miércoles, 11 de abril de 2012

VIEJAS PRACTICAS… ¿VIGENTES?


Decía Luis Spota que todo empezaba con las “palabras mayores”, la fórmula ritual que empleaba el gobernante en turno en los años del PRI para comunicarle a su escogido que él era, precisamente, “el elegido”. Podía variar la forma, el estilo, pero no el fondo.

Luis Echeverría, por ejemplo, afirma que a él se lo comunicó Gustavo Díaz Ordaz “con toda sencillez”, al término de un acuerdo, a mediados de julio de 1969: “Usted va a ser el candidato del PRI a la presidencia, ¿está listo?, “Estoy listo”. “Hasta luego”, “hasta luego”. Y el destape fue en octubre. José López Portillo aseguraba que a él Echeverría simplemente le dijo un día, señalando la bandera que estaba en su despacho: “¿Se interesa usted por esto”, y que él le contestó: “Pues sí, señor”. “Bueno, pues entonces el próximo lunes vendrá usted aquí y los sectores del partido se pronunciarán por usted, pero todavía en forma privada, no pública”. Por cierto que a la hora de enfrentar su propia sucesión fue López Portillo el primero que recurrió a encuestas. Contaba que al final se quedó con dos opciones, Javier García Paniagua y Miguel de la Madrid, y que a este último se lo comunicó de la siguiente manera: “Bueno, pues creo que hay fuertes corrientes del partido que se inclinan por usted, así es que prepárese… Ni a su esposa se lo comente”.
Ya en un juego más truculento se cuenta que Adolfo Ruiz Cortines se lo anunció a Adolfo López Mateos después de haber mandado mensajes contradictorios a otros aspirantes y al propio López Mateos, dizque, así le dijo a este, porque le faltaba pasar una última prueba: “sus reacciones a la adversidad, pero, además, porque no era conveniente que usted se enterara con tanta anticipación”. Así hacía también Porfirio Díaz, de quien se sabe que se divertía jugando con las ambiciones de sus subordinados, desde luego para tantear quien le era el más leal. El hilo conductor que señala una tradición, casi monárquica, que ha marcado por décadas a la política mexicana, puede que por más, porque ni empieza ni se acaba con el PRI. El caso es que siempre, invariablemente, nuestros gobernantes se han querido apropiar de la función de elegir a su sucesor, es decir que el elegido debía ser el que mejor asegurara los intereses del que lo estaba ungiendo, algo que no necesariamente implicaba que fuera el más popular ni el mejor. De tal suerte que precisamente por eso, lo que seguía a la imposición era una cuidadosa operación política para allanarle el camino hacia el poder, mientras se hacía pública la decisión.
Es verdad que hubo gobernantes a quienes les gustaba hacer gala de autoritarismo, que no compartían con nadie sus decisiones, y ahí sí, aunque hubiera gritos y sombrerazos, bastaba con su consigna. Sin embargo, hubo otros que les gustaba aparentar las cosas, jugar a la democracia, entonces permitían y hasta alentaban una aparente competencia, que se expresaran las ambiciones en un cierto espacio de libertad. Cuando no querían correr riesgos inventaban a alguno de los contendientes, que les asegurara la legitimación del proceso, y cuando no, simplemente, llegado el momento, llamaban a los aspirantes que le estorbaban y les ofrecían un cargo “de consolación” a cambio de hacerse a un lado, o bien, si se ponían “difíciles”, los amenazaban con algo, con embargarles bienes si los tenían, o con crearles algún problema legal si no lo tenían, es decir que no quedaba de otra que disciplinarse.
Así fue, por ejemplo, cuando la sucesión de Manuel Avila Camacho, el llamado “presidente caballero”. Casi desde que llegó al poder él fue construyendo la presidenciabilidad de su favorito, el licenciado Miguel Alemán, secretario de Gobernación, un político sin antecedentes revolucionarios, con escasa trayectoria en comparación con otros que aspiraban y sin más mérito que su incondicionalidad a Avila Camacho. En un principio hasta su hermano Maximino se oponía a ese designio, pero con el paso de los años, el entonces presidente le fue desbrozando el camino a su delfín, no si antes permitir que varios de sus ministros jugaran a la democracia. Jugaran digo, porque Alemán, desde luego, no era el más popular pero contaba con todo el aparato del gobierno y lo utilizó en su favor con la venia presidencial. Propaganda, eventos de lucimiento, compra de notas de prensa, chantajes, compra de conciencias, etc., todo se utilizó para proyectarlo como “el mejor”. Llegado el momento, eso sí, Avila Camacho, llamó uno por uno a los contrincantes de su favorito. A Jorge Rojo Gómez, a Ezequiel Padilla y a Miguel Henríquez Guzmán. Los citó en su despacho un buen día, platicó con cada uno, les explicó que ya tenía una decisión y les sacó la declinación a cambio de un cargo o la promesa de ayudarlos en sus aspiraciones a futuro.
Por supuesto que como Alemán no era el favorito de la gente hubo necesidad de recurrir a otros recursos a la hora de las elecciones; porque pasó que Ezequiel Padilla, con una amplia base popular de apoyo, con innegables simpatías, no aceptó el chantaje presidencial y se lanzó por su cuenta. Muy seguramente él fue el ganador de las elecciones de 1946, sólo que la maquinaria lo avasalló, el “ganador” oficial fue Alemán y Padilla pasó al ostracismo. Y al olvido: ni se le menciona en los libros de historia.
Sí, porque efectivamente, en los años del PRI “duro”, allá por los años 40-50 toda rebeldía se pagaba con el ostracismo y hasta con la vida. Le pasó a Padilla y a sus partidarios, y también a Vasconcelos, a Juan Andreu Almazán y a Miguel Henríquez Guzmán. La paradoja es que, ya en los años del post-priísmo, cuando la democracia mexicana está dando sus primeros pasitos, ese tipo de rebeldes-populares se han convertido en garantía de triunfo en las filas de otros partidos. Así fue en el caso, por ejemplo, de los gobernadores aliancistas, despreciados como candidatos por el PRI a pesar de ser competitivos pero acogidos con todas las consideraciones por el PRD-PAN, y ganaron las elecciones.
La diferencia entre estos últimos y aquellos, es decir entre los que hoy son gobernantes aliancistas y Henríquez, Almazán y Padilla es que la contienda se da ahora entre poderes casi iguales: la maquinaria de los gobernadores del PRI contra la maquinaria del gobierno federal. Henríquez, Almazán y Padilla iban solos contra los gobiernos tanto federal como estatales y le apostaban simple y llanamente a la democracia, al poder del voto. En cambio, una de las críticas a los procesos estatales del 2010 y 2011 es que los que hoy son gobernantes aliancistas contaron con apoyos adicionales a los votos. No fueron elecciones impecables. Por lo que cabe la pregunta: ¿es que algún día bastará en este país con tener el voto popular? ¿O seguiremos fabricando “ganadores” con maquinarias oficiales y recursos públicos?
Yo he escuchado a algunos políticos, que presumen de progresistas, decir que “llenar plazas no asegura ganar elecciones”. Y esa es precisamente la gran tragedia nacional: que la política mexicana siempre ha despreciado la fuerza de los ciudadanos, el poder popular. Lo cual explica esa ya larga tradición histórica, tristemente otra más, de presidentes espurios y presidentes legítimos, de fraudes electorales casi institucionales y de un país casi eternamente dividido entre defraudados y defraudadores, que nace casi con nuestro nacimiento como nación independiente.
La verdad es que mientras no se logre conciliar el ser popular con el ser ganador la democracia seguirá siendo una promesa en México. Y conste que al decir popular no me refiero a esa que se crea partir de las percepciones compradas, de las encuestas, sino a la popularidad real, la que otorga la gente, la afinidad de ideas y causas. Esto es, el llenar plazas, el tener convocatoria popular y ganar simplemente con votos.
¿Qué tan lejanos estamos de las viejas prácticas del “dedazo”, del “tapado” y “la cargada”. ¿De verdad ya las hemos superado o simplemente las modernizamos? Al menos antes había un “gran elector”, el Presidente en turno, pero ahora tenemos 33 pequeños “grandes electores” jugando al Porfirio Díaz, poniendo todo el poder de sus maquinarias a favor de sus favoritos.
Y no me refiero sólo al PRI. Eso es lo triste. Y lo grave.

Publicado el 31 de enero de 2012.

No hay comentarios: