miércoles, 11 de abril de 2012

CANDIDATOS CIUDADANOS Y OPORTUNISMO EN POLITICA


Un fenómeno propio de la alternancia ha sido la incorporación de nuevos actores políticos.

Hasta hace algunos años se pensaba que la política sólo la podían ejercer dos clases de ciudadanos: los burócratas que trabajaban en el gobierno y los militantes del PRI. Incluso hubo un norteamericano, Peter Smith, que se dio el lujo de escribir, allá por los 70, después de analizar más de mil carreras de políticos mexicanos, las “condiciones” que según él debía cubrir un aspirante a seguir una carrera más o menos exitosa: en primer término estudiar derecho en alguna universidad pública, de preferencia en la UNAM, desde luego afiliarse al PRI, “buscar” un padrino poderoso y “pescar” chamba en el gobierno, bien para ascender a otros cargos, o bien para hacer negocios.
Esto se acabó en los años 80, o al menos eso se dice, cuando los llamados “bárbaros del Norte”, empresarios molestos con la estatización de la Banca, se abrieron espacio dentro del PAN, se lanzaron como candidatos y empezaron a ganarle gubernaturas al PRI.
Los apologistas del “neopanismo” –que así se le llama a la corriente pro-empresarial dentro del PAN-, dicen que a ellos se debe el éxito de ese partido y su llegada a la presidencia en el 2000. Sus detractores, los panistas defensores de la doctrina en cambio, dicen que ellos fueron los que enterraron a Manuel Gómez Morin y los principios que legó.
En todo caso, hay un hecho que casi nadie recuerda que da cuenta, muy nítidamente, de cómo querían las cosas Gómez Morin y los primeros panistas: la propuesta de hacer en 1946 a Luis Cabrera candidato presidencial, que representó un intento de afirmación de la corriente liberal dentro de ese partido y un importante paso, también, hacia su propia definición.
Se ha dicho que el primer candidato del PAN fue un general, y además empresario, Juan Andreu Almazán. En realidad, en las elecciones de 1940 los panistas tomaron la decisión de pedir el voto para el principal adversario del candidato oficial, con el único fin de no dividir a la oposición y abonar a la derrota del cardenismo; pero su primer candidato formal surgió de la IV Convención Nacional, celebrada los primeros días de febrero de 1946.
En esa convención se resolvió la postulación del viejo precursor maderista y ex secretario de Hacienda carrancista, uno de los ideólogos más lúcidos de la Revolución Mexicana. Y cobra más importancia el hecho porque uno de sus principales promotores fue Efraín González Luna, seguidor del socio-cristianismo, quien hizo la propuesta de Cabrera, un hombre, dijo, de gran experiencia política pero fuera de ella por un buen tiempo, el suficiente para tener la independencia necesaria frente a los desvíos de la Revolución y para estar libre de compromisos con “el régimen en la época más funesta para el país: el pantano del cardenismo”.
Ante esa Convención compareció pues, don Luis, para agradecer el honor y declinar hacer campaña por razones de la edad: “La aparición de mi nombre en el seno del Partido Acción Nacional –les explicó- la considero y agradezco como la más alta distinción que pueda conferirse a un ciudadano y que la conservaré en la memoria como el más alto honor que se me ha conferido en mi vida. Por lo demás, Acción Nacional es un partido político seriamente organizado del cual forman parte hombres prominentes a quienes todos reconocen honradez y patriotismo, a cuyo lado sería para mí un honor colaborar, y cualesquiera que fuesen las diferencias de criterio en puntos de detalle, sus principios no difieren considerablemente de las opiniones que de vez en cuando he emitido públicamente, y no puede negarse que dichos principios son sanos, patrióticos y honrados.
“Quiero aceptar, sin modestias hipócritas, que soy un hombre honrado, patriota y de experiencia. Pero, para desempeñar el supremo cargo ejecutivo de un país, no basta que un hombre sea honrado, patriota y sabio... Necesita, además, ser fuerte en lo físico y en lo político, para poder soportar sobre sus hombros la tremenda responsabilidad que el cargo de presidente de la República le impone. Sinceramente hablando..., no creo tenerlas”.
Y a manera de colofón enumeró un programa mínimo de las tareas que necesitaba hacer el país: “México necesita ante todo rehacer su agricultura... México necesita industrializarse... México necesita sanear su moneda, revisar su sistema financiero y devolver a la iniciativa privada la libertad de que debe gozar... México necesita poner de acuerdo su Constitución y sus leyes con la realidad... México necesita, sobre todo, un saneamiento moral en todos los órdenes...”
Tal era el programa que proponía Cabrera al PAN, pero un programa que los panistas fueron olvidando. Cabrera fue un liberal avanzado, nada menos que el autor de la primera ley agraria del país, y tenía una particular visión del rumbo que debía seguir la Revolución Mexicana. Estaba marcado por su cercanía con Francisco I. Madero y Venustiano Carranza y, por ende, era detractor del grupo de los “radicales” sonorenses (Obregón, Calles, Cárdenas) así que pasó el resto de sus días cuestionando lo que llamaba “las desviaciones bolchevizantes” de los gobiernos post-revolucionarios, soñando con una restauración del maderismo y una reivindicación del carrancismo.
Fue pues este hombre el elegido por Gómez Morín para ser el primer abanderado del PAN. Si no hizo campaña fue, como él mismo lo explicó, por razones de su edad. Y sin embargo, dejó un gran bagaje ideológico que con frecuencia se olvida, ya no se diga por quienes se dicen “revolucionarios” sino sobre todo por los panistas.
Es que luego de aquella experiencia fallida, que pudo haber convertido al PAN en el partido de la corriente moderada de la Revolución, se impusieron en ese partido los francamente contrarrevolucionarios, y cobijados en ellos llegarían después las candidaturas de los empresarios, llamadas “ciudadanas” que, o bien sirvieron de mampara para la franca derechización, o bien ni siquiera tenían ideología.
Y conste que no solamente hubo candidatos “ciudadanos” en el PAN. La moda pronto contagió a otros partidos, al PRI desde luego e incluso al PRD. El problema es que la bandera de casi todos estos “ciudadanos” ha sido la ambigüedad, el atractivo –muy bien explotado por los partidos- de que “no tienen partido” y, por ende, han acabado por desdibujarlos a casi todos. Lo peor es que han convertido la política en un mercadeo de apuestas al mejor postor. ¿O como puede llamarse a eso que dijo la señora Miranda de Wallace, tan sólo unas horas después de aceptar la candidatura del PAN a la jefatura del DF, que si el PRD o el PRI se la hubieran ofrecido la habría aceptado?
Y hay casos más burdos. Los políticos malabaristas, por ejemplo, que se llaman “ciudadanos” para ocultar su paso de un partido a otro en pos de una chamba, resultado de lo cual hemos visto candidatos del PRI promoviendo el programa del PAN, candidatos perredistas renegando de “la izquierda”, cobijándose en “el centro” para buscar coincidencias con el PAN. Y en el colmo, panistas que actúan como priístas defendiendo los programas del PRI. Todo, con tal de ganar elecciones.
Desdeñosos de la ideología, sin formación política alguna, ésta nueva clase de “políticos” ha enterrado la militancia y el compromiso partidista a un costo muy alto; porque una cosa es sostener ideas y tomar distintos posicionamientos partidistas en aras de la defensa de esas ideas, que es válido y hasta éticamente necesario; y otra muy distinta hacer de la carencia de ideas y compromisos bandera de promoción política.
Pero en un medio donde se privilegia la popularidad sobre la consistencia ideológica no sorprende que la apuesta panista para este año, al menos en el DF, sea a una candidata “ciudadana”. Lo más triste es que la sospecha de que siempre actuó en acuerdo con el gobierno del PAN y en abono para sus causas, se acabó por confirmar. A eso se llama cooptación, otra forma que tienen los gobiernos y los partidos para pagarle sus servicios a los “útiles compañeros de viaje”.

Publicado en Unomasuno el 24 de enero de 2012.

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