombardo Toledano- que lo más lamentable es que hoy se reproduce como la Medusa en casi todos los partidos, en un régimen suplantador de la voluntad ciudadana, como una suerte de maldición de la que no podemos escapar.
Hay un discurso emblemático acerca de esto. Lo pronunció Francisco J. Múgica el 7 de octubre de 1951 en el Teatro Abreu, en un mitin henriquista durante la campaña presidencial de aquél año. La Constitución -denunció ahí-, a fuerza de tantas reformas “torpes”, se ha convertido en un “panfleto lleno de contradicciones y falacias”; el Congreso “ya no legisla, no existe”, y los gobiernos se olvidaron “de trabajar por el mejoramiento del pueblo y defender la bandera de la independencia del país”.
Estas palabras se pronunciaron hace más de 60 años y el hecho es que, a pesar de que el PAN desplazó al PRI en la presidencia, nada de eso ha cambiado y todavía estamos en la tarea de derrumbar muchos vicios y falsos paradigmas. Y no hablo, que conste, de renegar de la Revolución sino exactamente de lo contrario, de asumir las lecciones de nuestra historia para abrir una nueva página, sin prejuicios pero sobre todo sin omisión de lo que nos han escamoteado, de todo aquello que nos ha sido saboteado por los malos gobernantes, pues mucho de lo que hemos logrado, si no cuaja, si no se consolida, corre el riesgo de perderse o peor, de revertirse.
Ahora mismo, por ejemplo, ya hay quien se atreve a proclamar sin el menor rubor que “estábamos mejor antes” y que lo único que necesitamos para estar bien es “volver al paraíso priísta”, a los modos de los Díaz Ordaz, los Alemán y los Echeverría, que ahora resulta que no estaban tan errados, por lo que “el verdadero problema” han sido los panistas y su forma de gobernar. Esta peligrosa confusión que no toma en cuenta que unos y otros son lo mismo, que aquí ningún gobierno -al menos de los últimos 50 años- fueron ni liberales ni demócratas pero tampoco revolucionarios, nos está llevando peligrosamente a un camino sin salida.
Es un camino sin salida porque, a pesar de que si algo necesita este país es democracia, resulta que ahora, con el espantajo del regreso del PRI, los panistas afianzan sus redes de manipulación para asegurar la continuidad de sus gobiernos, y con el espantajo de los malos gobiernos del PAN los priístas igual, velan sus armas para recuperar el poder al costo que sea. Lo peor es que, si acaso con matices, pero unos y otros prometen lo mismo: el gobierno del pragmatismo, la mezcla perfecta de clientelismo con control político, en síntesis intensificar el paternalismo (que se quiere vestir ahora de maternalismo) y mantener intacto el populismo y el estatismo que ya hemos tenido, y no precisamente para ayudar a los pobres sino para favorecer a los ricos; pues en realidad no se trata sino de mantener lo que hemos tenido por más de 70 años. Incluso a pesar de que ya ha demostrado su fracaso en todo el mundo, y en todos los países que lo adoptaron hace tiempo que se vivieron sus exequias.
Poco antes de la campaña del 52, cuando Lázaro Cárdenas, preocupado por la tendencia contrarrevolucionaria de los gobiernos que le sucedieron empujó a Miguel Henríquez a la oposición, le dijo a éste, sus palabras textuales de acuerdo con la versión que ofrece en sus Apuntes fueron: “A la representación nacional sólo se llega por uno de dos caminos, por voluntad unánime del pueblo a tal grado que el gobierno se vea obligado a reconocer el triunfo, o cuando el gobierno simpatiza con la candidatura en juego”. Cárdenas sabía que el apoyo del gobierno obra “milagros”: compra voluntades y construye escenarios, aparenta apoyos -hoy se diría que compra encuestas-, y tiene la ventaja hasta de usar selectivamente la justicia para inclinar la balanza a favor de sus candidatos. Si lo hizo Benito Juárez, si lo hizo Porfirio Díaz y hasta el propio Madero, ¿qué se puede esperar?
Es decir, que en México el reto, para todo aquél que busca el poder sin el padrinazgo del poder, por medios exclusivamente democráticos, es organizar una amplia base social para votar y para defender el voto, tan amplia y contundente que el aparato del gobierno y quienes son sus beneficiarios se vean imposibilitados de cerrarle el paso.
Es 2012 y estamos en una situación límite: escudados en el poder federal, los panistas se aprestan a repetir su “hazaña” del 2006 para quedarse por tercera vez con la presidencia. Y arropados en el nada despreciable poder de sus gobernadores, los priístas arman su ofensiva para recuperar la presidencia.
Sin gobernadores que aporten recursos y aparatos, y sin el respaldo por supuesto del gobierno federal, AMLO trabaja por acreditar aquello que planteaba Cárdenas en 1952: que con respaldo popular suficiente y con una organización ciudadana real (MORENA) es posible ganarle la presidencia al PRI y al PAN. Una apuesta arriesgada, toda vez que en la propia izquierda hay pragmáticos que están pensando en otra cosa, que más que votos lo que necesitan es un pacto con el poder y no enojar a la “mayoría conservadora” que, según ellos, decide la elección presidencial… exactamente como se ganaron las alianzas PAN-PRD en varios estados.
Sólo que ahora es otra cosa. Es la apuesta por el voto. Ni más pero ni menos que eso. ¿Se podrá esta vez?

Publicado en Unomasuno el 28 de febrero de 2012.

No hay comentarios: