miércoles, 11 de abril de 2012

JOSEFINA Y LAS COALICIONES




En días pasados, con motivo de un foro promovido por la Agencia Mexicana de Agencias de Investigación de Mercado y Opinión Pública, la candidata del PAN, la señora Josefina Vázquez dijo que ha llegado el momento de los gobiernos de coalición en México y de que queden en el pasado los de “un solo color”.

Esta señora Vázquez que propone hacer un gobierno de unidad con otros partidos es la misma, empero, que ha llamado a Enrique Peña Nieto “el adversario de México” y que hace sólo unos días se burló de la edad de los integrantes del gabinete que ha propuesto Andrés Manuel López Obrador en caso de llegar al poder. Y no sólo eso, sino que es la misma también que se ha dejado asesorar por el señor Antonio Solá, conocido publicista de las guerras sucias, de las campañas negras hechas a costa del buen nombre y la credibilidad del adversario, por lo que es válido preguntarse: ¿con quienes piensa hacer entonces la señora Vázquez ese gobierno de coalición?
No hay que olvidar, en todo caso, de dónde vino la propuesta inicialmente. De los segundos lugares de las encuestas en la carrera presidencial hace sólo unos meses. De los adversarios de quienes ahora son los candidatos del PRI y de la alianza de partidos de izquierda, y fueron derrotados por ellos. Algo que, lo menos, huele a maniobra sucia.
Pero además, no se trata de ninguna novedad. En realidad lo que hemos tenido en México en los últimos 24 años son eso, gobiernos de coalición del PRI con el PAN, o del PAN con el PRI, como se le quiera ver. Construidos, primero, a costa de la legitimación del fraude del 88; y luego, en 2006, a costa de la legitimidad de la elección de Felipe Calderón.
Se rompieron coyunturalmente en el 2010 cuando el panismo traicionó el pacto escrito que tenía con el entonces gobernador del Estado de México y decidió aliarse con la izquierda, con el PRD, para bajarlo a él de la carrera presidencial. Pero por lo visto ahora regresan con la señora Vázquez, y con una fuerza nada desdeñable porque se da en el marco, también, de la reconciliación entre el PRI y Calderón, luego del “resbalón” de éste de hace unos días, cuando se atrevió a anunciar el prácticamente “empate” técnico entre la candidata panista y el candidato priísta, hasta entonces señalado por todas las encuestas como “puntero”.
El hecho es que a lo largo de todo este tiempo la coalición PRI-PAN funcionó, y con tan “buenos” resultados, que nada más es responsable de todas las reformas constitucionales que se impusieron desde Carlos Salinas hasta el gobierno actual, en particular de las más controvertidas, las que revirtieron la reforma agraria y las conquistas obreras, las que prácticamente sepultaron el Estado laico, las que han abierto la puerta a las privatizaciones, todas las cuales simplemente no serían explicables sin el voto del PRI y el PAN. Y de cierta parte de la izquierda, claro. Tal cual funciona un gobierno de coalición.
La verdad es que nada bueno han dejado este tipo de gobiernos (“compartidos” también se les ha llamado), y ejemplos de ello los hemos tenido de sobra. De hecho, ya desde la Constitución de 1824 se establecía que sería Presidente el que ganara más votos y Vicepresidente el que le siguiera en preferencias, y el resultado fue desastroso porque no garantizó ni los acuerdos ni la estabilidad.
El problema de los gobiernos de coalición, ya lo hemos dicho aquí anteriormente, es que nunca han sido una solución para el país y jamás se han traducido en iniciativas de verdadero beneficio ciudadano. Les han servido a los políticos, nada más, pero no han pasado de ser un mero reparto del poder, y no precisamente para cambiar las cosas ni para mejorarlas.
Aclaro que no sólo me refiero a la coalición PAN-PRI de los últimos 24 años, sino a ejemplos todavía más aleccionadores. Basta recordar que el primer promotor de los gobiernos de coalición fue nada menos que Antonio López de Santa Anna. Si hay un buen ejemplo de gobiernos de varios partidos son los suyos, en los que llegó a tener juntos en su gabinete a Lucas Alamán y a Antonio de Haro y Tamariz, ideólogos del Partido Conservador, y a Valentín Gómez Farías y Miguel Lerdo de Tejada, ideólogos del Partido Liberal puro. Y ni así evitó el fracaso.
Como también fracasó Maximiliano de Habsburgo, otro entusiasta promotor de los gobiernos de coalición, uno de cuyos objetivos, nada más llegó aquí, fue tener un gobierno que incluyera a liberales, a moderados y a conservadores. Y para lograrlo, dedicó buena parte de sus energías (hasta a don Benito Juárez le llegó a ofrecer un puesto), y nunca se cansó de alardear de sus “golpes de estado”, así les llamaba, que daba en cada provincia que visitaba, quitando funcionarios “cangrejos”, es decir conservadores, para suplirlos con liberales.
Pues bien, Santa Anna y Maximiliano fracasaron a pesar de sus intentos dizque conciliatorios, porque el problema de la gobernabilidad en México nunca ha sido de reparto del poder sino de legitimidad. De democracia pues. Por eso el 99% de las crisis de este país han tenido como detonador el origen de nuestros gobernantes. Y eso, está visto, no se resuelve con alianzas. Vaya, si el actual gobierno no ha podido cuajar acuerdos no es porque no los haya podido hacer (el caso es que los hizo, tanto con el PRI como con el PRD) sino por su falta de legitimidad para sostenerlos. Y mientras no contemos con instituciones que aseguren la democracia pero que además generen credibilidad en las elecciones y en las instituciones derivadas de estas, de tal suerte que los gobernantes lleguen con toda la fuerza política, legal y moral, ningún modelo funcionará sea del partido que sea.
En todo caso, en un país como México, y más con las condiciones que actualmente tenemos, antes que pensar en el reparto del poder tendríamos que pensar en el reparto de la riqueza. Antes que en la tranquilidad de los políticos tendríamos que trabajar en la tranquilidad de los ciudadanos y asegurar la estabilización del país. O, en todo caso, hacer un reparto del poder sí, pero hacia abajo, no en la cúpula, que es lo que plantean Josefina y los defensores de las coaliciones.
Hablo de verdaderos cambios, de democracia directa por ejemplo. Ese es el tema: compartir el poder sí, pero con la gente. Apertura de los partidos, apertura del gobierno, mecanismos compensatorios no entre poderes y partidos sino entre los políticos y la sociedad: referéndum, plebiscito, iniciativa ciudadana, candidaturas independientes, revocación del mandato. Lo que en cualquier democracia que se precie forma parte del catálogo de conquistas populares que permiten relegitimar permanentemente el sistema de representación, de tal suerte que con gobierno de “un color” o gobierno de “varios colores” -lo mismo da- la legitimidad de quienes llegan al poder esté asegurada, pero sobre todo y más que eso que los ciudadanos vamos a tener sobre ellos el control real para mantenerlos o quitarlos en caso de fallarnos. Tal es en síntesis el tipo de gobierno que se necesita, si en verdad queremos cambiar nuestra suerte. ¿O es que alguien puede creer en serio que el montón de problemas que nos golpean se va a solucionar teniendo un gabinete “plural”, con priístas, panistas y hasta perredistas? ¿De verdad cree la señora Vázquez que puede ganar votos proponiendo sumar a su gobierno a los mismos de siempre y dándole nombre a la coalición que ha sido la responsable de todo lo que ha pasado en este país los últimos 25 años?
En fin, que apenas empieza el debate en torno a si necesitamos un gobierno de coalición –es decir continuidad- o uno de cambios –es decir, que ponga término a la coalición del PRI-PAN-. Y nosotros, los ciudadanos, tenemos la palabra.
Seguiremos en el tema.

Publicado en Unomasuno el 6 de marzo de 2012.

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