miércoles, 11 de abril de 2012

RETOS DE LOS CANDIDATOS Y LOS ESCENARIOS DE LA ELECCIÓN



Tiene razón Andrés Manuel López Obrador. Más allá de las definiciones ideológicas, es un hecho que las campañas políticas de este año derivarán en una lucha entre dos opciones: el cambio y el continuismo, más aún que en 2000 y que en el 2006, toda vez que tras 12 años de gobiernos “panistas” es evidente que no ha cambiado ni el estilo ni los modos ni las instituciones ni el proyecto de nación que impusieron los gobiernos priístas de la era llamada “neoliberal”.

El problema es que más que debate -como debía de serlo- parece ser una reedición de lo que pasó hace 6 años, una verdadera guerra, con todo lo que esto implica.
Así lo avizora tanto el discurso de la señora Vázquez como la mañosa cuanto bien orquestada estrategia publicitaria que, dígase lo que se diga, comparten el panismo y el gobierno calderonista, mediante la cual se pretende hacer creer que “no hay otro camino” que el de ellos y generar entre la sociedad temor por los alcances del cambio.
En todo caso están en la palestra tres aspirantes que van a disputarse el triunfo, algunos con más posibilidades que otros, dependiendo de su estrategia y su habilidad para transmitir su mensaje.
Ninguno de los tres la tiene fácil. Hace unos meses parecía que el candidato del PRI iba en caballo de hacienda, sin sombras ni nubarrones, pero visto lo que ha pasado los últimos meses y, sobre todo, conocida la experiencia de hace seis años no es como para que nadie cante victoria.
El punto es que la democracia estará una vez más a prueba. Y se espera que las campañas y las elecciones sirvan para lo que tienen que servir, para que la gente compare opciones y elija a su candidato.
Creyendo en ello, pensando en que a pesar de todo en esta ocasión habrá más cuidado y más responsabilidad, que ahora sí funcionarán los mecanismos legales para impedir manipulaciones y violaciones de tal suerte que se garantice la certidumbre y transparencia del proceso electoral, lo que viene es sumamente interesante: el desempate de tres. Sí, la eliminación de uno de dos con menos intención de voto, y la competencia entre los dos punteros que resulten los más atractivos para el electorado.
¿Cómo lo hará cada uno?
Tengo para mí, y varios hechos parecen demostrarlo así, que lo que una buena parte de los mexicanos queremos es que cambien las cosas, pero de verdad. El discurso del “cambio” que tántos votos le significó al PAN en el 2000 ya vimos para qué sirvió: para cambiar nada, era una falacia. Sólo que eso no significa que no lo necesitamos hacer, y para muchos mexicanos esto es realmente urgente.
Es decir, que si esta campaña va a ser de algún modo plebiscitaria para juzgar el desempeño panista, si el tema eje va a ser el cambio, la competencia sería entre el PRI y la coalición progresista, porque la señora Vázquez lleva en eso tremenda desventaja… bueno, así sería si se comportara legal y respetuosa de las reglas de la democracia. Pero como ya estamos viendo que no será así, entonces, cabe esperar que serán las trampas, el discurso mentiroso y la campaña negra, lo que la mantendrá en la contienda.
El reto mayor en todo caso, es para Enrique Peña y para AMLO, porque no cuentan con el respaldo del gobierno, que desde siempre ha sido decisivo en México para ganar unas elecciones.
Pues bien, para el candidato priísta que habla vehementemente de que él representa el “cambio responsable” el reto será, para empezar, hacerse creíble; es decir, mostrar distancia con el proyecto del PRIAN. Romper con la “mayoría conservadora” que ha hecho y deshecho en este país y construir, como en su momento lo hizo Luis Donaldo Colosio, un proyecto realmente reivindicativo de los orígenes priístas pero que además atraiga al sector inconforme con los resultados de los últimos 24 años y al sector progresista. Me refiero a romper el pacto de complicidad que data de aquella junta que se hizo en Palacio Nacional el 2 de diciembre de 1988 en la que estuvieron presentes Carlos Salinas, Luis H. Alvarez, Diego Fernández y Manuel Camacho, pacto que hizo posible la “mayoría conservadora” que nos ha gobernado desde entonces y que ha hecho de las elecciones meras concertacesiones. Lo que tan bien explica Manuel Bartlett y ha sido su argumento para tomar distancia de su partido. Así que si Peña Nieto no hace eso, difícilmente se atraerá el voto del cambio. Su problema pues, más que nada, es de credibilidad. Y de posibilidades. ¿Lo van a dejar hacerlo? No olvidemos que si hubo alguien que se opuso al proyecto prianista fue Colosio, sus discursos de enero a marzo de 1994 así lo dejan ver, pero así le costó.
En el caso de AMLO, tiene la ventaja de que desde siempre ha estado identificado con el discurso del cambio; de hecho él cuenta ya con un voto cautivo o duro muy sólido en ese sentido. Y sin embargo, no por ello deja de tener varios retos: el primero, evitar caer en el juego mercadotécnico del prianismo que controla los medios, y luego de eso, avanzar en un esquema novedoso de comunicación que le permita seguir ganando adeptos, a contracorriente de lo que digan los medios; romper, en pocas palabras, la estrategia de la “mayoría conservadora”, algo muy similar a lo que hizo Ollanta Humala en Perú. O el propio Lula en Brasil. Crecer y ganar, sin necesidad de los medios ni del apoyo de los grandes monopolios.
Ahora bien, asumiendo que la alianza del PRIAN no ha sido posible sólo por la complicidad de priístas y panistas sino que ha tenido el apoyo de esa parte de la izquierda que se define “lulista”, “moderada” y “moderna”, justamente esa que se opuso a la candidatura de AMLO, lo cierto es que la estrategia anterior tendrá poca efectividad si es conducida por aquellos que le apuestan a la derrota o cuya estrategia se reduce a asegurar sus plurinominales. Me refiero a que AMLO necesita ampliar su alianza popular, acercarse a los votantes indecisos y a muchos de los que tradicionalmente han votado con el PRI y el PAN pero no necesariamente están casados con esos partidos. Debe moderar su discurso sí, mostrar una imagen de estadista y no de “líder placero” -que es como lo han pintado sus adversarios-, pero junto con eso AMLO debe cuidar la estrategia y conducirla él mismo. Lo dijo en su acto de protesta. Nada que se preste a confusión: la apuesta debe ser a los votos, no a las negociaciones con el diablo. No dejar ni un resquicio para la traición pero sin excluir a nadie. Si logra ese equilibrio, no dejar en manos de quienes pueden negociar la “derrota” las decisiones fundamentales de la campaña y traducir su discurso conciliador con el trabajo unitario de todos para un mismo fin, su potencial es realmente elevado. Si no es así, si suelta la operación de la campaña al punto de que pase con él lo que hemos visto en la definición de las candidaturas a diputaciones y senadurías de la alianza progresista, muy pronto se le verá como parte de un proyecto fallido, que puede perder, y lo convertirán en el voto útil de este 2012. Como lo fue Madrazo hace 6 años y Cárdenas en el 2000.
El reto tanto para AMLO como para Peña es deslindarse, sin romper con ellas, de las corrientes que negociaron e hicieron posible los 24 años de PRIAN. Si AMLO sigue atado a las maniobras y los tiempos de esos grupos, lo van a llevar al precipicio. Si Enrique Peña no demuestra que su camino es otro realmente diferente al que ha llevado su partido en los últimos 4 sexenios, su discurso perderá sentido, perderá los votantes que quieren un cambio y su candidatura se desinflará.
Aquí no hay de otra, en un escenario de tres, uno necesariamente tendrá que tornarse en el voto útil a favor de los dos que sean más competitivos. Es una ley electoral. Y el punto es que aún siendo puntero Peña Nieto, como cualquiera de sus competidores, puede ser él ese voto útil.

Publicado en Unomasuno el 20 de marzo de 2012.

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